En el libro del Principito encontramos a un niño que, por las apreciaciones y comentarios de los adultos termina viendo como su vocación de artista se frustra. A partir de esa herida, el niño comienza a vivir en diferentes planetas intentando construir una identidad que sea del agrado de los adultos. Así es como empieza a habitar en diversos mundos y a utilizar diferentes máscaras. El dolor de un vínculo social, marcado por la necesidad de encajar en el mundo, cuando se deteriora, hace que nos sumerjamos en una vida que, al no ser propia nos va arrastrando hacia la inautenticidad. Será el desencanto e insatisfacción con la vida las fuerzas que nos lleven al Desierto para comenzar el proceso o peregrinaje de regreso a nosotros mismos. Para poder avanzar en la vida, necesitamos conectar con la esencia que somos; es decir, volver a ser niños, como dice el Evangelio. Una vez que, somos conscientes de nuestro ser verdadero, la falsa persona que hemos sido, comienza a agonizar y a morir. Este proceso es una auténtica experiencia espiritual y religiosa. Un día, el burro de un campesino se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente por horas, mientras el campesino trataba de buscar algo que hacer. Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo y el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas; que realmente no valía la pena sacar al burro del pozo. Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno agarró una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se aquieto después de unas cuantas paladas de tierra. El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio... con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso encima de ella. Muy pronto todo el mundo vio sorprendido como el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando...
Una verdadera experiencia espiritual y religiosa está llamada a ayudarnos a morir a la falsa persona que construimos en el afán de lograr ser aceptados por los adultos. Es curioso que, junto al aprendizaje del lenguaje también aprendimos la alienación de nuestro ser. Nacimos en conexión con la Realidad Originaria, como llama Willigis Jäger a Dios. Podemos decir que, nuestra madre dio a luz la divinidad que somos. Serán las experiencias que vivimos en la infancia, las que se encargarán de ocultar esa divinidad para darle espacio al ser que va por el mundo construyendo una identidad que, aunque no es la propia, si es la que nos asegura un lugar en el mundo y, a veces también, en la familia. Escribe Willigis Jäger: “A la vista de todas las calamidades y amenazas que le pueden sobrevenir a las personas, se desarrolló en ellas el anhelo originario de toda criatura por un estado de seguridad, por tener una patria, por sentirse aceptados”. En ese anhelo, dice el autor, se percibe el comienzo de una experiencia transconfesional de la Realidad Originaria, de Dios, que es la única que nos puede dar la conciencia real y verdadera de pertenecer, de estar unidos y, sobretodo, de ser acogidos como somos. Esta vivencia se conoce como experiencia mística y, entre otras cosas, es el comienzo de la verdadera religión y del proceso que nos conduce a una vida realmente auténtica. Recuperamos nuestra conexión con la divinidad cuando es Dios el centro, el núcleo, de la existencia. De nuevo, escribe Jäger: “Cada vez hay más personas con un anhelo de autenticidad que únicamente se encuentra más allá de la limitación personal. Esa espiritualidad no se refiere a unas determinadas experiencias religiosas, sino que pide una nueva experiencia de unidad. Va unida a una compasión universal o, utilizando una terminología occidental más común, a un amor universal. Es un amor que ya no es personal sino que se abre a todos los seres y que occidente conoce con el nombre de ágape, amor”. Un acto inconsciente, la mayoría de la veces, de parte de nuestros padres o cuidadores principales, nos aleja de nosotros mismos, de nuestro centro vital. Será un acto de amor de la vida, de Dios, el que nos invitará a regresar a esa conexión original para poder avanzar en la vida y trascender. La madurez existencial se alcanza cuando somos capaces de volver a conectar con nuestra esencia y actuamos desde ella coherente y amorosamente. Una vez que el Yo que, ha sido liberado del dolor y del entrampamiento en el que ha caído, gracias a los comentarios negativos y desobligantes de los adultos, cuando éste apenas estaba en formación, no tiene sentido que conserve aquellos mecanismos y patrones de conducta que le aseguraban la sobrevivencia o servían de escudo ante la hostilidad del mundo de los adultos. La verdadera transformación se va verificando en la ética con la que comenzamos a actuar ante los demás y el mundo. Quien intenta actuar irresponsablemente, terminará generando una fuerza que, inevitablemente lo atrapará y le hará vivir aquello que hizo sentir a los demás. No podemos sustituir a un Dios castigador por un Dios que, al final del tiempo nos juzgará. Según Jäger: “El amor hacia todos los seres se origina en la experiencia de la Unidad del Cosmos, del amor Universal, de la comunión de todos los seres, de la experiencia de Unidad con todo, que quedará patente como estructura básica de la evolución”. La mística actual señala que la palabra holón es la que mejor define la experiencia de comunión con el cosmos. Por holón entendemos algo que es simultáneamente todo y parte. El holón responde a su vocación de ser parte del todo y a su calidad de ser parte. A la vez que somos parte de un sistema familiar estamos invitados a ser una versión mejorada de nosotros mismos. Cada uno de nosotros está invitado a permanecer abierto a la familia. La familia está invitada a permanecer abierta a la sociedad. La sociedad está invitada a permanecer abierta a la cultura y la cultura, finalmente, a la trascendencia. Cada uno de nosotros está invitado a vivir la integración de su ser, a conectar con su identidad profunda. Sin conexión con Dios, el ser humano termina poniéndose en duda a sí mismo y, cuando menos lo piense, se ve arrojado al vacío del sinsentido y al deseo de morir. Todos tenemos una vocación de apertura hacia lo infinito. Realizar esa vocación, es la posibilidad de autorrealizarnos. Negarnos a esa vocación, es un rechazo al amor y, en consecuencia a vivir la vida sintiendo que ella tiene un valor incalculable. Evolucionamos, en la medida en que, nuestra vida se abre a la posibilidad de llevar una vida auténtica que encuentra en el amor su sentido, su vocación, su misión, su propósito y su trascendencia. Agotado ya de mis manías, mis torpezas y mis miedos, mis complicaciones y mis discursos… agotado de ponerme al centro. Agotado de que antes de intentar levantar el vuelo ya me haya tropezado y enredado en mis cosas de siempre. Agotado vengo hoy a Ti. Esta vez rendido. Ya ni queriendo volar, sino como dejándome caer hacia ese vacío del que sé que sólo Tú me recogerás. Ciego como Bartimeo, con la garganta que me arde, exhausto de gritar. Te grito a Ti. Pocas certezas me has regalado en esta vida. Una es que mi grito sordo entrelazado con mi propio amor, querer e interés espera volver a Ti. Vengo y grito con el eco de todos los que han hecho de mí el que soy y ojalá que con la estela de quienes hayan escuchado Tu Nombre desde los agujeros de mis corazas. Agotado, hoy llego rendido a Ti y noto que quien pone casa para juntarnos a todos a la mesa vuelves a ser Tú (Fran Delgado sj) Francisco Javier Carmona
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