Muchas personas han dejado su vida atada a los relatos dolorosos de su infancia o a las ilusiones de una vida que, por más que se esfuerzan en alcanzar, no llegan a tenerla porque no están dispuestos a asumir el esfuerzo, la disciplina y el costo que supone. Inicialmente, siempre tendremos una mirada limitada de Dios, de la vida, de nuestro sistema familiar y, lógicamente, de nosotros mismos. En Constelaciones Familiares he aprendido a tener una mirada diferente. Las cosas no son como las pensamos y todo ocurre en un orden diferente al que la lógica y la razón pretenden definir. Somos abarcados por una fuerza superior que, aunque no la reconozcamos, ella siempre está presente. Dios no existe porque creamos o no en Él. Simplemente, Él está presente. Desde la perspectiva espiritual, todos los problemas pueden ser superados si son dejados en las manos de Aquel que dirige el destino y la vida de cada uno de los seres que habitan en este mundo. Estamos acostumbrados a crear problemas cuando las cosas no van como queremos que vayan. En realidad, tenemos problemas porque nosotros mismos los creamos. Muchos creen que, pueden actuar así nomás, no miden las consecuencias y, después, terminan sorprendidos preguntándose, inocentemente, ¿qué hice para estar viviendo esto? Aunque el corazón nos advierte, preferimos tener problemas en lugar de enmendar nuestras conductas o corregir nuestras opiniones o decisiones. El profeta Isaías dice: “Este pueblo alaba a Dios con los labios, pero su corazón está muy lejos de Él”. Nadie puede ir en contra de la vida sin esperar que haya una respuesta de ella. Aferrarnos a lo que pasó, da origen una cuenta de cobro bastante dolorosa. Querer conservar el pasado y las viejas creencias son una de las formas más dolorosas de perderse a sí mismo y a la vida.
En el libro, ¿Dónde están las monedas?, Joan Garriga consigna las siguientes palabras: “Es cierto que muchos problemas se originan por heridas de amor, por traumas y por lo terrible de lo vivido. Esto configuraría una primera línea argumental. Pero adentrándonos en una segunda línea argumental, es importante no olvidar algo aún más profundo: tenemos problemas porque amamos mal. Si miramos sin prejuicios el alma familiar y las dinámicas del niño, encontramos que éste se inserta en su sistema familiar de forma que ama incondicionalmente, suceda lo que suceda. Simplemente es un programa biológico que activa todos los resortes emocionales. Y vemos que por amor ciego trata de asumir sacrificios, cargas o culpas que corresponden a sus padres, hermanos, abuelos o a la familia extensa. Puede intentar morir o enfermar en lugar de sus padres, preso de un pensamiento mágico que le hace creer que de esta manera conseguirá salvarlos”. Escribe Paulo Coelho: “Algunos discípulos pasan la vida preguntando dónde está la verdad -dijo un maestro-. Así que un día decidí señalar en una dirección cualquiera, intentando demostrar que lo importante es recorrer un camino, y no quedarse pensando en él. Pero en lugar de mirar en la dirección que le señalaba, el hombre que me había hecho la pregunta comenzó a examinarme el dedo, tratando de descubrir dónde estaba escondida la verdad”. Añadió el Maestro: “Cuando la gente busca un maestro, debería estar buscando experiencias que puedan ayudarle a evitar ciertos obstáculos. Desgraciadamente, la realidad es otra: recurren a la ley del mínimo esfuerzo, intentando encontrar respuestas para todo. El que desea aprovecharse del esfuerzo del maestro para así no gastar sus energías nunca llegará a ninguna parte, y acabará por sentirse decepcionado. Quien estudie un poco la historia de Buda, se dará cuenta de que, después de alcanzar la iluminación, se dedicó a hacer que sus discípulos desarrollasen las cualidades necesarias para llegar a la tan anhelada paz de espíritu”. Aquello doloroso que nos sucedió, en algún momento de la vida, despierta todos nuestros miedos, inseguridades y asuntos sin resolver. Muchos, para no volver a pasar por el dolor, se aferran a una necesidad excesiva de seguridad que, los convierte en seres excesivamente calificados para desempeñarse en cualquier trabajo. La falta de confianza en uno mismo no es otra cosa que, falta de confianza en la vida. Las personas inseguras se caracterizan por tener un Ego muy elevado y mal carácter. La desconfianza en la vida hace que, nunca se alcance el éxito que se desea ni la vida que se añora. La vida se va