Joseph Campbell señala que, en algún momento de la vida, descubrimos que hemos estado viviendo un mito. Descubrir nuestro mito equivale, según la psicología profunda, a encontrar nuestra pasión, el fundamento de la vida y ser conscientes del estadio de vida en el que nos encontramos. La consciencia, sobre el mito que vivimos, permite que alcancemos la sabiduría. Actuamos con sabiduría cuando tenemos acceso a nuestro verdadero potencial. Una de las preguntas más importantes que el ser humano puede hacerse en la vida es: ¿Qué estoy buscando? La búsqueda mayor del ser humano consiste en encontrar su morada; es decir, el lugar donde el alma encuentra su plenitud y se expande. Jesús va caminando, se da la vuelta y ve que, dos discípulos de Juan, lo siguen, les pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos responden: Maestro, ¿dónde tienes tu morada? Poco a poco, Jesús ira mostrándonos que su morada está en la unión con Dios. “El Padre y Yo somos Uno”, nos dirá en varias ocasiones. Todos nacemos dentro del seno de una familia. Nuestra vida comienza en el lugar de hijos. La relación con los padres se rompe cuando, en lugar de agradecimiento, dedicamos nuestros esfuerzos a reprochar y a desear que los padres sean como nosotros queremos que sean. Las expectativas que creamos sobre la vida, sobre nuestros padres y, sobre los demás, se convierten en la muralla que nos alejan de los otros y, en consecuencia de nosotros mismos. Creer que las cosas serían mejor si se acomodaran a nuestros sueños, hace que perdamos nuestro lugar en la familia y, comencemos a vivir enajenados de nosotros mismos. Durante un tiempo, vivimos conectados con el mito familiar, intentándonos ganar o conservar un lugar en el sistema familiar. Lo anterior, hace que nos desconectemos de nuestro mito. Llega un momento, donde la necesidad de individuación se hace sentir y, ahí, es cuando descubrimos que, vivir nuestro mito personal es la verdadera tarea.
Juan Sinpiernas era un hombre que trabajaba como leñador. Un día, Juan compró una sierra eléctrica pensando que esto aligeraría mucho su trabajo. La idea hubiera sido muy feliz si él hubiera tenido la precaución de aprender a manejar primero la sierra, pero no lo hizo. Una mañana mientras trabajaba en el bosque, el aullido de un lobo hizo que el leñador se descuidara... La sierra eléctrica se deslizó entre sus manos, y Juan se accidentó, hiriéndose de gravedad en las dos piernas. Nada pudieron hacer los médicos para salvarlas, así que Juan Sinpiernas, como si fuera víctima de la profética determinación de su nombre, quedó definitivamente postrado en un sillón por el resto de su vida. Juan estuvo deprimido durante meses por el accidente y, después de un año, pareció que poco a poco empezaba a mejorar. No obstante, algo conspiró contra su recuperación psíquica e imprevistamente, Juan volvió a caer en una profunda e increíble depresión. Los médicos lo derivaron a psiquiatría. Juan Sinpiernas, después de una pequeña resistencia, hizo la consulta. El psiquiatra era amable y contenedor. Juan se sintió en confianza rápidamente y le contó sucintamente los hechos que derivaron en su estado de ánimo. El psiquiatra le dijo que comprendía su depresión. La pérdida de las piernas -dijo- era realmente un motivo muy genuino para su angustia. Es que no es eso, doctor, dijo Juan, mi depresión no tiene que ver con la pérdida de las piernas. No es la discapacidad lo que más me molesta. Lo que más me duele es el cambio que ha tenido la relación con mis amigos. El psiquiatra abrió los ojos y se quedó mirándolo, esperando que Juan Sinpiernas completara su idea. Antes del accidente mis amigos que me venían a buscar todos los viernes para ir a bailar. Una o dos veces a la semana nos reuníamos a chapotear en el río y hacer carreras a nado. Hasta días antes de mi operación algunos de los amigos salíamos los domingos de mañana a correr por la avenida