Lo que más une a una familia es la similitud, entre sus miembros, de ciertos patrones de conducta. Así, por ejemplo una familia puede estar unida por la religión, el trabajo, el afán por el dinero, la enfermedad. Hace poco, en un taller de constelaciones familiares, una familia conformada por la madre y sus dos hijos, quiso trabajar la soledad, la escasez de dinero e insatisfacción con el trabajo que los acompaña a los tres. A medida, que la constelación fue transcurriendo, fueron apareciendo las causas de la insatisfacción que habita en el alma familiar. También se hicieron visibles los esfuerzos que los tres hacen para llenar el vacío. Todo el grupo familiar está volcado afanosamente a la búsqueda de dinero. Cuando buscamos calmar la insatisfacción con bienes o dinero, el alma está dominada por el sentimiento de inseguridad. La falta de confianza en la vida, se ve reflejada en el afán por conseguir y acumular dinero. Lo que está en la raíz de toda la dinámica no es otra cosa que, el dolor que provocó el divorcio y separación de los padres. Un hombre estaba remando en su bote corriente arriba durante una mañana muy brumosa. De repente vio que otro bote venía corriente abajo, sin intentar evitarle. Avanzaba directamente hacia él, que gritaba: ¡Cuidado! ¡Cuidado! Pero el bote le dio de pleno y casi le hizo naufragar. El hombre estaba muy enfadado y empezó a gritar a la otra persona para que se enterara de lo que pensaba de ella. Pero cuando observó el bote más de cerca, se dio cuenta que estaba vacío.
La dinámica que marca la relación de los padres da origen al mito familiar. El mito se revela en aquella expresión que, una y otra vez, uno de los miembros o ambos miembros de la pareja repiten incansablemente. Hace poco, en otra constelación, llamó profundamente mi atención, ver aquello que se repetía todo el tiempo en la relación de una familia que había venido a constelarse: ¡Robaron, a mí padre! El motivo de la constelación era la agresividad con la que los hermanos llevaban adelante su relación. Fue curioso ver que, entre los esposos existió una acusación velada de robo. El esposo era un hombre ambicioso. Quería conseguir y conseguir bienes. Para él, no era importante tener casa propia. Para la esposa está era una cosa importante. Con el fin de salvaguardar la vivienda, deciden poner la casa donde vivían a nombre de la esposa. El esposo consideró esta petición como un robo. No entendía, porque si él había comprado la casa, no la podía vender cuando quisiera. Nunca se habló del tema con los hijos. Cuando muere la mujer, sale a la luz que, uno de los hijos había convencido a los padres de poner todos los bienes a su nombre. ¿El motivo? El hijo que heredaba todo, se comprometía a cuidar de la madre, en caso de que el padre muriera primero. Si la madre moría primero, no había compromiso. Al morir primero la mujer, salió a la luz el pacto que se había hecho. El padre empezó a decir que él no tenía nada, que lo habían robado. Entre los demás hijos comenzó a crecer el enojo. Descubrieron que había sido desheredados. Así, se activó el mito familiar. Recordemos que, el mito familiar contiene aquel patrón de conducta o narrativa que se repite constantemente porque es una verdad para el sistema. Los hijos comenzaron a tratarse de ladrones los unos a los otros. Los padres habían vivido, en silencio, acusándose el uno al otro. En la constelación, una parte de la familia acusaba a otra de robar el dinero del padre, de querer quedarse con las propiedades y, de manera especial, de querer matar al padre. La otra parte insiste en que, su única preocupación es cuidar del padre hasta el final. Al ver, como se atacaban mutuamente los hermanos, la agresión y descalificación de los unos hacia los otros, recordé las palabras de Bert Hellinger: “Los hijos actúan aquellos conflictos que los padres nunca resolvieron”. En esta constelación, el mito familiar estaba vivo en el escenario terapéutico. Aquel conflicto sobre los bienes, que los padres nunca resolvieron, pese a poner los bienes a nombre de uno solo, estaba, ahora, marcando las relaciones de los hijos. Un conflicto mal resuelto deja las puertas abiertas para que se repita, más adelante, con mayor intensidad emocional y agresividad, aquello que fue motivo permanente de discordia entre los padres. De nuevo, el mito familiar está compuesto por aquellas creencias o sueños irrealizables compartidos por todos los miembros de un sistema familiar. La inmadurez de los esposos para resolver los conflictos da lugar a las desavenencias, agresiones y conflictos entre hermanos. Bien señala el Evangelio: la raíz del mal está en la dureza del corazón. El afán de mostrarnos superiores al otro, es una lucha que deja graves consecuencias en el alma familiar y en la consciencia de los que hacen parte del sistema. Bert Hellinger señala que, aquellas cosas que surgen de la memoria familiar, cuando son acogidas amorosamente, son una gran bendición para nosotros. Así nos hacemos conscientes de lo que inconscientemente está gobernando nuestro corazón y nuestras relaciones. En otra constelación, el conflicto está marcado por las creencias religiosas. Así, como la experiencia religiosa da orden a nuestra vida psíquica y la sana, también una experiencia religiosa deformada crea grandes fisuras en la psique y la vida de las personas. Muchos, en la experiencia religiosa buscan más un sucedáneo a los complejos que, un sentido trascendente para su vida. La identificación con el mito religioso familiar hace que las personas actúen convencidas de llevar a Dios en su corazón. La vida me ha enseñado que, las personas que afirman llevar a Dios en su corazón, son las más inclinadas a juzgar, condenar, maltratar y humillar a los demás. La manipulación religiosa es un auténtico veneno para el alma. Bien dice el Evangelio: “No todo el que dice Señor, Señor, hace la voluntad del Padre” Después de una constelación, una de las personas que estaba participando, dice: “La maldad de mis hermanos me llevó a estar de rodillas ante Dios y a pedir por la conversión de ellos. Su miserabilidad y, el daño que me han causado, son más que suficientes para que tenga que vivir con un dolor muy grande en el alma”. Así, es como habla la parte religiosa del mito. Se invoca a Dios para ponerse por encima del otro y humillarlo. Aprendí que, donde Dios está presente hay humildad, amor y deseos de reconciliación. Así, lo enseño Jesús. Dios es el que da orden y estructura a la vida; donde Dios está, el amor gobierna el corazón y pone freno a las pasiones desordenadas. El amor de Dios todo lo sana, nunca deforma las relaciones y, menos aún, las llena de soberbia, orgullo y vanidad. El verdadero culto a Dios es aquel donde el corazón tiene la misericordia como el criterio principal de la justicia. Lo que viene de Dios hace que las personas sean mejores cada día; si no es así, tenemos por Dios a fuerzas extrañas a Él. Hoy Señor, vuelvo a sentarme a tu mesa. Esta vez como Pedro. El brabucón y cabezota de corazón noble. Tu advertencia, seguramente, le traspasó el corazón y la idea de negarte le llenaría de angustia y confusión. Pedro, el primero de todos y, sin embargo, el que hasta tres veces te negó. El cobarde que huyó de tu mirada al salir del pretorio. Pero Tú, Jesús, viniste por las ovejas perdidas, por los pecadores que se sitúan arrepentidos al final del templo, y no por los fariseos de los primeros puestos. Y, por eso, vuelves a sentarte con Pedro... Y conmigo. Tú eres el Dios de la contradicción y, por eso, el Dios del perdón a quien continuamente puedo volver (Óscar Cala sj) Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|