Comenzamos el mes con una intención: Un corazón que reconoce su fragilidad, que acoge sus dolores, que se atreve a ser él mismo, puede conectar con la sabiduría que hay en él y descubrir que, el amor es el verdadero rostro de Dios. Todos somos barro y, por esa razón, nadie está por encima de los demás. El que se conoce a sí mismo, sabe que no tiene derecho a juzgar el camino que el otro hace, ni las experiencias que ha vivido, ni las búsquedas que emprende porque todo es parte del camino de individuación y de salvación. Existen dos tipos de personas: las inconscientes y las conscientes. Las primeras juzgan, condenan, creen que hacen todo mejor que los demás, ponen la responsabilidad fuera, se toman todo personal y, se mantienen a la defensiva. Están desconectadas del corazón. Las segundas, se esfuerzan por sanar sus heridas, trascienden, comprenden la fragilidad y debilidad del otro, están dispuestas a la reconciliación, sienten compasión por el sufrimiento propio y de los demás. Están interesadas en mantener el contacto consigo mismas, aunque les resulte difícil.
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En el evangelio de Lucas encontramos los relatos de la viuda de Naím y del Joven endemoniado. Ambos relatos tienen en común la dificultad de los padres y de los jóvenes por construir un vínculo sano. Escribe Carolyne Hobbs: “Nuestro yo infantil anhela ser reconocido por nuestro corazón sabio”. Muchos de nosotros nos hemos perdido a nosotros mismos en el afán de cumplir las expectativas de los demás. En la medida que, logramos conectar con nuestro interior, vamos experimentando una consciencia diferente acerca de la vida, de las relaciones y, con respecto a nosotros mismos. Una vez que reconectamos con las partes olvidadas de nuestro ser, aquellas que quedaron excluidas de nuestra vida porque amenazaban las expectativas que teníamos sobre una buena vida al lado de los padres, empezamos a experimentar, de otra manera, la riqueza que hay en nuestra vida.
En constelaciones Familiares, un hombre mayor asistió al taller porque quería constelar la relación con sus hijos. A medida, que la constelación se fue desarrollando, aparecieron los hijos dominados por una rigidez que, no sólo era incómoda sino también muy dolorosa. Los hijos se mostraban molestos, ante cualquier manifestación de afecto, por mínima que fuera. Un movimiento de la constelación permitió preguntar: ¿alguien se marcho de tu vida cuando eras pequeño? El hombre contestó: “¡Nunca tuve mamá!” Ante esta afirmación, pregunté: ¿cómo hace uno para no tener mamá? Mientras el respondía, entró una mujer a la constelación; de inmediato, dijo enojada: “¡Él, no me ve!”. El hombre dijo: “Mi mamá murió cuando tenía cinco años”. Dije: Tuviste la presencia física de mamá durante cinco años. El asintió. Los representantes de la constelación se tranquilizaron.
Donde hay un corazón aferrado a las heridas del pasado, también hay un corazón cerrado a la experiencia auténtica del amor. Podemos elegir vincularnos con los demás a partir del dolor, del reclamo, del reproche o, hacerlo desde el amor, la aceptación y la apertura. Riponche escribe: “El corazón abierto es la flor más bella de todas. La mayor belleza del mundo es la compasión; el amor brillando libre de avaricia y apegos”. Un corazón ordenado afectivamente fluye. A medida que el corazón se abre, la compasión entra en él como rayos de sol irrumpiendo a través de las nubes.
Las obsesiones son un trampa del Ego. A través de las obsesiones, el Ego nos distrae de las principales tareas y, nos quita la atención y libertad para poder fluir en la vida con libertad y autonomía. Una de las mayores obsesiones en las que el alma puede verse atrapada está relacionada con la expresión: aquello que nunca debió haber ocurrido. Esta obsesión invita, como dice Carolyne Hobbs, a zambullirse en el pasado intentando corregirlo, como si fuera posible reformar el tiempo y nuestras acciones. Mientras más nos zambullimos, más atrapados nos sentimos. Otra obsesión está relacionada con los padres, con las cosas que nos negaron y con el tiempo que no nos dedicaron. No hay taller de constelaciones donde este reclamo no esté presente a la hora de hablar sobre lo que se quiere trabajar. En ocasiones, esta obsesión es tan fuerte que no sólo nos arrastra a la adicción, sino que nos mantiene en ella.
