La espiritualidad cristiana, desde el primer domingo del tiempo ordinario, comienza invitando a sus fieles, a vivir según su vocación. La primera consciencia que tenemos dice que, en nuestro interior habita una voz, que nos invita a ir al encuentro de los que sufren para acompañarlos ayudándoles a dotar su vida de sentido. Responder a la vocación, sólo es posible, desde el contacto con nuestro interior. Para escuchar la voz que llama, es necesario entrar en contacto con nosotros mismos. Sólo quienes entran en contacto consigo mismos pueden escuchar esa voz que proviene de Dios, de la vida, de la realidad circundante. Así, aprendemos que, la vocación es nuestra identidad y su origen está en el mundo interior. Lo que somos y lo que hacemos en el mundo, es la expresión viva de nuestra interioridad. Identidad, vocación y misión forman una trilogía interesante, a partir de la cual, podemos comprendernos a nosotros mismos, de manera diferente. Y no como lo hace el mundo exterior o nuestro sistema familiar.
En el camino de realización de la propia vocación suelen aparecer obstáculos que, si no los atendemos cuidadosamente, terminan apartándonos del camino. Por esa razón, la espiritualidad cristiana, como buena pedagoga, tiene en su itinerario un tiempo, de cuarenta días, para que, cuidadosamente revisemos nuestras resistencias, las asumamos, las integremos y podamos seguir avanzando con libertad y generosidad hacia nuestro destino. Sin lugar a duda, el primer obstáculo está relacionado con la forma como percibimos el llamado y a nosotros mismos. Según la psicología, “la percepción es la manera como interpretamos la información externa e interna, que recibimos a través de nuestros sentidos, de manera que adquiera significado para nosotros”. Una percepción distorsionada da origen a significados igualmente distorsionados sobre lo que estamos llamados a vivir, realizar y ser. Estaba el maestro sentado a la orilla del Ganges instruyendo a sus discípulos acerca del apego cuando otro joven discípulo, aparentemente rico y ostentoso de sus joyas, se acercó al grupo diciendo. He aquí divino maestro que traigo un regalo digno de ti. Todos se acercaron a mirar el valioso regalo que el recién llegado sacó de entre un pañuelo de seda. Algunos no pudieron evitar que algunas exclamaciones de admiración escaparan de sus bocas. Era un par de brazaletes de oro con piedras preciosas finamente incrustadas. El maestro sondeó con su mirada al joven discípulo y tomando uno de los brazaletes lo arrojó al Ganges. Todos quedaron estupefactos y, tras un momento de total confusión y vacilación, se lanzaron al agua en busca del brazalete. Al cabo de las muchas horas, ya cayendo la tarde, el discípulo rico volvió al maestro y rogándole le preguntó. Maestro, a lo mejor pudiera encontrar el brazalete si me indicas por donde cayó. El maestro no dijo palabra alguna. Tomó el segundo brazalete y lo lanzó al río. Entonces dijo. Allí. ¿Qué demonios estás haciendo? - le preguntaron a un mono cuando le vieron sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol. Estoy salvándole de perecer ahogado - respondió Quien desea responder con autenticidad al llamado, que la vida le hace, para servirla de una manera específica y nueva para él, necesita, si desea entregarse de corazón a la misión encargada, purificar y transformar las imágenes que tiene de sí mismo, de la vida y de Dios. Nadie puede avanzar por el camino vocacional sin transformarse interiormente y, sin hacerse consciente de los patrones destructivos de conducta que abarcan su psique y, en algunas ocasiones, la inundan, trastornándola. Por eso, la espiritualidad cristiana insiste en dejar que muera el hombre viejo y, darle paso al hombre nuevo. El propósito formativo, por ejemplo en la vida religiosa, consiste en que el candidato asimile en su corazón, “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” Desde hace muchos siglos, existe la convicción profunda de que, para avanzar en el camino vocacional, es necesario configurar la vida con los valores esenciales o superiores que, el nuevo estilo de ser y de vivir invita a realizar. Cuando respondemos con fidelidad a la vocación, nos encontramos con la necesidad de tomar la hiel que, produce ver frustrados antiguos proyectos de vida. Para Ignacio de Loyola, por ejemplo, no debía ser fácil aceptar que, por más que lo deseara, nunca iba a poder combatir en el ejército español y alcanzar la categoría de caballero. Igual cosa debió haberle sucedido a Juan de la Cruz, cuando sus