Escribe Willigis Jäger: “La persona verdadera es la persona-Dios, la que sabe que la dimensión divina forma parte de su Totalidad. La naturaleza de Dios es Una. En la Creación, lo Uno se divide en un número ilimitado de posibilidades. Lo Uno se manifiesta en lo múltiple, se dispersa en un sinfín de formas manifiestas, todas ellas relacionadas entre sí y, a la vez, manifestación completamente individual de lo Uno”. Una de las convicciones más profundas de la Fe es aquella donde se afirma: “En Dios mi ser encuentra descanso porque en Él puedo reconocerme a mí mismo. Con Dios, lo puedo todo; sin Dios, no soy nada”. En el momento, en el que se pierde la Fe o se deja de contar con ella para vivir también se pierde el rumbo hacia el propio ser, hacia la verdad de la vida, de la propia vida. ¿Cómo podemos alcanzar esa experiencia de autenticidad en nuestro ser? Joseph Otón escribe: “Podemos sucumbir ante un abatimiento crónico provocado por el ajetreo cotidiano. Las redes sociales, las expectativas de nuestro entorno, la tiranía de nuestra propia autoimagen… nos hacen sentir que sólo valemos si logramos determinados objetivos. Y cada vez estas metas resultan más inalcanzables y, por tanto, más frustrantes. Frente a este descalabro mental, necesitamos adrenalina, un placebo que nos narcotice para hacer más llevaderas las vicisitudes del día a día. Inmersos en una sociedad dominada por el desaliento necesitamos el contrapeso de la euforia. La música estridente, los encuentros deportivos, la polarización política, el delirio consumista, el frenesí hedonista… son recursos que nos rescatan, momentáneamente, del hastío existencial y nos elevan por encima de una realidad que no siempre nos resulta suficientemente atractiva. La fantasía y la emoción nos exaltan por encima de nuestra mediocridad. Vivimos nuestros minutos de gloria. Nos invade una alegría efímera que nos levanta para luego dejarnos caer. Se enciende un fogonazo que nos suele conducir a la decepción.
Y la espiritualidad no se libra de esta trampa. Los discípulos de Jesús también vivieron –o sufrieron– esta tentación. Esperaban un mesías victorioso que les resolviera la vida. La entrada triunfal en Jerusalén, el Domingo de Ramos, fue la eclosión de una euforia sin fundamento. Los acontecimientos se torcieron. El optimismo ingenuo dio paso a la consternación. Dejaron de ser populares y su misión había perdido el encanto. La deserción o el anonimato parecían la única salida. No obstante, cuando todo se oscurece, un simple destello nos puede llenar de entusiasmo. Cuando alguien, perdido en el desierto, encuentra una brújula, no canta victoria antes de tiempo. Prosigue su andadura sabiendo que ha recibido la orientación adecuada”. Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible. Por ese motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno. El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos y enseñanzas metafísicas. Después, el padre preguntó sobre el Brahmán al otro hijo, y éste se limitó a guardar silencio. Entonces el padre, dirigiéndose a este último, declaró: Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán. Maestro: la palabra es limitada y no puede nombrar lo innombrable. Tanto la Fe como la espiritualidad se logran vivir auténticamente dentro de una consciencia de Unidad. Separados de Dios no logramos nada, unidos a Él podemos alcanzarla la Vida. Lo más curioso es que, al hablar de espiritualidad y de Fe necesariamente tenemos que hablar, como lo dice la tradición espiritual, de unión sagrada, hierogamia. Alcanzamos una visión Total de las cosas y de nosotros mismos sólo cuando estamos unidos a Dios; separados de Dios sólo alcanzamos una visión parcial. En constelaciones familiares, he aprendido que, sólo tenemos una visión completa del destino de un ser humano, de una familia o de un colectivo cuando logramos contemplar a la Gran Alma que sostiene, dirige y acompaña todo. Con frecuencia, escuchó a los consultantes decir: “a veces siento que, por más que me esfuerzo, hay un plan divino donde mi vida también tiene que encajar, no somos una rueda suelta en el Universo” El misterio de la Encarnación de Dios, que no es propio de la tradición cristiana, se encuentra en Eurípides (410 a.C) cuando Dionisio, hijo de Zeus, dice: “Heme aquí, la forma de Dios mudada en humana. Tomé aspecto mortal, mudando mi figura en la de un ser humano”. Recordemos que Dionisio, en la mitología griega, es un Dios que sufre, que muere y resucita para facilitar a las personas la experiencia de lo inmortal, más allá del éxtasis y del olvido del Yo. A mi parecer, es sumamente bello, contemplar al Niño nacido en el pesebre como el portador de la esperanza divina; aquella que nos recuerda que, Dios y persona humana están unidas indisolublemente. Al distanciarnos de Dios, algo queda faltando en nuestra vida: el consuelo, el