costanera. Sin embargo, parece que por el sólo hecho de haber sufrido el accidente, no sólo he perdido las piernas, sino que he perdido además las ganas de mis amigos de compartir cosas conmigo. Ninguno de ellos me ha vuelto a invitar desde entonces. El psiquiatra lo miró y se sonrió... Le costaba creer que Juan Sinpiernas no estuviera entendiendo lo absurdo de su planteo.. No obstante, el psiquiatra decidió explicarle claramente lo que pasaba. Él sabía mejor que nadie que la mente tiene resortes tan especiales que pueden hacer que uno se vuelva incapaz de entender lo que es evidente y obvio. El psiquiatra le explicó a Juan Sinpiernas que sus amigos no lo estaban evitando por desamor o rechazo. Aunque fuera doloroso, el accidente había modificado la realidad. Le gustara o no, él ya no era el compañero de elección para hacer esas mismas cosas que antes compartían... Pero doctor, interrumpió Juan Sinpiernas, yo sé que puedo nadar, correr y hasta bailar. Por suerte, pude aprender a mejorar mi silla de ruedas y sé que nada de eso me está vedado... El doctor lo serenó y siguió su razonamiento: por supuesto que no había nada en contra de que él siguiera haciendo las mismas cosas, es más, era importantísimo que siguiera haciéndolas. Simplemente, era difícil seguir pretendiendo compartirlas con sus relaciones de entonces. El psiquiatra le explicó a Juan que en realidad él podía nadar, pero tenía que competir con quienes tenían su misma dificultad... que podía ir a bailar, pero en clubes y con otros a quienes también les faltara las piernas... podía salir a entrenarse por la costanera, pero debía aprender a hacerlo con otros discapacitados. Juan debía entender que sus amigos no estarían con él ahora como antes, porque ahora las condiciones entre él y ellos eran diferentes.... Ya no eran sus pares. Para poder hacer estas cosas que él deseaba hacer y otras más, era mejor acostumbrarse a hacerlo con sus iguales. Tenía, entonces, que dedicar su energía a fabricar nuevas relaciones con pares. Juan sintió que un velo se descorría dentro de su mente y esa sensación lo serenó. Es difícil explicarle cuanto le agradezco su ayuda, doctor, dijo Juan. Vine casi forzado por sus colegas pero ahora comprendo que tenían razón... He entendido su mensaje y le aseguro que seguiré sus consejos, doctor. Muchas gracias ha sido realmente útil venir a la consulta. Nuevas relaciones con pares, se repitió Juan para no olvidarlo. Y entonces, Juan Sinpiernas salió del consultorio del psiquiatra, y volvió a su casa... Y puso en condiciones su sierra eléctrica... Planeaba cortarles las piernas a algunos de sus amigos, y fabricar así.... algunos pares. ¿Por qué es tan importante la mitología en el desarrollo psíquico del ser humano? Nos dice Joseph Campbell que, independiente de la cultura, del lugar donde nacimos o del nivel de educación que tenemos, todos seguimos, desde la cuna, un proceso de crecimiento, maduración y desarrollo psicológico muy parecido. Durante un período de la vida, los seres humanos vivimos en un estado de dependencia psicológica. En esa etapa, buscamos quien nos ayude, quien nos dé amor, quien nos apoye, quien nos dé la oportunidad de mostrar nuestras habilidades. Nos cuesta asumir nuestras propias creencias y actuar por nosotros mismos. Es más fácil, en esta etapa, seguir los criterios y normas de otros que, atrevernos a vivir desde nuestro ser. Este período de la vida está marcado por la hipocresía. Como dice el Papa Francisco: “preferimos maquillar nuestras actitudes, nuestras opiniones, nuestros anhelos, antes que, atrevernos a ser nosotros mismos, a decir la verdad”. Después, la vida invita al ser humano a desplegar sus alas, levantar el vuelo y conectar con su propio potencial. En ese momento, descubrimos que la felicidad depende de nosotros y estamos invitados a compartirla con los demás, que estamos llamados a servir antes que, a ser servidos. La vida nos