perdiendo en la insatisfacción. La vida se gana en la confianza y ésta tiene su fundamento en Dios y, la vida se pierde en la inseguridad y en la insatisfacción que tienen su asiento en el Ego. Salimos del sistema familiar para encontrar un lugar seguro en el mundo. Ese lugar lo podemos encontrar en la relación de pareja, en una comunidad o en un trabajo. De una forma u otra, todos hacemos esfuerzos para sentir que pertenecemos. La pertenencia equivale a sentirnos amados, acogidos y reconocidos. Cuando no encontramos un lugar seguro, la inseguridad se apodera del alma y, en consecuencia, las personas comienzan a sentirse poco valiosas, abandonadas, rechazadas, entre otras. Cuando la inseguridad se apodera del alma de una persona está se experimenta incapaz, impotente e insuficiente para sacar adelante en un proyecto, una relación, una vocación o misión. En la medida que, la inseguridad crece, también crece la desesperanza y con ella, el sentimiento de abandono y de pérdida de la energía vital. Escribe Anselm Grun: “A veces tengo la sensación de que algunas personas dan tantas vueltas a sus ideas sobre la vida que terminan sintiéndose incapaces de comprometerse con algo estable”. Muchas personas hacen depender la felicidad y realización de su vida de cosas externas. El deseo de vivir una vida perfecta hace que muchos tengan miedo al compromiso, siempre están esperando que aparezca una nueva oportunidad. Creen que el compromiso les cierra cualquier oportunidad para encontrar algo que mejore su vida. Lo curioso es que, muchos piensan que la vida se realiza mejor en soledad que en compañía. No se dan cuenta que, una vez que se desvanecen las ilusiones ya no están con la disposición para acompañar y dejarse aocmpañar en la realización hacia el destino. Las narrativas que construimos, no sólo sirven para darle estructura a la vida; cuando menos lo pensamos, terminan atrapándonos hasta el punto que, terminamos convencidos de que la narrativa contruida es la verdad y, todo lo que no coincide con ella, hace parte del mundo que amenaza la felicidad, la armonía y la plenitud. La narrativa a la que se aferra una persona para construir una idea de la vida que anhela está formada por el sistema de creencias, los complejos familiares y el deseo de pertenencia. Mientras una persona no transforme su narrativa los complejos personales y familiares continuarán activos en su psique y jugando en contra de la resolución adecuada de los conflictos y traumas de la infancia. La dificultad para salir de la estrecha visión de la vida que impone el miedo y el trauma hace que muchos se toman el camino de la perfección no sólo como estrategia de sobreviviencia, sino también, como forma obsesiva de creer que la vida se puede controlar y someter a los límites que nos creemos capaces de establecer. Dice Anselm Grun: “Todos estos comportamientos son legítimos. La vida es exigente. Preocuparnos de que la vida no nos desborde es parte del esfuerzo por mantenernos saludables”. Lo que sucede, es que la necesidad de control puede desbordarnos y someternos a un estrés tal que, ya no sólo exigimos duramente a los demás que se mantengan dentro del foco de nuestras expectativas sino que, también llegamos a tiranizarlos, sin ser realmente conscientes de lo que está sucediendo y del dolor que andamos causando con nuestro comportamiento. Cerca, bien cerca. Estoy... en algún lugar estoy. No puedes tocarme así como no se puede tocar el amor... pero si puedes sentirlo. No. No estoy entre la tierra. Estoy en la sonrisa de tu recuerdo. Estoy en el silencio de tu suspiro. Estoy en la carita de quien ha nacido ¿Escuchas el eco que se produce cuando ríes? Ese soy yo. Estoy, créeme que estoy. No tan lejos. No me busques tan lejos. Estoy cerca, bien cerca, a tu lado. Te sostengo cada vez que quieres caer. Te acaricio cada vez que comienza a doler. Yo sé que me sientes, yo te conozco, yo te veo. No es locura. Estoy aquí. Cerca, bien cerca. No se puede separar lo que se ata en el corazón. No se puede matar un sentimiento. Solo muere quien es olvidado. Te cuido, te protejo, te acompaño. No te he dejado... tan sólo me adelanté un poco en el paso... Y volveremos a estar juntos. Cuándo nos reencontraremos, sólo Dios lo sabe. Mientras tanto estaré aquí, a tu lado. Cerca, bien cerca... hasta el último día de tu viaje... (Daiana Odaia Slipak)Francisco Carmona
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