Jesús, antes de subir al cielo, le dice a los discípulos: “Me voy a la casa del Padre. Allí, hay muchas moradas. Prepararé una morada para ustedes. Así, donde Yo estoy también estarán ustedes que son mis amigos”. El Padre, según el evangelio de Juan, es Aquel que inspira las acciones de Jesús. Según esto, el Padre no es otro que el Amor. El amor tiene su morada en el corazón de cada ser humano y, la tarea del ser humano es habitar en su corazón, permanecer en contacto con éste, si desea que sea el amor, no otra fuerza, la que inspire, anime, guie y de forma a su vida. La bandera del Padre de Jesús, siguiendo el lenguaje ignaciano, no es otra que la Compasión y la Misericordia. Si queremos ser imagen y semejanza del Padre estamos invitados a tomar su bandera; de lo contrario, lo que decimos que es amor, termina siendo algo muy diferente: egoísmo, narcicismo, soberbia, etc.
En un taller de constelaciones, una mujer vino porque deseaba reconciliarse con su sistema familiar. Esta mujer deseaba que, sacáramos a toda su familia, a sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. De manera especial, quería que fuera representada una tía. Cuando esto sucede, el consultante quiere hacer algo para reivindicarse frente al sistema familiar. Hubo un movimiento en la constelación que permitió preguntar: ¿alguien fue asesinado injustamente? La mujer respondió: llegaron unos tipos a matarme y, murieron dos hermanos. A mí, no me pasó nada. En Constelaciones, se dice que las personas que han hecho el bien y, las que han hecho daño, se vuelven parte del sistema. En la consciencia del sistema está la información de los que han ayudado al sistema a progresar y, también de los que han traído una carga enorme de sufrimiento.
Ninguno de nosotros puede afirmar que paso por la infancia sin haber generado creencias sobre sí mismo, las relaciones, la vida y acerca de Dios. En lugar de negar la existencia de las creencias, es más sabio acogerlas, transformarlas, servirnos de su existencia para comprendernos mejor a nosotros mismos y a la historia de vida que, día a día, hemos intentado construir. Escribe Carolyne Hobbs: “Cuando nos hacemos conscientes de nuestras creencias nucleares y de nuestros sentimientos inconscientes, cuando somos testigos de ello y lo reconocemos en lugar de negarlo, nos daríamos cuenta que, la vida siempre nos ofrece nuevas posibilidades. El conflicto, el dolor y el miedo pasarían a ser fuerzas al servicio del destino, podríamos reescribir nuestra historia y dejaríamos de buscar cualquier amor”.
Aquello que resultó abrumador en la casa, cuando éramos niños, terminamos llevándolo a las relaciones que, como adultos, intentamos construir. Así, el niño que no fue valorado, cuando la pareja lo cuestiona, se enoja porque se siente desvalorizado e incomprendido. El niño que fue el centro de atención, cuando la pareja lo ignora, se va a un rincón a llorar, porque siente que no lo aman. Sin darnos cuenta, terminamos tratándonos como sucedía en el seno familiar. Sin consciencia sobre nosotros mismos y, sobre nuestro sistema familiar, terminamos cargando las relaciones con asuntos que no le pertenecen. Es bueno tener claro que, a ninguno de nosotros, le corresponde sanar las experiencias vividas por el otro y, menos aún, compensarlas. A cada quien, le corresponde hacerse cargo de su historia, sanarla, integrarla y transformarla en una fuerza que permita, cada día, crecer y amar en libertad.
Pocas personas, conocen el valor real que pagan, en la vida y en las relaciones, por seguir aferrados a las creencias nucleares del trauma, por convertir en una razón para vivir lo que, desde su fuente, es falso. En la Biblia se llama ídolos a aquellas imágenes que, para mantenerse vivas, nos quitan la vida a nosotros. Los ídolos están prohibidos porque son contrarios a Dios. Mientras el ídolo quita la vida e impide ser; Dios da la vida e invita a ser y crecer. Lo que nos resta capacidad para amar, para vivir, para celebrar y para compartir nunca va a provenir de Dios. El problema está en que, sabiendo lo que nos hace bien, la mayoría de las veces, escogemos lo que nos hace daño y empequeñece. Es curioso que, creamos encontrar mayor seguridad en el sufrimiento que en las cosas que nos conducen a la vida.
Un día un maestro que vio a un niño dando excusas de una explosión de ira, lo llevó a la clase y, entregándole una hoja de papel, le dijo: ¡Estrújalo! Asombrado obedeció e hizo una bolita.... Ahora déjalo como estaba antes. Por supuesto que no pudo dejarlo como estaba.... por más que lo intentó, el papel quedó lleno de pliegues y arrugas. El corazón de las personas, dijo, es como ese papel… la impresión que en ellos dejas será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.
La principal tarea de la religión consiste en mantener el corazón ardiendo. Un corazón que arde es un corazón que tiene puesta la atención en su pasión, en su propósito de vida, en la realización de su identidad profunda. Un corazón desentendidamente frío termina enfermo, indiferente y apostando por cualquier cosa que le represente un poco de placer o una alegría efímera. Para mantener encendido el corazón es necesario aprender a interpretar adecuadamente los símbolos que revelan el verdadero y auténtico sentido de la vida, de la muerte, de la Resurrección y del misterio que encarna Jesús de Nazareth. En Jesús, el ser humano encuentra que la realización de su destino no es una cuestión que dependa sólo del trabajo interior sino que es también una cuestión de comunión con la divinidad.
