Jesús dice a sus discípulos: “El que no arriesgue su vida por Mí, la perderá”. ¿Qué es arriesgar la vida por Jesús? Seguir a Jesús significa tomar la Cruz. Una gran mayoría de personas piensan que, la exigencia de abrazar la Cruz, le resta motivación a la vida, hace que la fe no valga la pena. En la cultura actual, hay una contraoferta al evangelio: “Sé feliz, disfruta el momento, alcanza el éxito, ¡la vida es para los triunfadores¡” Ante semejante propuesta, la invitación del Evangelio casi que produce asco. De hecho, muchos prefieren el evangelio de la prosperidad, de la abundancia, del éxito económico antes que, el Evangelio del amor, de la entrega, de la reconciliación. Hace poco, leí en redes sociales un mensaje que decía: “¿En verdad crees que, Jesús se encarnó, pasó haciendo el bien, murió en la cruz para que tu vivas creyendo que el mundo y todas sus riquezas te pertenecen, que eres rey y señor del universo y, que puedes decretar hoy y mañana abundancia para ti y castigo para los que te odian?”
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El miedo es una fuerza tan poderosa que, es capaz de devorar las energías que necesitamos para progresar en la vida y, poder fluir hacia el Destino. A Constelaciones vino una mujer que, deseaba irse de la casa e iniciar una vida de hogar al lado de quien, desde hace más de veinte años, ha sido su pareja. Cada vez, que esta mujer intenta dar un paso hacia la realización de su sueño, la madre cae enferma, la hija se siente culpable y se llena de miedo pensando que, si la madre muere, será su culpa, aplaza la decisión hasta que todo este mejor. El momento oportuno nunca llega. El destino ha sido aplazado por veinte años. El miedo hace que perdamos la valentía y la fuerza para realizarnos como adultos. Por lo general, donde hay miedo, hay un padre manipulando las decisiones de sus hijos.
Escribe Dani cuesta: “En la huerta de mi abuelo hay unos cuantos árboles frutales de distintas clases. Entre ellos, hay un manzano que cada año está más grande y frondoso. Si el año es bueno, da unas manzanas de un color rojo muy apetecible. Sin embargo, cuando se recogen y se comen, resulta que son unas manzanas bastante malas. Su textura es blanda y poco agradable y no tienen apenas sabor. Con todo, el árbol da muchísimas manzanas. Y, una vez que están maduras, hay que comerlas para no desperdiciarlas. La verdad que es algo bastante pesado y que no gusta demasiado, pero que conviene hacer para no desperdiciar la fruta. Recuerdo que, cuando era pequeño, mi abuelo solía decir que había que cortar ese manzano para plantar otro en su lugar que diera frutos mejores. Sin embargo, los años han ido pasando y el árbol no se ha cortado. Al contrario, se ha hecho enorme y da una muy buena sombra, aparte de ser bonito, sobre todo cuando está lleno de sus manzanas rojas”.
Una de las tareas fundamentales de la espiritualidad, con la ayuda de la psicología, consiste en superar la escisión en la que el alma entra, cuando no es capaz de resolver los conflictos que la abruman, de una forma que pueda encontrar la paz, el equilibrio y la armonía que necesita para fluir serenamente. Superamos la escisión del alma, a través del contacto profundo con nuestro núcleo interior y, cuando ante el misterio, lo que nos abarca y resulta incomprensible, en lugar de luchar contra él, nos ponemos de rodillas y reconocemos que existe, que no lo podemos controlar y que en él, reside la fuerza que nos cura y saca del sepulcro al que somos llevados cuando decidimos aferrarnos al dolor. Nadie se transforma evitando la confrontación que el malestar exige realizar.
El camino de la realización personal comienza cuando entramos en contacto con el verdadero fundamento de la vida, del alma. Thomas Moore, en el libro el cuidado del alma, señala que, el mal del siglo XX es la pérdida del alma. Esa pérdida del alma se ve reflejada en el vacío existencial, la depresión, la angustia y ansiedad, el miedo y la desorientación en la identidad. En su ensayo la civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa señala que, “los valores que hoy predominan son el entretenimiento y la diversión”. Cada día, señala Vargas Llosa, la vida se vuelve mediocre, aburrida y el sin-sentido nos va acercando a la muerte y alejando de la vida y, también del gozo que produce una existencia auténtica. Sin lugar a duda, el Siglo XXI será el tiempo de la reconciliación de la cultura con el alma, con la vida interior. De hecho, es notorio el interés que, comienza a despertarse por la vida mística, el silencio, la contemplación, la oración y la meditación.
