La única forma de vivir sintiéndonos satisfechos, desde la espiritualidad, es dejando nuestra vida en las manos de Dios. Recordemos que, Dios es el misterio absoluto que abarca lo inabarcable y da sentido a todo lo que carece de el. Cuando confiamos la vida a Dios, todo lo que parece sin sentido recobra vitalidad y, comienza a dar fruto abundante. Jesús es la imagen del ser humano que vivió satisfecho, porque confiaba siempre en Dios, incluso en los momentos más difíciles, como la experiencia de abandono en la cruz. En contacto con Jesús, aprendemos que el amor de Dios es el mayor don que la humanidad puede recibir porque, en ese amor, el ser humano puede calmar la sed que suscita el anhelo del alma de ser reconocida, valorada y acogida por lo que es, antes que por aquello que se pueda conquistar o poseer.
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Hoy, muchas personas prefieren los resultados antes que llevar una vida coherente consigo mismos. Para muchos, es más importante la imagen que, la verdad del corazón. Enrique Martínez Lozano escribe: “Sólo la comprensión profunda de lo que somos, aleja la pretensión egoica y mantiene viva la humildad en el corazón”. Las personas que no se conocen a sí mismas siempre están dudando de su propio valor o están presumiendo de algo que, en realidad, no o logran serlo a medias. Una persona que actúa en consonancia consigo mismo tiende más a la humildad que, a la presunción a la superioridad sobre los demás. Es curioso, muchos creen que el éxito son los logros que alcanzan y olvidan ser ellos mismos.
La mayoría de las personas se sienten insatisfechas con su destino, a causa de las expectativas exageradas, que se han hecho acerca de el. Escribe Anselm Grun: “Muchas personas pretenden encontrarse siempre con el lado soleado de la vida. Piensan que, el destino debe ser siempre bueno con ellas, que nunca deberían sufrir enfermedades, fracasos o accidentes. Estas exigencias exageradas hacia el destino terminan conduciendo hacia la insatisfacción, porque el sol no brilla siempre. Nos tenemos que consolar con la idea de que nuestro camino se extiende bajo el sol y la lluvia, a través del viento y la tormenta”. En la medida que, aprendemos a conocernos y aceptarnos como somos, las expectativas sobre el destino disminuyen. Las personas con altas expectativas sobre sí mismas y sobre los demás terminan prisioneros de estas expectativas y, a veces, sin mucha posibilidad, para hacerse cargo de su propia vida.
La samaritana va al pozo, lo hace cada día, siempre con la ilusión de encontrar algo diferente. Esta vez, lo que deseaba en su corazón aparece. Jesús está sentado en el brocal del pozo y manifiesta su deseo más profundo: “Mujer, dame de beber”. También podríamos decir: “Mujer, veo tu decepción, estoy aquí para Ti, puedo enjugar las lágrimas de tu rostro, llenar de consuelo tu corazón y devolverle la esperanza a tu vida; sólo basta que, calmes mi sed, que tu abras tu corazón y dejes que entre en él y permanezca para siempre allí”. Entregamos nuestra decepción, nuestro vacío, nuestra angustia y tristeza a Jesús. Dios se hace presente en nuestra vida para llenarla de sentido. Cuando todo parece desvanecerse y la tiniebla cubre todo, una voz que pronuncia nuestro nombre, ilumina todo.
La satisfacción es un indicador de libertad interior. A constelaciones, vino una mujer, deseaba trabajar la infidelidad de las parejas que ha tenido a lo largo de su vida, los trabajos y las relaciones con su familia. Es curioso, pusimos un representante y, lo primero que dijo fue: ¡Siento un vacío enorme en el estómago! Todos los demás representantes de la constelación estaban lejos de la representante de la consultante; además, decían estar tensos, rígidos, con deseos de acercarse y, también con mucho temor. Le pedí a la mujer que se fuera acercando al vacío. Al principio hubo mucho temor, poco a poco, comenzó a surgir la confianza. Los demás representantes se iban flexibilizando, soltando y recuperando la movilidad. Al final, cuando la mujer toma de las manos al representante del vacío y le dice: “me perteneces, eres mío, de nadie más”. Todos encontraron su lugar en la constelación.
La vida no vivida es una fuente permanente de insatisfacción. Sistema familiar que se respete a mirado la vida de manera parcial e incompleta. Esta forma de ver y comprender la vida ha sido entregada a los hijos y, éstos, por lealtad con los padres, se han puesto las lentes que han recibido y, durante muchos años han vivido con ellos puestos, convencidos de que la vida es así, como les dijeron que era. Cuando llegamos al umbral de los cuarenta años y lo atravesamos, comienza a despertarse la nostalgia por la vida no vivida. Aquello que recibimos de la familia también ha contribuido en la toma de decisiones, en la definición del proyecto de vida y en la fijación de las metas y sueños que deseamos alcanzar y realizar. Todo ha estado bien hasta el día que, por decirlo de alguna forma, apagamos las velas del pastel número cuarenta y nos damos cuenta que, hay cosas que no nos atrevimos a vivir para no traicionar o hacer sufrir a nuestros padres.
