Cuando conocí a Florencia me pregunté: ¿Qué hace feliz a un alma que, según los criterios del mundo, carece de todo? Días después, encontré la respuesta en el Evangelio: la acumulación de bienes no calma la insatisfacción del corazón; al contrario, lo llenan de inseguridad y miedo. Comprendí que la vida es, ante todo, confianza. Florencia era una mujer que, a su modo, había conquistado la autenticidad; es decir, había aprendido que, donde está nuestro tesoro, allí esta nuestro corazón. Para ella, no había mayor tesoro que, cultivar una vida de intimidad con Dios. El que pone su confianza en Dios, nunca queda defraudado. Enseña el Papa Francisco: “Si dentro de nosotros está una imagen equivocada de Dios, entonces nuestra vida no podrá ser fecunda, porque viviremos en el miedo y este no nos conducirá a nada constructivo; de hecho, el miedo nos paraliza, nos autodestruye”. Sólo una imagen auténtica de Dios conduce a la verdadera felicidad que, tiene como lámpara para sus pasos a la sabiduría. Cuando un conflicto estalla, es porque uno o varios miembros de la familia, por ejemplo, no aguantan más los comentarios o malentendidos. Lo que escuchamos está asociado a lo que percibimos, al significado que le atribuimos a lo que está sucediendo. Si un comentario o malentendido afecta directamente la imagen que tenemos de nosotros mismos, casi de inmediato, aparecen las reacciones. Cuando menos lo pensamos, estamos siendo arrastrados por las corrientes de la tensión, del enojo, de la necesidad de hacernos valer o respetar. El conflicto revela que, se ha ido acumulando tensión en las relaciones. El conflicto se engendra en el corazón que, sin lugar a duda, es el lugar donde conviven la percepción que tenemos de nosotros mismos, de lo que nos acontece, del dolor que no hemos resuelto y, todo aquello que, de una u otra forma, silenciamos, para evitar la confrontación.
Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa. Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados. De repente, empezó a escucharse una voz que decía: ¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo! Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua. Todos se echaron de nuevo a dormir. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos. Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir: ¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía! En nuestro interior hay dos voces que nos hablan todo el tiempo: nuestro ego y nuestro Yo. Si queremos actuar con sabiduría, tenemos que aprender a discernir a quien estamos escuchando; de lo contrario, descubriremos que vamos en contravía de lo que deseamos ser y vivir. Si estamos hablando y actuando de manera enjuiciadora, fuerte y exigente, entonces el Ego está tomado la dirección de nuestro corazón. Difícilmente, el Ego nos conducirá hacia la sabiduría: mas bien, terminaremos distanciados de nosotros mismos, del amor y de la bondad. En las actuaciones del Ego hay más deseo de verter sobre los demás la ira que el dolor no resuelto provoca que, amor, compasión y verdad. Muchos creen que escuchan su voz interior, cuando en realidad, sólo están prestando atención al Ego, a sí mismos. El egocentrismo es un gran enemigo de la misericordia y la compasión. Carolyn Hobbs escribe: “El ego se convierte en la raíz de un sufrimiento que va en aumento, lleno de autoodio, debido a que reaccionamos ante cualquier nimiedad tomándonosla como algo personal”. Cuando volvemos un asunto personal todo lo que escuchamos, terminamos asumiendo actitudes defensivas o agresivas que, son las que conducen al conflicto. Los conflictos nacen, la mayoría de las veces, cuando nos tomamos como algo personal algo que está ocurriendo o que nos están diciendo. De ahí que, los cuatro acuerdos insistan en recordarnos: la necesidad de ser impecables en las palabras, evitar tomarnos las cosas como un ataque personal, preguntar qué sucede antes de hacer suposiciones y, en la medida de lo posible, dar siempre el máximo, ser generosos con nosotros mismos y con el otro. Aferrarnos a los pensamientos, a la necesidad de darle vueltas, una y otra vez, a los mismos asuntos o palabras, sólo sirve para que nos llenemos de ansiedad, preocupación, desesperación o aflicción. El ego se alimenta de la necesidad de acomodar el mundo a nuestros deseos y expectativas. El Ego agobia el corazón llenándolo y rodeándolo de pensamientos obsesivos y autodestructivos que, son los que suscitan las reacciones desproporcionadas, las actitudes déspotas y la dureza en nuestras reacciones. El corazón se suaviza cuando entrando en el silencio, callan las voces que nos atormentan. El Ego perturba y distorsiona la consciencia. La desconexión con nosotros mismos se manifiesta en la irascibilidad, la necesidad de tener la razón y de hacer que los demás actúen según nuestro parecer. El hecho de reconocer la voz que hay en nuestro corazón es el principio de la sabiduría. Cuando conservamos la conexión con nosotros mismos, nos liberamos de todo aquello que nos llena de ira, ansiedad, orgullo, prepotencia y miedo. El corazón que elige el camino de la sabiduría conoce la lucidez, la audacia para actuar y la paz interior. Cada vez que abandonamos el Ego porque preferimos conectar con la verdad del corazón conquistamos la libertad interior y ésta se ve reflejada en la forma como nos tratamos a nosotros mismos y nos vinculamos con los demás, con el mundo y con Dios. Mientras sigamos aferrados al ego, los vínculos seguirán estando rotos y aportando dolor a nuestra existencia. Escribe Carolyn Hobbs: “Con su asombrosa capacidad de permanecer en calma en medio del caos, nuestro corazón lleva a cabo elecciones tan poco ortodoxas como amar el miedo cuando se presenta o confiar en la sabiduría de los cambios que se avecinan de manera inesperada. Cada vez que elegimos responder con bondad a nuestra aflicción abandonamos siglos de condicionamiento humano inconsciente. Cada vez que respondemos con compasión a la tristeza de otra persona entramos en la libertad, la alegría y la paz interior que brotan como manantial de agua viva en el corazón”. La sabiduría unida a la misericordia y a la compasión se convierten en el pasaporte que permite al alma pasar de la necedad a la sabiduría. El pasaporte de la sabiduría a la necedad nos lo otorga el Ego. Al atardecer, llega a mí, como suave brisa, como fuego alentador, tu Palabra. Las olas del mar y las corrientes de agua, traen a mí, tu Voz. Estoy contigo, no temas. Aquí estoy contigo, vive. Al atardecer, juntos, contemplamos, la faena de ir anunciando tu Presencia (David Cabrera sj) Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|