Encuentro padres que proyectan sobre sus hijos lo que no han logrado resolver y, después, pretenden que sus hijos se comporten tranquila, serena y fluidamente, que actúen como ellos no logran hacerlo frente a sus propias angustias. Vino a constelaciones una joven de 12 años, consume medicamentos para la ansiedad, el trastorno de sueño, para el dolor en el cuerpo, para la tensión muscular, para los nervios. Me acordé de una publicidad que vi en redes sociales hace unos meses: “Le ayudamos a que su hijo viva sin problemas. Le ayudamos a que su hijo no le duela la cabeza cuando tiene estrés”. Cuando entrevisto al padre, caemos en la cuenta de lo siguiente: el padre lleva dos años sin trabajar, viven de los ahorros, maneja un estrés severo y, según sus palabras: “¡mi hija es mi consejera!”. El padre no sabe qué hacer porque su hija está más estresada que él. Cuando un hijo escucha el estrés de su padre, no tiene otra salida que hacerse cargo del sufrimiento del padre. Muchas veces, nos desahogamos con el que no está preparado para escuchar y orientar.Haz clic aquí para editar.
Existen muchas formas de evitar la vida. Es curioso que, mientras buscamos formas de conectar con la vida, también buscamos formas de desconectarnos de ella. A constelaciones, vino un hombre que deseaba sanar la relación con su padre muerto hace 31 años. Cuando hablaba, parecía que el padre apenas había fallecido. Este hombre sentía que, nadie lo apoyaba, comprendía, amaba como su padre. Llamó la atención que, en la constelación, el representante del padre lo dirigía hacía la soledad, que al inicio, manifestaba ser una tristeza profunda y, después, decía sentirse una pareja rodeada de familia. Aquello, a lo que nos resistimos, sin lugar a duda, termina siendo nuestro destino. Nadie puede decirle NO a la vida, sin ver las consecuencias de su resistencia.
Existen varias imágenes en los Evangelios que describen, con mucha belleza, el llamado a cuidar la vida, a sacarle el máximo provecho. Una vez, que la vida termine, no hay segundas oportunidades. La primera imagen es, la del hacendado que invita a trabajar en su viña. Para ser llamados, no importa la hora del día, sólo basta que atendamos la invitación con generosidad. Lo fundamental, es mantener vivo el deseo, de hacer la voluntad de Dios y de seguir nuestro destino. Vuelvo e insisto, nunca es tarde para seguir la voz interior del amor que nos llama a servir en la viña del Señor poniendo todos nuestros talentos en la tarea que somos llamados a realizar. La segunda imagen es la de las diez doncellas que esperan con la lampara encendida la llegada del esposo para la celebración del banquete de bodas.
Una forma triste de desaprovechar la vida es aquella donde nos quedamos parados esperando que los demás hagan las cosas por nosotros. Una mujer viene a constelaciones, desea trabajar su parálisis en las cosas que emprende. Según ella, todo va bien hasta cierto momento, después, los socios desaparecen, los clientes se alejan y todo se cae. Cuenta como la gente la busca para asociarse con ella; sin embargo, nada termina bien. Mientras la escuchaba, recordé las palabras de Carl Gustav Jung: “Cuando no se hace consciente una situación interior, sucede exteriormente, como destino”. Mientras la persona hablaba, noté que insistía mucho en la necesidad de un compañero para llevar adelante sus proyectos.