En constelaciones Familiares, se considera que la persona que lleva un sufrimiento en su alma, cargado sobre sus espaldas muchos años, y quiere hacer un trabajo personal profundo, es porque siente que la muerte la tiene atrapada y ella quiere regresar a la vida; sólo que la persona no sabe cómo liberarse de la redes en la que está envuelta. A partir de esta imagen, podemos decir que, en las constelaciones somos testigos de la fuerza que tiene el amor, que rescata de la muerte a los que están aferrados a ella para conducirlos a la vida, a través del dar orden a los afectos y del poder tomar la fuerza para hacer a un lado la lealtad o la implicación con el sistema familiar. Vida y muerte en el orden del amor se conjugan dando como resultado un ser que, puede ir con mayor libertad y respeto por sí mismo a recorrer los distintos senderos de la vida.
En el evangelio encuentro una expresión: “¡Entreguen al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios!”. Esta respuesta es dada por Jesús a sus enemigos después de mirar la imagen y la inscripción que encontró en una moneda. Al respecto, escribe el Papa Francisco: “Jesús recuerda que, en todo lo que es valioso hay dos imágenes: una del cesar y, otra, de Dios”. Una imagen psíquica es la forma como esta organizada una experiencia. La fuerza de una imagen está determinada por aquello que está enfatizado como su centro o fuente de su originalidad. La imagen del Cesar corresponde al deseo que existe en cada ser humano de conquistar el mundo, al deseo de tener y asegurarse un lugar en la sociedad, en la familia y en las relaciones. Corresponde a nuestra personalidad externa. Algunos convierten la imagen del Cesar en su verdadera identidad, no saben vivir despojados del poder o del prestigio.
Muchas personas, se sienten a disgusto consigo mismas. La samaritana, le dice a Jesús: ¿Cómo es que Tú, siendo Judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Entre Judíos y Samaritanos existe una larga enemistad. Muchos viven en el prejuicio: “¡Sé que no lo caigo bien!” por eso, me comporto como lo hago. Sin darnos cuenta, vamos por la vida levantando muros que nos aíslan. En Constelaciones, se insiste en “darle a todos, sin excepción, un lugar en el corazón para que sea el amor quien dirija nuestra vida, y no la fuerza de la exclusión.” En términos del Evangelio diríamos que, al rechazar el mal, en lugar de dedicarnos a sanarlo, terminamos identificados con él, arrastrados por su fuerza, convertidos en sus aliados.
Todos nacemos dentro de una familia que, tiene una dinámica propia, que nace como respuesta a una experiencia que marca profundamente la relación entre los padres. Esa dinámica se mueve, generalmente, entre la sobrevaloración y la infravaloración. Nosotros crecemos en la familia sobrevalorados o infravalorados. Casi nunca somos vistos como realmente somos. Según esta dinámica, cada uno va desarrollando un complejo de inferioridad que, según la psicología individual, se convierte en nuestra constelación familiar. La psicología profunda enseña que las decisiones que tomamos en la vida, los sueños que deseamos alcanzar y los fracasos están ligados a las experiencias vividas en la infancia dentro del entorno familiar. El lugar o posición que tomamos en la familia es, según la psicología individual y profunda, nuestra constelación. Hasta que no resolvemos nuestra constelación familiar, no logramos vivir la vida con autenticidad.
La insatisfacción también tiene su fuente en la experiencia de Dios que muchas personas han tenido a lo largo de su vida. Dios es, el que da fundamento, estructura y sentido a la existencia. También lo podemos considerar como la fuerza que nos sostiene, anima y reconcilia dirigiendo nuestra vida hacia el amor que, sin lugar a dudas, es el único lugar donde todo se expande y crece de modo seguro, estable y sano. Muchos han convertido la perfección en su Dios y, cada vez que tienen que ver en el espejo de la vida sus debilidades, vulnerabilidades y fracasos se desaniman. Sienten que Dios es sumamente exigente. En realidad, son más sus expectativas que, el verdadero Dios, el que anunció Jesús, el que los llena de insatisfacción.
