Donde hay un corazón aferrado a las heridas del pasado, también hay un corazón cerrado a la experiencia auténtica del amor. Podemos elegir vincularnos con los demás a partir del dolor, del reclamo, del reproche o, hacerlo desde el amor, la aceptación y la apertura. Riponche escribe: “El corazón abierto es la flor más bella de todas. La mayor belleza del mundo es la compasión; el amor brillando libre de avaricia y apegos”. Un corazón ordenado afectivamente fluye. A medida que el corazón se abre, la compasión entra en él como rayos de sol irrumpiendo a través de las nubes. Todos necesitamos ser rescatados de la crítica, del juicio que desvaloriza, del afán de atribuirnos como un ataque personal lo que otros dicen o piensan. Necesitamos ser rescatados del miedo, la desvalorización, los sentimientos y creencias que nos alejan de los demás. Dice Carolyne Hobbs: “La compasión es el superhéroe que nos rescata de todo aquello que aprisiona el corazón y no lo deja ni ser ni fluir”. Al respecto, escribe Stefan Zweig: “Hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, no es más que impaciencia del corazón por librarse lo antes posible de la embarazosa conmoción que padece ante la desgracia ajena, esa compasión no es compasión, es tan solo apartar instintivamente el dolor ajeno del propio espíritu. La otra, la única que cuenta... la compasión no sentimental, pero creativa, sabe lo que quiere y está decidida a resistir, paciente y sufriente, hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá. Solo cuando se llega hasta el final, hasta el más extremo y amargo final, solo cuando se tiene la gran paciencia, se puede ayudar a las personas. Solo cuando uno se ha sacrificado al hacerlo, solo entonces somos compasivos”.
Una larga caravana de camellos avanzaba por el desierto hasta que llegó a un oasis y los hombres decidieron pasar allí la noche. Conductores y camellos estaban cansados y con ganas de dormir, pero cuando llegó el momento de atar a los animales, se dieron cuenta de que faltaba un poste. Todos los camellos estaban debidamente estacados excepto uno. Nadie quería pasar la noche en vela vigilando al animal pero, a la vez, tampoco querían perder el camello. Después de mucho pensar, uno de los hombres tuvo una buena idea. Fue hasta el camello, cogió las riendas y realizó todos los movimientos como si atara el animal a un poste imaginario. Después, el camello se sentó, convencido de que estaba fuertemente sujeto y todos se fueron a descansar. A la mañana siguiente, desataron a los camellos y los prepararon para continuar el viaje. Había un camello, sin embargo, que no quería ponerse en pie. Los conductores tiraron de él, pero el animal no quería moverse. Finalmente, uno de los hombres entendió el porqué de la obstinación del camello. Se puso de pie delante del poste de amarre imaginario y realizó todos los movimientos con que normalmente desataba la cuerda para soltar al animal. Inmediatamente después, el camello se puso en pie sin la menor vacilación, creyendo que ya estaba libre. Algunos dicen que, en el mundo existen dos tipos de personas: las inconscientes y las conscientes. Las primeras, se dedican a juzgar, a creerse por encima de los demás, todo el tiempo se sienten atacadas, descalifican y tratan como basura a quienes no están a la altura de sus expectativas. No tienen problema en difamar al otro. Las personas conscientes son compasivas, hacen esfuerzos por relacionarse dentro de límites sanos, respetan el proceso del otro, escuchan empáticamente y, entienden que, cada uno es responsable de sanar sus heridas. La espiritualidad auténtica es un despertar de consciencia. No se entiende que, una persona se diga espiritual y calumnie a los demás sin ningún reparo. El camino del aprendizaje de la compasión comprende tres etapas. La primera etapa consiste en aceptar la pérdida y el cambio. La segunda etapa consiste en aceptar que no somos los únicos que tienen dificultades. Existe una comunidad de personas que hacen lo posible por transformar el sufrimiento. La tercera etapa consiste en aprender, a no tomarse nada personal. Quien recorre generosamente las tres etapas no sólo aprende a relacionarse con los demás compasivamente sino que también aprende a mirar su vida, su camino, desde la compasión. Actuando de esa forma, entiende que todo lo vivido, es parte del proceso de salvación; es decir, de hacer que la vida tenga significado y sentido. Un corazón compasivo es un corazón abierto y lleno de vitalidad. Hablemos entonces, de cada una de las etapas de la compasión como el camino que nos libera de la prisión que cierne