Con frecuencia, vienen a consulta personas habitadas por la sensación de haber desaprovechado la infancia, la juventud, la vida. En una sociedad tiranizada por la felicidad, éstos sentimientos, abundan cada vez más. Algunas de esas personas dicen: “¡No tuve una infancia, desde muy pequeño tuve que trabajar!” Otros dicen: “¡No tuve juventud, me casé siendo muy joven, tuve hijos muy joven, la vida se pasó! Es curioso, la sensación de haber desaprovechado la vida, la mayoría de las veces, no proviene de la propia voz interior, sino de las presiones externas. Al parecer, en la cultura se ha establecido que, un menor no debe ayudar en las tareas de la casa, que la vida de un joven transcurre en la diversión y, la de un joven adulto en el coqueteo y la evasión del compromiso. En alguna ocasión, un hombre, de treinta y cinco años, comentó que su madre le decía: “¡Usted, no se eche obligaciones encima, disfrute la vida que, para eso está joven!”
Uno de los mayores desafíos de la vida consiste, en darle valor a la vida y evitar la caída en el vacío, en el sinsentido. Hay un momento que, por lo general, coincide con la crisis de la mitad de la vida donde la pregunta por el sentido se hace más apremiante que en otros momentos. La única salida ante la encrucijada de vivir en el vacío o dotar la vida de sentido consiste, en decirle SI a la vida. En el momento, que decimos Si a la vida, nos transformamos y, lo que podría ser una oscuridad absoluta, termina convirtiéndose en una nueva oportunidad para vivir de manera diferente. Una vez que salimos de los entrampamientos que el Ego crea, el alma puede conectarse con algo más grande que ella y que todo lo que la rodea y acompaña.
La vida está relacionada con el crecimiento y la novedad, vivir aferrados al pasado, dejándose orientar y guiar por él, no es realmente vivir. La vida requiere que vivamos en el presente y orientados hacia lo que no espera siendo nosotros mismos. La vida que crece está llena de esperanza, la vida que se ha estancado, se desarrolla en la angustia y la ansiedad. La vida se pierde cuando creemos que podemos cambiar el pasado. La vida se conserva y se gana, cuando nos desprendemos de aquellas cosas que, sin querer, convertimos en nuestro patrimonio de vida, en el tesoro que celosamente custodiamos, porque lo llevamos en el corazón. Algunos, le han puesto tantas condiciones a la vida que la esperanza, el gozo y la alegría, fuerzas que la hacen crecer, no tienen cabida en ella.
En el Evangelio hay dos pasajes que tienen algo que, suscita una enorme curiosidad, cuando se trata de hablar de la invitación a conservar la vida siendo nosotros mismos y, a arriesgarnos a perder la vida construida a partir de la máscara, de las expectativas ajenas y, del compromiso con la fuerza que nos promete bienestar, si nos dedicamos a ser alguien en la vida, según los criterios del mundo, como llama el Evangelio al afán de prestigio, poder y buena imagen. Los pasajes a los que hago referencia son la Samaritana, en el evangelio de Juan, y el Doctor de la Ley, en el evangelio de Lucas. La samaritana desea encontrar una razón para vivir que calme esa insatisfacción que amenaza con consumir el alma. El Doctor de la Ley, por su parte, quiere saber que tiene qué hacer para cumplir el mandamiento de amar a Dios y al prójimo.
La crisis de la mitad de la vida es inevitable. Lo que antes llamaba nuestra atención, ahora, deja una insatisfacción profunda en el alma. Escribe Carl Gustav Jung: “Totalmente desprevenidos entramos en el atardecer de la vida. Lo peor de todo es que nos adentramos en él con la falsa presunción de que nuestras verdades e ideales nos servirán a partir de entonces; pero no podemos vivir el atardecer de la vida con el mismo programa de la mañana, pues lo que en la mañana era mucho, en el atardecer será poco, y lo que en la mañana era verdadero en la tarde será falso”. Pasamos un buen tiempo de nuestra existencia construyendo una imagen, un prestigio, una fortuna, una forma específica de ser y, en el atardecer de la vida, nos damos cuenta que, para realizarnos plenamente, tenemos que renunciar a nuestras máscaras, afán de privilegios, a la necesidad de agradar y complacer para tomar la vida en las manos y permitirle que alumbre nuestro camino y el de quienes vienen detrás de nosotros.