En el curso de milagros se dice: “Una mesa es sólo una mesa”. Las cosas por sí mismas no son las que nos perturban. El sufrimiento nace en la forma como interpretamos las cosas, los acontecimientos y a nosotros mismos. Podemos decir que, el sufrimiento es, en realidad, una creación de la mente. El sufrimiento es sólo un pensamiento con la suficiente fuerza como para dirigir el corazón, la mente y la voluntad. La muerte, la enfermedad, la riqueza o la pobreza no son el problema. Sí lo es, la lectura que hacemos de estas cosas. Epícteto escribe: “Cuando somos infelices, estamos tranquilos o perturbados, no buscaremos la causa en nada que no esté en nuestro interior, es decir, en la representaciones”.
La mujer samaritana es religiosa. En su corazón anhela una relación con Dios. Esta se ve impedida por los esfuerzos y fracasos en las relaciones de pareja. seguramente, está cansada de los juicios de la gente de alrededor. “La mujer contestó: Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios? Jesús le dijo: Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será en este cerro o en Jerusalén” (Juan 4, 19-21). Para Jesús es importante que, en la relación con Dios haya disposición de ver nuestra verdad, la que habita en nuestro interior y, que por momentos, nos hace vivir alejados de los demás porque nos asusta. Dice Anselm Grun: “A Dios sólo se le puede adorar con una disposición del alma auténtica y honesta con respecto a la aceptación de uno mismo”.
Mientras más culpamos a los demás de nuestra insatisfacción más estancados nos sentimos. Una persona insatisfecha siempre esta a la defensiva y hablando mal de los demás. Para muchos, la insatisfacción proviene de estar bajo la presión de obtener resultados. Una vida orientada al logro hace que, muchas personas tengan serias dudas sobre su identidad. Estas personas terminan creyendo que, para ser dignas de amor tienen que mostrar resultados y ser exitosas en todas las tareas que emprenden. Muchos desarrollan miedo al fracaso, porque lo identifican con inutilidad. De ahí que, terminan convenciéndose que, su identidad descansa sobre resultados, logros y metas alcanzadas. Estas personas, se acostumbran a impresionar a los demás y, a hacer creer que, en su vida todo está bien.
Cuando nos reconciliamos con nuestra realidad, accedemos a la verdadera tranquilidad. Muchos creen que, negar el dolor hace que este desaparezca. No es así; al contrario, terminamos anclados en él y sometidos al bucle incesante de repticiones que, de no cesar, se convierten en nuestro destino. La verdadera tranquilidad conduce siempre a la gratitud y a la satisfacción positivas. La satisfacción exorciza los miedos y temores que pueden estar aprisionando el alma y manteniéndonos sedientos del “agua que salta hasta la vida eterna”. La satisfacción, dice un refrán francés, es la riqueza más valiosa. El satisfecho anda en paz consigo mismo y con todo lo que le rodea. En cambio, el insatisfecho está lleno de agresividad y buscando conflicto.
Sólo existe un medio para sentirnos satisfechos y dejar de ansiar lo que nos falta. Curiosamente, la insatisfacción nunca viene de lo que tenemos, sino del anhelo de tener algo que no hace parte de nuestra cotidianidad. Quien aprende a valorar lo que tiene, lo que vive, lo que comparte, deja de anhelar cosas. La satisfacción es la consecuencia de la valoración y la insatisfacción, por decirlo de alguna forma, de la inmadurez, de la incapacidad de disfrutar lo que hay. Aferrarnos a lo que no forma parte de nuestra existencia hace que, recorramos tortuosamente la vida. Pensamos que, seremos felices el día que tengamos esto o aquello, una vez que lo conseguimos, seguimos siendo esclavos del anhelo. El camino entonces, consiste en agradecer lo que tenemos, en dar gracias por lo que somos.
El psicólogo Alfred Adler acuñó el término constelación familiar. Con esta expresión se hace referencia al lugar o posición que cada individuo asume con respecto a su sistema familiar. Las metas que un individuo persigue son moldeadas subjetivamente por el ambiente familiar que se ha tenido en la infancia. Será bajo la influencia del sistema como el individuo configurará su lugar o constelación familiar con respecto a sus padres y demás miembros de la familia. Aquello que se constituye en el núcleo de la experiencia familiar será el asunto que un individuo asume como su constelación familiar y, también será lo que tenga que resolver si desea llevar una vida adulta y, medianamente plena o autorrealizada.
En el libro investigaciones experiementales, Carl Gustav Jung señala: "Los primeros intentos de conquistar amistad y amor están fuertemente constelados por la relación con los padres, y en esto suelen verse hasta qué punto son poderosas las influencias de la constelación familiar. No es infrecuente que, por ejemplo, un hombre sano cuya madre sufre histeria se case a su vez con una histérica o que la hija de un bebedor elija como marido a otro bebedor. [...] Cada paciente me aporta datos sobre esta cuestión de la determinación del destino por la influencia del medio familiar. En cada neurótico vemos cómo influye la constelación del medio infantil, no sólo en el carácter de la neurosis, sino también en el destino de una vida, a menudo hasta en los mínimos detalles. Innumerables elecciones de profesión fracasadas y de matrimonios desdichados hay que atribuirlos a esta constelación".
