En Constelaciones familiares aprendí el valor de darle un lugar a cada quien y a cada evento en el corazón y en la vida. Excluir a alguien de la vida significa que ya no le prestó atención, que lo ignoro. Aquello que intentamos alejar de nuestra consciencia, busca la forma de hacerse presente de nuevo. Mientras más lo intentamos ignorar, más toma fuerza para llegar a convertirse en destino. Para excluir algo de la vida necesitamos meternos dentro de nosotros mismos, está actitud termina siendo perjudicial para el alma que, para poder ser y expresarse necesita salir fuera de sí misma y entrar en contacto con aquellos que la rodean. Cuando excluimos en lugar de ir por la vía del desprendimiento, tomamos la vía del apego y la introyección. Es decir, terminamos vinculándonos de manera poco saludable con nosotros mismos, con los otros y con todo lo demás.
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Hace algunos días, leí el texto del evangelio de Marcos conocido como “un día en la vida de Jesús”. El texto dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Lo buscó Simón y los que con él estaban, y hallándolo, le dijeron: Todos te buscan. Él les dijo: Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido. Y predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios (Mc 1,35-39). El evangelista nos cuenta que, Jesús toma la fuerza para realizar todo lo que hace de la oración. Sin ese momento, al principio de la jornada, donde la atención se pone en lo fundamental de la vida, se cae en el activismo puro. La acción sin atención se vuelve esclavitud.
Byung advierte que, en la actualidad el ser humano cree ser dueño de sí mismo y, en realidad, es sólo un ser que trabaja. Escribe Byung: “El nuevo hombre, indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad, le falta soberanía”. Este nuevo hombre termina llevando el peso de la depresión. Cuando creemos que estamos construyendo nuestra independencia terminamos dándonos cuenta de que, en realidad, lo único que hicimos fue explotarnos y tiranizarnos. Nos hacemos daño y, lo más curioso, sin ser coaccionados externamente. Es curioso que, mientras más nos proclamamos felices, más altos son los índices de depresión, ideación suicida y suicidio. Tanto la depresión como la ideación suicida se desatan cuando el sujeto ya no da más.
La cultura actual está bajo la presión del rendimiento. Para poder rendir, al máximo, es necesario alimentar el positivismo; es decir, convencerse de que se puede hacer, alcanzar y disfrutar. Sin darse cuenta, las personas van pasando de la disciplina al poder. Cuando no se han dado ciertas cosas en la vida de las personas, la explicación que se encuentra está en la necesidad de activar el poder al máximo. De esta forma, se refuerza la idea de que para alcanzar las metas propuestas, es necesario ser más rápido y productivo. Ahora, hay un nuevo imperativo que gobierna la vida: ¡obtén el máximo rendimiento! Si no hay productividad y eficiencia se está destinado al fracaso. Todo lo anterior, hace que los individuos vayan de afán, sin detenerse a pensar y, sobretodo, sin darse el tiempo para contemplar, para entrar dentro de sí mismos.
En el libro, el cuidado del alma, Thomas Moore señala que el mal del siglo veinte es la pérdida del alma. Como consecuencia de lo anterior, el ser humano cae en el vacío, la depresión, la desilusión en las relaciones. En la medida que, el ser humano pierde el contacto con el alma se sume en la oscuridad. En estas condiciones el poder de la sombra crece y comienza a determinar la conducta, las elecciones y el modo de relacionarse. Aquello que ha estado contenido por el afán de pertenecer sale al escenario y deja ver la fuerza y potencial que está escondido en ella. El gran desafío que nace de esta situación consiste en aprender a vivir en el presente, asentir a la vida como es, darle un buen lugar a la espiritualidad aprendiendo a acercarnos a ella desde el ritual y la contemplación de la belleza.
El sistema familiar busca siempre estar en equilibrio. El síntoma es, muchas veces, la forma como el sistema familiar busca mantenerse en equilibrio aunque para creerse que lo está logrando comience a sacrificar el bienestar, la autenticidad en las relaciones, la comunicación o algún otro aspecto o dimensión de su vida. La muerte de un ser querido crea en el sistema la ilusión de que alguien puede tomar su lugar. Aquí será fundamental la forma como los miembros sobrevivientes comiencen a comunicarse, a expresar sus emociones y a luchar por conservar la armonía y estabilidad dentro del sistema. La inestabilidad que deja en un sistema familiar la muerte por suicidio es un tema complejo no solo de abordar, sino también de superar. Al sistema siempre lo rondarán las preguntas: ¿Qué hicimos mal?¿Podríamos haber hecho algo para evitarlo?
