La esclavitud es el simbolo que mejor define la realidad existencial en la que se encuentra atrapada una persona. Una persona, sin que sea su deseo, puede quedarse atrapada una parte importante de su vida o la vida entera en una experiencia de desvalorización, de maltrato, de humillación, de infidelidad, de traición, etc. La salvación es el simbolo que mejor define el gozo que produce salir de la esclavitud. Una vez que se produce el rompimiento de las cadenas que nos mantienen esclavos, es necesario ir al desierto, es decir, a la soledad, al espacio del ecnuentro consigo mismo, para que podamos sepultar los patrones de conducta destructivos que nos mantenían atados a las experiencias pasadas, como si ellas fueran nuestra verdadera identidad. El Señor nos conduce al Desierto para hablarnos al corazón. El profeta Oseas (2,14) lo expresa en los siguientes términos: “Yo la voy a enamorar: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón”. Un corazón que ha permanecido durante muchos años sometido a la esclavitud necesita reencontrarse con el amor que le haga reconocerse a sí mismo en su dignidad, en su verdadera condición, en su libertad. Sólo si escuchamos a Dios, en lugar de hacerlo, como se ha hecho durante muchos años, al dolor que nos esclaviza, podemos reencontrarnos con nosotros mismos y emprender el viaje hacia la tierra prometida, hacia experiencias nuevas donde ser no es solo una realidad sino una condición permanente para poder relacionarnos, para estar en comunión con Dios y con los demás.
Había una vez dos personajes en la ciudad de Bistam que se aborrecían mutuamente debido a una vieja rivalidad. Ambos, casualmente, querían estudiar los secretos del origen y el destino del hombre con el renombrado sabio Alí Beg, cuyo domicilio estaba en un lugar lejano de Persia. Pero Alí, antes de verlos, escribió a otro sabio, Ibn Hamza, que vivía cerca de Bistam, y le pidió que hablase con ellos en su nombre. Pero ambos rehusaron visitar a Ibn Hamza. El primer personaje dijo: Yo quiero la raíz, no la rama. El segundo dijo: Ibn Hamza es un don nadie. Entonces Ibn Hamza comenzó a esparcir rumores insultantes acerca de los dos postulantes a iluminados. Después de algunos meses, escuchando cuentos venenosos acerca de ellos por todas partes y habiéndolos seguido hasta su origen en Ibn Hamza, los dos aristócratas se sintieron ambos atacados, se reconciliaron y, unidos en su ira contra Ibn Hamza, fueron a verle llenos de furia. Descargaron su cólera en Ibn Hamza, olvidando completamente todos los consejos de sabiduría que habían escuchado a lo largo de sus vidas. ¿Sabes por qué hemos venido a verte, mísero despreciable? – gritaron tan pronto llegaron a la presencia de Ibn Hamza. Sí, lo sé – contestó Ibn Hamza -, habéis venido: Primero, porque Alí Beg quería demostraros lo superficiales que eran vuestros profundos sentimientos de enemistad mutua. Segundo, porque era necesario que mostraseis que vuestros sentimientos superficiales podían ser manipulados fácilmente para haceros venir aquí, a pesar de que individualmente al principio habíais decidido no hacerlo. Tercero, porque, aunque desobedientes a las órdenes de Alí Beg, se os podía demostrar que ciertos deseos deben ser llevados a cabo. Cuarto, estáis aquí de modo que otras personas presentes en este momento puedan aprender, y vosotros podáis ser sus maestros inconscientes en esta transacción. Quinto, porque ambos, Alí Beg y yo, teníamos la necesidad de mostrar a la ingrata población local, saturada de suspicacias y deleitada en esparcir rumores tales como los que yo inicié acerca de vosotros dos, que nosotros, hombres de corazón, no somos sus víctimas inevitables, sino que también sabemos emplear sus acciones dañinas contra su misma malicia. Sexto, vosotros estáis aquí porque, como consecuencia de los anteriores acontecimientos, hechos y explicaciones, existe la posibilidad de transformar una picadura en remedio, y un arma en un instrumento valioso. La peregrinación es la condición permanente del corazón que se atreve a salir de la esclavitud. Después de haber sido esclavos en Egipto, el Pueblo de Israel estuvo cuarenta años peregrinando por el desierto. Esto es, dándole orden a su vida interior, dejando morir los patrones destructivos de conducta, abriendo el corazón a nuevas experiencias y, sobre todo, creciendo en el conocimiento de Dios. El pueblo de Israel no conocía al Dios que les dio la libertad, que los conducía, que los acompañaba de día y de noche y, que guardaba que sus pasos no se extraviaran; además, nunca habían