En Israel, dos jueces acusan a una mujer, llamada Susana, de adulterio, después de que ella se resistió a ser violada. Con sus testimonios logran que la mujer sea condenada a morir apedreada. Durante años, estos dos hombres han cacareado, delante de todo el pueblo, su identidad: “hombres justos que cumplen la voluntad de Dios”. Nadie se atreve a cuestionar lo que estos hombres afirman. ¿Quién podría hacerlo sin cometer una falta grave contra el Dios que, según ellos, los eligió y nombró para juzgar las conductas de su pueblo? Lo que menos se nos pasa por la cabeza es, cuestionar nuestra forma de pensar y, menos aún, la identidad que hemos construido aunque sea falsa. El Ego no soporta asumir que estamos equivocados aunque la consciencia, de una forma u otra, nos lo haga saber todo el tiempo.
Jesús le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría”. Una de las cosas más difíciles para el alma consiste en llegar a conocer realmente a Dios. Dentro de cada uno de nosotros existe un fuerte deseo de conocer y, también, de ser conocidos. Jesús en el Evangelio señala el conocimiento de Dios como el camino hacia la vida eterna. El deseo de conocimiento nos conecta directa e indirectamente con el deseo de trascender esta existencia. En la medida que nos conocemos, sabemos que, aquello a lo que hemos estado atados por años, no +es la verdad último sobre nuestro destino. El alma desea conocer porque, entre otras cosas, anhela vivir y amar en libertad.
En el Evangelio, tenemos varias imágenes que nos revelan como Dios, a través de Jesús, sale al encuentro de la humanidad herida. Dios es la fuerza que, actuando desde nuestro interior, hace que nuestra vida y nuestro destino se realicen en la bondad que es propia del amor. Escribe Edith Stein: “No aceptéis como verdad nada que carezca de amor, y no aceptéis como amor nada que carezca de verdad”. Así que, Dios es la verdad que un ser humano experimenta cuando encuentra que el Amor es lo que satisface realmente el alma. Andamos inquietos hasta el día que, encontramos el amor de Dios que, como dice el apóstol san Juan; ha sido derramado en el corazón.
Para Carl Gustav Jung, los lados oscuros son siempre una fuente de energía vital. Al respecto escribe Anselm Grun: “Si aplasto los lados oscuros, lucharán contra mí y desarrollarán en mí una energía destructiva. Pero si me reconcilio con ellos, entonces se convierten en un dispensador de vida. No se trata de resignarse a las debilidades propias, sino más bien que la condición previa de una transformación interior consiste en que me reconcilie con mis debilidades. Entonces éstas pierden su poder y tendré la capacidad para crecer cada vez más en la identidad que Dios realmente me ha otorgado”. Cuando integramos la sombra tenemos fuerza para ser nosotros mismos.
La samaritana es el simbolo del alma que no encuentra aquello que la enamore, la apasione, la haga vibrar y, llene sus dias de color y sus descansos de agradecimiento. Al parecer, la mujer lo ha intentado todo y ha logrado poco. La insatisfacción sigue apoderada de su alma. Un texto del P. Arrupe dice: “Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto, y hasta el final. Aquello de lo que estés enamorado, y arrebate tu imaginación, lo afectará todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quien conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado, y eso lo decidirá todo”.
La carencia del alma se revela de dos formas. La primera: “no tengo”. La segunda, “No sé”. En el caso de la samaritana, la carencia se expresa en su afirmación: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La insatisfacción de la mujer samaritana consiste en sentir que, en su vida nunca ha habido un amor que la tome en serio y, por el que valga la pena entregarse total y radicalmente. Sentir que no vale por sí misma, es causa de un malestar profundo en el alma y, también para el espíritu que ve su trabajo de ordenar, guiar y alentar muy complicado.
La samaritana va al pozo al mediodía, cuando el sol está en su máximo esplendor y el calor se hace agobiante. Para muchos, esta es la imagen que representa aquella etapa de la vida donde sentimos que todo marcha bien y, sin embargo, estamos profundamente insatisfechos. Algo parece que le falta al alma para encontrar la verdadera paz interior. Dice Joan Garriga: “Los bienes nunca dan la felicidad, el problema está en que sólo los ricos lo saben”. Hace unos años, vino a verme un hombre diciendome: “el contador me ha dicho que puedo disponer de seis mil millones de pesos para lo que quiera, incluso como papel higiénico”. Una semana después, vino de nuevo a decir: “¿De qué sirve todo ese dinero, sino me siento realmente feliz?”.
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