En constelaciones se aprende que existe un orden arcaico que en lugar de contener la desdicha y el sufrimiento los aumenta. Este orden arcaico actúa bajo la presión de un ciego sentido de compensación que pretende arreglar lo que está mal en el pasado. Este orden arcaico conserva su fuerza mientras permanece en el inconsciente. Una vez que sale a la luz, podemos actuar de manera diferente. Hace poco, vino a constelaciones una mujer que deseaba tener claridad sobre si le convenía o no entrar en la vida monástica. A medida que, la constelación avanzaba, nos dimos cuenta que, el abuelo había mandado a matar al esposo de una de sus cuñadas. La reacción de la cuñada fue mandar a matar a toda la familia. Uno de los hijos se enteró de lo que iba a suceder y huyo con sus hijos. Ahora, una de las nietas, miembro de la familia que escapó, deseaba dedicar su vida a Dios para expiar y compensar los pecados pasados de la familia.
En una sociedad del cansancio, como define Byung a la sociedad actual, el exceso de positivismo, nos hace creer que, el dolor no existe y, sí aparece, en lugar de humanizarnos, porque nos obliga a entrar en contacto con él, tenemos algo que podemos convertir en espectáculo, en motivo de burla, mofa o indiferencia. Hace poco, vi en las redes una invitación a reírnos hasta el cansancio del dolor y el sufrimiento porque, según la coordinadora, es la “forma plena de acceder a los órdenes y al amor del Espíritu”. El orden afectivo se encuentra cuando decidimos salir de nuestra constelación personal; es decir, del lugar, la actitud o postura con la cual enfrentamos diariamente la vida.
Judas Iscariote vive una experiencia sumamente dolorosa. Después de entregar a Jesús y ver lo que sucede con Él, como es torturado y condenado siendo un inocente, va donde el Sanedrín, arroja en el piso las treinta monedas que había recibido, se marcha del lugar y se ahorca. La desesperación en la que cayó este hombre debió ser sumamente abrumante. No encontró otra salida a su angustia. Simón Pedro, después de negar a Jesús y al grupo de compañeros, sale afuera, llora amargamente y, en ese instante, se cruza con la mirada amorosa de Jesús y el desespero se convierte en algo diferente al abrumamiento. Con toda seguridad que, si Judas hubiese encontrado la mirada de Jesús, como Pedro, el final de su vida, habría sido muy diferente. De eso, no me cabe la menor duda.
Tomar la decisión de quitarse la vida no es un acto cobarde como dicen muchos. Tampoco es una decisión valiente, como afirman otros. Es una decisión cargada de un dolor tan intenso que el alma, para liberarse de él, comienza a sentir que, si se desprende del cuerpo, encontrará la paz y quietud que necesita. Bajo ninguna circunstancia justifico el suicidio. Son muchas las personas que, al despertrse maldicen a Dios por estar vivas. Juzgar al otro es muy fácil, entender su sufrimiento, acompañarlo a curarse, a encontrar la quietd y la paz que necesita es algo que, muy pocos están dispuestos a hacer. En ocasiones, porque se siente temor frente al misterio de la vida y, otras veces, por indolencia o simplemente, porque este tipo de servicio no se valora. Para muchas personas, en más de una ocasión lo he oído, escuchar a otro es un pérdida importante de tiempo.
Hay una preocupación enorme por el aumento en el número de suicidios. Cada vez, es mayor el número de personas con diagnósticos de enfermedades mentales. La ansiedad y la depresión han crecido mucho entre 2020 y 2023. Según el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública en los tres últimos años se han atendido alrededor de 30.021 intentos de suicidio. Entender la complejidad de este fenómeno es todo un desafío. Juzgar es fácil, comprender y acompañar es otra cosa. Pocas personas están preparadas para ver el gran sufrimiento que se esconde detrás de un movimiento semejante. Con toda seguridad, es más fácil pararse y gritar: ¡Tirese, Tírese, si eso es lo que quiere! Que acoger al otro y, como Jesús con los discipulos de Emaús, ayudarles a entender lo que sucede para que en su corazón vuelva a encenderse la Alegría. Escribe un maestro de vida espirtual: “No encontramos respuestas porque no entendemos el problema”
Hace poco, en uno de los sectores más concurridos de Medellín sucedió un hecho que dio origen a una profunda conmoción. El periódico el colombiano publicó el 22 de enero de este año el hecho en los siguientes términos: “Cientos de personas se agolparon en la carrera 70 durante la tarde del pasado viernes para presenciar cómo un hombre adulto atentó contra su vida al lanzarse de un hotel ubicado en el cruce con la calle 46. En una cruda escena que fue captada desde todos los ángulos por decenas de peatones, conductores y hasta huéspedes de ese mismo hotel, en múltiples videos quedó registrado cómo aquel hombre estuvo durante varios minutos aferrado a la baranda de un balcón generando todo tipo de reacciones, que fueron desde la angustia hasta la mofa”.
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