El corazón representa aquello que está en el centro de la vida, del alma. Por lo general, lo que está en el centro tiene toda nuestra atención. El corazón, dice la espiritualidad, es la morada interior en la que, no sólo nos encontramos con nosotros mismos, sino también con la razón de ser de la vida, con el sentido de la misma, con el fundamento, con Dios. Cuando la Sagrada Escritura habla del corazón se refiere al sagrario interior donde está presente nuestro verdadero yo. En el corazón está escrita la ley que dice: Ama siempre, evita el mal y, cada vez que puedas, haz el bien sin importar a quien. El corazón es la puerta a la eternidad.
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Un corazón lastimado crea falsas imágenes de Dios. Este Dios es, la mayoría de las veces, un Dios a nuestra medida. El Dios que el corazón lastimado crea es un Dios sin atributos, sin poder, es esclavo de nuestros deseos infantiles y de nuestras proyecciones. Este Dios es que la filosofía considera un opiáceo. Una imagen falsa de Dios nunca moviliza al ser humano hacia la trasformación; es un Dios que alimenta nuestro narcisismo e imágenes de prepotencia. Hace días, escuché a alguien decir con mucha seguridad: “Le pedí a Dios que pudiera ver arrodilladas ante mí, a todas las personas que me han hecho daño. ¡Estoy seguro de que esto sucederá porque mi Dios nunca me falla!” En otra ocasión, una mujer le grita al esposo: “Lo he de ver arruinado y arrastrándose delante de mí. ¡Dios hará este milagro porque él siempre me escucha!”
En ocasiones, siento dificultad para reconocer a Dios. Hay momentos de la vida; sobre todo, en determinadas circunstancias, donde imaginar, sentir y hablar de Dios resulta sumamente difícil. ¿Cómo saber qué aquellas palabras que se dicen de Dios son auténticas y no esconden temores, malformaciones, excusas o temores propios? La palabra que decimos sobre Dios está relacionada con la estructura psicológica y mental de cada uno. Además, en el corazón pesan las enseñanzas que recibimos en la infancia. Nuestro sentimiento religioso no siempre goza de buena salud. Lo que alberga nuestro corazón no corresponde siempre con la verdad. La expresión del Evangelio: “El Reino de Dios está dentro de ustedes” también nos dice que, el Reino de Dios es una imagen del corazón.
El corazón desfigurado por el dolor es transformado por el amor. Para comprender lo anterior, es necesario que, dispongamos el corazón para comprender que Dios en la encarnación de su Hijo unió lo que nosotros mantenemos escindido. Mientras el corazón esté embotado, difícilmente, ve y comprende que la realidad es mucho más de lo que en su corazón anhela que sea. Con frecuencia, más de lo que desearía, encuentro personas que abandonan la fe en Dios porque sienten que, al morir un ser querido, fracasar en un proyecto o ver cómo la realidad es diferente a lo que habían proyectado, fueron abandonados. La muralla que ponemos entre Dios y nosotros; en realidad, sólo nos afecta a nosotros y a nuestras imágenes infantiles de Dios. Lo que sucede, siempre confronta la imagen que tenemos de nosotros mismos, de Dios y, de la vida en general.
No tengo dudas cuando afirmo que, el corazón se esfuerza por amar a Dios y a los demás. Los vínculos nutren el alma. La mayor fuente de sufrimiento está en la incapacidad de acoger el amor como es. Las expectativas sobre el amor crean distancia en las relaciones. En un taller de constelaciones, un consultante viene porque siente que, las personas que se acercan a su vida son seres llenos de envidia. Su deseo es alejar a las personas envidiosas y quedarse con la amistad de aquellos que, él considera seres de luz. Su corazón sólo anhela estar con Dios. Configuramos la constelación. De un momento a otro, la envidia empieza a hablar de una forma que hace fruncir el ceño del consultante. Le preguntó: ¿Qué sucede? Él responde: ¡es mi papá!
