Pocas personas, conocen el valor real que pagan, en la vida y en las relaciones, por seguir aferrados a las creencias nucleares del trauma, por convertir en una razón para vivir lo que, desde su fuente, es falso. En la Biblia se llama ídolos a aquellas imágenes que, para mantenerse vivas, nos quitan la vida a nosotros. Los ídolos están prohibidos porque son contrarios a Dios. Mientras el ídolo quita la vida e impide ser; Dios da la vida e invita a ser y crecer. Lo que nos resta capacidad para amar, para vivir, para celebrar y para compartir nunca va a provenir de Dios. El problema está en que, sabiendo lo que nos hace bien, la mayoría de las veces, escogemos lo que nos hace daño y empequeñece. Es curioso que, creamos encontrar mayor seguridad en el sufrimiento que en las cosas que nos conducen a la vida. Cuenta la leyenda que hubo una vez un gran samurái que vivía cerca de Tokio. Ya bastante viejo, se dedicaba a enseñar el arte zen a los jóvenes y, a pesar de su avanzada edad, se decía que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario. Una tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos apareció por allí. Quería derrotar al anciano samurái para aumentar así su fama. El viejo maestro aceptó el desafío. Entonces, el joven guerrero comenzó a insultarlo. Le tiró algunas piedras, escupió en su rostro, le gritó insultos y ofendió a sus ancestros... Durante horas hizo todo cuanto se le ocurría para provocarlo, pero el viejo samurái permaneció impasible. Al final del día, sintiéndose ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró. Los alumnos que estaban ahí, sorprendidos por lo sucedido, le preguntaron a su viejo maestro zen cómo había podido soportar tantas afrentas sin mover un sólo músculo. A lo que el maestro respondió, si alguien llega hasta ustedes con un presente, y ustedes no lo aceptan ¿A quién pertenece el presente? A quien intentó entregarlo, respondió uno de los discípulos. En efecto. Lo mismo vale para la injuria, la rabia, la calumnia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los traía consigo.
Los sentimientos de vulnerabilidad, impotencia, inferioridad e ineficacia tienen su asiento en las creencias nucleares del trauma. Dice Carolyne Hobbs: “Las creencias nucleares son como los conejos y los topos, viven debajo de la tierra y, por esa razón, no podemos verlas a simple vista. Las creencias nucleares viven en el fondo de nuestra psique; por eso, no tenemos ni la más mínima idea de su existencia”. Las creencias nucleares son, por decirlo de alguna forma, los responsables de nuestras reacciones y sentimientos inconscientes. Vivir sintiendo que algo está mal dentro de nosotros, termina ocasionando un sufrimiento inmenso en el alma y en el corazón. Con respecto a los sentimientos profundos, que reposan en nuestro corazón, como si se tratara de un tesoro muy apreciado, Benjamín Alejandro escribe: “Violencia, indiferencia, fronteras, desigualdad. ¿Acaso sé yo lo que esto significa? ¿Acaso comprendo yo lo que estas palabras afectan a mi vida? No lo sé; yo lo único que sé y entiendo es que el medio que me rodea me parece un tanto raro. El mundo de los adultos me resulta tan lejano e incompresible... Las palabras hieren y los golpes maltratan; pero ¿qué daño puedo hacer yo, si para mí todo sigue siendo un juego? Hoy mi vida es proyectada en un plano muy sencillo; el correr y gritar son signo de mi independencia que ante ti como adulto trato de imponer. Mi inferioridad en el saber me abre las puertas a experimentar parte de la inocencia que la sociedad de hoy, pobremente, me da la oportunidad de percibir. Mi diversión se plantea y realiza cada vez con más limitaciones, reducida muchas veces a un vínculo material, que sustituye el cariño del adulto que pudiera estar cerca de mí. Tengo mil escapes gracias a mi imaginación, la cual aún sigue siendo mi utensilio fundamental para poder crear el mundo en el que yo quiero vivir y en el que sólo si perseveras en conquistarme podrías entrar. Tú, adulto, con tus reglas e incomprensiones, en ocasiones, te vuelves el enemigo de mis sueños, sin embargo sin ti no podría alcanzarlos. Si grito, golpeo u ofendo es sólo una señal para poder decirte que me ames, que soy parte de ti y de tu vida, y que sólo por ti y contigo saldré