Ninguno de nosotros puede afirmar que paso por la infancia sin haber generado creencias sobre sí mismo, las relaciones, la vida y acerca de Dios. En lugar de negar la existencia de las creencias, es más sabio acogerlas, transformarlas, servirnos de su existencia para comprendernos mejor a nosotros mismos y a la historia de vida que, día a día, hemos intentado construir. Escribe Carolyne Hobbs: “Cuando nos hacemos conscientes de nuestras creencias nucleares y de nuestros sentimientos inconscientes, cuando somos testigos de ello y lo reconocemos en lugar de negarlo, nos daríamos cuenta que, la vida siempre nos ofrece nuevas posibilidades. El conflicto, el dolor y el miedo pasarían a ser fuerzas al servicio del destino, podríamos reescribir nuestra historia y dejaríamos de buscar cualquier amor”. Cuando nos hacemos conscientes de la historia que nos estamos contando, el dolor cede su lugar y deja, en cierta forma, de guiar nuestra vida y obstaculizar la realización de nuestro destino. Escribe Carolyne Hobbs: “La consciencia nos libera para que podamos responder con frescura a los desafíos de la vida. Una aceptación plena de lo que nos ha sucedido, de las creencias que nos han dominado, hace que la vitalidad, la alegría y la curiosidad propias de la infancia vuelvan a estar presentes en nuestra vida diaria”. Si para algo sirve volver a las experiencias primarias es para sanarnos. Quedarnos en el reproche de lo que sucedió, en el victimismo, es una victoria del Ego, nunca de la vida. Si algo necesitamos, es que la vida se revele como tal, aún en medio de lo que ha sido difícil. Para que el dolor deje de manifestarse a través de reclamos, adicciones y patrones de conducta autodestructivos es necesario acoger la historia como pasó y contársela a alguien que nos ayude a salir de la oscuridad en la que el alma se encuentra.
José, María y Jesús también tuvieron que sortear dificultades en la vida familiar. Una de ellas fue la perdida de Jesús en el Templo. Después de este incidente, Jesús regresa con sus padres a Nazareth y allí permanece bajo el cuidado de ellos. “Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años subieron a las fiestas según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; y, como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron, por fin, en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían quedaban desconcertados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo se quedaron extrañados, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! Él les contestó: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres (Lc 2, 41-52) En un taller de constelaciones, vino una mujer mayor porque sentía la necesidad de reconciliarse con su sistema familiar. En un momento, que por cierto no vi venir, la mujer terminó llamándome ateo por no creer en la reencarnación. Se me prendió la chispa y, le pregunté: ¿alguien de su familia ha muerto y su muerte ha sido negada, ocultada o rechazada? La respuesta inmediata fue: “¡nadie!” y añadió: “nunca le he guardada rabia a nadie”. De inmediato, uno de los representantes cae al suelo. La hija que la acompañaba, no contuvo las palabras y dijo: un sobrino se quitó la vida. De eso nadie habla. En este caso concreto, comprendí que, en el corazón de la abuela había un deseo escondido de volver a ver al nieto, de hacer algo por Él. Ante la realidad que había separado al nieto de la familia, sólo quedaba la esperanza de que fuera Dios quien lo devolviera a la vida. Para la señora la resurrección ocurría sólo en la gente buena. Según sus creencias, el nieto no había hecho algo que mereciera la resurrección; por eso, buscaba otra alternativa. Independiente de todos los errores doctrinales, hay que considerar la fuerza que tiene el dolor en nuestra alma, sobretodo, cuando nos empecinamos en negarlo o en corregir las circunstancias que lo ocasionaron, como si pudiéramos devolver la película y corregir el tiempo para que nada malo suceda. Hacernos conscientes de las historias que nos cuenta el Ego es fundamental para recuperar la armonía, la estabilidad, la paz y la serenidad interior. Nuestro corazón se inquieta enormemente y, puede volverse agresivo, cuando intentamos soluciones que sabemos, no son posibles. El Ego nos cuenta cosas maravillosas que, en lugar de sanarnos, terminan enfermándonos y haciendo