Los conflictos arrasan con la memoria. Los conflictos en la familia se agudizan cuando las personas, en lugar de agradecer, se dedican a reclamar, a reprochar y, en alguna medida, a buscar una justicia que nunca va a llegar. Muchos, se vuelven hacia los padres para reclamarles aquello que éstos no pudieron darles por limitación, por ignorancia o simplemente, porque no sabían cómo hacerlo. Llega un momento, en la vida de todo ser humano, donde se hace necesario desprenderse de los padres que llevamos en la mente para poder tomar, amar y aceptar a los padres que conviven con nosotros, que han pasado la vida haciendo lo posible por brindarnos protección y cuidado. cuando se convierten en padres, quieren deconstruir la paternidad e inventar algo nuevo. Así, es como evitan, a toda costa, poner límites a los hijos. Terminan exponiéndolos a experiencias y conocimientos; sobretodo sexuales, para los que los niños no están preparados. Hay ciertas cosas que, cuando se normalizan terminan en un dolor irreparable. Cuando viví en un barrio popular de la capital del país y trabajaba en un colegio de Fe y Alegría, un día, la directora de la escuela llamó para que atendiéramos una situación bastante difícil y compleja. Una familia del barrio, había enseñado a los hijos pequeños a manipular los genitales de sus padres. La consultante decía que, sus padres señalaban: “aprendan porque esto es lo que van a vivir cuando sean grandes”. Pues bien, esos niños, había normalizado la conducta sexual y, para el momento de la consulta, la hermana estaba embarazada del hermano.
En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo ¿Qué busca ese hombre?, le preguntó al diablo su amigo. Un trozo de verdad, contestó el diablo ¿Y eso no te inquieta?, volvió a preguntar el amigo. Ni lo más mínimo, respondió el diablo. Le permitiré que haga de ello una creencia religiosa. El alma de la familia es el cuidado y éste es nutrido por la lealtad, el respeto, el amor y el acompañamiento. Los padres son los primeros responsables de los hijos. Esta tarea hoy es delegada en las empleadas domésticas, en los aparatos tecnológicos, en las redes sociales. Es curioso que, la gente hoy presume de mucha libertad y, no sienten vergüenza de su falta de criterio y de carácter. Dejarse llevar por lo que hace la mayoría de las personas, sólo da cuenta de la inmadurez con la que se asume la vida propia. Quien no sabe qué hacer con su vida, difícilmente, sabrá como acompañar a otros. El que no conoce su corazón tampoco comprenderá el corazón y las experiencias de los demás. ¿Qué debemos cuidar? Dice Inés Ordoñez: “Nuestras propias divisiones internas nos engañan y seducen disfrazando las realidades para que sólo veamos lo que nos conviene”. Cuando se cuida con honestidad siempre habrá algo que nos haga poner límites. Donde no hay límites, hay abandono y, donde hay abandono, el terreno para el abuso está listo. Es curioso, los niños perciben la falta de límites y de autoridad como desamor. Allí, donde los padres no han podido tomar a los padres de carne y hueso, porque creen que los perfectos son los que llevan en su mente, la educación de los hijos se vuelve sombría por falta de criterios, de principios, de autoridad. Está bien respetar el proceso de cada hijo, pero esta mejor, acompañar, orientar, dar herramientas que siempre resultarán insuficientes y anticuadas mientras se aprende que, para el momento, eran las mejores. El alma crece y se expande cuando el amor se vuelve cuidado y quienes lo brindan están emocionalmente tranquilos consigo mismos, con su historia y con el sistema familiar del que provienen. A través del cuidado que los padres brindan a los niños, éstos aprenden a confiar en la vida y a construir relaciones sanas con los demás y con el entorno. Dice Joan Garriga: “Los hijos no atienden tanto a lo que los padres dicen sino a lo que los padres sienten y hacen: los hijos se hacen sensibles a su verdad. Entre otras cosas, porque la verdad de nuestros sentimientos puede ser negada o camuflada pero no puede ser eliminada, y por tanto actúa y se manifiesta en nuestro cuerpo. Nos constituye. Importa, por tanto, que trabajemos con nuestra verdad y la transformemos si es menester y genera sufrimiento en nosotros o en nuestros hijos”. La verdad, aquella que los padres desean ofrecer, consiste en primer lugar, en la liberar el propio corazón de lo que esclaviza y, en segundo lugar, en darse generosamente a la tarea de acompañar a los hijos en la conquista de su propio corazón”. Los padres que verdaderamente aman a sus hijos, se