En constelaciones familiares el tema de la implicación sistemática tiene un lugar muy importante. El afán de tomar el lugar del otro en la enfermedad o en la muerte, creer que podemos expiar o reparar una injusticia experimentada u ocasionada por la familia, el deseo de seguir hacia la muerte a alguien a quien amamos mucho son algunas de las manifestaciones de la implicación; dejamos nuestra vida para vivir la de otro u otros, abandonamos nuestra alma porque nos sentimos capaces de salvar o cambiar el destino de los demás. Frente al tema de la implicación sistémica, Bert Hellinger escribe: “En estas implicaciones, la sanación y la salvación se hallan más allá de la mera intervención médica o terapéutica. Exigen una realización religiosa, una conversión a algo más grande, que sobrepasa y despoja de su poder todo pensar y desear mágicos. Este algo más grande sería, a diferencia de la promesa engañosa del cielo - la tierra. Quien afirma la tierra, con ella afirma tanto su plenitud como también su principio y su final. A veces, el médico u otra persona que acompaña a la persona afectada, puede preparar y apoyar esta realización. Ésta, sin embargo, no está a su disposición ni sigue a ningún método, como si de causa y efecto se tratara. Cuando se logra, pide lo último y se vive como una gracia”
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El origen de nuestra vida impacta con fuerza nuestra psique. Muchos se han quedado atrapados en lo que sucedió mientras se estaban gestando y, tienen una enorme dificultad para tomar la vida y seguir su destino. En estos casos, la relación con los padres pasa a un segundo plano. Nadie puede cambiar las circunstancias que rodearon su origen. El origen simplemente es. Es curioso, la mayor parte de las cosas importantes que suceden en la vida y en la historia se concibieron y gestaron en medio de una gran dificultad o tribulación. En constelaciones se dice que, esa dificultad o tribulación es el peso que se pagó para que nuestra existencia fuera posible. Mirar con amor lo que sucedió, nos libera de la trampa del sacrificio o la compensación.
Carl Gustav Jung, en su libro investigaciones experimentales, escribe: “Los primeros intentos de conquistar amistad y amor están fuertemente constelados por la relación con los padres, y en esto suelen verse hasta qué punto son poderosas las influencias de la constelación familiar. No es infrecuente que, por ejemplo, un hombre sano cuya madre sufre histeria se case a su vez con una histérica o que la hija de un bebedor elija como marido a otro bebedor. [...] Cada paciente me aporta datos sobre esta cuestión de la determinación del destino por la influencia del medio familiar. En cada neurótico vemos cómo influye la constelación del medio infantil, no sólo en el carácter de la neurosis, sino también en el destino de una vida, a menudo hasta en los mínimos detalles. Innumerables elecciones de profesión fracasadas y de matrimonios desdichados hay que atribuirlos a esta constelación”.
A constelaciones vino una joven diagnosticada con psicosis. Pusimos un representante para la enfermedad y otro para el consultante. Le pedí al representante del consultante decirle amorosamente a la enfermedad: prefiero desaparecer yo, antes que tú. Al principio, todo permaneció tranquilo. Después de un tercer intento, la representante cae al suelo. Preguntó: ¿qué paso en la vida familiar? La consultante contestó: ¡saque a mi papá de la casa para salvar a mi mamá del cáncer y de la muerte! En el momento, en el que la consultante habló, se apoderó de ella un temblor y la representante se incorporó del suelo. Le pido a la consultante decirle a la enfermedad: ¡prefiero desaparecer yo, antes que tú! La consultante dijo: ¡Mamá, prefiero morirme primero yo antes que, permitir que mueras tú! En ese instante, la enfermedad la tomo del brazo con fuerza. En este caso particular, la enfermedad es la expresión de un intento de reparación de una injusticia. Cuando alguien desea salvar a otro de su destino, la psique se ve obligada a disociase para poder soportar el acto que se está intentando llevar a cabo.
El alma se nutre de los vínculos. La familia es el lugar donde los vínculos cobran la mayor relevancia. Aquello que impacta la vida de los padres termina convirtiéndose en la constelación que configurará la psique de los hijos. Cuidar el alma implica que, los vínculos sean sanos. El sistema familiar es la respuesta a los eventos que superan la capacidad de respuesta de la pareja. La dinámica, el movimiento, que los padres asumen frente al conflicto, lo que los abruma, tarde o temprano, termina afectando al resto de los miembros del sistema familiar. Escribe Carl Gustav Jung: “Los primeros intentos de conquistar amistad y amor están fuertemente constelados por la relación con los padres, y en esto suelen verse hasta qué punto son poderosas las influencias de la constelación familiar. No es infrecuente que, por ejemplo, un hombre sano cuya madre sufre histeria se case a su vez con una histérica o que la hija de un bebedor elija como marido a otro bebedor. [...] Cada paciente me aporta datos sobre esta cuestión de la determinación del destino por la influencia del medio familiar. En cada neurótico vemos cómo influye la constelación del medio infantil, no sólo en el carácter de la neurosis, sino también en el destino de una vida, a menudo hasta en los mínimos detalles. Innumerables elecciones de profesión fracasadas y de matrimonios desdichados hay que atribuirlos a esta constelación”.