adelante. Soy la mayor expresión de tu amor, ya que gracias a él estoy aquí viviendo y soy capaz de sonreír a pesar de las circunstancias que el mundo de hoy me obliga a enfrentar. Ámame, es lo único que necesito; quiéreme, que ese cariño es el más vital de mis alimentos. Probablemente no te puedo exigir que me comprendas, porque en mi simplicidad soy demasiado complejo. Recuerda siempre que algún día te encontraste en el lugar donde estoy yo y que a mí nadie me garantiza el poder llegar a ser quien tú eres. Soy sólo un niño o una niña con muchos sueños y fantasías, las cuales tengo gracias a ti. Soy fácil de amar y, sobre todo, soy una de las principales fuentes de amor en esta sociedad que poco a poco se seca por la indiferencia. Ser amado es lo único que exijo, ámame ya que gracias al amor puedo ser yo. Ámame, porque la más pura expresión del amor de Dios en la creación soy yo”. Nuestro cuerpo expresa los sentimientos que intentamos acallar o ignorar. No sucede lo mismo con las creencias, que guardamos en el corazón, acerca de nosotros mismos. Mientras que los sentimientos quieren verse liberados; por esa razón, se manifiestan, las creencias quieren permanecer, hacerse dueñas del corazón. Las creencias intentan, por todos los medios, hacerse creíbles. Ellas intentan mantener su lugar en nuestra vida aunque para lograrlo tengan que sacrificar nuestro bienestar, la sana percepción de nosotros mismos y la salud. Muchas personas prefieren morir antes que, abandonar una creencia sobre sí mismos. Hace un par de años, una mujer prefirió morir antes que, abandonar la creencia de que era un estorbo para la familia. Otros, han renunciado a sus sueños porque no se atreven a aceptar que estamos destinados a vivir nuestra propia vida en lugar de sacrificarnos por cuidar y pagar a los padres el sacrificio que han hecho por nosotros. Las creencias nucleares aparecen en nuestra vida para auxiliarnos en una situación que nos abruma emocionalmente. Escribe Carolyne Hobbs: “Cuando nos enfrentamos a un dolor, miedo, abuso, juicio, culpa o vergüenza abrumadores, una creencia nuclear vino a rescatarnos de aquello que nos confundía. Como nos faltaba la capacidad mental, de niños, para entender determinados problemas de los adultos, como la depresión, la ansiedad, la adicción o la baja autoestima, esas creencias le encontraron sentido a lo que nos atemorizaba”. Un niño viene con un regalo para su madre o padre, éstos están desprevenidos, absortos en sus asuntos, miran con desprecio al niño y lo gritan, éste se siente abrumado por lo que acaba de suceder, solo quería entregar un obsequio que él mismo había elaborado, entonces viene una creencia nuclear: “No te aman”. El niño parece haber comprendido; sin embargo, inició el largo camino del sufrimiento donde la creencia lo hará su prisionero. Por un momento, la creencia trae alivio. El Corazón ya tiene una razón que le explica porque los adultos rechazan los regalos, los llamados de atención y la invitación a jugar que el niño hace. Dice Carolyne: “Los niños, en ese estadio de desarrollo, se ven a sí mismos como el centro del universo”. De ahí que, las creencias que trajeron alivio, sean, las que más tarde, lo harán sentirse culpable del divorcio de sus padres, de la depresión, la adicción o la desaparición de alguno de ellos. Las mismas creencias le harán sentir al niño que hay algo malo en él y, por esa razón, no tiene el amor que desea. Cada vez que, el adulto intenta cambiar sus creencias, el Ego viene y lo hace sentir culpable y Sensible, lo atemoriza. La persona, la mayoría de las veces, no tiene más alternativa que abandonar el proceso para sentirse otra vez tranquilo. Al final, terminamos creyendo que todo es verdad y que el esfuerzo por sanar es una ilusión. Sin imponer, sin juzgar, sin segundas intenciones. Así te acercas, Jesús, al que más te necesita. Y a mí también. Dejas espacio, silencio, posibilidad. Para que sea Él -para que sea yo- Quien exponga su deseo, mi necesidad, mi anhelo. Sin prisas, sin condiciones, sin exigencias. Así, Jesús, perdonas, curas, sanas. ¿Me lo creeré alguna vez? ¿Aprenderé tu modo de acercarse, de dejar espacio, de perdonar, de curar y de sanar? (Óscar Cala sj) Francisco Carmona
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