Hay un momento en la vida, en la que seguir aferrados a la imagen, se convierte en algo que, realmente obstaculiza el encuentro con nosotros mismos y con la divinidad. En el Evangelio, Jesús insiste en la necesidad de perderse a sí mismo para ser un auténtico seguidor suyo. Cuando llega el momento, en el que seguir aferrados a una imagen de nosotros mismos se vuelve una amenaza real para el alma, aparece el llamado de ir al Desierto, como el camino por el que podemos transitar, para que la divinidad se haga presente en nosotros y a través nuestro. Dice el Maestro Eckhart: “Y, devenida ella misma Desierto, debe perder su propia imagen, y el Desierto divino ha de guiarla desde sí misma a Él mismo, donde pierde su propio nombre y ya no se llama ella misma sino Dios” Por imagen personal entendemos: “Todo aquello que tiene que ver con nuestra apariencia, es decir, con todo aquello que mostramos al mundo exterior para impresionarlo, relacionarnos con él, tener un lugar. Con la imagen personal intentamos reflejar como queremos ser vistos por los demás y como nos vemos a nosotros mismos; además, dejamos ver a qué estamos dispuestos”. La imagen personal, dicen varios autores, refleja las experiencias que hemos tenido, el grado de seguridad con el que nos movemos por la vida, las intenciones que llevamos en el corazón y el mensaje que deseamos transmitir. La imagen personal refleja nuestro autoconcepto. Una imagen distorsionada puede acarrearnos serios problemas en la relación con nosotros mismos y con los demás.
Era una tigresa que estaba en muy avanzado estado de gestación. Eso no le refrenaba sus impulsos felinos de abalanzarse contra los rebaños de ovejas. Pero en una de esas ocasiones alumbró un precioso cachorro y no logró sobrevivir al parto. El cachorrito fue recogido por las ovejas. Se hicieron cargo de él, dándole de mamar y cuidándolo con mucho cariño. El felino creció entre las ovejas, aprendió a pastar y a balar. Su balido era un poco diferente y chocante al principio, pero las ovejas se acostumbraron. Aunque era una oveja corporalmente bastante distinta a las otras, su temperamento era como el de las demás y sus compañeras y compañeros estaban muy satisfechos con la oveja-+tigre. Y así fe discurriendo el tiempo. La oveja-tigre era mansa y delicada. Una mañana clara y soleada, la oveja-tigre estaba pastando con gran disfrute. Un tigre se acercó hasta el rebaño y todas las ovejas huyeron, pero la oveja-tigre, extasiada en el alimento, seguía pastando. El tigre la contempló sonriendo. Nunca había visto algo semejante. El tigre se aproximó al cachorro y, cuando éste levantó la cabeza y vio al animal, exhaló un grito de terror. Comenzó a balar desesperadamente. Cálmate, muchachito, le apaciguó el tigre. No voy a hacerte nada. Al fin y al cabo somos de la misma familia ¿De la misma familia?, replicó sorprendido el cachorro. Yo no soy de tu familia, ¿Qué dices? Soy una oveja. Anda, acompáñame, dijo el tigre. El tigre-oveja le siguió. Llegaron a un lago de aguas maravillosamente tranquilas y despejadas. Mírate en las aguas del lago – dijo el tigre al cachorro. El tigre-oveja se miró en las aguas. Se quedó perplejo al contemplar que no era parecido a sus hermanas las ovejas. Mírame a mí. Mírate a ti y mírame a mí. Yo soy un poco más grande, pero ¿no compruebas que somos iguales? Tú no eres una oveja, sino un tigre. El tigre-oveja se puso a balar. No bales, le reprendió el tigre, y a continuación le ordenó ruge. Pero el tigre-oveja siguió balando y en días sucesivos, aunque el tigre trató de persuadirle de que no era una oveja, siguió pastando. Pero unos días después el tigre le trajo un trozo de carne cruda y le conminó a que lo comiera. En el mismo momento en que el tigre-oveja probó la carne cruda, tuvo consciencia de su verdadera identidad, dejó el rebaño de ovejas, se marchó con el tigre y llevó la vida propia de un tigre. Añadió el Maestro: hasta que no probamos el sabor de nuestro ser interno, vivimos de espaldas a nuestra propia identidad, identificados con lo que creemos ser y no somos. Cuando andamos preocupados excesivamente por el qué dirán, el alma empieza a enfermar y nuestro centro vital a perder la fuerza. Cuando menos lo pensamos, nos vemos a nosotros mismos esclavos de la opinión del otro, del comentario, de la necesidad de aprobación y del aplauso. En esta encrucijada existencial, el alma no tiene otro remedio, si quiere recuperarse y restablecer la conexión consigo misma, que ir al Desierto y, una vez instalada allí, necesita abrir el corazón para hacer memoria del amor incondicional de Dios que, en tantas