En medio de una conversación, una persona comenta: “Todo iba bien en la relación. Sentía que las cosas fluían. La conexión entre los dos era increíble. Un día, escuché que me dijeron: “creo que, es mejor detenernos. Esto está avanzando mucho. Estoy muy enredado y tengo miedo a qué si seguimos adelante, alguien pueda salir lastimado. De inmediato, me desconecté. Ya siento mucha desconfianza. No me atrevo a seguir fluyendo. La sola idea del abandono; de inmediato, hace que me ponga alerta, a la defensiva y me olvide de todo lo que estábamos construyendo”. En ese momento, comprendí que cuando las heridas abiertas se ponen en el centro de la vida terminan dirigiendo nuestra existencia y creando caos en el interior. Esa conversación, me recordó una expresión que escuché cuando hice los EE.II: “El mal cabalga sobre nuestras heridas afectivas”. Aquello que llamamos mal, en realidad, no es otra cosa, que el dolor desbordado que inunda la psique y, hace que hagamos cosas dolorosas y contrarias a nuestro querer e interés, convencidos de estar actuando correcta y justamente. El dolor que no se cura inunda el corazón y la psique, de tal modo que, aquello que nos duele, se convierte en lo que hacemos experimentar a los demás.
A lo largo de la vida, de alguna manera u otra, todos hemos experimentado el paso de Dios por nuestra vida. Todas esas experiencias recuerdan que, el Señor está presente en nuestra historia y la acompaña. Dios siempre está saliendo a nuestro encuentro, lo hace de diferentes maneras y a través de personas y situaciones que nos marcan profundamente. Dios está siempre intentando derribar las murallas que nosotros levantamos para defendernos de su amor y para mantener a salvo nuestros temores, heridas, falsas creencias y, también proyectos de vida que, en lugar de darnos plenitud, ofrecen una gratificación inmediata porque nos ofrecen una cercanía con Dios que, la inmensa mayoría de las veces, es superflua, mentirosa o cargada de imágenes que, nada tienen que ver con el Dios que Jesús vino a revelarnos.
La palabra corazón la utilizamos para definir el centro más profundo de nuestro ser. Del corazón brotan los sentimientos, las decisiones y los actos. La fuerza del corazón, dicen los especialistas, es indecible. En el corazón crecen juntos la capacidad de amar y de odiar, la esperanza y la desesperanza, la dureza y la ternura. El corazón puede estar abierto y, también, puede permanecer cerrado. En un corazón abierto, por más herido que se encuentre, la gracia del amor de Dios puede entrar en él, sanarlo y transformarlo. En un corazón cerrado, por más que Dios insista en entrar, nunca va a lograrlo. La apertura o cerrazón del corazón es, ante todo, un acto de la voluntad. En cada uno de nosotros crecen, a la par, dos fuerzas que se oponen entre sí. Nuestro corazón siempre estará en movimiento de apertura o cerrazón para dejar crecer o morir lo que permita o obstaculicé su crecimiento en el amor.
Lucas cuenta que, “después de la fracción del pan, los ojos de los discipulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía a caso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. A veces, encuentro personas que, sienten el peso de un corazón desentendidamente frío. A muchas personas, conectar con Dios, con la fuerza que nos trasciende, les cuesta mucho. Es más, cuando escuchan hablar de Dios se enojan, se inquietan y, en algunos momentos, abandonan el lugar. Dios les resulta insoportable. Cuando se escucha la historia detrás de estas reacciones, puede encontrarse un gran dolor que, en lugar de encender el fuego, terminó apagándolo. Sin fuego en el corazón, la relación con Dios se vuelve algo imposible.
En la serie los elegidos, hay un padre que cuida de su única hija. La madre ha muerto desde que ella estaba muy pequeña. La ausencia de la madre golpeaba duramente el corazón de la niña perturbándolo seriamente. Cada vez que, el dolor tocaba las puertas del alma y del corazón, el padre recitaba a la niña las palabras del profeta Isaías: “Y ahora, así te habla Yahvé, que te ha creado, Jacob, o que te ha formado, Israel. No temas, porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Si atraviesas el río, yo estaré contigo y no te arrastrará la corriente. Si pasas por medio de las llamas, no te quemarás, ni siquiera te chamuscarás. Pues yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Para rescatarte, entregaría a Egipto, Etiopía y Saba, en lugar tuyo. Porque tú vales mucho a mis ojos, yo doy a cambio tuyo mi vida sí es necesario; por ti entregaría pueblos, porque te amo y eres importante para mí. No temas, pues, ya que yo estoy contigo”.