Pablo tiene una experiencia personal de encuentro con Jesús. Muchos, al igual que Pablo, una vez que han experimentado la presencia de Cristo en su interior han transformado su vida. Para estar seguros de que la experiencia vivida es cierta, siempre es necesario compartirla con alguien más experimentado. Así es como Pablo se deja orientar y acompañar por Ananías. Al respecto, comenta Hellinger: “Aquello que experimento al acceder a la experiencia del otro y al escucharme a mí mismo, se lo devuelvo al otro como respuesta. En consecuencia, en él ocurre lo mismo que antes ocurrió en mí: recibe el mensaje en su interior, le concede un espacio y lo comprueba en relación a su propia experiencia. Después, me devuelve como respuesta el eco que mi experiencia encontró en él. Así se desarrolla un intercambio de experiencias personales en la fe. Cada uno de los interlocutores permanece libre y únicamente responsable de sí mismo, pero, no obstante, cada uno se ve tanto desafiado como apoyado por el otro. Esta conversación sobre la fe se convierte en diálogo”.
En el evangelio de Marcos (11, 28-30) encontramos el siguiente texto: “y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas? Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme”. En la psicología sistémica se identifican siete posibles causas en el origen de un conflicto. Entre todas, se destacan: en primer lugar, las que señalan que, todo conflicto tiene su origen en la necesidad de mantener la lealtad con los ancestros. En segundo lugar, están las corrientes que señalan el origen del conflicto en la falta de límites en la relación. En tercer lugar, están las que identifican el origen en la narrativa de los hechos, donde aparece la relación víctima y victimario. En cuarto lugar, el conflicto tiene su origen en la incapacidad de aceptar al otro como es y dejarlo ser. Por último, está el aporte de Bert Hellinger quien señala que, el origen del conflicto está en el desorden afectivo provocado, en primer lugar por la arrogancia y, en segundo lugar, por la necesidad de ser reconocidos y valorados.
Muchos, al descubrir su propia identidad, su vocación, sienten mucho temor porque la libertad que empiezan a sentir y a ver frente a sí mismos, les asusta. Recordemos que, para ser vistos por el sistema familiar, todos sin excepción, renunciamos a una parte de nuestro ser y, para continuar adelante con la vida, nos escindimos psíquicamente. Así, es como fuimos creciendo. Sin darnos cuenta, normalizamos la escisión y vamos por la vida creyendo que, así somos y así nos deben aceptar los demás. Sólo en la medida que superamos el autoengaño podemos volver a tener un contacto autentico con nosotros mismos. Todo esto se vive acompañado del miedo. El miedo nos dice que, podemos estar siendo engañados y, también nos puede aconsejar no continuar adelante. Un corazón endurecido, arrogante, es la expresión más clara de que el miedo es el que gobierna nuestra vida, nuestras decisiones y nuestras actuaciones.
Toda revelación de Dios es una experiencia personal. Dios habla a lo más íntimo del ser humano, a su corazón. Si el corazón está dispuesto, el ser humano está más libre para vivir una comunicación auténtica con Dios. Un corazón ensordecido, sólo escucha el lamento de sus heridas y su propio dolor. Dios nunca desprecia un corazón quebrantado y humillado. La oración más humilde que podemos elevar a Dios consiste, en pedir que nos arranquen del pecho el corazón de piedra y, en su lugar, que ponga un corazón de carne. Un corazón insensible, incapaz de escuchar el sufrimiento propio y ajeno, difícilmente logra abrirse al amor. Un corazón abierto al amor de Dios ve con claridad cómo se está manifestando la vida en nosotros y en los que están junto a nosotros.
Cuando se anuncia el Evangelio dentro del respeto a la consciencia, la historia y la vulnerabilidad del otro, ese anuncio es verdadero. Podemos estar seguros de que, un anuncio de estas característica nunca incitará al odio, a la exclusión y, mucho menos, a la condena. Para muchos, resulta escandaloso cuando Jesús o la Iglesia muestran su misericordia hacia el que sufre, hacia el que está destruido interiormente por la fuerza del pecado. Muchos sienten que la doctrina se está abandonando o destruyendo. Olvidan que, primero está el amor y la misericordia. Jesús no estaba preocupado de conservar la doctrina o la institución sino de hacer resplandecer el amor y la misericordia. El alma se puede perder cuando en el afán de salvaguardar la doctrina, nos olvidamos del amor.
