De san José, se dice que, “fue un varón justo”. Entre otras acepciones, varón justo designa a la persona que, sin comprender lo que sucede en su vida, decide adherirse a Dios y colaborar con Él en la realización de su plan divino. Otra acepción es, a mí parecer como psicólogo bastante profunda, aquel ser que se esfuerza por comprender la voluntad de Dios, a través de sus sueños. Como lo enseña la psicología profunda: “Los sueños son elaboraciones del alma para ayudar a realizar el destino, a quienes por encima de cualquier amor o interés propio, desean realizar la voluntad de Dios, sobre sus vidas. Finalmente, podemos decir que: hombre justo es aquel que decidió poner su vida en la manos de Aquel que, en todo momento y circunstancia, nos manifiesta su amor y fidelidad ayudándonos a conservar la pureza del corazón. San José es, según lo muestran los evangelios, un hombre que vive en silencio contemplativo las cosas que van ocurriendo en su vida, se mantiene atento a la escucha de la Palabra que Dios le dirige a través de los sueños y el que sabe acompañar con su trabajo, fidelidad y silencio el camino de quienes están bajo su especial cuidado. Como esposo cuida de María y como Padre forma a Jesús. A la hora de definir la santidad de José tenemos que decir que es el “santo del silencio”, no se conoce una sola palaba suya. Toda su acción obedece a lo que ha contemplado y a la acogida que ha dado a lo que Dios, durante la noche, la revela. Otro detalle curioso, José es el hombre que ante la adversidad no se paraliza sino que trata de buscar la solución adecuada que ponga a salvo la vida y la integridad de su familia. Sabe cómo actuar ante una necesidad.
De san José sabemos que fue carpintero. Jesús desempeño el mismo oficio de su padre. Lo anterior, nos revela que, tuvo suficiente tiempo para estar presente en la vida de Jesús y, colaborar activamente en su formación. Asumió su misión de padre. Aquello que guío la vida de José, también fue un principio importante en la vida de Jesús que siempre sabía cómo responder ante la dificultad. Tanto José como Jesús, cuando enfrentaban una situación que escapaba de sus manos, pedían a Dios que se manifestara y actuará. En el evangelio, podemos contemplar ambas figuras actuando en los momentos difíciles y resolviendo las diferentes encrucijadas de la vida. Ambos, antes de actuar, descendían a las profundidades del corazón porque sabían que, el misterio que allí habitaba, es la fuerza desde la cual podemos actuar transformando la realidad. El discípulo quería un sabio consejo. Ve, siéntate en tu celda, y tu celda te enseñará la sabiduría, le dijo el Maestro. Pero si yo no tengo ninguna celda... si yo no soy monje. Naturalmente que tienes una celda. Mira dentro de ti. Dani Cuesta, jesuita, escribe: “Y es que san José es un personaje discreto, del que apenas sabemos gran cosa, pero que tiene un importante papel en la historia de la salvación. Un papel que no es fácil ni brillante, pero que es grande porque se realiza en lo sencillo, en lo cotidiano. En primer lugar, san José se sitúa en el umbral de una puerta tan importante como es la que une el Antiguo y el Nuevo Testamento puesto que él es descendiente de David y esposo de María. Descendiente de David y por tanto miembro de una tradición y de una familia, igual que todos nosotros pertenecemos a una tradición y a una cultura diversa. Pero esposo y enamorado de la Madre de Jesús, que le entronca con el Nuevo Pueblo de Dios al que también nosotros pertenecemos. En segundo lugar, san José es el hombre que abre la puerta de su casa a la salvación. Me sobrecoge pensar que san José estuvo realmente enamorado de la Virgen María, con un amor tan profundo, y creyente, que fue capaz de respetarla y acogerla aunque no entendiera todo lo que ella decía y vivía. Un amor que le hizo acoger a Jesús como a un Hijo y reconocerle como Mesías, probablemente confiado y acogido en la fe de su esposa, aunque las circunstancias externas no ayudaran a ello. A veces me pregunto qué pensaría san José en aquella noche de Navidad, al ver por primera vez al Mesías al que Israel esperaba desde hace tantos siglos, naciendo en una situación de carestía, pobreza y sencillez. Pero san José es también el hombre que abre la puerta de su casa a los demás, a aquellos que vienen a adorar al Niño y, probablemente como él dudan al verlo envuelto en pañales y