sobre nosotros la crítica, la necesidad de desvalorizar al otro para sentirnos mejor personas y el afán de atribuirnos todo lo que pasa como algo personal. Nos dice Carolyne Hobbs: “El corazón compasivo acepta que el sufrimiento es parte de la vida”. Lo anterior, nos recuerda que, nadie puede resistirse al dolor, sí podemos rendirnos ante él, pero no podemos hacer como si no existiera. En las personas que sufren fibromialgia he podido ver el siguiente patrón de conducta: “ante cualquier circunstancia tengo que mostrarme como un ser fuerte”. La compasión nos invita a aceptar lo inevitable y acogerlo humildemente. La compasión abraza nuestro Ego, lo acoge y lo transforma en aceptación. Nadie escapa a la pérdida. Nadie está obligado a permanecer en el desorden que crea la pérdida. Tenemos la posibilidad, con lo que queda después de la pérdida, de reconstruir la conexión con la vida. En una constelación de intención, vino una consultante a trabajar su estancamiento. A medida que la constelación avanzó fue revelándose la intención de la consultante de tomar el lugar de la madre en la muerte. La consultante no concebía una vida sin la presencia y compañía de la mamá. En su interior, la consultante decía: “prefiero morir primero yo”. Esta dinámica se conoce en constelaciones como “primero yo, antes que tú”. Pareciera un acto de amor y, sin embargo, es un acto de profunda soberbia. Nadie puede tomar el lugar del otro ante el destino. Ni siquiera Jesús. Cuando la consultante mira alrededor y ve el número de personas que hemos perdido a uno de los padres, se da cuenta que, hay dolores que son compartidos porque hacen parte de nuestra condición humana. Las cosas están en orden, cuando mueren primero los padres. Para entender el dolor como parte de la humanidad tenemos que aprender a escuchar al otro, a lo que sucede en su corazón. El que acepta su dolor acoge amorosamente el dolor del que encuentra en el camino. Por último, digamos que la compasión no se toma nada personal. Durante estos días, ha resonado fuertemente en mi corazón la siguiente expresión: “Tú no eres responsable de la herida que llevan en su corazón la esposa, los amigos, los compañeros o los consultantes. Solo eres responsable de tu herida”. A veces, las personas pretenden que, actuemos frente a ellas, como si nosotros fuéramos los responsables del dolor que han tenido que vivir. El autoconocimiento no puede convertirse en una excusa para herir a otros y aparentar inocencia ante nuestras reacciones descalificadoras de la vida o comportamiento de los demás. Cuando soltamos nuestras reacciones podemos pasar fácilmente de la ira a la compasión. Donde hay un dolor emocional muy intenso, una vergüenza, un afán de estar por encima de los demás, también hay un vacío enorme. La compasión llena el vacío que nos hace reaccionar desproporcionadamente. La compasión abre el corazón cerrado y lo dispone para el amor. En Constelaciones de salud y enfermedad, una mujer vino a trabajar la esclerosis. Era la tercera constelación que realizaba. Los médicos le habían dado un diagnóstico favorable de la evolución de la enfermedad. Fue curioso que, en medio de la constelación sonara una canción religiosa. Una expresión de la canción: “Solo basta una palabra para que las puertas de tu gracia y de tu amor se abran para mí y quede yo sana” fue la que nos permitió resolver la constelación. Le pregunte a la mujer: ¿Cuál es esa palabra capaz de abrir las puertas del amor y de la gracia? Mientras ella pensaba, recordé las palabras del centurión a Jesús: “No soy digno de que entres en mi casa, una palabra tuya bastará para sanarme”. La mujer dijo: “Me amo como soy porque así me amó Dios y se entregó por mí”. Donde hay compasión, el corazón puede experimentar de una manera diferente el amor. ¿Quién regará las posibilidades, si se seca la imaginación? ¿Quién anunciará el baile si perdemos las ganas de vivir? ¿Quién tocará la música que nadie compone? ¿Cuándo habrá tiempo para el amor verdadero? ¿Dónde habitará la justicia, sí en nuestra tierra campa la fuerza? ¿Cómo escuchar a un Dios silenciado? ¿Quién reavivará tanta compasión adormecida? ¿Cuándo saldremos de la celda? La puerta está abierta. Es hora de que los soñadores silencien a los falsos profetas. Hay que volver a danzar, trenzando a nuestro paso guirnaldas de verdad desnuda. Que el cantor se quite la mordaza y la prudencia, que ha de encontrar la forma de gritar la buena noticia a todos, a cada uno. Es la hora del buen pastor. Es tu hora (José María Rodríguez Olaizola, sj)Francisco Carmona
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