Houston Smith escribe: Hay en nuestro interior, incluso en el interior de la persona más despreocupada y desenfadada entre nosotros, un malestar fundamental. Funciona como un fuego inextinguible que hace que la mayoría de nosotros seamos incapaces de alcanzar la paz absoluta en esta vida. Este deseo reside en nuestra medula ósea, en las regiones más profundas de nuestra alma […]pero el deseo está ahí, dentro de nosotros, como el muñeco de una caja sorpresa que empuja para salir”. En cada uno de nosotros hay un hambre por realidades que, aunque no podemos ver, sabemos que existen y nutren la vida cuando entramos en contacto con ellas. Sabemos que existe la esperanza aunque no la podamos ver; sabemos que existe el amor aunque no lo podamos ver; sabemos que existe algo que nos trasciende aunque no lo podamos ver. La resistencia a satisfacer esa hambre, muy a pesar nuestro, termina condicionando nuestro ser. Dos hermanos, uno soltero y otro casado, poseían una granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los dos hermanos se repartían a partes iguales. Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento en que el hermano casado empezó a despertarse sobresaltado todas las noches, pensando: No es justo. Mi hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que, en mi ancianidad, tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesita ahorrar para el futuro mucho más de lo que actualmente ahorra, porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía. Entonces se levantaba de la cama, acudía sigilosamente adonde residía su hermano y vertía en el granero de éste un saco de grano. También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a sí mismo: Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva la mitad de la cosecha; pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí mismo. ¿Es justo que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la mía, reciba lo mismo que yo? Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco al granero de su hermano. Un día se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron uno con otro, cada cual con un saco de grano a la espalda. Muchos años más tarde, cuando ya había muerto los dos, el hecho se divulgó. Y cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en toda la ciudad un lugar más santo que aquél.
¿Cómo nos recordarán cuándo no estemos? El recuerdo que dejamos, es la consecuencia lógica de la vida que vivimos. En el libro “Biografía de la Luz”, el autor, Pablo D’Ors, escribe: “A decir verdad, todos estamos en este mundo para que otros caigan o se levanten: porque de hecho ayudamos o perjudicamos a los demás, porque somos para ellos, lo queramos o no, ocasión para la luz o para la oscuridad”. En psicotrauma se dice: “La raíz de todas nuestras dificultades emocionales y otras está en el trauma de identidad temprano: no sé quién soy ni qué deseo”. El trabajo interior, la conexión con el corazón, resulta ser muy importante a la hora de construir la relación con nosotros mismos y con el entorno. Es muy difícil llevar una vida coherente, íntegra, cuando el corazón aún sangra de dolor y se resiste a dejar el pasado para abrazarse compasivamente a sí mismo. Javier Rubio comparte el siguiente testimonio: “Alguien a quien conozco de cerca se ha despedido recientemente de su trabajo, un puesto creativo en el que se valoran las aptitudes expresivas con el lenguaje. Mira, me decía enfatizando la solemnidad, nos pasamos la vida esperando que algo de cuanto decimos o escribimos pase a la posteridad y se convierta por sí mismo en nuestra herencia, pero desengáñate: lo que quedará de nosotros será el bien que hayamos podido hacer. Su propia experiencia así lo dictaba. Alguien lo recordaba por las veces que se había interesado por su hijita enferma; otro más, por el gesto cuando murió su padre muchos años atrás; una tercera, por la paz que transmitían siempre sus palabras; aquel, por la amabilidad y la generosidad con que lo acogió cuando era un novato; el de más allá, porque se había mostrado servicial y agradable a la hora de afrontar una tarea compartida de esas que solemos pintar de marrón. En fin, detalles nimios que no habían costado ningún esfuerzo pero les habían hecho la vida más fácil a quienes los recibieron entonces. Tiene toda la razón. Las huellas que nunca se olvidan son