sentido de la vida, y la esperanza. La encarnación revela que, sólo se vive de una sola manera: siendo auténticos. En el relato de la Encarnación del Hijo de Dios, según la tradición judeocristiana, hay un aspecto que vale la pena considerar con atención. El anuncio del nacimiento del Hijo de Dios, según la Tradición Cristiana, ocurre, a diferencia de otros relatos, sin herir la Virginidad de María. Según la experiencia cristiana, la virginidad es una vocación al amor donde impulsos y afectos están ordenados en primer lugar a Dios. Según esta definición, la virginidad es una vida entregada al propósito de vida. Dios tiene la primacía sobre las demás relaciones que podamos llegar a establecer. Para María sólo hay un propósito: vivir su relación con Dios, su Fe, formando en el corazón de su Hijo los sentimientos profundos que lo condujeran a vivir y realizar su identidad profunda. De hecho, nunca reclamó para sí ningún tipo de privilegio y, por esa misma razón, siempre se definió a sí misma: “Esclava del Señor”. Su corazón nunca se apartó de este propósito. María se convierte en Madre y su corazón nunca se apartó del Espíritu de Dios que llenaba y daba sentido a su vida, a su vocación y a su misión. Una vez, que María termina la tarea de formar en la Fe a Jesús, nos toma como hijos suyos y, forma nuestro corazón para que siempre estemos dispuestos a servir a Dios en primer lugar. La Tradición la llama Madre de Jesús y, también, Madre nuestra. Las aguas del bautismo son las aguas que dan forma a nuestra identidad divina. Así como fuimos engendrados en las aguas del útero de nuestra madre también la Fe tiene sus propias aguas que nos acogen, nos alimentan, nos sostienen, nos permiten ser. La única forma de vivir auténticamente consiste en sentirnos estrechamente unidos a Dios. El matrimonio, por ejemplo, nos recuerda que, la +vida tiene mayor sentido cuando la vida, el ser y el destino se comparten con otro o con otros. En la sagrada Escritura, Dios siempre se presenta como Esposo. En el Profeta Oseas, por ejemplo, leemos: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y Tú conocerás a Dios” (Os 2, 21-22) Alcanzamos la autenticidad de nuestro ser y de nuestra vida cuando tomamos consciencia de que, en primer lugar, estamos llamados a realizar nuestra vida en el amor. Dice Willigis Jäger: “Todo amor es acceso y comienzo del camino a casa, a Dios”. No es lo mismo una vida centrada en el amor que, una vida donde se experimenta que el amor está ausente o que su presencia hiere profundamente. En el aislamiento, la persona sufre enormemente. En la comunión, podemos entregar lo que somos. Nos sentimos completos cuando amamos y vacíos cuando nos quedamos encerrados en nosotros mismos, contemplando morbosamente nuestras heridas y el dolor del pasado. El Espíritu acompaña a María y, con su fuerza, ella engendra al Hijo de Dios. Después de la muerte de Jesús, los discípulos no sólo quedan abatidos también pierden el rumbo de su existencia. A medida que pasan los días, el miedo crece y tiende a paralizarlos. Dice Joseph Otón: “En Pentecostés los discípulos experimentaron la fuerza que brota de lo profundo, de la convicción de haber sido testigos de algo auténtico. No era un espejismo colectivo, ni la embriaguez de la que se les acusaba. Hallaron un centro de gravedad, un punto de equilibrio que les permitía sortear los escollos de la vida sin zozobrar. Existía una ruta que no se dejaba constreñir por el tedio de lo rutinario. Había una esperanza que eludía la euforia de las expectativas. Estaban entusiasmados, es decir, literalmente se sentían inhabitados por el Espíritu de Dios”. Sólo hay una forma auténtica de vivir: conectados con nosotros mismos y bajo la guía del Espíritu Santo. Que el Señor nos acompañe al partir de este lugar. Que vaya delante de nosotros para iluminar el camino. Que camine a nuestro lado para ser siempre nuestro amigo. Que vaya detrás de nosotros para protegernos de cualquier daño. Que sus brazos cariñosos estén debajo de nosotros para sostenernos cuando el camino sea duro y estemos cansados. Que esté con nosotros para cuidar a todos los que amamos. Que viva en nuestro corazón para darnos su alegría y su paz. Padre bueno: Danos un corazón de POBRE; capaz de amar, para abrirse y entregarse. Danos un corazón PACIENTE; capaz de amar, viviendo esperanzados. Danos un corazón PACIFICO; capaz de amar, sembrando la paz en el mundo. Danos un corazón JUSTO; capaz de amar la justicia. Danos un corazón MISERICORDIOSO; capaz de amar, comprendiendo y perdonando. Danos un corazón SENSIBLE; capaz de amar, llorando sin desalientos. Danos un corazón PURO; capaz de amar, descubriendo a Dios en el ser humano. Danos un corazón FUERTE; capaz de amar, siendo fiel hasta la muerte. Danos tu corazón (rezandovoy) Francisco Javier Carmona
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