En el evangelio de Juan, después de una discusión que sostienen los fariseos, sobre si se debía o no escuchar a Jesús y creer en sus palabras, encontramos la perícopa de la mujer sorprendida en adulterio. La intención de la escena es clara: buscan acusar a Jesús de ir en contravía de las enseñanzas de Moisés. A veces, la oscuridad no soporta la luz. Los que viven en la oscuridad, creen que, si eliminan la luz, sus actos y decisiones podrán convertirse en la norma, guía o principio de autoridad capaz de dirigir la vida y el corazón de los demás. Cuando nos convertimos en seguidores de la oscuridad todo acaba mal para nosotros. La explicación es muy sencilla: el que cree en la oscuridad, tropieza y cae. Dice la psicología profunda que el alma no resiste verdades a medias y, cuando es obligada a caminar por donde no le corresponde, el alma se rehúsa enfermándose, enloqueciéndose o arrojándose al abismo.
Buda enseña que el dolor existe, que es inevitable, que se puede curar y, para lograrlo, es necesario emprender un camino espiritual auténtico. Cuando el dolor toca las puertas de nuestra alma, muchas cosas suceden, entre ellas, ocurre la escisión o disociación de la psique. De no ser así, el alma no podría seguir adelante, el dolor la consumiría totalmente. Sin estrategias de sobrevivencia, el alma terminaría dejándose arrastrar por el dolor hacia la muerte. Mientras permanecemos escindidos o disociados, también estamos en el vacío. La señal inequívoca, de que el alma anhela superar el dolor, la encontramos en el deseo de iniciar un camino espiritual. En el inconsciente, el alma sabe que, sin Dios no es posible hacer algo diferente.
La psicología enseña que vive sanamente quien aprende a fluir con la vida. En cambio, quien se resiste no sólo enferma, sino que se estanca y su vida pierde sentido. Fluimos cuando nos entregamos a la vida. Lo anterior, exige que aprendamos a ser generosos con la vida y, también que aceptemos las cosas como suceden, en lugar de renegar porque nuestras expectativas no se cumplen. Dice Anselm Grun: “Fluir significa no aferrarse a uno mismo, entregarse a algo, lanzarse, comprometerse”. A diario, encuentro personas que desean llevar una vida diferente, hablan de cambio y transformación, pero no están dispuestos a dejar a un lado las condiciones de vida y los patrones de conducta que los mantienen estancados. Estas personas, cada vez que tienen la oportunidad, proyectan sobre los demás su propia sombra y oscuridad.
El narcisismo es un obstáculo para vivir plenamente la vida. Con frecuencia, podemos ver que, detrás del narcisismo hay una persona luchando con su soledad. A constelaciones viene un hombre, quiere constelar las relaciones de pareja. Sus relaciones terminan con la siguiente acusación: “Convivir con usted es muy difícil, usted solo se preocupa de sí mismo, es un narcisista”. Hay un momento, en el que le pido al hombre caminar y me doy cuenta que tiene dificultades para hacerlo. Le pregunto: ¿puedo saber, qué le paso? El contesta: “cuando tenía once años, durante un partido de futbol, tuve una fractura de cadera, estuve treinta días en el hospital, después de salir, me sentí muy solo, no pude volver a practicar los deportes que me gustaban”.
En el Evangelio, los endemoniados son personas incómodas, no sólo por sus patrones de conducta, sino también por la desproporción en sus reacciones y, por la forma turbia en la que sus pensamientos se organizan y expresan. A diferencia de la sociedad que, intenta encadenar, apartar y excluir a estas personas, Jesús entra en contacto con ellas, las acompaña y les ayuda a conectar con su centro vital, para que puedan experimentar que la unidad interior es una realidad en ellas. Entre los discípulos más destacados de Jesús está María Magdalena, una mujer de la que el Evangelio dice: “Jesús expulsó de ella siete demonios”. En lugar de apartar, Jesús se dedica a sanar a quienes tienen roto y destruido el corazón. Una tarea difícil, pero en la que Dios está absolutamente presente.
Una forma de perder la vida es, vivir sin conexión con ella y, por lo tanto, sin saber cuál es nuestra vocación. La vida sin sentido es una vida desperdiciada. Nada hay que atrape más al alma en la angustia que la superficialidad, la vanidad o el deseo de sobresalir. Muchos disimulan el sufrimiento con ansiolíticos o alguna adicción. La realidad está ahí, manifestándose de forma permanente. ¿Cómo puedo ser feliz? Es una pregunta que, una vez que llega a la consciencia, no se aparta de ella. Podemos esquivarla y, por momentos, creer que, desapareció o la resolvimos. Dice la psicología profunda que, el alma no soporta vivir con verdades a medias. El alma anhela aquello que la llene de sentido, que la haga sentir invitada a participar de la vida con algo más que la mera presencia.
