Thomas Moore señala que, una vez que descuidamos el alma aparecen las obsesiones, la enfermedad, la violencia y el vacío existencial. Cuando la rosa no se cuida, comienza a marchitarse y ella empieza a morir lentamente. El alma exige cuidado y éste sólo es posible cuando, en lugar de vivir centrados en lo que sucede afuera, nos atrevemos a ir hacia dentro y cultivamos la vida interior. Sin vida interior, el alma se debilita. La conexión con el alma, puede verse obstaculizada por el trauma de identidad temprano que se expresa en: ¡No sé quién soy ni que deseo! El trauma es la marca que deja en el alma, la mente y el cuerpo una experiencia cuyo impacto emocional nos desborda y nos sentimos incapaces de gestionar. Ante este hecho, muchas personas eligen desconectarse de las emociones y del cuerpo. Otras, hacen todo lo que está a su alcance por reprimir lo que sucedió, buscan la forma de olvidarse del acontecimiento. También están los que, deciden ser fuertes, continuar avanzando como si nada hubiera sucedido y, por último, están los que se reconcilian con lo sucedido, lo integran en la vida, asumen las perdidas correspondientes y mantienen el cuidado del corazón permitiendo que, su identidad se enriquezca. Manteniendo el contacto con nosotros mismos, lo que sucede, por difícil que sea, permite que el alma fluya.
Recordemos que, el trauma no siempre está asociado al maltrato o al abuso. Las experiencias de inseguridad, desprotección, desaprobación o desvalorización también hacen parte del trauma. Cuando se desatienden las necesidades emocionales de un niño éste aprende a sentir que su vida vale poco y que él, posiblemente, sea una equivocación en la vida de los adultos. Esta experiencia comienza a guardarse no sólo en la memoria sino también en el cuerpo, cuando sea el momento oportuno, saldrá a la luz, en forma de enfermedad, obsesión, miedo, ansiedad, angustia, vacío o violencia. El temor a desarrollar nuestra identidad, a expresar nuestras necesidades, a satisfacer nuestras carencias y, a lograr el éxito en nuestro propósitos, son signos del trauma temprano. Una joven pareja entró en el mejor comercio de juguetes de la ciudad. Ambos se entretuvieron mirando los juguetes alineados en las estanterías. Había de todo tipo. No llegaban a decidirse. Se les acercó una dependienta muy simpática. Mira, le explicó la mujer. Tenemos una niña muy pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces, hasta de noche. Es una cría que apenas sonríe, continuó el hombre. Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz, algo que le diera alegría aun cuando estuviera sola. Lo siento, sonrió la dependienta con gentileza. Pero aquí no vendemos padres. Willigis Jäger cita lo siguiente: “Un joven que padecía dolor de cabeza consultó a Sócrates. El Joven le dijo: La cabeza me pesa mucho al levantarme ¿Cuál es el remedio que Sócrates le recomienda al joven? De la misma manera, que no se puede hacer nada para curar la vista sin la cabeza, ni la cabeza sin el cuerpo entero, tampoco el cuerpo sin el alma; ésa era precisamente la causa por la que, entre los helenos, los médicos no estaban preparados para curar la mayoría de las enfermedades, por desconocer la totalidad, a la que habría que estudiar cuidadosamente y, al estar mal ésta, sería imposible que alguna parte estuviese bien. Porque todo, dijo, provenía del alma, lo malo y lo bueno”. Nadie cura, sí primero, no cuida su alma; es decir, aquello que le da profundidad a la vida. En un taller de Constelaciones participó una joven de veintiséis años. Vino porque sufría migraña, hipertensión, fibromialgia y diabetes. Una joven psicóloga, que estaba entre los participantes, contestó: “trabajo con jóvenes y, todos los que llegan a consulta, tienen los mismos síntomas”. A medida, que la constelación transcurría, fue apareciendo la imagen de una niña pequeña haciéndose responsable de sí misma y de su hermanito dos años menor que ella. Teníamos en la constelación a una niña de cuatro años cuidando a su hermano de dos. Las necesidades emocionales de esta niña fueron desatendidas por los padres que pasaban una buena parte del día trabajando. Los padres de iban al trabajo a las 7 de la mañana, regresaban doce horas después, dejaban todo listo y, los niños se quedaban encerrados en la casa hasta que los padres llegaran. A veces sucede que, cuando el alma no recibe el cuidado que necesita, procura obtenerlo a través de la enfermedad. Tanto en el proceso de curación del trauma temprano, aquel que suscita la confusión sobre la identidad y el lugar en la vida, como en la neurosis existencial y en todo lo relacionado con aquellas experiencias que actúan como numinosas en nuestra vida es de vital importancia el trabajo de conexión con la divinidad. Para Maslow, por ejemplo, las metapatologías, como llama él a aquella frustración que impide, a las personas que buscan la autorrealización, expresar, usar y alcanzar su potencial, sólo pueden ser curadas a través del contacto con lo Trascendente. Nadie puede negar las necesidades espirituales sin enfermar. La conexión con la divinidad, la experiencia de sentirse vinculado a Algo más grande, es vital para el pleno desarrollo de nuestro ser. Señala Willigis Jäger: “La persona que tiene hambre, va en busca de comida, porque sabe que si no satisface esa necesidad básica, va a enfermar. Pero, si ni siquiera nota su hambre, tampoco buscará alimento, y aparecerán síntomas de carencia. Si sigue sin comer, morirá. Muchas personas no se dan cuenta de su grado de desnutrición espiritual y de que, debido a ello, carecen de la resistencia y fuerza necesaria para la vida propiamente dichas. ¡Dichoso aquel que encuentre a un médico, a un terapeuta o a un sacerdote que le ayude a percibir y saciar esa hambre! No sólo hay que preocuparse del bienestar del cuerpo, sin interés por el alma, estaremos curando sólo la cabeza cuando es todo el ser el que está sufriendo. Empezamos a ser nosotros mismos y a conectar con nuestros deseos cuando al igual que la cierva buscamos las corrientes de agua viva, aquellas que provienen de Dios. Si no sois mejores que los que presumen de virtud no entraréis en el reino de los cielos. Los mandamientos dicen No matarás. Pero yo te digo: Si andas enfadado, enfrentado con tu hermano, siempre con reproches, rencores y distancias, ¿no estás haciendo tú lo mismo? Si llamas a alguien imbécil, o para el caso lo atacas o insultas de cualquier modo, en persona, o en ese mundo virtual que es hoy en día tan hostil, te estás alejando de mí. Si cuando vas a acercarte a mi mesa, a participar en la Eucaristía, a acoger mi entrega, te das cuenta de que has hecho daño a alguien, vete a poner solución. Pide perdón. Ofrece reconciliación. De otro modo terminarás encerrado en la prisión del odio y la amargura, que es implacable. Adaptación libre de Mt 5, 20-26 (Rezandovoy) Francisco Javier Carmona
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