Lastimosamente, muchas personas perdemos preciosos momentos de nuestra vida identificándonos con los traumas del pasado. Obrando así, terminamos esclavos de los actos inconscientes de nuestros padres, familiares o personas desconocidas. Sensible, la parte temerosa de nuestra psique, cuando habla, su discurso suena tan inteligente y seductor, tan claro y lógico, que sin darnos cuenta, lo confundimos con la verdad. Para sensible, las cosas nunca están suficientemente bien. Sensible mira todas las cosas con desconfianza y nos mantiene en el sufrimiento. Curiosamente, nos dice: “¡Es por tu bien!”.
Las reacciones del Ego reclamarán nuestra atención toda la vida. La libertad frente al Ego se conquista haciendo que, todas sus reacciones y consejos, en lugar de ser reprimidos o negados, sean llevados a la consciencia. El Ego necesita ser desenmascarado antes que eliminado. Los esfuerzos por hacer desaparecer al Ego, terminan nutriéndolo y fortaleciéndolo. El Ego es amante de la quejumbre. De esta forma, nos hace perder la vitalidad, la esperanza y la alegría. De ahí, la necesidad permanente de hacer examen de consciencia para que sea la paz interior, el anhelo de plenitud y de Dios los que den una base sólida a nuestra existencia.
Existen muchas formas de explicar la división interna que experimenta la psique cuando atraviesa una experiencia difícil. El dolor tiene la capacidad de desgarrar el alma. Quedarnos anclados en el dolor puede ser un intento de solución bastante costoso para nosotros y para quienes comparten la vida con nosotros día a día. Negar el dolor es quizá, a mi modo de ver, el camino más difícil que podemos tomar. El dolor es una realidad tan profundamente humana que, Dios en el misterio de su encarnación, la asumió radicalmente. La muerte en la Cruz del Hijo de Dios revela que Dios asumió nuestra condición humana con todas sus consecuencias. María, la madre de Jesús, encontró en la experiencia de la Cruz, en la muerte de su hijo, el desafío más grande que puede existir para un ser humano.
Vino una mujer al taller de constelaciones de intención. Quería trabajar la relación que tiene con su Padre. En Constelaciones decimos que, el padre es el principio de autoridad desde el que actuamos. Ese principio de autoridad lo aprendimos del Papá. Cuando llegamos a la vida adulta, si queremos conquistar el reino de nuestra propia vida, necesitamos reconciliarnos con el principio de autoridad que nos acompaña desde muy temprana edad. La individuación +significa dejar atrás la padre y a la madre para conectarnos con la vida desde el lugar del adulto. Aquí está la clave del éxito y la realización de nuestra vida.
El corazón es nuestra mayor fuente de sabiduría. Si queremos conversar con el corazón, tenemos que descender a lo profundo, al lugar de las voces agresivas con las que, el Ego intenta impedirnos dicha comunicación. Mientras prestemos oído atento a las narraciones del Ego, difícilmente, podemos estar en paz y actuar con sabiduría. El Ego es la parte inmadura de nuestra personalidad. Se niega a aceptar la vida como es. Sigue aferrado a las expectativas. Nos presiona a seguir sus narraciones. Me pregunto: ¿qué historias le cuenta el Ego a la persona que vigila a su pareja, a la persona que abusa de un menor, a la persona que se presenta ante los demás como un ser honesto y se queda con sus recursos, al que engaña, al que ataca a los que piensan diferente?
Con frecuencia, encuentro grupos religiosos, denominados conservadores dentro de la iglesia católica, que hablan de cadenas intergeneracionales. Dichos grupos, sin ningún inconveniente, organizan jornadas de oración y liberación de cadenas familiares. Estas prácticas obedecen más a un proyección del Ego que a un realidad propia de la intimidad con Dios. Dice el profeta Jeremías (33, 29): “En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera”. Carolyne Hobbs escribe: “Los hábitos inconscientes desde siempre han aprisionado a nuestros padres, a nuestros abuelos y a cada ser humano durante siglos”. Nadie es responsable de los acciones de sus ancestros.
