En varios pasajes del evangelio se narra que, Jesús ha tenido que atravesar grandes distancias para encontrarse, por ejemplo, con Zaqueo, la viuda que llora a su hijo, la mujer desesperada por el demonio que posee a su hija, etc. Llama profundamente la atención la forma como el evangelio describe la reacción emocional de Jesús cuando se produce el encuentro y lo que hace su corazón a continuación. En el caso de Zaqueo, Jesús levanta la mirada, le asombra ver a un hombre de baja estatura encima del sicomoro, a continuación dice: ¡Baja pronto que, hoy, tengo que hospedarme en tu casa!. En el caso, de la viuda de Naím, Jesús se compadece y le dice: ¡No llores más! En el caso de la sirofenicia, la reacción es más fuerte: “¡no esta bien dar el pan de los hijos a los perros!” y, después le dice: ¡Vete en paz! Lo que sale del corazón de Jesús está en consonancia con la compasión que guarda y custodia en su interior. ¿Qué suscitan en el corazón los encuentros y reacciones de Jesús? El mulá Nasrudín iba vestido con una túnica harapienta y sucia. El gobernante lo increpó: ¿Cómo te atreves a presentarte ante mí en ese estado de suciedad? ¿Es que no te da vergüenza? Siempre estoy relativamente limpio, contestó Nasrudín. En mi alforja guardo otra túnica y me la pondré cuando la que visto ahora esté más sucia que ésta. Pero ¿cuándo las lavas? Nunca. Cada vez que la túnica que estoy usando está más sucia que la llevo en mi alforja, me la cambio. ¡Siempre estoy relativamente limpio!
Muchos de nosotros, para poder ver a Jesús, tenemos que enfrentar las siguientes dificultades. En primer lugar, nuestra estatura. Hace años, una persona cercana solía repetir: las personas grandes tienen problemas grandes; las personas pequeñas tienen problemas pequeños. Pues bien, las personas pequeñas son aquellas que se ofenden por todo, lo que escuchan se lo toman como un ataque u ofensa personal. Quien vive tan centrado en sí mismo, difícilmente, permite que Jesús lo vea y, lógicamente, que él pueda ver a Jesús. Zaqueo, a pesar de su baja estatura, estaba dispuesto dejarse ver. La segunda dificultad está en el lugar donde buscamos refugio. Zaqueo busca refugio en el sicomoro. Dicen que el fruto del sicomoro carece de buen sabor, pero quita el hambre. En otras palabras, es mejor esto que nada. Zaqueo sabe que el dinero mal habido lo aleja de sí mismo, la incapacidad para conectar con su centro profundo hace que considere que ese dinero, que aunque se mal habido, es mejor que nada. El conformismo con la vida que se lleva es un serio obstáculo para el camino espiritual. La tercera dificultad proviene de aquello que está en el centro de la vida, el árbol donde estamos montados. El sicomoro es un árbol pequeño. De ahí, que sea llamativo ver a Zaqueo montado en él. ¿Qué dificultades tenemos que enfrentar para ver a Jesús y dejarnos ver por Él? En segundo lugar, para ser vistos por Jesús tenemos que decidirnos a vencer los obstáculos sin importarle la humillación, la vergüenza, la mirada murmurante de los vecinos. Inés Ordoñez escribe: “Zaqueo, que era un hombre conocido e importante, no reparo en hacer un acto que lo puso en ridículo frente a los demás. ¡Imposible dejar de mirar a un hombre subido a un árbol! En algunas ocasiones, la necesidad de conservar la imagen termina imponiéndose sobre el deseo de entrar en relación con Jesús. Seguramente Zaqueo tuvo la tentación de bajarse del árbol y volver a las seguridades de antes, la que le proporcionaba el trabajo, dinero, el miedo de la gente, etc. Solo la fidelidad al deseo de ver a Jesús y dejarse ver por Él, nos da la fuerza necesaria para vencer los obstáculos. Sabemos que deseamos ver a Jesús y ser vistos por Él, pero no sabemos que puede suceder después. Es posible que, Zaqueo nunca llegará a imaginar que Jesús viniera a hospedarse en su