En el evangelio de Mateo, Jesús invita a sus oyentes a ser como niños. Jesús bendice a los niños y los presenta como el modelo a seguir sí queremos llevar una vida en la presencia de Dios. En otras palabras, si queremos realizar la vida en el amor, no tenemos otra posibilidad que ser como niños. Esa es la exigencia del Evangelio. Cuando el evangelista hace referencia a los niños, no está exaltando la inmadurez como una virtud que nos acerca a Dios. Para acoger el mensaje de Jesús y a Dios en nuestra vida, es necesario conquistar el estado adulto a nivel psíquico. Lo anterior, equivale a decir: sólo el que es capaz de hacerse responsable de su vida, de sus actos, de su felicidad está listo para seguir a Jesús y acoger, realmente, a Dios en su vida. Mientras estemos culpando a los demás, de la infelicidad que hay en nuestra vida, somos como niños. La dependencia emocional es un grave obstáculo para vivir y realizar la vida, la misión, la vocación o el propósito de vida, como deseemos nombrar a la meta que deseamos alcanzar y, que nos permite experimentar que la vida tiene sentido. Escribe Ingala Robl: “Si seguimos acusando a nuestros padres por nuestras dificultades actuales y rechazándolos, es señal de que aún no hemos encontrado la paz con ellos. Así proyectaremos, nuestro enojo, nuestras necesidades, nuestros miedos sobre nuestra pareja y empezaremos a acusarla de lo mismo que culpábamos a nuestros padres, cuando éramos niños o adolescentes."
Nasrudín iba todos los días a pedir limosna en el mercado y a la gente le encantaba tomarle el pelo a Nasrudín con el siguiente truco: le mostraban dos monedas, una valiendo diez veces más que la otra. La gracia era que Nasrudín siempre escogía la de menor valor. La historia se hizo conocida por todo el condado. Día tras día grupos de hombres y mujeres le mostraban las dos monedas, y Nasrudín siempre se quedaba con la de menor valor. Hasta que apareció un señor generoso, cansado de ver a Nasrudín siendo ridiculizado de aquella manera. Lo llamó a un rincón de la plaza y le dijo: Siempre que te ofrezcan dos monedas, escoge la de mayor valor. Así tendrás más dinero y no serás considerado un idiota por los demás. Usted parece tener razón – respondió Nasrudín. Pero si yo elijo la moneda mayor, la gente va a dejar de ofrecerme dinero para probar que soy más idiota que ellos. Usted no se imagina la cantidad de dinero que ya gané usando este truco. Maestro: No hay nada malo en hacerse pasar por tonto si en realidad se está siendo inteligente. Jesús le dice a la mujer samaritana: “Sí conocieras el don de Dios, serías tú quien me pediría agua”. Al parecer, el agua que sacamos de nuestro propio pozo nunca será suficiente para calmar nuestra sed, nuestra insatisfacción. Llega un momento, en la vida de todo ser humano que anhela crecer, donde se hace necesario reconocer, aceptar, asentir que, por mucho que nos esforcemos, no podemos darnos a nosotros mismos, lo que sólo Dios nos puede dar. Los bienes no calman la insatisfacción del alma. Tampoco logran ese objetivo: el reconocimiento, el poder, la fama, etc. Conocer el don de Dios, acoger el agua eterna que calma nuestra sed, tiene que ver con la libertad. Dios nos quiere regalar la libertad de ser. Para ser amados no necesitamos renunciar a nada de nuestro ser. El día que aprendemos que, podemos ser amados incondicionalmente, encontramos el don de Dios, la libertad para ser y amar en libertad y autenticidad. La mujer samaritana encuentra en Jesús el agua que calma su sed. Jesús es presentado por Juan como Aquel que puede colmar nuestros anhelos de plenitud y liberarnos de la insatisfacción que aprisiona a nuestra alma. Dice el Papa Francisco: “El Evangelio contiene una oración muy hermosa de Jesús, que se dirige al Padre diciendo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños (Mt 11,25). ¿A qué cosas se