En más de una ocasión, una pregunta sencilla ha sido suficiente para poner fin al discurso interno que se despierta cuando ocurre algo que nos desconcierta. La muerte de un ser querido, por ejemplo, hace que las personas entren un un diálogo interno abrumador. Pasan dias, meses y, en algunas ocasiones, años enteros donde la mente no cesa de pensar, de volver una y otra vez, sobre lo mismo. El Ego se nutre de la culpa que nos echamos encima cuando las cosas no andan como las proyectamos. El Ego no hace otra cosa que emitir juicios frente a aquellos eventos, aspectos, actos inesperados de la vida. El Ego nos presiona para que anticipemos el futuro y nos preparemos para lo peor desconfiando del conocimiento interno que tenemos de nosotros mismos”
Una canción de Teresa Larraín dice: “Si estamos aquí, es para traer al Cristo que nos hace crecer”. El campo que está más allá de lo correcto e incorrecto está habitado por la compasión y la misericordia. El alma anhela alcanzar la morada donde Cristo habita para arder y consumirse en el amor. Todos andamos buscando la morada interior del amor. Sabemos que, si encontramos ese lugar, donde Dios se deleita, dentro de nosotros, nuestra vida se llena de sentido y, el vacío que la acompaña, desaparece. Se dice que, en el mundo existen dos tipos de personas: las conscientes y las inconscientes. Las primeras procuran aportar misericordia y compasión. Las segundas, están cargadas de juicios y prejuicios, sólo saben descalificar y desvalorizar al otro.
Rumi, el místico y poeta sufí, nos dice: “Más allá de nuestras ideas sobre lo correcto o lo incorrecto hay un campo. Allí, nos vemos”. Ese espacio es el silencio puro. El Ego no tiene entrada en un corazón que encontró el silencio y lo disfruta como un auténtico y verdadero tesoro. El Ego, el miedo, la desesperación y la incertidumbre quedan sin capacidad de susurro y de consejo ante un corazón en silencio. Cuando el corazón descubre el misterio profundo de la vida y lo acoge, necesariamente, tiene que guardar silencio. Allí, donde abundan las palabras, el afán, el desespero y la ansiedad por alcanzarlo todo, el Ego aún domina y el Misterio, el amor de Dios, sigue en la sala de espera. El Señor nos enseña a conectar con nosotros mismos, a volver la mirada sobre lo esencial y, de manera especial, nos hace atento a las necesidades del alma y del corazón.
Recibimos la petición de constelar una mascota. Los dueños deseaban darle las gracias a quien durante trece años, había estado haciendo parte de la familia. Aprendí que las mascotas ocupan el lugar de alguien en el sistema familiar. De ahí, la necesidad de muchas almas de humanizar a los animales. Un número significativo de personas proyectan sobre las mascotas lo que, de una forma u otra, reprimen con respecto a sus semejantes. En este caso concreto, la mascota ocupa el lugar del padre que se marcha de casa. El alma siempre hace el mejor esfuerzo posible para curarse. Permanecemos en el dolor, más por la presión del Ego que por el deseo del alma. En la constelación, cuando se produce la reconciliación entre el hijo y el padre, la mascota muere, el sistema regresa al orden y el corazón fue, por fin, abrazado.
No hay nada que disfrute más el corazón que estar en el presente, libre de pensamientos, juicios y miedos del Ego. Nuestro corazón se siente libre cuando estamos centrados en el presente. Comenzamos a sufrir cuando nos perdemos en las historias, que nuestra mente crea intentando, explicar lo sucedido e invitándonos a convertirnos en los héroes que transforman la historia y salvan a todos de caer en el caos. El Ego cuenta historias que, en lugar de sanarnos o ayudarnos a crecer, más bien nos alejan de nosotros mismos y nos atrapan en nuestro orgullo, vanidad y prepotencia. El Ego nos hace creer que estamos transformando la vida y haciendo nuevas todas las cosas, cuando en realidad, lo que estamos haciendo es trayendo un mayor dolor.
El pasado es la mayor prisión en la que un ser humano puede caer. Jesús entra en la piscina de Betesda. Encuentra a un hombre paralítico. Cuando pregunta por el tiempo que el hombre lleva enfermo. Éste responde: treinta y ocho años. ¿Cómo es posible, que en treinta y ocho años, no haya encontrado la oportunidad de curarse? El hombre responde: “¡Nadie me ayuda!”. En esta respuesta, sin ánimo de juzgar, podemos ver que, el hombre espera que los demás se hagan carga de su situación. Es una costumbre, bastante extendida en el momento presente, poner sobre los hombros de los demás, los asuntos que nos corresponde resolver a nosotros. A veces, llegan personas al consultorio diciendo: “Vengo a qué usted me quite los males que tengo”. Siempre me pregunto: ¿qué tan dispuestas están, estas personas, a hacer algo por ellas? Cuando una persona sabe que es responsable de su bienestar, pero prefiere recostarse sobre los demás, es claro que, la persona está atrapada en el pasado doloroso y pasa cuenta de cobro a los demás, a quienes considera responsables de lo sucedido.
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador…
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda. Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas. El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años… Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. No, por ningún familiar —dijo el buscador—¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños? El anciano sonrió y dijo: Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré… Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: A la izquierda, qué fue lo disfrutado. A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? ¿Y la boda de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?¿Horas? ¿Días? Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido”. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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