Cuando estamos cansados de no encontrar las respuestas a tantas preguntas que nos habitan, llega el momento de ir al Desierto. Allí, hay una cosa más grande que nuestros esfuerzos, que nuestras búsquedas, que nuestro sufrimiento. En el Desierto resuena, una y otra vez, una voz que grita: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas”. Lo anterior, significa: dejar aquello que no pertenece a nuestra vida, a la relación con nosotros mismos, a la intimidad con Dios. Al respecto, Carlos de Foucauld enseña: “Es necesario pasar por el Desierto y vivir allí para recibir la gracia de Dios. Es allí donde se expulsa de sí todo lo que no es de Dios. Es necesario al alma ese silencio, ese recogimiento, ese olvido de todo lo creado en medio de los cuales Dios establece en ella su reino”. Cuando estamos atentos a la voz del Espíritu que nos conduce al Desierto, nuestra vida se convierte en sal de la tierra. La sal siendo invisible, llena de sabor la comida. Sin sal, las comidas tienden a carecer de sabor. Cuando una vida pierde su sabor, su alegría, empieza a perderse a sí misma. Las personas que son sal de la tierra viven en silencio porque su alimento no es el prestigio, ni el reconocimiento sino la profundidad misma de su vida. Allí, donde las personas que, al conectar con su ser interior, se convierten en sal de la tierra, habitan o están presentes no se destacan por su actividad sino por la energía que irradian desde su interior. Dice José Antonio Pagola: “Las personas que son sal de la tierra no viven de apariencias. Su vida nace de los más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, están atentos a hacer coincidir su existencia con la voz del Espíritu que los habita. Sin que ellos lo noten, son en la tierra reflejo del Misterio de Dios”.
Lo que más me deprime es la absoluta vulgaridad de mi existencia. Jamás en la vida he hecho nada tan importante como para merecer la atención del mundo. Te equivocas si piensas que es la atención del mundo lo que hace que una acción sea importante, dijo el Maestro. Siguió una larga pausa. Bueno, pero es que tampoco he hecho nada que haya influido en alguien, ni para bien ni para mal... Te equivocas si piensas que es el influir en los demás lo que hace que una acción sea importante, volvió a decir el Maestro. Pero, entonces, ¿qué es lo que hace que una acción sea importante? El realizarla por sí misma y poniendo en ello todo el propio ser. Entonces resulta ser una acción desinteresada, semejante a la actividad de Dios. Cuando la agitación se convierte en la guía de nuestra alma, cuando estamos absortos en los problemas y conflictos de la vida, es porque la dispersión y la agitación se están apoderando de nuestra alma. En un taller de constelaciones, una mujer consultó porque, en el lapso de una semana, toda su familia enfermó, menos ella. Se preguntaba: ¿Qué me quiere mostrar el sistema familiar? A medida que la constelación avanzaba, el alma de la mujer iba revelando la dispersión que la estaba habitando. Ir de un lado para otro, atendiendo múltiples tareas y compromisos, puede hacernos sentir que, estamos viviendo nuestro destino; sin embargo, también puede revelarnos que estamos huyendo de nosotros mismos, de nuestro destino y, de manera especial, que estamos reprimiendo una emoción que, al ser albergada por el corazón, termina por confundirnos y alejarnos de nuestro centro vital. Es curiosa la lealtad que existe en el sistema familiar. Todos enferman para que la mujer se quede en casa y los cuide. Más allá de lo aparente, podemos decir también que, el alma tiene necesidad de estar en casa, en contacto consigo misma y, ser cuidada. Para no caer en psicologismos, basta mirar cómo se está desenvolviendo la vida y, sí hay coincidencia, vale la pena atender el llamado del alma; no sea, como dicen por ahí que, el alma se haga escuchar de otra manera y que ésta pueda ser muy dolorosa. “¡Marta, Marta!, dice Jesús. ¡Andas ocupada en muchas cosas y sola una es necesaria! Escuchar al Maestro, al Espíritu siempre será la tarea más importante de cada día. De lo contrario, nuestra vida puede perder su sabor y volverse sosa. Las personas que van al Desierto y, allanan los caminos, para que el Señor se manifieste en sus vidas, se convierten en Fuente de Luz y de vida. Sobre estas personas escribe Pagola: “Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que viene de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a personas que no reconocen pero, que, al encontrarlas en el camino las acogen y, si están heridas, las acompañan a sanarse. Dios las hace vivir en comunión consigo mismas y con toda la Creación”. En un mundo, donde lo espiritual se descalifica o se confunde, las personas que son sal nos recuerdan que, el anhelo más grande del Corazón es, encontrar la Fuente donde toda sed se apaga y todo cansancio desaparece. Hay un libro titulado “encuentra tu persona vitamina”. La autora revela la pasión que suscita en ella la importancia de la unión mente y cuerpo y comprender cómo funciona el cerebro y el mundo emocional. Según Mariana Rojas: “La felicidad está determinada por la capacidad que tenemos de unirnos o desunirnos a los demás”. Para la autora, es importante encontrar personas que, nos fortalezcan en lugar de debilitarnos o hacernos sentir vulnerables. Sin lugar a duda, la calidad de nuestra vida depende de las relaciones que hay en ella. Nuestra vida siempre es más que biología, somos seres espirituales que reaccionan emocional o racionalmente. El cuerpo es el templo de algo más grande que, desde hace muchos años, se llama Alma y Espíritu. La persona sal es la que, dejando el afán de controlar la vida y todo lo que le rodea aprende a poner su confianza en lo que nos Trasciende. Cuando una persona se sumerge en el mundo de las lamentaciones, de la insatisfacción, de la búsqueda de respuestas afuera, el ser interior se debilita y, en algunos casos, se destruye. De nuevo, aceptar ir al Desierto es, atreverse a descubrir que existe algo diferente donde, en lugar de huir, de victimizarnos, de responsabilizar a los demás, puede abrir el corazón a la rendición, a la aceptación a recuperar, de nuevo el sabor. Cuando permito a Dios actuar en la vida, en la historia personal propia, comienza a despuntar la paz en el corazón y, la obra del Espíritu parece estar concluyéndose satisfactoriamente. Lo que cuenta, es liberarnos de todo aquello que nos destruye e impide, que vivamos siendo realmente nosotros mismos. Miran, y no me ven. Me llaman, y estoy delante. Me buscan, sin percatarse de que ya estoy entre ellos. ¿Por qué me ignoran? ¿Cómo levantan sus días sobre cimientos tan frágiles? ¿Qué estruendo, en su entorno, silencia mi Palabra? Viven entretenidos, pero son infelices. Ríen sin ganas. Maquillan el vacío con ilusiones, expertos en apariencias que ignoran la realidad. Me han expulsado de su historia y deambulan, engañando la monotonía con novedades fugaces. No comprenden que yo soy el amor que anhelan, la verdad que esperan, la justicia que necesitan. Tú, que me intuyes, ayúdales a descubrirme (José María Rodríguez Olaizola) Francisco Javier Carmona
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