Hace algunos años, después de la muerte de un religioso, el superior escribió a toda la comunidad una carta en la que, más o menos, decía: “Somos un grupo de personas provenientes de distintos lugares, con historias familiares y personales diferentes, nos congregamos porque nos sentimos llamados por el Señor. Cada uno desde el lugar donde fue creciendo. La Fe nos animó a formar una comunidad, a superar las diferencias, a poner nuestros talentos al servicio de la misión y a anunciar que, el amor de Dios nos sostiene, anima y reconcilia. Es curioso que, habiendo iniciado nuestro camino como una experiencia de Fe, sea precisamente la fe, lo que menos nos atrevemos a compartir”. Muchos creen que, comparten la fe porque hacen oración juntos, celebran la eucaristía o viven a fondo la misión. No es así.
A Jesús le preguntan: ¿Por qué los discípulos de Juan y de los fariseos ayunan y, los tuyos no? Jesús les contestó: “¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el esposo está con ellos? Mientras está con ellos el esposo, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el esposo les será quitado y entonces sí ayunarán”. Comentando este pasaje, el Papa Francisco dice: “Así que al final resulta más importante aquello que se dijo y que no cambia; lo que siento dentro de mí y de mi corazón cerrado, que la palabra del Señor. Y esto es también pecado de idolatría: la obstinación. No querer que las cosas cambien es una actitud contraria al Espíritu que, Jesús nos dio para que fuera nuestro guía y consolador. El Espíritu es el que nos explica lo que sucede y nos ayuda a llevar al corazón lo que hemos comprendido para que, se convierta en el fuego que nos anima, guía y alumbra.
La vocación difiere de la misión, de la pasión y del talento. La vocación es un llamado. La misión es un encargo que proviene de una autoridad competente. La pasión es una inclinación o una preferencia por algo y, finalmente, el talento es la capacidad especial que tiene una persona para aprender o ejecutar una tarea. Cuando vocación, misión, pasión y talento confluyen estamos ante algo realmente extraordinario. La vocación para ser fielmente vivida exige que la persona asuma un determinado estilo de vida. La vocación define nuestra identidad; de ahí que, una crisis vocacional entraña una confusión en la identidad. En términos generales, la vocación está relacionada con una experiencia numinosa, nos conecta con lo más profundo y auténtico de nuestro ser.
La madurez de la fe está sustentada por la madurez de la vida. Muchos, se esfuerzan en realizar su fe y, pierden el interés por llevar una vida coherente con la fe que dicen profesar. Una fe separada de la vida corre el serio riesgo de convertirse en ideología. Una vida separada de la fe también corre el riesgo de volverse vacía. Sin conexión con el poder creador interior, difícilmente, se puede alcanzar una vida autorrealizada. Una vida sin misterio, pierde el verdadero horizonte de realización. Un misterio sin encarnación en la vida, sin reflejo en los actos, decisiones y relaciones, tiende a verse como algo meramente esotérico. Así es, como una persona puede dedicar largas jornadas a la oración y, después, agredir verbal y físicamente a sus hijos o hermanos. Donde fe y vida no se juntan, donde se escinden, tiene lugar la ilusión de una vida santa.
Nasrudín fue enviado por el rey a investigar sobre la sabiduría de varios clases de maestros místicos orientales. En todos los casos, le contaron todos los milagros y dichos de los fundadores y los maestros de las escuelas, muertos hacía ya tiempo. A su regreso, el Mulá presentó un informe que sólo contenía una palabra, “Zanahorias”. El monarca lo hizo llamar a su presencia para que diera una explicación sobre esto. Nasrudín dijo: La parte mejor está enterrada; por el verde muy pocos saben, excepto los expertos, que hay anaranjado bajo la tierra. Si no se trabaja por ella se deteriorará; a ella se encuentra asociada una gran cantidad de burros.
A veces, nos toca vivir cosas para las que no estamos preparados. También nos toca asumir cosas que, nunca habíamos imaginado, que pudieran llegar a ser parte de nuestra vida. Creo que, nadie planea el dolor, la tristeza, la infelicidad o la frustración en su vida; sin embargo, nadie está exento de que estas realidades puedan llegar a presentarse. Tanto el Evangelio, como la mística sufí y la tradición popular saben de estas cosas, no las pasan por alto. De ahí, la importancia para el cuidado del alma que tengamos presente: si queremos fluir con la vida, tenemos que aprender a asentir lo que sucede y, en lugar de paralizarnos, llenándonos de reclamos, podemos decir, con profunda humildad: ¡hágase tu voluntad! Cuando asentimos la vida, nos dice la psicología sistémica, el camino se aclara y el destino se revela ante nuestros ojos tal como es.
