Hace algunos días, realizamos un taller de constelaciones familiares. Vino un hombre de avanzada edad, que manifestaba no conocer el amor a sus 70 años. “Nunca he sabido lo que es amar y ser amado”, dijo. Ha sido quizás, una de las constelaciones más difíciles que he realizado. Todo era difícil, nada se movía. El consultante estaba en una actitud totalmente escéptica. A cada pregunta respondía con un monosílabo: “¡no sé!”. Por un momento, llegué a pensar que estaba ante un paciente histérico, aquellos que van de un lado a otro destruyendo terapeutas y confirmando que, nada de lo que existe puede ayudarlos a superar el sufrimiento que tienen. Una persona en estas condiciones, es posible que haya experimentado un evento que, por la intensidad de la carga emocional que trajo consigo, hizo que el consultante prefiriera desconectarse de sus necesidades, de sus sentimientos y de los recuerdos como una forma de controlar el mundo. Cuando el sistema de conexión interna falla, nos dice la teoría del trauma, las personas tienden a retirarse del mundo social. Este hombre dejó de ejercer la medicina desde hace doce años, lleva separado quince años y vive totalmente solo desde hace once años. Perdió toda conexión con sus hijos y con los parientes más cercanos. Cuando esto sucede, las personas se refugian, en lo que se conoce como los sistemas de protección y desconexión internos, comienzan a utilizar estrategias de sobrevivencia que, les permitan sentir y creer que tienen controlado el dolor. Sin darnos cuenta, cuando nos desconectamos, creamos en nuestra psique, un lugar donde quedan exiliadas todas las cosas que pueden perturbar nuestra aparente tranquilidad: el miedo, la ira y la depresión, entre otras.
La forma como organizamos nuestro mundo interno, después de una experiencia muy intensa a nivel emocional, refleja la condición en la que se encuentra nuestra psique, nuestra alma y nuestro corazón después de lo que se vivió. Del orden que damos a nuestra psique, en el afán de reorganizarla, después de un evento profundamente doloroso, van a surgir los complejos, los trastornos de conducta, de alimentación, de la identidad o las enfermedades físicas. La forma como nos mostramos ante nosotros mismos y ante los demás, después de una experiencia emocional intensa, revela el orden que nuestra psique configuró para poder seguir viviendo; a veces, como si no hubiese pasada nada. Basta mirar. como vivimos el presente, para darnos cuenta, de cuál es la fuerza que está gobernando y dirigiendo nuestra vida. Juan trabajaba en una empresa hacia dos años. Era muy serio, dedicado y cumplido con sus obligaciones. Llegaba muy puntual, y estaba orgulloso de no haber recibido nunca ni una amonestación. Cierto día, buscó al gerente para hacerle una petición: Señor, trabajo en la empresa desde hace dos años con, bastante esmero, y estoy a gusto con mi puesto, pero siento que he sido dejado de lado. Mire, Femando ingresó en un puesto igual al mío hace sólo seis meses, y ya ha sido promovido a supervisor. ¡A ja!, contesto el gerente. Y, mostrando cierta preocupación, le dijo: Mientras resolvemos esto, quisiera me ayudes a resolver un problema. Quiero dar frutas para la sobremesa del almuerzo de hoy. Por favor, averigua si en la tienda de enfrente tienen frutas frescas. Juan se esmeró en cumplir con el encargo, y a los cinco minutos estaba de vuelta. Bien, ¿qué averiguaste? Señor, tienen naranjas a la venta. Y, ¿cuánto cuestan? ¡Ah!, no pregunté. Bien. ¿Viste si tenían suficientes naranjas para todo el personal?. Tampoco pregunté eso. ¿Hay alguna fruta que pueda sustituir a la naranja? No lo sé señor, pero creo…Bueno, siéntate un momento. El gerente cogió el teléfono e hizo llamar a Fernando. Cuando se presentó, le dio las mismas instrucciones que a Juan, y a los diez minutos estaba de vuelta. El gerente le preguntó: Bien Fernando, ¿qué noticias me tienes? Señor, serían naranjas, las suficientes para atender a todo el personal y si prefiere tienen plátanos, papayas, melones o mangos. La naranja está a 1,50 euros el kilo; el plátano a 2,20; el mango 2,30; la papaya y el melón a 1,80 euros el kilo. Me dicen que si la compra es por cantidades, nos dan un descuento del 10 %. Dejé separadas las naranjas, pero si usted escoge