que las relaciones con los demás se vuelvan difíciles y, sumamente dolorosas. Cuando aparecen las preguntas: ¿Qué pasa en tu corazón que deseas el regreso de aquel joven que se quitó la vida? El Ego ya no sabe qué hacer. Cuando ponemos freno o tatequieto al Ego estamos listos para volver a Nazareth, a la sencillez de la vida, a las profundidades del encuentro con nosotros mismos y con Dios. En la verdad, el corazón camina humilde y reconciliado. “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana y frente al hermano que se siente solo y desamparado. Inspíranos la palabra y el gesto oportuno.” Escribe Dolores Aleixandre: “Cada día aparece en los periódicos noticias de apariciones, imágenes que lloran con lágrimas de sangre, gente que habla de curaciones milagrosas o de visiones con mensajes celestiales. Suelo ser muy escéptica ante todo ello, encuentro demasiada austera mi fe, y el silencio de Dios me pesa como si fuera una ausencia”. A lo anterior, añado las noticias de personas que, gracias al consumo de algunas sustancias han logrado una conexión profunda con la divinidad que, les ha entregado dones, visiones y grandes trabajos para la humanidad. Cada día, veo el deseo de salir pronto de las dificultades para disfrutar de una vida exitosa. Una persona lloraba desconsoladamente porque, ahora, a sus 52 años, ya no tenía la belleza de los 25, ni el puesto de trabajo de los 30, ni la familia de siempre, ni los hijos de la etapa fecunda de la vida. A todos los reclamos añadía, perder todo, decía, es como si nunca lo hubiera merecido. La vida pasa y, duele aceptar que ya no somos lo que éramos antes. Decirle Sí a la mitad de la vida es algo difícil en esta época, queremos vivir muchos años, disfrutar y tener bienestar sin pagar el precio de los años. Muchos se enojan con Dios, regresan a los recuerdos de antaño, a los promesas incumplidas, a las oraciones que no dieron el fruto esperado. Hoy, curiosamente, hay una cantidad enorme de prejuicios hacia la religión y hacia la espiritualidad cristiana. Creemos que, podemos conquistar a Dios desde la intuición y prescindiendo de su Palabra, de su Revelación. Hasta ahora, no he visto una sola persona a la que el Evangelio, le haya hecho daño. No digo nada de ciertos predicadores. Pero el mensaje, como tal, a nadie le ha hecho daño. No cesan las preguntas: ¿por qué es tan lento y difícil el crecimiento humano? ¿Por qué se vuelven, a veces, tan pesadas las leyes del crecimiento interior y de la madurez espiritual? ¿Qué pasa en nuestro corazón que, deseando servir a Dios, humillamos, maltratamos y menospreciamos al otro? Dice Dolores Aleixandre: “Solo volver a Nazareth sosiega mis preguntas y se convierte en lugar de descanso para mis inquietudes” Continua diciéndonos Aleixandre: “En Nazareth podemos curar nuestras fiebres de eficacia, acallar las tentaciones de dominar el tiempo, soportar la monotonía de la cotidianidad, dejar a un lado la sensación y la impresión de que nada cambia en el mundo, puedo sumergirme en el silencio del encuentro y entender que, siempre hay noticias del Dios que da vida y saca de la esclavitud del Ego al prisionero y sana las heridas del enfermo y del que fue despojado de todo por los asaltadores que hay en el camino”. El Evangelio nos recuerda que, en Nazareth fue donde Jesús creció en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Ante tanto ruido, que desgarra el alma y, deja malherido el corazón, es hora de volver a los aprendizajes de Nazareth. Allí, nos espera María para formar y transformar nuestro corazón. De la mano de María podemos permanecer fuertes en la fe cuando la adversidad y el dolor oscurecen el alma y hacen temblar de temor al corazón. Habla la Vida, no en palabras ni versos, no en poemas ni cantos, no en susurro, no en grito. Habla, primero, al abrazar al herido y dar agua al sediento, al partirte un poco la espalda para cargar con los abatidos (¿quién, si no, tirará de ellos?) Habla la Vida, en el perdón sincero, en el respeto, en un amor de hermano, de amigo, de amante eterno en la mesa dispuesta para saciar al hambriento. Si la Vida calla, el poema, el grito, el canto… es verbo hueco. Pero si cantan las obras, si recita el gesto, si grita la vida, eso es evangelio (José María R. Olaizola, sj) Francisco Carmona
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