La experiencia religiosa, una vez que ocurre, tiene la facultad de dar origen o de cambiar nuestra estructura psicológica y dar forma a nuestra identidad. “Al bajar de la terraza de su casa, donde acababa de hacer la siesta, Nasrudín da un traspiés al pisar un escalón y rueda escaleras abajo. Pero ¿qué pasa?, le grita su mujer que, desde la cocina, ha oído el ruido de su caída. Nada importante, responde Nasrudín, poniéndose en pie como puede. Ha sido mi abrigo que se ha caído por la escalera ¿Tu abrigo?.. pero ¿y ese ruido? El ruido ha sido porque yo iba dentro.” “Al volver Jesús a la barca, el hombre que había estado endemoniado le rogó que lo dejara ir con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, con tus parientes, y cuéntales todo lo que el Señor te ha hecho, y cómo ha tenido compasión de ti. El hombre se fue, y comenzó a contar por los pueblos de Decápolis lo que Jesús había hecho por él; y todos se quedaron admirados” (Mc 5, 19-20) En el plano religioso, se llama numinosa a la experiencia que tiene un ser humano de la manifestación de Dios. “Yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hech 9, 3-6). En el plano psicológico, se llama iluminación a la experiencia que, a semejanza de la religiosa, viene, despierta la psique y la transforma. En el libro, el Poder del ahora, el autor comenta: “Una noche, no mucho después de cumplir veintinueve años y tras pasar por un periodo de ansiedad salpicada de depresión suicida, recibí una revelación que hizo que la mente hiciera una pausa: No puedo seguir viviendo conmigo mismo. Esto dio lugar a una pregunta, si no puedo vivir conmigo mismo, debe haber dos: el yo, y el mí mismo con el que yo no puedo vivir, Quizá, pensé, sólo uno de los dos es real”, en ese momento, dice un comentarista, Tolle experimentó una transformación espiritual que marcó el principio de su labor como consejero y maestro espiritual.
Tanto las experiencias religiosas como las psicológicas pueden atrapar al ser humano y, en lugar de transformar su vida, la pueden agobiar, oscurecer y, si nos descuidamos arrastrar hacia el abismo, la oscuridad, la enfermedad mental o la misma muerte. En Constelaciones Familiares, una mujer asiste porque siente unos deseos enormes de morir. Ella se siente absolutamente responsable de su madre quien, después de perder a un hermano en un accidente, se sume en una depresión muy fuerte. La consultante siente que tiene que estar todo el tiempo pendiente de su madre. Su esposo e hijo le reclaman constantemente. Cree que, si deja a la mamá al cuidado de su papá y demás hermanos comete una falta grave. Le pregunto: ¿cómo si desobedecieras a Dios? Y, con una sonrisa en los labios, responde: Sí, así es. Cuando tenemos una experiencia sobrecogedora e incomunicable sólo atinamos a decir: ¡Yo! A partir de ese instante, lo numinoso se convierte en nuestra identidad, en el núcleo de nuestra identidad. La divinidad puede ser confundida con nuestros complejos. Cuando esto sucede, nos confundimos y hacemos pasar por divino algo que sólo corresponde a nuestro desorden emocional y espiritual. Sólo que, al no atrevernos a diluir el sentimiento, en el que nos quedamos atrapados, tampoco logramos una visión real de las cosas, que nos permita salir del entrampamiento y, ahí sí, obedecer al verdadero Dios, al que nos invita a dejar las falsas imágenes y creencias que tenemos sobre Él para podernos encontrar con Él cara a cara y experimentar el verdadero amor divino. En psicología de la religión se insiste, una y otra vez, en examinar la estructura psicológica de quien cuenta una experiencia de encuentro con Dios y, en lugar de fluir en libertad, serenidad y congruencia, viven disociados, creyéndose mejor que los demás, aferrados a pensamientos fundamentalistas y dogmáticos y, de manera especial, proclamando mensajes contrarios al amor, la verdad, la belleza y la armonía. Una de las consecuencias de la