reconocen porque están trabajando sobre sí mismos y dando herramientas a sus hijos para que éstos construyan la vida siendo ellos mismos, no según la opinión ajena. Con el paso del tiempo, he podido comprender que, para los hijos es más importante la estabilidad emocional de sus padres que la satisfacción de sus necesidades básicas. Decía un consultante: “recuerdo más la angustia de mi madre, que las noches en las que nos acostamos sin poder comer” De nuevo, Garriga dice: “Cuando hay respeto y cooperación entre los padres, es rara la presencia de conflictos serios entre hermanos. Prevalece el amor y el respeto como un reflejo del modelo respetuoso y amoroso de relación entre los padres. Si vamos a los hermanos veremos, a menudo, que conflictos graves entre hermanos reproducen disputas y guerras graves entre los padres. La ecuación es simple: algunos hermanos toman el bando de uno, y otros hermanos el bando del otro. Y luchan y litigan con la mayor de las pasiones. Entonces el amor cooperativo, fraternal, puede tornarse en odio competitivo. Apenas advierten que odian y luchan en nombre de sus padres”. El conflicto entre hermanos tiene una dinámica poco conocida. Ingala Robl dice que, “los conflictos entre hermanos es un afán de tener o conquistar el amor de los padres”. En esta mirada, los hijos ven a los padres, los ven como omnipotentes, todopoderosos, tener su amor es algo semejante a llevar a “Dios en el corazón”. Lo anterior, significa algo parecido a “Si tengo a Dios en mi corazón” tengo la verdad y, por esta razón, tengo derecho a actuar sin pedir permiso, con plena autoridad y, si es necesario, pasando por alto la dignidad de los demás hermanos y el respeto, que cada uno de ellos merece, no sólo como miembros del mismo sistema familiar, sino también como seres humanos. En aquellas familias, donde los hermanos se hacen daño los unos a los otros, hay un afán de mostrarse ante los demás, incluso ante la sociedad, como un ser con cualidades morales superiores. Cuando se ha construido una base segura, las personas aprenden a confiar en la vida y en los demás. La base segura revela que los padres han estado conectados con el cuidado que, es el alma de la vida familiar. La verdadera confianza la podemos disfrutar en la justa medida, dice Joan Garriga. ¿Qué significa lo anterior? Que aprendemos a relacionarnos con los demás dentro del orden del amor llamado equilibrio. Recordemos que, lo fundamental no está en lo que los padres entregan sino en la estabilidad emocional con la que lo hacen. Los que atesoran, escatiman esfuerzos y ven como pueden tomar del otro sin dar nada a cambio no son humildes sino cobardes, no lograron reconocer la grandeza que había detrás de lo que los padres daban. Los que se encaraman en una imagen que, en lugar de mostrar su grandeza, enmascara el poco aprecio que tienen por sí mismos, van por la vida estropeando las relaciones y acrecentando el daño que llevan consigo mismos. Tomar con agradecimiento lo que los padres han dado, de modo completo o no, de manera consciente o no, amorosamente o no, sabiendo valorar el trigo y desprenderse de la cizaña, decidiendo crecer a partir del trigo y echando la cizaña al fuego, entonces podemos avanzar por la vida dejando, a un lado, la necesidad de reconocimiento por parte de los demás y, disponiendo el corazón para compartir y entregar a los demás aquel tesoro que la vida, a través de los padres, nos entregó para que, al darlo, comprendiéramos en qué consiste amar realmente. En el alma quedan las memorias de lo que se ha vivida y atravesado en el sistema familiar. Somos nosotros, cuando hemos conquistado cierta libertad interior. Somos nosotros los que finalmente decidimos qué podemos tomar, qué podemos transformar y de qué nos podemos desprender para vivir, no sólo según nuestras conveniencias, sino en resonancia y en conexión el Ser superior. En silencio, en lo escondido, se pelean las batallas más encarnizadas. Contra el espejo interior, que me reprocha sueños imposibles, afectos de piedra, proyectos sin fecha. Contra el mundo, que tantas veces me descoloca, exige de más o de menos, me provoca o seduce, me envuelve y aturde. Contra ti, Señor de lo escondido, palabra callada, promesa sin hora, presencia velada, distante cercanía que tan pronto brillas como te me ocultas. En el silencio, en lo escondido, peleamos tú y yo. A brazo partido, a puro misterio, a corazón abierto. Toda la vida es este combate (José María Rodríguez Olaizola sj) Francisco Carmona
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