Muchas personas mayores, cuando hablan de la familia, dejan entrever su ambivalencia frente al tema. Por un lado, desean tener una familia y, por otro, no saben manejar las relaciones con los miembros de su familia de origen. También sucede que, muchos desean las gratificaciones que ofrece la vida familiar, pero mantienen alejados de la consciencia los problemas y experiencias dolorosas que hay en la familia. Escribe Thomas Moore: “En alguna medida, todas las familias son disfuncionales. Ninguna es perfecta y la mayoría tienen problemas graves. En la familia se reflejan las dinámicas del mundo exterior y, en ellas hay tanto de virtud como de mal. Ninguna familia es inocente y, tampoco está llena de bondad”. Dos maestros confucionistas salieron a caminar en una aldea en la provincia Xian. Poco a poco se alejaron del pueblo por un caminito que llevaba a un cementerio. Debe haber fantasmas por aquí, mejor regresemos dijo uno temeroso. Justo en este momento, un señor de edad, bien vestido y con bastón, apareció y los saludó. Se sentaron los tres debajo de un árbol. El anciano les dijo: Ustedes ¿qué opinan de la existencia de los fantasmas? Hablaron de los fantasmas, sobre el moralismo y sobre las energías yin y yang. El anciano habló con los maestros con palabras bien elegidas y los dos profesores lo admiraron por su erudición. No preguntaron su nombre. Cuando una hora después pasaba por la vía un vehículo tirado por búfalos, el viejo se puso de pie y arregló su traje diciendo: Me siento muy solo en el otro mundo. Si hubierais negado la existencia de los fantasmas no habría podido hablar con ustedes esta noche. ¡Gracias! Así, dejando atónitos a los dos maestros, desapareció el fantasma erudito.
La familia es un buen lugar para apreciar la dinámica de los opuestos. Todo nuestro potencial tiene su origen en la familia. Lo que somos, para bien o para mal, ha sido construido a partir de las experiencias vividas al interior de la familia. En mi caso, por ejemplo, somos diez hijos vivos, dos murieron pequeños, tenemos los mismos padres y, en términos generales, hemos vivido las mismas experiencias. Los mayores, lógicamente, han vivido más que los pequeños. Cuando observó lo que cada uno ha hecho con su vida y cómo asume el camino recorrido, comprendo los esfuerzos que cada uno realiza por ser un buen ser humano. Como dice Thomas Moore: “No podemos negar que junto al potencial que nos regala la familia está la maldad, el odio, la violencia, la confusión sexual y la locura”. Todo hace parte de la familia, nada queda por fuera. La familia es una de las principales moradas del alma. En la familia, tomamos la fuerza inicial para ir hacia nuestro destino. Me encanta pensar, como dice Thomas Moore, que la primera familia de Adán fue el barro. Es decir que, “Adán fue formado en terreno húmedo, sucio, incluso cenagoso”. Lo que soy, por ejemplo, fue formado en medio de la fe y el esoterismo. Otros han crecido, entre la fe y la infidelidad. Algunos más entre la dedicación y el alcoholismo, También están los que han crecido entre la violencia de sus padres y el esfuerzo por enseñarles a trabajar honestamente, etc. La familia es el terreno en el que nacimos. Como dice la parábola del sembrador: una semilla cayó al borde del camino, otra entre espinos, algunas más en terreno fértil. No importa el terreno, la semilla está destinada a crecer y dar buen fruto. De ahí, la fascinación que me produce comprender que somos como una bellota. La bellota, dicen los expertos, crece en todos los terrenos. Al principio, parece un chamizo. A medida que, comprende el terreno, va tomando la forma que le corresponde y crece como como lo que él es, un roble grande. Pues bien, somos en la medida que, tomamos o nos resistimos a lo que nos ofrece la familia en la que nacimos. El cuidado del alma nos pide que, tomemos lo que la familia nos ofrece para ir hacia nuestro destino. El alma nunca nos pedirá librarnos de la familia, tampoco arreglarla y, menos aún, maldecir haber nacido en ella. Dice Thomas Moore: “Nuestra propia familia resume ese origen mítico de nuestra condición humana manteniéndose próxima a la tierra, siendo común y corriente, un verdadero herbazal de debilidades humanas”. A medida, que escribo esta reflexión, doy gracias a Dios por haber elegido a José, a María y al establo en Belén para manifestarse a la humanidad. Doy gracias por José. A pesar de lo difícil que debió ser asumir la paternidad de un hijo que no era suyo, lo hizo con grandeza. Para logarlo, se dejó guiar por su inconsciente que, como dice Jung, es la fuerza que nos conecta con el Sí mismo, con la divinidad. Doy gracias por María porque, a pesar de lo difícil que resultaba asumir su embarazo, se confío plenamente a Dios. Y, por el estable de Belén, porque Dios fue recostado allí donde las bestias se alimentan; de esta forma, pudo asumir nuestra frágil condición humana y transformarla. Esta imagen me permite dar gracias por mis padres, por lo que son, por lo que intentaron hacer con sus vidas. Nos recuerda Silvio Rodríguez: “Debes amar la arcilla que está en tus manos, debes amar tu barro hasta la locura, sólo el amor convierte en milagro el barro”. De nuevo, dice Thomas Moore: “Cuando encaramos la familia desde el punto de vista del alma, aceptando sus sombras y su incapacidad de responder a nuestras expectativas idealistas, nos enfrentamos con misterios que se resisten a nuestros moralismos y sentimentalismos, que nos hacen bajar a la tierra, donde el principio cede el paso a la vida, con toda su belleza y todo su horror”. El alma de la familia está relacionada con el cuidado. La familia empieza en el deseo y la voluntad de un hombre y una mujer de dar vida y cuidarla. Muchos se resisten a tener hijos porque no se sienten capaces de cuidar a otro que reclame su derecho a ser, a seguir su propio destino. En un mundo donde hay temor a los contrarios, se elige cuidar a quien nunca nos va a pedir que lo acompañemos desde la libertad a seguir su propio destino. La familia es la escuela donde aprendemos a vincularnos con el otro. En la familia, vamos aprendiendo, a veces, en medio de tormentas, desvalorizaciones y competencias que, sólo cuando nos acogemos como somos, podemos crecer en el amor y fluir en la vida. Las experiencias vividas en la familia pueden servir para que demos frutos abundantes o para que nos ahoguemos en ellas y vayamos por el mundo dándole a beber a los demás nuestra propia amargura. Aquello que tomamos o rechazamos de la familia donde nacimos se convierte en la materia prima para construir el propio proyecto de vida, la vocación y la misión. Bendito sea el barro del que fuimos formados y bendito el corazón que amó ese barro y, guiado por la misericordia de Dios, hizo de lo recibido algo valioso para él y para el mundo entero. Desde que Tú te fuiste no hemos pescado nada. Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida, y entre sus mallas sólo pescamos el vacío. Vamos quemando horas y el alma sigue seca. Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra cubierta de cemento. ¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última vez que amamos? Y una tarde Tú vuelves y nos dices: Echa la red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones, dale cuerda al corazón, levántate y camina. Y lo hacemos solo por darte gusto. Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo y es tanto el peso de amor que recogemos que la red se nos rompe cargada de ciento cincuenta esperanzas. ¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla, camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos, Señor, a tu alegría (José Luis Martín Descalzo) Francisco Carmona
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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