En la serie los elegidos, hay un padre que cuida de su única hija. La madre ha muerto desde que ella estaba muy pequeña. La ausencia de la madre golpeaba duramente el corazón de la niña perturbándolo seriamente. Cada vez que, el dolor tocaba las puertas del alma y del corazón, el padre recitaba a la niña las palabras del profeta Isaías: “Y ahora, así te habla Yahvé, que te ha creado, Jacob, o que te ha formado, Israel. No temas, porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Si atraviesas el río, yo estaré contigo y no te arrastrará la corriente. Si pasas por medio de las llamas, no te quemarás, ni siquiera te chamuscarás. Pues yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Para rescatarte, entregaría a Egipto, Etiopía y Saba, en lugar tuyo. Porque tú vales mucho a mis ojos, yo doy a cambio tuyo mi vida sí es necesario; por ti entregaría pueblos, porque te amo y eres importante para mí. No temas, pues, ya que yo estoy contigo”. El padre estaba preparando el corazón de la hija para que fuera capaz de abrirse al misterio más grande y profundo que puede albergar cualquier corazón sobre la faz de la tierra: el amor de Dios. El corazón es lo que está en el centro de la vida; de ahí, brota la vida psíquica, las decisiones, la fidelidad a la vocación y la entrega generosa. Cuando esta niña se convierte en mujer, vuelve a experimentar el dolor que produce la pérdida de un ser querido. El abandono se convierte en el centro vital y su espíritu, carácter, se vuelve agresivo, controlador, desconfiado. En el momento, que la oscuridad se apodera del corazón de María, la de Magdala, para distinguirla de María la de Nazareth, las personas la comienzan a llamar “endemoniada”. La convivencia con una persona que no controla sus impulsos, que no se responsabilidad de sus reacciones y actos, es bastante difícil.
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les contesta: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y le dice: ¡Rabboni!, que significa: ¡Maestro! Jesús le dice: Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro. María Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto” El evangelio nos recuerda que, María de Magdala se convirtió en seguidora, discípula, de Jesús, después de que Él, expulsara de su vida siete demonios. El padre con su oración había preparado el corazón de María para que, cuando llegase el momento, se acogiera al amor que la salvara del abandono, del dolor, de la necesidad de alejar a los demás de su vida porque así evitaba, una vez más, la separación, la pérdida y el sentimiento de abandono. En la serie, Nicodemo intenta expulsar, según él, los demonios que se apoderaron del alma de María. Después de intentarlo y fracasar, Nicodemo dice: “Solo Dios puede ayudar un alma tan poseída como ésta”. Dios nos libera de nuestras angustias, temores, debilidades y de la oscuridad recordándonos aquello que anuncio por boca del profeta Isaías: “Tu eres mío, si es necesario doy mi vida por Ti porque eres valioso a mis ojos y, también para mi corazón”. Sabernos del Señor, nos saca de la oscuridad. La espiritualidad católica presenta a María Magdalena como el prototipo del alma que, una vez que descubre el amor verdadero y se entrega a él, no sólo alcanza la fidelidad sino que también se sana de todo aquello que la angustia, la encadena, la tiraniza o la mantiene en el exilio, sin contacto consigo misma. El alma que ama es presentada por el cantar de los cantares de la siguiente forma: “Así dice la esposa: En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: ¿Visteis al amor de mi alma? Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma” (Cantar de los cantares 3, 1-4). Cuando el alma anda angustiada es porque perdió la conexión con el amor de su vida, con lo que está al centro de su existencia, con el corazón. Al respecto, Gloria Díaz escribe: “Cuando crees haber perdido el camino que estaba dando sentido a tu vida y de pronto aparece la señal que te da ese respiro y te impulsa a seguir; cuando el horizonte que esperaba anhelante tu llegada se confunde con el mismo azul del cielo desorientando el rumbo, y de pronto, sin esperarlo, en medio de la noche, conseguimos vislumbrar aquel faro –con su lenguaje particular–; cuando el amor con el que cuentas se torna aparente sin saber cómo ni por qué y de pronto, en medio de la desesperanza descubres que lo aparente era solo tu forma de mirar… Entonces resurrección es abrazar esa señal, esa luz, o incluso la propia fragilidad que, por vulnerable, nos acerca más a lo eterno… Resurrección es entonces abrazar de nuevo aquello que te da la vida, que te hace volver a sonreír… y contarlo. Es abrazarte en el encuentro con los otros. Pero sobre todo –o también– es abrazar al Señor de la Vida presente en cada señal, en cada faro, en cada fragilidad, asumiendo además la impotencia de no poder retener ese abrazo”. Nuestro corazón está diseñado para amar. Pero, como enseña la espiritualidad, un corazón herido termina confundiéndose a la hora de dar y recibir amor. Las heridas emocionales dan lugar al caos en nuestro interior y, con él, a la oscuridad. Un corazón que transita por la oscuridad tiene enormes dificultades para reconocer cuando ama y cuando maltrata, cuando acompaña y cuando juzga, cuando se entrega y cuando busca su propio interés y querer. Un corazón desordenado, profundamente lastimado, en lugar de servir a Dios, se hace escudero del mal y del sufrimiento. Todo gramo de dolor que ponemos, en las relaciones con los demás, las vuelven pesadas y sumamente difíciles. Estamos invitados a volver a nuestro centro, a conectar con lo fundamental. Nadie se cura soñando sino regresando al lugar donde el amor se hizo encuentro y donde la vida se hace experiencia de Dios. María sale del dolor que produce la perdida y el abandono cuando vuelve a lo esencial: a la promesa de Dios que, una y otra vez nos dice: “Te llamo por tu Nombre porque te amo, porque eres mío, porque tu nombre está tatuado en mi corazón y en la palma de mi mano, nunca me olvido de Ti y, para que sepas cuanto te amo, estoy dispuesto a entregar mi vida por Ti”. El amor de Dios es el bálsamo que nuestras heridas necesitan que sea derramado sobre ellas. Cuántas energías buscando el aplauso que, al terminar me deja vacío. Años de esfuerzo para lograr títulos, que no cambian nada lo que soy. Desvelos para preparar un proyecto, pasa el proyecto, y siguen los desvelos. Cuánto trabajo modelando una imagen, que no es más que fachada. Nada, al final todo queda en nada y, en mí crece el vacío. Tú sigues paciente, esperando, con esa ternura sonriente. Solo Tú, lo repito pero ¿lo creo? Solo en Ti, lo aprendí pero ¿lo vivo? Tendrá que derrumbarse todo, hasta que solo queden escombros, para que te devuelva la mirada, para que no me quede otro asidero y vuelva a ser aquel niño indefenso, que no puede hacer nada, sólo llorar y dejarse abrazar (Javi Montes, sj) Francisco Javier Carmona
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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