refiere Jesús? ¿Y quiénes son estos pequeños a los que tales cosas han sido reveladas? Detengámonos en esto: en las cosas por las que Jesús alaba al Padre y en los pequeños que saben acogerlas. (…) Dios se revela liberando y sanando al hombre -no olvidemos esto: Dios se revela liberando y sanando al hombre- y lo hace con un amor gratuito, un amor que salva. Por esto Jesús alaba al Padre, porque su grandeza consiste en el amor y no actúa nunca fuera del amor. Pero esta grandeza en el amor no es comprendida por quien presume de ser grande y se fabrica un dios a su propia imagen: un dios potente, inflexible, vengativo. (…) Los pequeños, en cambio, saben acogerlas, y Jesús alaba al Padre por ellos: Te alabo -dice- porque has revelado el Reino de los Cielos a los pequeños. Lo alaba por los simples, que tienen el corazón libre de la presunción y del amor propio. Los pequeños son aquellos que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios y dejan que sus obras los asombren. Lo que Dios quiere regalarle al ser humano, al alma insatisfecha, no es otra cosa que la gratuidad de su amor. Para ser amados por Dios, no tenemos que renunciar a nada de nuestro ser; al contrario, Dios ama nuestra expansión, nuestro crecimiento, nuestro pleno desarrollo. Dios ama lo mejor y lo peor que hay en cada uno de nosotros. Dios, de muchas formas, siempre nos dice: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos, tu vida vale más que cualquier riqueza que se pueda encontrar en esta vida”. La Encarnación es la mayor expresión del amor de Dios. Para la Samaritana, el amor de Dios se revela, cuando Jesús, le habla de los maridos que ha tenido sin juzgarla, sin condenarla, sin excluirla. Muchos pretenden, a nombre de una fe que no sabemos dónde se sustenta, excluir al otro, especialmente, al que muestra las heridas que el pecado ha dejado en su alma, en su corazón, en su existencia. Allí, donde el ser humano experimenta su pobreza, la indigencia de su corazón y la amargura de su existencia, Dios se sienta, como lo hizo Jesús, en el brocal de nuestro pozo, para recordarnos que Él, sólo Él, puede calmar definitivamente nuestra insatisfacción. A través de Jesús, Dios nos recuerda que su amor es para siempre y que nosotros no tenemos nada que hacer para merecerlo, pero sí debemos esforzarnos para acogerlo. La gratuidad del amor de Dios tiene tanta fuerza que es capaz de transformar el corazón de un ser humano. La samaritana iba al pozo cuando no existía la posibilidad de encontrarse con los demás. La mujer samaritana descubre que no son las relaciones que establece las que van a dar plenitud a su alma, sino el encuentro con Jesús. Dios viene a sanar y reconciliar a la humanidad herida y dividida interiormente. En Jesús, la samaritana descubre un manantial de verdad, de vida y de sabiduría que no había encontrado en ningún otro lugar, ni en ninguna de las relaciones en las que se había embarcado anteriormente. La mujer ha hecho pacientemente el paso de la dispersión a la unificación en el amor de la mano de Jesús. Donde hay insatisfacción, el corazón no ha logrado entrar en contacto con el verdadero Amor, ese que viene de un lugar que, definitivamente, nos trasciende. Dame, Señor, valentía para exponerme, flexibilidad para tambalearme y fortaleza para no caer. Dame, Señor, un corazón que se estire y una piel sensible, unos ojos despiertos y oídos atentos para no ser sordo a tu paso silencioso. Dame, Señor, sorpresas, muchas sorpresas, para que nunca me apoltrone en el cómodo sillón de mis inocuas seguridades. Y si algún día, pienso que lo sé todo o creo hacer pie por los mares de mi alma, ponme de nuevo ante el abismo del no saber para que así recuerde, un día más, que eres el Dios de las sorpresas insondables (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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