pide que nos convirtamos en padre y madre de nosotros mismos, que sigamos nuestra vocación y, de manera especial, que abandonemos la hipocresía, dejemos acomodarnos a las expectativas de los demás y caminemos en la verdad. En este paso, de la dependencia psicológica a la autonomía emocional o individuación, muchos se quedan a mitad de camino y toman la vía de la neurosis. Los neuróticos son personas atrapadas en la sumisión a la autoridad, el miedo al castigo, la rigidez mental, el reproche a los demás y la necesidad de aprobación. A través de la mitología, aprendemos cómo otros han alcanzado la individuación, la autonomía emocional. La mitología cumple tres funciones en la vida psíquica del ser humano. La primera función consiste en despertar en el individuo la consciencia de la existencia última del ser. No estamos arrojados en la existencia. Nuestra vida tiene un propósito. La tarea de las tareas consiste en, descubrir el sentido de nuestra vida y, para eso, tenemos que aprender a iluminar nuestra oscuridad y respetar los órdenes del amor y de la ayuda. Entrometernos en la vida de los demás, en su proceso de vida, sin su consentimiento, en lugar de ayuda, se convierte en intromisión, desorden, manipulación y abuso. Nadie puede intervenir en la consciencia del otro sin su consentimiento. Cuando esto sucede, estamos ante nuestra propia oscuridad. Dice Lao Tsé: “Si quieres despertar a la humanidad, despiértate a ti mismo. Si quieres eliminar el sufrimiento del mundo, elimina todo lo que es oscuro en ti mismo. En verdad, el mayor don que tienes para ofrecer a los demás es el de tu propia transformación”. La segunda función consiste en para aprender a acoger el misterio que somos con una actitud sagrada. Irrespetamos la vida cuando en lugar de amar, nos dedicamos a destruir y degradar a los demás. La obra de arte resplandece cuando en ella se puede ver que, su autor puso en ella su capacidad de amar. La tercera función de la mitología consiste en validar, conservar y mantener la unidad existencial en torno al propósito, a la vida, a la vocación y al compromiso social. La Sagrada Escritura, por ejemplo, nos dice que: Dios nos creó y nos llamó a un misión específica, de la libertad de nuestra respuesta va a depender que, la vida se realicé o se experimente como fracaso. Tomar la vida consiste en darle un significado y un sentido profundo. De la relación que Zeus tiene con Hera surgen los dioses. De la relación que un hombre y una mujer construyen nacen hijos que, guiados por el mito personal, hacen lo posible por realizar su vida, desarrollar su potencial y avanzar armoniosamente hacia su destino. En el caso del hijo o la hija que crea conflicto en las relaciones con los demás hermanos podemos ver, con claridad, como actúa el mito de Temis, la diosa de la justicia y las relaciones familiares. Según la mitología, Temis dirigía el orden natural de la unión entre un hombre y una mujer y los lazos familiares. Temis era la encargada de guiar a las personas por el buen camino, indicando cuáles eran los buenos hábitos y asegurándose de que todos cumpliesen las leyes. Se le consideraba generosa, afable y sabia. El hijo conflictivo intenta restaurar los lazos familiares, sólo que en lugar de hacerlo desde la sabiduría, lo hace desde la oscuridad del arquetipo. Cuando una persona se conecta con la oscuridad, hace todo lo contrario, a lo que la diosa representa. La persona que está atrapada por la oscuridad, no es consciente de sus acciones. En lugar de unión crea destrucción, en lugar de justicia trae injusticia y en lugar de bondad, compasión y misericordia, arrastra un haz de egoísmo, victimismo, superioridad y soberbia. Un guía ciego hace tropezar a todos. Solo la luz, nos guía por el camino. Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que esta me basta (San Ignacio de Loyola) Francisco Carmona
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