En constelaciones Familiares, un hombre mayor asistió al taller porque quería constelar la relación con sus hijos. A medida, que la constelación se fue desarrollando, aparecieron los hijos dominados por una rigidez que, no sólo era incómoda sino también muy dolorosa. Los hijos se mostraban molestos, ante cualquier manifestación de afecto, por mínima que fuera. Un movimiento de la constelación permitió preguntar: ¿alguien se marcho de tu vida cuando eras pequeño? El hombre contestó: “¡Nunca tuve mamá!” Ante esta afirmación, pregunté: ¿cómo hace uno para no tener mamá? Mientras el respondía, entró una mujer a la constelación; de inmediato, dijo enojada: “¡Él, no me ve!”. El hombre dijo: “Mi mamá murió cuando tenía cinco años”. Dije: Tuviste la presencia física de mamá durante cinco años. El asintió. Los representantes de la constelación se tranquilizaron. Cinco años son tiempo suficiente para tomar el amor y la fuerza que provienen de la madre. Cuando no logramos tomar el amor de la madre porque el movimiento amoroso hacia ella se interrumpe, intentamos tomarlo inadecuadamente de los hijos, cuando nos convertimos en padres. La rigidez e incomodidad de los hijos del consultante obedecía, precisamente, al desorden afectivo que tenía su origen en las palabras del consultante: ¡Nunca tuve mamá! Cuando el consultante le da un lugar a la madre en su corazón, agradece lo que ella hizo por él, durante los cinco años que compartieron, todos comienzan a sentirse libres para amar y recibir amor. Cuando el corazón está en orden, el amor fluye.
Blanca Pinedo escribe: “Echando mirada atrás, veo que un día, sabiendo los cambios que iba a traer la maternidad, conscientemente, diría de nuevo: ¡Hijo, te regalo la vida! Una vez, que toqué a mi hijo, por primera vez, comprendí, que ya no había marcha atrás. No me importo aplazar sueños, trabajos, metas, con tal de acompañar la vida, no sólo a gestarse, sino también a crecer, a levantar alas, a conquistar mundos. Echando mirada atrás, el día que vencí la esterilidad, diría, de nuevo, sin temor: ¡Hijo, te regalo la vida! Ahora, comprendo que la vida tiene sentido cuando se acompañan aprendizajes, sueños, decepciones, tristezas, fracasos y triunfos. También me atrevería a decir: ¡Hijo, te regalo la vida aunque pueda llegar a costarme la mía”. Cuando vemos lo que los padres han hecho, al darnos la vida y cuidarnos, dejamos el reproche y nos damos permiso de ser felices porque para vivir, amar y servir fuimos engendrados”. Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una experiencia insólita. Paseando por el parque Stiglitz, en Berlín, encontró a una niña llorando desconsolada: había perdido su muñeca. Kafka se ofreció a ayudar a buscar la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar. Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron: Por favor no llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras …Este fue el comienzo de muchas cartas. Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca. La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella, obviamente, la veía diferente de la muñeca original. Una carta adjunta explicó: mis viajes me han cambiado … Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca. En resumen, decía: Cada persona o cosa que amas es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente. La imposibilidad de aceptar las cosas como han sucedido, hace que nuestro corazón se llene de rabia y, en lugar de avanzar, terminemos paralizados en nuestras relaciones y en la conexión con la vida. Marion Woodman escribe: “La rabia profunda es esto: nadie me vio. Nunca nadie me escucho. Nadie valoro mis esfuerzos. Hasta donde alcanzan mis recuerdos, tuve que representar un papel. Cuando trataba de ser yo misma, me decían: Esto no es lo que deberías pensar; esto no es lo que deberías hacer…Mi vida se convirtió en una mentira. Esto es la rabia profunda”. Comenzamos a ser nosotros mismos, cuando abandonamos la reclamos hacia la vida y, hacia nuestros padres, cuando aceptamos, con humildad, lo que la vida sencillamente nos ofrece. No ser vistos es una fuente inmensa de dolor. En constelaciones Familiares utilizamos como frase sanadora la expresión: “¡Te veo!”. El dolor que provoca la exclusión es tan grande que, muchos emprenden el camino de la adicción, del enojo, de la evitación, etc., como respuesta. Este dolor impide, que nos escuchemos a nosotros mismos y, sigamos la auténtica voz del corazón. Ver al otro, implica el esfuerzo por comprender lo que el otro hace para realizar su destino, para alcanzar la paz en su alma y en su corazón. Ver significa entender el dolor del otro, su frustración, su sufrimiento, su impotencia. Para ver al otro necesitamos un corazón puro; es decir, liberarnos de los prejuicios, los deberías, las expectativas que ponemos sobre él. Muchas veces, nuestras apreciaciones sobre el otro están cargadas de egoísmo. En una ocasión, una madre le dice a su hijo: ¡No quiero que emprendas ese viaje porque me vas a hacer mucha falta! En este caso concreto, la madre sólo se ve a ella, aunque se diga a sí misma que sus palabras están llenas de amor. Cuando no somos vistos, la tristeza, la aflicción y la rabia se convierten en nuestros sentimientos básicos. Mientras más tiempo permanecemos en estos sentimientos, más nos desconectamos de nosotros mismos y de la vida. Escribe Carolyne Hobbs: “Debajo de la hierba alta de la rabia, de la tristeza, del miedo y del dolor por no ser vistos se esconde la vergüenza. Muchos ignoramos esta presencia; sin embargo, ella nos va negando la alegría, la autenticidad y la libertad de quienes somos”. La vergüenza, nos está diciendo, una y otra vez, que no actuemos alocadamente, que nunca vamos a encajar, que nunca vamos a tener éxito. También nos dice que callemos, que no hablemos de lo que nos pasa porque al hacerlo, recibiremos más ataques y descalificaciones. La vergüenza nos aconsejara mantener cerrado y protegido el corazón. La vergüenza es la voz interior que nos dice: ¡mantente invisible! La vergüenza, al igual que el miedo, no soporta que pongamos la atención en ella. Cuando encontramos el valor para aceptar nuestra humanidad, nuestra autoestima recupera su lugar. Lo que somos, nuestra identidad profunda, nadie nos la da, tampoco nos la puede quitar. Ser es nuestro derecho de nacimiento y para volver a conectar con lo que somos, necesitamos cultivar la compasión hacia nosotros mismos; es decir, reconocer que, nos corresponde a nosotros, a nadie más, valorar nuestra vida, nuestras habilidades y nuestras legítimas aspiraciones. Cuando volvemos al contacto con nosotros mismos, cuando decidimos mirarnos, en lugar de esperar que otros lo hagan, el miedo, la rabia, el dolor y la vergüenza se convierten en las puertas que nos conducen a la paz. La compasión, ver en nosotros, lo que nadie más vio, nos lleva a la libertad interior y, amar la vida y a los otros como son. Ese día, veremos cara a cara a Dios. Entonces las lágrimas se volverán sonrisas, las despedidas reencuentros y los anhelos abrazos. Ese día, volveremos a ver a los que se fueron antes de tiempo, a los familiares que no conocimos y a los amigos que tanto echamos de menos. Ese día, los enfermos no volverán a sufrir, nadie se sentirá solo, los migrantes podrán regresar a casa y los pobres saborearán la justicia. Ese día, la paz ganará a la guerra, la bondad no será cuestionada, la belleza deslumbrará y la verdad será desvelada. Ese día, el tiempo y espacio se fundirán en la eternidad, el amor ganará a la muerte y la vida resplandecerá para siempre (Álvaro Lobo Sj)Francisco Carmona
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