Con frecuencia encontramos corazones cansados de luchar consigo mismos. Cuando esto sucede, podemos decir que, el corazón ha estado buscando las respuestas a lo que sucede en su interior fuera de sí. El cansancio es consecuencia del fracaso que se experimenta. Nada de lo que se encuentra satisface realmente el corazón, tampoco calma sus anhelos y, menos aún, ofrece la respuesta adecuada a sus búsquedas. Cuando los desatinos hacen que el corazón se vea obligado a reconocer su impotencia e inutilidad, dicen los acompañantes espirituales, es porque Dios ha confundido el corazón para que realice la búsqueda en su interior. Al hacerlo, el corazón encuentra la vida en sí mismo. Escribe Jean Pierre de Caussade: “Convencido, entonces, de que por sí mismo no es más que una pura nada, y de que todo cuanto saque de su propio fondo sólo le servirá de perjuicio, se abandona del todo a Dios, para no tener nada más que a Él, y vivir sólo de Él y para Él. Desde ese momento, es Dios para el corazón una fuente de vida, no por ideas, luces y reflexiones, no por las ilusiones que pueden despertarse, sino por la eficacia y la realidad de las gracias que Dios derrama en él, aunque ocultas bajo apariencias encubiertas”. Dios actúa, a veces, de manera oculta para el corazón. Esto sucede, porque hay momentos, en los que el corazón antes que elegir a Dios, toma por dioses otras realidades y verdades que, lógicamente, no provienen del ser superior, que es el único capaz de colmar todos sus anhelos.
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros. Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo. Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, porque también las cebollas tienen su propio corazón, un piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquella un lapislázuli, la de más allá una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla! Pero, por una incomprensible razón, se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar. Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una: ¿Por qué no eres como eres por dentro? Y ellas le iban respondiendo: Me obligaron a ser así... me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran nada. Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo. En un mundo donde la racionalidad se ha vuelto excesiva, el cuidado del corazón se convirtió en un tema obligatorio. Sin el corazón, la razón se vuelve instrumental y analítica y pierde el contacto con la fuente de la sabiduría, de donde brota la vida auténtica y el sentido de pertenencia a la comunidad. Sin pertenencia, el corazón se siente desarraigado y amenazado en su vitalidad y existencia; de ahí que, Leonardo Boff invite a cuidar el corazón con las siguientes palabras: “Protege el corazón que es el centro biológico del cuerpo humano. Con sus pulsaciones riega con sangre todo el organismo haciendo que viva. No lo sobrecargues con demasiados alimentos grasos y bebidas alcohólicas. Cuida el corazón. Es nuestro centro psíquico. De él salen, como advirtió Jesús, todas las cosas buenas y malas. Compórtate de tal manera que tu corazón no necesite sobresaltarse ante riesgos y peligros. Mantenlo apaciguado con una vida serena y saludable. Vela tu corazón. El representa nuestra dimensión profunda. En él se manifiesta la conciencia que siempre nos acompaña, nos aconseja, nos advierte y también nos castiga. En el corazón brilla la chispa sagrada que produce en nosotros entusiasmo. Ese entusiasmo filológicamente significa tener un “Dios interior” que nos calienta e ilumina. El sentimiento profundo del corazón nos convence de que el absurdo nunca va a prevalecer sobre el sentido. Cultiva la sensibilidad, propia del corazón. No permitas que sea dominada por la razón funcional. Armonízala con ella. Por la sensibilidad sentimos el corazón del otro. A través de ella intuimos que también las montañas, los bosques y las selvas, los animales, el cielo estrellado y el mismo Dios tienen un corazón pulsante. Finalmente nos damos cuenta de que hay un solo inmenso corazón que late en todo el universo. Ama tu corazón. Es la sede del amor. El amor que produce