circunstancias difíciles y oscuras ha sido el único capaz de mantenerla de pie. Dios nos confronta, a veces con dureza y, sin contemplación, porque desea vernos caminar siempre en la verdad. La idea equivocada que tenemos sobre nosotros mismos es también la idea equivocada que tenemos sobre Dios. Nadie puede saber sobre Dios, si ignora quién es realmente él. Señala el Maestro Eckhart: “El ser humano es creado. Esta condición nos recuerda que, solos no somos nada”. Somos en la medida que, participamos del ser divino que nos creó e hizo a imagen y semejanza suya. El ser humano y, todo lo creado, está siempre en Dios. En la medida, que participamos de la vida divina, lo que somos realmente, se manifiesta. En Dios, somos; por fuera de Dios, dejamos de ser y, por esa razón, tenemos que construirnos una imagen, un relato, un mito, donde podamos tener un lugar preponderante. Originariamente, Dios es todo en todo. En la Creación, Dios logra ser él y las demás cosas también logran ser ellas mismas. La Creación es, en realidad, un acto de individuación de Dios. También lo es de la creación entera. La meta de la creación es el retorno a la Fuente, no de la misma forma como salió de ella, sino transformada por la consciencia que el peregrinaje logró despertar en el alma de toda la creación que, lógicamente incluye al ser humano. Cuando logramos individuarnos, tomar distancia de las falsas imágenes de Dios; casi de inmediato, sentimos nostalgia de su amor y el deseo de regresar a la vida en comunión con Él, se hace un grito desgarrador del alma. Retornar a Dios es reconocer que, más importante que gozar de una buena imagen ante los demás, es ser nosotros mismos. Sin conexión con nosotros mismos, nos perdemos en los movimientos propios de la vida. El ser humano está invitado a devenir en Desierto, es decir, en aprender a verse a sí mismo separado de las cosas, de las relaciones, de los logros, de las metas y de los sueños. Cuando contemplamos lo que realmente somos, tomamos consciencia que, desde siempre, Dios no sólo nos ha acompañado, sino que Él mismo es nuestra verdadera identidad. Lo que somos se ilumina en una relación auténtica con Dios. Recordemos que, para la psicología profunda, a diferencia de la religión y la teología, Dios es la realidad psíquica que nos gobierna, cuando nos abrimos al amor, que se manifiesta cuando somos capaces de dar orden a nuestras relaciones, a nuestros vínculos, a nuestras intenciones, a nuestros impulsos y, de manera especial, a las imágenes internas que hay dentro de cada uno de nosotros. Las enseñanzas del Maestro Eckhart nos recuerdan que, el llamado de Dios consiste en dejar de ocuparnos de las cosas del mundo: prestigio, competir, sobresalir a cualquier precio, entre otras, para ocuparnos de ser una unidad. Las mayores dificultades de nuestro cotidiano vivir provienen de la disociación que tiene que soportar el alma, no sólo muchas veces, sino durante largos períodos de tiempo. La desconexión interior se convierte en desconexión exterior. Colaborar con Dios es misión y también revelación de la intimidad cultivada, día a día, en la relación con Dios que nace de la escucha de su Palabra, de la acogida que le brindamos cuando nos invita a celebrar el memorial de su pasión, muerte y resurrección. Estamos llamados a ser nosotros mismos Desierto; es decir, a vivir en el constante desapego. Cuando reconocemos que, sólo en Dios nuestros anhelos alcanzan su plenitud podemos vivir, con mayor y mejor disposición interna, el distanciamiento de todo aquello que, en lugar de acercarnos a Dios, nos aleja de Él. El Desierto, según el Maestro Eckhart prepara el alma para conectar con el Origen, con la Fuente verdadera de la que proviene nuestra vida, la vida de todos los seres que nos rodean y comparten destino con nosotros. Quienes van al Desierto tienen que tener claro que, allá se renuncia a un estilo de vida que, al agotarse nos quita vida, para encontrarnos con la vida verdadera, la que nos permite ir al encuentro de Dios sin ningún temor a la soledad, a la enfermedad y a la muerte. Al final, no somos más que una gota de agua que regresa al mar. Si no pretendiésemos ser lo que no somos. Si estuviésemos donde hay que estar. Si hiciésemos lo que estamos llamados a ser. Volveríamos a ser lo que éramos. No vale la queja conformista. No suma el realismo pesimista. No mueve a nada la boca callada. Para ser, volver a la fuente. Para estar, creer en el ser. Para hacer, en gerundio: haciendo. El mundo no es así. Lo hemos hecho así (Claudia Pellegero) Francisco Javier Carmona
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