visto a un Dios, que fuera tan leal y fiel como su Dios. Hablar de peregrinación es, hacer referencia al trabajo interior. Como dicen por ahí: “El viaje hacia el interior nunca termina”. A medida que avanzamos, van apareciendo los enemigos, los demonios, los asaltantes, etc. Salimos airosos porque El Señor es quien nos acompaña y guía. Hay un detalle muy curioso cuando se estudia la vida del corazón. Por un lado, el corazón se resiste a abandonar el pasado, el dolor. Sabe que su destino no está ahí y, sin embargo, se mantiene firme, lucha por no salir y conocer la novedad que hay en una vida libre de cualquier tipo de esclavitud. Por otro lado, el corazón está invitado a la resistencia. Santa Catalina de Siena dice: “Nada realmente valioso se alcanza sin resistencia”; es decir que, si queremos crecer y permanecer fieles a Dios, no podemos abandonar el camino ante el primer obstáculo. Cada vez que abandonamos nuestro deseo de avanzar, de ir hacia la verdad de nosotros mismos, ralentizamos nuestro progreso. Es inevitable que, en determinados momentos, perdamos el foco de atención y nos desviemos hacia lo que, en lugar de acercarnos a nuestro propósito, termina alejándonos de él. Moisés tuvo que lidiar muchas veces con la terquedad de su pueblo. Los israelitas apenas se sentían abandonados, de inmediato, corrían y hacían la estatua de un becerro de oro. Según la tradición de ese entonces, el toro poseía la vida eterna. En su interior se decía: Si Dios está en medio de nosotros, ninguno experimentará la muerte. Buscaban a Dios, en las representaciones, pero olvidaban buscarlo en el interior, en los movimientos del corazón y del alma. Para el corazón débil, la confianza es una empresa muy grande. Los corazones temerosos prefieren tener el control antes que, atreverse a confiar. Sin embargo, a Dios sólo se le experimenta y encuentra en la confianza. La incertidumbre revela que nuestra confianza está puesta en un lugar ajeno a Dios. El corazón supera su estado de sobrevivencia cuando aprende, como dice la espiritualidad, a descansar en Dios. Escribe Joan Chittister: “Cuando nos agitamos en nuestra andadura por la vida, el esfuerzo que ello supone resulta ser excesivo para nosotros. Es aprender a descansar en los brazos del Creador lo que nos hace superar lo que, de otro modo, podría destruirnos”. Siempre la vida nos está proveyendo los recursos que necesitamos para avanzar, crecer, confiar y superar la dificultad. La vida nunca nos deja a merced del azar. Para crecer es necesario tener carácter, es decir, capacidad para afrontar la dificultad y, mantenernos firmes en la decisión; sobre todo, cuando a nuestro alrededor, hay voces que nos hacen dudar. No hay que soportar lo que no está en consonancia con la vida, con el destino, con el propósito de ser mejores seres humanos. En cambio, hay que soportar, mantenernos firmes, sin retroceder ante todo aquello que nos intenta separar de la verdad de nuestro ser, de nuestra alma y de nuestro corazón. Ir en contra de lo que Dios quiere que sea nuestra vida nos pone en peligro. La muerte acecha con más facilidad a quien no tiene claro el propósito de su vida o perdió el amor por la existencia. Recordemos que, fuimos llamados a la vida y nuestra principal tarea consiste en vivir siendo nosotros mismos. La enfermedad mental o espiritual y la debilidad de carácter pueden arrastrarnos hacia los valles de sombra y de muerte; de ahí, la necesidad permanente de que nuestro corazón se mantenga en contacto con la Fuente de la cual brota la vida, su sentido y su plenitud. Cansarnos es una posibilidad, quedarnos sentados, a la vera del camino, puede resultar sumamente peligroso. El Señor siempre nos invita a caminar diciéndonos: “Toma, levántate y echa andar” A veces iré distraído, y a mi vera serás peregrino ignorado. Tú hazte notar. Puede que vaya sumido en fracasos, rumiando derrotas, lamentando golpes, arrastrando penas, sin ver el sol radiante, la vida que bulle, tu mano tendida. Tú toca mi hombro, e importúname. Acaso, perdido en palabras, no escuche tu voz desvelando lo escrito en el cielo, en la historia, en el acontecer de cada día. Tú grita. Quizás no te lo pida, no te abra la puerta, ni me dé cuenta del hambre que nos atenaza. Pero tú quédate. Tal vez, al conocerte, te quiera retener en mi casa, a mi mesa, apresando el instante. Tú te irás, de nuevo, dejando en mi pecho el fuego de mil hogueras, y la alegría de un reencuentro (José María R. Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
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