la alegría del encuentro entre las personas que se quieren y que permite la fusión de cuerpos y mentes en una sola y misteriosa realidad. El amor que produce los milagros de la vida por la unión amorosa de los sexos y la entrega desinteresada, el cuidado de los más desvalidos, las relaciones sociales inclusivas, las artes, la música y el éxtasis místico que hace a la persona amada fundirse en el Amado. Ten un corazón compasivo que sabe salir de sí y ponerse en el lugar del otro para sufrir con él, cargar juntos con la cruz de la vida y también juntos celebrar la alegría. Abre el corazón a la caricia esencial. Es suave como una pluma que viene del infinito y, con el toque, nos hace percibir que somos hermanos y hermanas y que pertenecemos a la misma familia humana que habita en la misma Casa Común. Dispón el corazón para el cuidado, que hace al otro importante para ti. Él sana las heridas pasadas e impide las futuras. Quien ama, cuida y quien cuida, ama. Amolda el corazón a la ternura. Si quieres perpetuar el amor rodéalo de ternura y de gentileza. Purifica día a día el corazón para que las sombras, el resentimiento y el espíritu de venganza, que también anidan en el corazón, nunca se sobrepongan al bien querer, a la finura y al amor. Entonces, tu corazón latirá al ritmo del universo y encontrará reposo en el corazón del Misterio, la Fuente originaria de donde procede todo, que nosotros llamamos sencillamente Dios”. Cuidar el corazón significa: acostumbrarnos a vivir desde el interior. Sin vida interior, es difícil el contacto con el corazón. Cada vez, que el corazón siente el vacío también experimenta el llamado para salir al encuentro del amor que llena ese espacio donde la carencia comienza a llamar nuestra atención. Sentir el vacío, la carencia o la necesidad nunca puede considerarse como algo malo en sí. Al contrario, debe acogerse como el llamado natural de la vida para que el corazón recuerde que está en el exilio y que llega la hora de abandonarlo porque lo que hay allí, bajo ninguna circunstancia, representa a Dios, ni al amor que el corazón anhela. Donde la carencia se apodera del corazón, todo pierde sentido. Dios hace sentir al corazón nostalgia de su presencia, de su abrazo amoroso que, enciende el corazón y lo mantiene ardiendo. El Señor nos recuerda que su amor es el verdadero hogar del corazón. Cuando la carencia aparece es hora de regresar al encuentro profundo con nuestro ser. Recordemos que, donde esta el corazón también está nuestra atención. Cuando la atención se vuelve hacia Dios, el corazón empieza a comprender que, lejos de Dios sólo hay vacío, desasosiego y tristeza. Antes de caer en la desesperación, podemos volvernos hacia Dios y decir: Tú conoces mi corazón, tú lo formaste, eres el único que puede transformarme y sanar las heridas que hay en él. Dios mío, sólo en Ti puedo depositar mi confianza con la absoluta certeza de que no quedaré defraudado por Ti. Cuando el cansancio nos agobia y el dolor nos hace perder la esperanza, es hora de poner el corazón en los brazos de Dios y permitirnos descansar en él. Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados. Vengan A DESCANSAR EN MI. Cuando las dudas toquen a mi puerta, quiero descansar en tu corazón de Padre . Cuando me invada la tristeza, quiero descansar en tu corazón. Cuando me falten las fuerzas y sienta que ya no puedo más, quiero descansar en tu corazón. Cuando mi día se llene de oscuridad, quiero descansar en tu corazón. Cuando me falte el amor, quiero descansar en tu corazón. Cuando la rutina me atrape, quiero descansar en tu corazón. Cuando sienta que ya no puedo más, quiero descansar en tu corazón. Cuando todo vaya bien, quiero descansar en tu corazón. Quiero descansar en ti, en los días buenos para tomar fuerzas cuando vengan los días malos, porque en esos días es cuando más quiero descansar en tu Sagrado corazón Señor (Mirza Deras) Francisco Javier Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Haz clic y visita nuestro canal de podcast, podrás escuchar todos los episodios completos.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|