Hoy, muchas personas buscan la salida a los conflictos de su alma con manuales de autoayuda. Podemos llenar nuestra mente de afirmaciones positivas, de creencias sobre el merecimiento, de decretos sobre nuestro poder, pero si no transformamos el corazón, todo esfuerzo se vuelve estéril. Todo está al servicio de la vida. Insisto, sin entrar en contacto con el corazón y sin tocar las capas profundas de nuestra alma, sin revisar las imágenes y narrativas sobre las que construimos la vida, todo lo que hacemos y planeamos para llevar una vida diferente puede verse amenazado; de manera especial, cuando vemos que las cosas continúan siendo lo mismo, que nada cambia. Muchos, bajo la influencia de la psicología racionalista, el pensamiento cartesiano, atribuyen todo el poder al pensamiento. No es cambiando el pensamiento sino entrando en contacto con lo más profundo de nuestro ser, donde está escondido el verdadero tesoro de nuestra existencia. Es en el corazón, donde los anhelos, sueños, propósitos y búsquedas encuentran la forma de articularse y llenar la vida de pleno sentido.
Hace algunos días leí un artículo de un autor que señala el peligro que corre el alma si deja guiar por el corazón. “No es bueno basar tu fe en el corazón, es decir, no tomes decisiones con la fe emocional. Si haces eso, te frustrarás, te engañarás y pensarás que el Señor Jesús te falló. Jesús dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos (Mateo 7:21). En este pasaje, Él se refirió a aquellas personas que creen con el corazón, que tienen la fe natural, sentimental y emocional. Esas personas no entrarán al Reino de los Cielos. La persona que vive con base en la fe del corazón se dirige al camino de la perdición, mientras que la persona que va por la fe inteligente piensa, evalúa y toma la decisión racionalmente, porque la Salvación del alma depende de la decisión de la mente, del espíritu que Dios le dio a ella”.
Según Constelaciones Familiares un sistema y un individuo alcanzan su plena madurez cuando el sistema permite la individuación de sus miembros y el individuo se compromete a fondo con la tarea de ser él mismo, de realizar su destino, asumiendo el costo a pagar por lograrlo. En constelaciones se trabaja sobre las leyes que permiten alcanzar la individuación. La necesidad de vinculación y el afán de pertenencia son los dos mayores obstáculos que una persona o individuo tiene que sortear si quiere dirigirse con libertad hacia su destino. Cuando alguien ha sido excluido del sistema porque hizo algo para individuarse, pero el sistema vio con malos ojos esa acción, los que vienen después, quedan atrapados en una suerte de implicación con el miembro excluido. Guardar respeto por la vida de otros, nos enseña constelaciones, es lo que permite encontrar una solución adecuada frente al obstáculo que nos impide ser.
En 1890 Zilpa Smith, trabajadora social, criticaba a sus colegas diciendo: “La mayoría de ustedes tratan a individuos pobres o enfermos, sin tener en cuenta sus relaciones familiares. Nosotros tratamos a la familia como un todo, por lo general con el objetivo de conservarla, pero a veces también para ayudar a disolverla”. Después de ella, otros autores como Jacob Moreno y Alfred Adler empezaron a trabajar con sus pacientes considerándolos como parte de un entramado de relaciones que actúa como una unidad indisoluble. Según estos autores, nuestra conducta es una respuesta a las demandas que hace la red social a la que pertenecemos. Ninguno puede ser comprendido realmente como es al margen del grupo social al que pertenece. El primer grupo al que pertenecemos es, sin lugar a duda, la familia. La familia es el punto de partida de nuestra existencia terrena, por decirlo de alguna manera.
Desde hace muchos años, el texto del evangelio donde Jesús formula la siguiente pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” ha llamado profundamente la atención. Creo que, el temor a perder el alma provocó que me interesara y esforzara por llevar una vida con sentido y, en la medida de lo posible, auténtica. El camino no ha sido fácil. Liberarse de las expectativas propias y ajenas es una tarea que exige mucho esfuerzo y compromiso. A veces, el alma logra sentirse ella misma y, otras, por el contrario, se siente prisionera, enajenada. La forma como enfrentamos el envejecimiento da muestras claras de lo que hemos logrado hacer o no con nuestra vida, con nuestra alma. Recuerdo haber leído, en una ocasión, un texto de psicología que mostraba la vejez como el tiempo de la sabiduría. El autor decía que, los ancianos cascarrabias, llenos de caprichos o enfermedades, sin alegría y a los que, la gente trataba de evitar, no habían logrado reconciliarse con su existencia y aceptar que todo lo vivido es parte del camino no sólo para llegar a Dios, sino a la consciencia plena de quienes somos y qué venimos a hacer a este mundo.
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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