las que quedan impresas en el corazón de las personas a las que hacemos el bien” Nuestro corazón se caracteriza por la vulnerabilidad. Somos fácilmente heridos. Tardamos mucho en sanarnos. Aunque esta es una realidad innegable también podemos decir que, no estamos a merced de lo que nos pasa. El corazón siempre puede ser educado, fortalecido, acompañado para que adquiera las herramientas necesarias y no dejarse encarcelar por los eventos dolorosos que le toca enfrentar. Dice Carlos Bermejo: “Una persona puede aprender a ser cordial, a ser dueño de sus sentimientos, a conocerse a sí mismo, a controlar la reactividad a los sentimientos negativos, a ponerse en el lugar de los demás, a manejar con autoridad los conflictos, a contemplar, a perdonar, a trascender, a construir una vida moral y trascendente de manera personal”. Lo que define el rumbo de nuestra existencia no es lo que nos sucede sino lo que llevamos y cultivamos en el corazón. En el corazón están presentes: lo que nos negamos a aceptar y lo que nos dedicamos a cultivar, ambas cosas marcan el ritmo del corazón, de la vida afectiva, de la vida psíquica y espiritual. Cada uno de nosotros puede aprender a vivir con el corazón en la mano, lo anterior podría significar, en palabras de Carlos Bermejo: “impregnar las relaciones, los cuidados que nos prestamos unos a otros, de la sabiduría del corazón, de su afecto y de la ternura que le son propios cuando se actúa con libertad y responsabilidad. Significaría ser conscientes del estilo relacional, libres en la interacción, transparentes en las motivaciones, comprensivos en la escucha, capaces de proyectar sanamente el futuro saludable del interlocutor”. En el fondo, tener fe o actuar desde la sabiduría del corazón. La fe es aquella disposición a reconocer la Presencia de Dios en la vida y acoger esa presencia como si fuera nuestra. A diario, encuentro personas que desean acompañar y, al hacerlo, revelan el poco contacto que tienen con su corazón y, por esa razón, terminan imponiendo al otro su pobre visión de la vida, del sufrimiento, de la verdad que nos transforma y libera. Quien mantiene en la incertidumbre del camino a seguir en su propia vida, cuando acoge a alguien en consulta, no sólo proyecta su incertidumbre sino que, sus habilidades terapéuticas, la fidelidad a su propósito y la autoridad afectiva quedan en entredicho. Quien no conecta con el corazón cae en la coerción y en la manipulación. La adhesión a un camino se logra cuando el que acompaña, enseña, forma, lleva el corazón en la mano. Lo anterior se logra cuando sentimos amor por nosotros mismos y dejamos de vivir cumpliendo expectativas ajenas o sintiéndonos inferiores a quienes nos rodean. Carlos Bermejo enseña que significa realmente poner el corazón en las manos cuando deseamos vivir en coherencia con nuestro ser profundo y salir al encuentro del hermano. “Poner el corazón en las manos, significa, en el fondo, crecer eficazmente en sabiduría del espíritu. Empeñarse porque allí donde haya una persona que sufre, haya otra que se preocupe de él con todo el corazón, con toda la mente y con todo su ser. Poner el corazón en las manos podría ser lema para la humanidad. Pero no un corazón endurecido, tembloroso, engreído, airado, desmayado, desanimado, desfallecido, torcido, perverso, seco, terco, negligente, amargado, triste, envidioso… como también es descrito el corazón, si recorremos la Sagrada Escritura, llegando a hablar incluso de la capacidad de vivir con el corazón muerto en el pecho y como una piedra. Poner el corazón en la mano es no temer a la luz que nos alumbra cuando dejamos que nuestro anhelo más profundo, nuestra hambre más aguda encuentren en Dios su satisfacción”. Desde que mi voluntad está a la vuestra rendida, conozco yo la medida de la mejor libertad. Venid, Señor, y tomad las riendas de mi albedrío; de vuestra mano me fío y a vuestra mano me entrego, que es poco lo que me niego si yo soy vuestro y vos mío. A fuerza de amor humano me abraso en amor divino. La santidad es camino que va de mí hacia mi hermano. Me di sin tender la mano para cobrar el favor; me di en salud y en dolor a todos, y de tal suerte que me ha encontrado la muerte sin nada más que el amor. Amén (José Luis Blanco Vega, sj) Francisco Javier Carmona
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