otra fruta, debo regresar para confirmar el pedido. Muchas gracias, Fernando. Espera un momento. Entonces se dirigió a Juan, que seguía allí: Juan, ¿qué me decías? Nada señor... eso es todo. Con su permiso. Nuestro consultante cerró el corazón para no volver a sufrir. Seguramente, se sintió cómodo durante un buen tiempo. Después, algo en él se despertó y le hizo sentir que, vivir de esta manera no tenía sentido. Cuando sucede algo doloroso, nuestra primera reacción es ponernos a la defensiva. Lo primero que bloquemos son nuestras necesidades y nuestra vulnerabilidad. De esta manera, evitamos que el dolor continúe y nos sigan lastimando. No queremos volver a sentirnos heridos, rechazados, abandonados, criticados, desvalorizados o manipulados. Una vez que, las relaciones fracasan, intentamos protegernos, creyendo que podemos olvidarnos de lo que nos hizo sufrir. Todo esto sólo es posible si cerramos el corazón. Una vez que cerramos el corazón, intentamos convencernos de que el amor no existe, que murió en la experiencia que nos causó dolor. La posibilidad de abrirse a una nueva relación o nuevo amor, que pueda ser considerado como verdadero, genera mucho temor e incertidumbre. Las experiencias pasadas se despiertan y, bloquean cualquier intento que represente un nuevo comienzo. Iniciar un nuevo acercamiento, puede generar muchas dudas acerca de sí mismo, de las relaciones y de la capacidad de entregarse generosamente a un nuevo amor, a una nueva experiencia. Cuando las personas que están en estas condiciones, quieren comenzar una nueva relación afectiva, las partes no integradas de las experiencias anteriores, las carencias y los sentimientos de insuficiencia, temor y depresión, entre otros, aparecen en el escenario, haciendo presión para que se retroceda en el intento. Mientras más tiempo nos esforcemos en mantener cerrado el corazón a nuevas experiencias de relación más fuertes se harán los mecanismos de sobrevivencia sustentados en la desconfianza, el auto-odio, la vergüenza, la negación y el conformismo. En estas condiciones, empezamos a comportarnos de manera bipolar: un día queremos y nos entregamos con pasión, al día siguiente, estamos llenos de dudas y temores de todo tipo. Los que están alrededor no comprenden y se sienten inseguros frente a nuestro modo de actuar. Dentro de este movimiento, la gente se esfuerza por ofrecer esperanza y, a la vez, comienzan a comportarse más inquietos, más sexuales, más perfectos, más afanados por querer ser aceptados por los demás. Todo lo anterior, no hace parte de un proceso de curación sino de una estrategia de sobrevivencia. La inhibición lo único que logra es retrasar la curación e impedir que entremos en contacto con nosotros mismos, con lo que abandonamos porque creíamos que, de esa forma, nos íbamos a recuperar más rápido del dolor experimentado que, no sólo nos desbordó sino que también nos dejó abrumados. A esta altura del proceso, se hace necesario, como lo afirma Stephen Cope descender a los infiernos; es decir: ir al encuentro de las partes olvidadas de nosotros mismos, aquellas que sacrificamos en aras del bienestar en una relación que, desde el principio, nosotros sabíamos que iba a fracasar y, sin embargo, nos dijimos que, no perdíamos nada si lo intentábamos. Una vez que, llegamos al punto de fracaso, nos castigamos duramente, por no haber hecho caso a nuestra voz interior y, en lugar de perdonarnos, decidimos cerrarnos y castigarnos. Al final, todo termina en un gran sufrimiento del que sabemos muy bien como llegamos a él; pero, no sabemos con tanta facilidad, como salir y volver a conectar con lo que, realmente, somos. Nada serán mis palabras, si no encuentran otra boca que las cante y las olvide, y las devuelva a la sombra. Allí quizás amanezcan, vagas ciudades ruinosas, y a otros solos lleve el aire, la nostalgia de su aroma. Nada será lo que soy, sí en los otros no se apoya: mi presencia en otro hombro, mi esperanza en su congoja. ¡No me dejes amarrado, demente, al ánima sola! ¡Mira que voy a mi infierno si no hay pecho que me acoja! El que pasa me sostenga, la voz pueril sea mi roca, en ellos soy, y con ellos pediré misericordia (Cintio Vitier) Francisco Javier Carmona
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