Con frecuencia encontramos corazones cansados de luchar consigo mismos. Cuando esto sucede, podemos decir que, el corazón ha estado buscando las respuestas a lo que sucede en su interior fuera de sí. El cansancio es consecuencia del fracaso que se experimenta. Nada de lo que se encuentra satisface realmente el corazón, tampoco calma sus anhelos y, menos aún, ofrece la respuesta adecuada a sus búsquedas. Cuando los desatinos hacen que el corazón se vea obligado a reconocer su impotencia e inutilidad, dicen los acompañantes espirituales, es porque Dios ha confundido el corazón para que realice la búsqueda en su interior. Al hacerlo, el corazón encuentra la vida en sí mismo.
Desde hace unos meses, vengo contemplando el tema de la esclavitud en la que, por muchos años, puede estar viviendo el corazón. Esta semana en el taller de constelaciones, pude ver lo siguiente: una mujer de 40 años que aún vive en el abuso que vivió a los 5 años, un hombre de 52 que aún vive en el secuestro que afrontó a los 40 años, una mujer que aún vive en la ideación de muerte que tuvo a los 22 años y, finalmente, otro que aún está atrapado en la desvalorización que vivió a los 6 años. Estas realidades existenciales nos mantienen en la confusión, en el exilio de nosotros mismos. Por eso, volví al texto de Zaqueo, el hombre atrapado en su riqueza que, acoge a Jesús en su vida y, de inmediato, comienza para él una nueva vida. La conexión con nosotros mismos, con nuestra identidad profunda representada en Cristo es la que produce la auténtica libertad y hace posible la manifestación de lo que realmente somos.
En varios pasajes del evangelio se narra que, Jesús ha tenido que atravesar grandes distancias para encontrarse, por ejemplo, con Zaqueo, la viuda que llora a su hijo, la mujer desesperada por el demonio que posee a su hija, etc. Llama profundamente la atención la forma como el evangelio describe la reacción emocional de Jesús cuando se produce el encuentro y lo que hace su corazón a continuación. En el caso de Zaqueo, Jesús levanta la mirada, le asombra ver a un hombre de baja estatura encima del sicomoro, a continuación dice: ¡Baja pronto que, hoy, tengo que hospedarme en tu casa!. En el caso, de la viuda de Naím, Jesús se compadece y le dice: ¡No llores más! En el caso de la sirofenicia, la reacción es más fuerte: “¡no esta bien dar el pan de los hijos a los perros!” y, después le dice: ¡Vete en paz! Lo que sale del corazón de Jesús está en consonancia con la compasión que guarda y custodia en su interior. ¿Qué suscitan en el corazón los encuentros y reacciones de Jesús?
Lo salmos nos recuerdan lo siguiente: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de todas sus angustias”. En algún momento de la vida, tenemos que enfrentar el dolor, la aflicción o la angustia. La aflicción es la respuesta que el corazón da cuando enfrenta una situación de pérdida importante. Entre las formas propias de la aflicción encontramos la anestesia emocional o la resistencia a aceptar lo ocurrido. La muerte de un ser querido, una enfermedad incurable, un fracaso estruendoso pueden provocar la aflicción. Un corazón afligido puede caer fácilmente en la desesperanza y en el abandono. Dice un místico Sufí: “Derrama lágrimas si estas afligido, porque las lágrimas de aflicción proporcionan alivio”. ¿Qué hacer cuando el corazón está afligido?
Jesús pasaba, vio a un hombre sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma, le dijo: ¡Ven y sígueme! El, se levantó de inmediato y, lo siguió. Jesús pasa por nuestra vidas y nos llama. Constantemente, de diferentes maneras, somos llamados a ser realmente nosotros mismos. La vocación debería ser vivida como la expresión de nuestra identidad profunda. Si se tomará así, muchas inconsistencias vocacionales estarían llamadas a desaparecer. Lo que Mateo hace, cobrar impuestos para Roma, le da de comer, pero no le hace un ser humano realizado plenamente. Hay un momento, en la vida de todo ser humano, donde el Sí Mismo reclama su lugar en la psique y desplaza al Ego del lugar que viene ocupando. Cuando esto sucede, conviene tener presente que, la vida del ego, en el caso de Mateo, ser un administrador o contador, no desaparece totalmente sino que se integra en la vida de discípulo. La vocación es integración, nunca disociación. Pablo era Maestro en el judaísmo, una vez convertido, es maestro dentro del Cristianismo; sólo que ahora, los valores que lo definen, sobre los que construye su identidad, son otros.