experiencia numinosa, tanto en el plano religioso como en el psicológico, consiste en el olvido de sí que, experimenta en su interior la persona que la vive. De una forma u otra, la psique individual, a veces también la colectiva, intentan abandonar la identidad propia para asumir aquella que mejor corresponda con lo numinoso. Así, es como una persona puede sacrificarse por los demás, olvidarse de sus necesidades y proyectos con tal de sostener en la vida a quien desea morir. En determinados casos, vidas que parece animadas por el Espíritu hacia la entrega deberían ser examinadas, no sea que, en lugar de una actuación auténtica del Espíritu, se esté validando una psicosis o un desorden afectivo. La doctrina cristiana está llena de muchísima sabiduría. Da pesar la gran ignorancia que hay sobre nuestra tradición espiritual y mística. En tiempos, en que la teología de la liberación se exponía radicalmente, la experiencia mística era mirada con mucho recelo y hasta con sospecha. En determinados círculos, de cristianos progresistas, la mística tiene mala reputación, se le considera una práctica solipsista, narcisista y, una experiencia alejada del compromiso con los pobres y la justicia. Hoy, nadie duda de la importancia que tiene una experiencia saludable de Dios. Dice Willigis Jäger: “La palabra Dios, que siempre va unida a un representación de Dios, es un prototipo que nos puede servir para seguir trabajando sobre él. Ya va siendo hora que las personas revisen sus imágenes de Dios para que descubran lo que significan realmente” Una vez, que se ha tenido una experiencia numinosa, de la que se ha desprendido una determinada vocación o misión, conviene mirar con detenimiento el proceso interior y psicológico que se ha desencadenado en la persona que la ha vivido. Todo lo que es divino tiende a humanizar y divinizar. Lo que es ajeno a la divinidad tiende a enfermar, dogmatizar y hacer que las personas, en medio de su orgullo y soberbia, actúen ciegamente, no movidas por Dios sino por su deseo de vivir algo que, aunque se le pueda atribuir a Dios, en realidad corresponde a nuestra vulnerabilidad espiritual y psíquica. Al respecto, escribe Oscar Castro: “La elevación del hombre al proceso de divinización o deificación ha sido tratada con mucho cuidado y recelo en el cristianismo. O se sigue a Cristo por la fe, o se es Cristo en uno por Amor. La gnosis y sus gnosticismos probaron la transformación espiritual o pneumática del hombre, estando en gracia por la sabiduría divina vivida transformadoramente. Más no se ha comprendido aún con profundidad qué es la propuesta de la gnosis cristiana si no se vive la experiencia anagógica (Orígenes) de la unión con Dios. Vivir la transformación del hombre en Dios por la gracia ha sido el fundamento ecuménico en la patrística. Y, siendo o no influida por las iniciaciones mistéricas, el valor es el mismo que entra en el fundamento de la mística carmelitana. La vía unitiva es el Amor de Dios: ... Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber, que no hay facultad ni sciencia que le puedan emprender; quien se supiere vencer con un no saber sabiendo, irá siempre trascendiendo.... (San Juan de la Cruz)” Porque Tú lo has querido estoy aquí, Señor. En Tu nombre. No he venido yo; me has absorbido en la espiral de amor, que eres con todos. Nadie puede arrimarse a Ti sin que entero lo abraces, lo hagas Tuyo. Sin robarle nada, dándole todo. Del suelo a la cabeza soy regalo tuyo, espíritu que vuela y cuerpo que lo apresa. No puedes ya salirte de este mundo. Me inundaste [Rom 5, 5] y, empapado de Ti, te voy sembrando, y al tiempo que me siembro, como grano de trigo, en mis hermanos. No quiero quedar solo. Tu rostro buscaré, Señor. Hasta decirte ¡Padre! Pero sólo te encuentro, cuando, a todo lo que mana de Ti le digo: ¡hermano! (Ignacio Iglesias, sj) Francisco Javier Carmona
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