acostado en un pesebre. San José abre la puerta, y desde su discreción, sin decir apenas una palabra, ayuda a los demás a creer. Como dice un himno de la liturgia de las horas dinos tú, José, cómo se junta tener propicio a Dios y escaso el pan. En tercer lugar, san José es el hombre que cierra la puerta, para y cuidar así a este Salvador frágil que se le ha confiado. San José cierra la puerta a Herodes eligiendo una vía pacífica y humilde, como es la de la huida a Egipto. Cierra la puerta para proteger a la Virgen y a Jesús estableciéndose en un lugar humilde y escondido como Nazaret. Y así, san José protege y custodia el misterio de la Encarnación como nadie lo ha hecho jamás, porque en su corazón intuye que, en la debilidad de aquel niño que no se distingue demasiado de los demás, se esconde una grandeza y un misterio que un día se revelará como luz de las naciones. Personalmente, me impresiona imaginar así a san José, protegiendo a la fragilidad de la obra de Dios y colaborando con ella de la manera más sencilla posible, con su vida, con su amor y con su trabajo. Creo que en esta imagen esconde una llamada muy importante para nosotros, que nos sentimos llamados a entregar nuestra vida a un Dios que trabaja en la aparente fragilidad de un mundo cada vez más herido y más distante del sueño de la paz y la justicia. José con su testimonio sencillo y discreto, san José nos invita a proteger a esta Iglesia que se nos ha confiado, aceptando que es en ella donde Dios quiere hacerse presente en nuestro mundo”. San José nos recuerda que hoy es muy necesario el silencio. El ruido abunda por todas partes. Muchas personas comienzan el día preocupadas por la cantidad de tareas que tienen que hacer. El afán de sentirnos productivos termina ahogando el alma y enfermándonos. Durante estos días, el silencio se ha hecho presente en las Constelaciones. Muchos asuntos, nos han revelado los diferentes ejercicios, comienzan a fluir cuando la mente se acalla y el silencio tiene un asiento en nuestra vida. En la vida espiritual, enseña San Agustín, el ruido y las palabras disminuyen cuando Dios empieza a ser el centro de nuestra existencia; en la medida que Cristo crece, las palabras se hacen más cortas, más profundas y la charlatanería se vuelve innecesaria. En el silencio, José puede escuchar su corazón y darle orden a sus sentimientos. Aquello que es incomprensible y despierta dolor en el alma, sólo cuando es contemplado puede ser llevado a la Presencia de algo más grande y, allí ser comprendido, sanado, transformado en el punto de partida para algo nuevo. El silencio convierte a José en Maestro de vida interior; Él nos enseña como aprender a decirle Sí a Dios, cuando las cosas van en contravía de lo que esperábamos que fueran. El silencio asusta porque nos invita a entrar en contacto con nosotros mismos, ir al encuentro de aquellas partes nuestras que nos asustan pero, con las cuales es necesario vernos para poder comprendernos y acoger a Dios en nuestra vida. Cuando todo parece confuso, San José invita a silenciarnos, a ponernos en contacto con esa voz que, desde la confusión, el dolor y el desasosiego, quiere mostrarnos el camino que Dios quiere que recorramos y a través del cual podemos realizar nuestro Sí-mismo y el deseo más profundo del alma de vivir en comunión con Dios. En medio de las tentaciones, de la desesperanza, de las opiniones ajenas, de los entrampamientos emocionales es muy difícil acoger a Dios; sólo lo logramos cuando abrimos la puerta que nos lleva al silencio y a la contemplación. La palabrería enferma y el silencio sana. Donde nuestras palabras pueden convertirse en adulación, mentira, vanagloria y humillación, el silencio cura, transforma y bendice. José, ayúdanos a estar en silencio y, desde el silencio, contemplar y amar. Ama No, no te arrepientas de amar contra viento y marea, contra prudencia y cálculo, contra seguridad y egoísmo. Como Dios mismo ama. Si abrazas, no encadenes, si reprendes, no destruyas. No escatimes el tiempo, la ternura o las lágrimas. No aprisiones los recuerdos, no embrides las historias. Con libertad y afecto, ama; con incertidumbre y compromiso. Con el corazón en carne viva y las manos abiertas. Con la fecundidad de quien engendra esperanza en silencios, canciones y versos (José María Rodríguez Olaizola) Francisco Javier Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|