En el evangelio de Lucas encontramos la historia de Zaqueo. “Habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores del impuesto y muy rico. Quería ver cómo era Jesús, pero no lo conseguía en medio de tanta gente, pues era de baja estatura. Entonces se adelantó corriendo y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por allí. Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba y le dijo: Zaqueo, baja enseguida, pues, hoy tengo que quedarme en tu casa”. El árbol al que zaqueo se sube es un Sicomoro. Según el libro de los muertos: “esté árbol está en la entrada al cielo y brinda cobijo y fruto a los muertos”. En un libro del antiguo Egipto se encuentra la siguiente expresión: “Abrazado a un sicomoro encontré cobijo y las puertas de la Duat fueron abiertas”. La Duat es el lugar donde los muertos esperan el paso de la barca solar o donde esperaban ser ajusticiados los enemigos de Osiris y Ra.
En el evangelio de Lucas, encontramos las siguientes palabras: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”. En varias ocasiones, los evangelios muestran la admiración que la gente siente por la forma como Jesús enseña, por las acciones que realiza y por la sabiduría que acompaña cada palabra suya. El corazón de Jesús es un corazón bueno. ¿Se podría decir de nosotros lo mismo que se dice de Jesús? Brotan de nuestro +corazón cosas buenas hacia los demás o sólo respiramos dolor, desengaño, frustración y deseos de ponernos por encima de los demás, especialmente, si son muy cercanos. La necesidad de competir, de estar por encima, no es más +que debilidad del corazón y miedo a uno mismo.
Antoine de Saint Exupéry escribe: “No conozco más que una libertad y es la libertad de la mente”. Muchos de nosotros podemos quedar atrapados en los recuerdos dolorosos que la mente se encarga de traer una y otra vez a la consciencia. Así, muchos creen estar sanos cuando en realidad, no hacemos otra cosa que evidenciar la presión en la que se encuentra el corazón. Nuestro corazón puede quedarse atrapado en la desvalorización, en la traición, en el abandono, en la pérdida, en el fracaso, etc. La mente puede ser nuestro carcelero más cruel, si le damos oportunidad. Mientras más intenso es el dolor que deseamos evitar, más fuerte es la acción de la mente. No en vano, la espiritualidad recomienda aprender el silencio de la mente como una forma de mantenernos en la Presencia viva de Dios.
¿Por qué le cuesta tanto cambiar a la gente, a pesar de todos los trabajos de interiorización y acompañamiento que realizan? Esta es una pregunta frecuente entre personas que prestan el servicio de acompañamiento terapéutico y espiritual. Escribe George Bernard Shaw: “El único hombre que yo conozco que se comporta con sensatez es mi sastre; me toma medidas de nuevo cada vez que me ve. Los demás siguen con las viejas medidas y esperan que me amolden a ellas” Curiosamente, lo que nos hace cambiar no son las técnicas, tampoco el número de encuentros y de formaciones realizadas. Nos cambia la disposición interna, el deseo de transformarnos, de obedecer a la vida que, siempre está fluyendo, cambiando, renovándose, manifestándose cada día de manera nueva y distinta.
Un psicólogo atendía una consulta en un hospital donde la mayoría de sus pacientes eran adolescentes. Un día le derivaron un joven de 14 años que desde hacía un año no pronunciaba palabra y estaba internado en un orfanato. Cuando era muy pequeño, su padre murió. Vivió con su madre y abuelo hasta hacía un año; cuando tuvo 13 años muere su abuelo, y tres meses después su madre en un accidente. Sólo llegaba al consultorio y se sentaba mirando las paredes, sin hablar. Estaba pálido y nervioso. El psicólogo no podía hacerlo hablar. Comprendió que el dolor del muchacho era tan grande que le impedía expresarse, y él, por más que le dijera algo, tampoco serviría de mucho. Optó por sentarse y observarlo en silencio, acompañando su dolor. Después de la segunda consulta, cuando el muchacho se retiraba, el doctor le puso una mano en el hombro: Ven la semana próxima si gustas... duele ¿verdad?. El muchacho lo miró, no se había sobresaltado ni nada; sólo lo miró y se fue. Cuando volvió a la semana siguiente, el doctor lo esperaba con un juego de ajedrez. Así pasaron varios meses sin hablar, pero él notaba que David ya no parecía nervioso y su palidez había desaparecido. Un día mientras el doctor miraba la cabeza del muchacho cuando él estudiaba agachado en el tablero de ajedrez, estaba pensando sobre lo poco que los hombre saben acerca del misterio del proceso de curación. De pronto David alzó la vista y lo miró y le dijo: Le toca. Ese día empezó a hablar, hizo amigos en la escuela, ingresó a un equipo de ciclismo y comenzó una nueva vida, su vida. Posiblemente el médico le dio algo, pero también aprendió mucho de él. Aprendió que el tiempo hace posible lo que parece dolorosamente insuperable; a estar presente cuando alguien lo necesita; a comunicarnos sin palabras. Basta un abrazo, un hombro para llorar, una caricia; un corazón que escuche (Tomado de Aciprensa)
La esclavitud es el simbolo que mejor define la realidad existencial en la que se encuentra atrapada una persona. Una persona, sin que sea su deseo, puede quedarse atrapada una parte importante de su vida o la vida entera en una experiencia de desvalorización, de maltrato, de humillación, de infidelidad, de traición, etc. La salvación es el simbolo que mejor define el gozo que produce salir de la esclavitud. Una vez que se produce el rompimiento de las cadenas que nos mantienen esclavos, es necesario ir al desierto, es decir, a la soledad, al espacio del ecnuentro consigo mismo, para que podamos sepultar los patrones de conducta destructivos que nos mantenían atados a las experiencias pasadas, como si ellas fueran nuestra verdadera identidad.