Creo que, hay una pregunta, que cuando se hace con honestidad y libre del desorden afectivo que, a veces rodea nuestra vida, puede transformar radicalmente nuestra existencia. Esa pregunta es: ¿Qué quieres hacer con tu vida? Esta pregunta va más allá del bienestar propio y, cuando es hecha desde la libertad del corazón, nos pone frente a nuestro destino. La respuesta honesta a dicha pregunta exige que nos olvidemos de nosotros mismos y, como dice Víctor Frankl, “saber qué hacer con la vida define lo que realmente deseo darme a mí mismo y a la vida, cuando me olvido de mí, para entregarme a algo más grande que la consecución del propio bienestar, estoy siendo invitado a entrar en contacto con algo que está por encima de nosotros”.
Todo tiene sentido cuando nace en el amor, alimenta el amor y reposa en el amor. Por fuera del amor, todo es vacío y, en muchos casos, orgullo, vanidad y prepotencia. El amor a sí mismo no es otra cosa que, dejar de vivir en función de las expectativas de los demás para realizar la imagen interna que de nosotros guarda el corazón y celebra el alma. El amor a los demás consiste, en dejarlos ser y, acompañarlos en la realización de su destino como hizo Jesús con sus discípulos, en especial, con los que iban camino de Emaús. Bellamente, san Pablo nos recuerda: “Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera” (Rm 13, 8-10)
Uno de los desafíos más importantes dentro del proceso de crecimiento espiritual está relacionado con la capacidad de conservar la paz en medio de la crisis, de la tormenta. Escribe Anselm Grun. “Nosotros no podemos impedir que la vida nos ponga obstáculos en el camino. Y tampoco tenemos ninguna garantía de que no nos quitará mucho de lo que consideramos importante. Pero hay una cosa, Víctor Frankl estaba totalmente convencido de ello, que no puede quitarnos: la libertad de reaccionar ante ella, ante lo que nos sustrae”. La vida puede quitarnos muchas cosas, pero nunca la libertad para reaccionar ante lo que nos sucede. A constelaciones, vino un hombre que, en el lapso de tres meses tuvo cuatro pérdidas. Cuándo lo miro y le preguntó: ¿Cómo esta? Responde con tranquilidad: me duele mucho, sé que hay una voluntad divina detrás de todo y decidí aceptar que, pasan cosas que duelen mucho, pero nada de lo que tenía, iba a ser para siempre. ¡Dios me va a sostener! Ante estas palabras, sólo es posible el silencio y la reverencia.
Cuando las personas no tienen un sentido para vivir no sólo son unos desdichados, sino incapaces de vivir, Dice Albert Einstein. La pregunta es: ¿qué hace que las personas sean incapaces de vivir?, ¿cuál es el origen de dicha incapacidad? Para vinculo y trauma, “la raíz de todas nuestras dificultades emocionales y otras está en el trauma de identidad temprano: no sé quién soy ni qué deseo. Hoy, hay mucho interés en sanarnos. Eso está bien. Lo que preocupa es que la gente sepa mucho de sus herias y trabaje poco en convertirlas en el punto de partida de algo nuevo, en el camino hacia la realización del propio sentido de vida. Es necesario pasar del sufrimiento al sentido.
Hace poco, vino un hombre a un taller sobre el duelo. Este hombre, en el término de tres meses, había experimentado cuatro pérdidas: se había separado de su esposa, había sido despedido del trabajo, uno de sus hermanos muere y, regresando del entierro, un camión arrastra la moto que él conducía causando la muerte de su única hija, que venía como copiloto. Ante este dolor, el silencio es la única respuesta verdaderamente respetuosa. En ese momento, me acorde de Job y del reproche que hace Dios a sus amigos que, al intentar consolar habían terminado acusando, reprochando, justificando y haciendo afirmaciones que, en lugar de dar esperanza, la quitaban y producían un dolor y una incertidumbre mayor.
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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