mismos hermanos de religión, deciden encerrarlo en una celda, para que abandone su deseo de reforma. Al respecto, dice Edinger: “La hiel es amarga y se corresponde con la amargura del deseo frustrado. Pero cuando la experiencia de la amargura es comprendida adecuadamente, cuando se aplica a los ojos, produce sabiduría” La segunda resistencia consiste en aquella advertencia que Jesús hace a sus discípulos: “Recuerden que ustedes son la sal y la luz de la tierra”. A continuación, dice: “Si la sal pierde su sabor, sólo sirve para tirarla afuera, a la basura”. Jung, cuando hace el comentario sobre el símbolo de la sal, dice: “La sal hace referencia, psicológicamente hablando, a la función del sentimiento. Lágrimas, sufrimientos y decepción son amargos, pero la sabiduría es la consolación de todo dolor del alma; más aún, amargura y sabiduría son alternativas: donde hay amargura falta la sabiduría y donde hay sabiduría no hay amargura. Por consiguiente, la sal en cuanto portadora de esta fatal alternativa, está ligada a la naturaleza femenina[…] la oscuridad lunar de la mujer es para el hombre fuente de numerosas decepciones, que ocasionan fácilmente amargura tanto como garantizan la sabiduría en la medida que las comprenda”. La tercera resistencia está relacionada con la identificación del Ego con los contenidos inconscientes de la psique. Aquí, es cuando necesitamos hablar de la sombra, del ánima y del animus y del Sí-mismo como arquetipos que la psique necesita purificar de las contaminaciones que las identificaciones suelen producir distorsionando el verdadero sentido de Sí-mismo y de la meta de la vocación. Recordemos que, este proceso sólo es posible a través de la disolutio, la mortificatio, la sublimatio y la separatio. Mantener las identificaciones del Ego puede convertirnos en personas dogmáticas, fundamentalistas, rígidas, inflexibles y duras con respecto a lo que no coincide con la identificación. Las identificaciones, tarde o temprano, terminan quitándole potencial a la psique, distorsionando y desordenando el mundo afectivo; haciendo que, elijamos según nuestro propio querer e interés. La cuarta resistencia está ligada a la fidelidad al propósito antes que, al propio interés y querer. Descentrarse es una tarea de cada día para quien desea vivir según un propósito antes que, buscar, como dice Ignacio, la vanagloria. Escribe Rufino Meana: “La cuestión es que se nos invita a que posemos la mirada contemplativa sobre el hecho de que el mismo Jesús de Nazaret se vio tentado por diversos asuntos seductores del yo, de parte de un Satán disfrazado de ángel de luz, quien ofrece pensamientos buenos, conformes con la recta intención que, en realidad, albergan satisfacer anhelos íntimos, tal vez, no enunciados. Objetivos que, en lugar de ayudar a que la persona viva cada vez más desapropiada de sí, la conducen a todo lo contrario: a emprender un camino en el que son protagonistas el ego y su inacabable búsqueda de satisfacción de necesidades vividas como insatisfechas. El texto evangélico sobre las tentaciones de Jesús en el desierto (Lc 4,1-13; Mt 4,1-11) destaca algunas necesidades humanas que, si cobran protagonismo, dirigen inadvertidamente la actuación de la persona encerrándola en sí. Actualmente, sabemos que el mundo de las necesidades es complejo y sería largo adentrarnos plenamente en él, en todo caso, son el motor de nuestros comportamientos, relaciones, proyectos, etc. Es posible que, a lo largo del desarrollo evolutivo, algunas de esas necesidades, por déficit o por conflicto, cobren protagonismo en la dinámica psíquica del sujeto y, entonces, todo su querer e interés se focaliza hacia la satisfacción directa o indirecta de las mismas que nunca se verá alcanzada. Evidentemente esto no siempre es algo consciente y, no pocas veces, identificar el verdadero motor de algunos comportamientos o estados de ánimo exige largos tiempo de reflexión, acompañamiento, oración, tal vez, terapia”. Ay, corazón, si serás misterioso. Que cuando te olvidan, recuerdas. Cuando te piden silencio, gritas. Cuando necesitas frenar, te aceleras. Cuando te sientes vacío, no sabes esperar. Cuando estás acompañado, reclamas soledad, y solo, sientes que jamás tendrás paz. Siempre estás pidiendo tiempo, pero no sabes aburrirte. Ambiguo, apasionado, misterioso y complejo. Así te quiero querer, corazón tan mío y tan nuestro. Y así quiero querer, de ese modo tan mío y tan tuyo (Matu Hardoy) Francisco Javier Carmona
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