En un taller de constelaciones familiares, una mujer consulta porque todo en su vida se estancó, nada fluye. A medida, que la constelación avanza, aparece un sentimiento muy intenso de ira. Cuando le preguntó: ¿reconoce este sentimiento? La respuesta de la mujer fue negativa. La representante de la rabia dice: “sí, yo estoy presente, estoy peleándome con un hombre, él me dice palabras muy fuertes”. En ese momento, el representante de la economía se mueve. Pregunto de nuevo a la consultante: ¿reconoces este sentimiento? Esta vez, la mujer dice: “Sí, ese hombre es mi hermano a quien le reprocho que no trata a mi mamá, como yo la trató. Hace días, me gritó y me dijo: ¡déjeme en paz, haga con su vida lo que quiera, no me atormente más, hasta hoy, te considero mi hermana, considéreme muerto para usted! Cuando la mujer reconoce el sentimiento, le da lugar en el corazón al conflicto, todo en la constelación toma su lugar.
Cuando el ser humano desciende a las profundidades del corazón encuentra que lo esencial de la vida no es la razón sino el corazón. Lo esencial del ser humano es de carácter afectivo. También encontrará la división profunda que existe en nosotros. Verá que, por un lado van los sentimientos y las pasiones y, por otro, la inteligencia reducida a razón. Podemos decir que, el ser humano se debate cada día en la bipolaridad corazón-razón. Así, es como el ser humano, está todo el tiempo, diciéndose a sí mismo: el corazón tiene motivos que la razón no entiende o el corazón sin la razón enloquece. De esta división interna nacen nuestras reacciones. Unas veces, somos fríos, calculadores, racionales y, otras veces, pasionales, ciegos, impulsivos. Trabajamos internamente para mantener el equilibrio.
La oración es necesaria, para quien desea perseverar en el camino espiritual y, llevar una vida fecunda en unión con Dios. Una flor se marchita cuando se abandona la tarea de regarla, de cuidarla. Una relación se quiebra con el descuido y la pérdida de interés. La relación con Dios se enfría cuando abandonamos la oración, cuando dejamos de escuchar la voz de Dios resonando en el corazón. La fuerza interior de Jesús proviene de su corazón. Jesús nos muestra que, sin oración el corazón se debilita y, es fácil presa del desorden emocional. Para que nuestra realidad existencial sea diferente, es necesario, dedicar tiempo al trabajo interior y éste exige, entre otras, la oración.
En el corazón armonizan y se conjugan intelecto, voluntad, apetito, sentido, emoción y pasión. Homero, en la Ilíada, responsabiliza al corazón del temor, del coraje, de la violencia, de la lujuria, de la ira y de la alegría. También le reconoce capacidades mentales como la percepción, el pensamiento y la memoria. Cuando en nuestro corazón todo está en orden, la vida fluye y experimentamos el gozo y la alegría de vivir. En cambio, cuando el desorden es el que reina, el corazón se siente fatigado, en medio de la oscuridad y, en algunas ocasiones, al borde de la locura, a punto de estallar. ¿Qué llevamos en el corazón? ¿Qué cultivamos, a diario, en el corazón?
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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