casa. Sólo necesitamos mantenernos firmes en el deseo, en la intención, para que puedan suceder otras cosas, también propias del encuentro con Jesús. La providencia de Dios se manifiesta en la capacidad de permanecer firmes en la decisión de ver a Jesús, de permitir que Él venga a nuestro encuentro y, nos encuentre dispuestos para vivir lo que anhelamos. Inés Ordoñez dice: “Zaqueo subió rápidamente al árbol. También le tocó bajar rápido. Jesús, lo miró, lo nombró… y en su corazón estalló el amor. Su decisión y constancia le regalaron la mirada del Señor, la experiencia entrañable de sentirse conocido y amado, llamado por su nombre”. Nosotros vencemos los obstáculos que nos corresponde vencer para llegar a Jesús y, Jesús vence los obstáculos que hay en nuestro corazón para acogerlo y dejarse transformar por Él. Jesús es capaz de atravesar nuestro corazón. Él vence nuestras resistencias a llenar la vida de sentido, a amar y dejarnos amar realmente por Dios. Jesús nos invita a bajarnos rápidamente del árbol donde nos subimos para ser vistos. El encuentro con Jesús se da en la reciprocidad, nunca en la desigualdad. El corazón debe disponerse porque el trato con Jesús ocurre en la fraternidad. El corazón se ordena y reorienta cuando acoge a Jesús. Zaqueo, al verse sentado en la mesa con Jesús, experimenta lo mismo que los discípulos de Emaús, su corazón arde y, de inmediato, surge el deseo de hacer las cosas diferentes. Sin la disposición a actuar diferente, el encuentro con Jesús puede resultar vacío. De hecho, muchos se marcharon ante la exigencia de Jesús de abrir su corazón y aceptar sus palabras. La dureza de corazón se convierte en el mayor obstáculo para la transformación de la vida. Cuando el corazón se abre y acoge a Jesús, la transformación y el cambio de vida ocurren. Cuando bajamos del árbol, del lugar donde buscamos refugio, sucede exactamente, lo mismo que en el corazón de Zaqueo. La mayor alegría que el corazón puede experimentar está relacionada con la acogida de Jesús. Cuando Zaqueo escucha: ¡Bájate pronto, hoy, tengo que hospedarme en tu casa! En cuestión de segundos, todo cambia de sentido. Ahora, el corazón que había estado aferrado a la riqueza como fuente de la que brotaba la vida, se veía desplazada por la alegría de ver a Jesús entrando por la puerta de la casa. En este instante, la vida se resignificó, se ordenó y orientó hacia Dios. Ahora, ya no entraban los amigos del dinero obtenido fraudulentamente. Si lo hacían, ya no era para pactar negocios o repartir ganancias sino para compartir la vida misma con Jesús. Cuando Jesús entra en la casa de Zaqueo y se sienta a su mesa, un valor desconocido para Zaqueo sale a flote: ¡voy a devolver lo que he robado y a compartir la riqueza con quienes no la tienen! La presencia de Jesús devuelve al corazón la vida que había perdido. Ahora, el corazón está al servicio de este dulce encuentro. Nadie está solo, aunque a veces lo parece, y te sientes herido, o se te rompe la entraña. Si se te pierde la risa, y se te callan los versos. Aunque te duela la historia y te amenace el presente, se te atraviesen los miedos o se oscurezca el futuro…Es verdad que sí, que hay días grises, en que el silencio atormenta, y oprime. Hay momentos en que la distancia es nostalgia y ausencia. Hay abrazos extraviados esperando un encuentro. Hay miedos que anuncian naufragios y derrotas que parecen finales. Pero nadie está solo, aunque a veces lo parezca. Tu Palabra no se marcha y Tu espíritu nos une, fluye, infatigable, entre nosotros. Despertando el Amor dormido, vistiéndose de servicio, llamándonos prójimos, y trenzando, en nuestros días, inesperados afectos que se convierten en hogar. Aunque hoy nos llueva dentro (José María Rodríguez Olaizola sj) Francisco Javier Carmona
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