Durante este mes, la vida nos regaló la oportunidad de reflexionar acerca del conflicto familiar y sobre el llamado de Jesús a permanecer en su amor, si queremos dar fruto abundante. Cuando la familia pierde contacto con su alma, las relaciones se vuelven difíciles y lo que debería vivirse en armonía, termina envuelto por el conflicto y el sufrimiento. La familia enferma cuando el cuidado, eje central de la vida familiar, se convierte en descuido, abandono y atropello. Creo que, de una forma u otra, todos sufrimos cuando vemos que la familia está amenazada por el desamor. El conflicto entre esposos y entre hermanos tiene su origen en la dureza del corazón. Cuando el barro, de donde provenimos todos, se seca y deja de estar humedecido por el agua, el amor, lo que está destinado a convertirse en una obra de alfarería, termina convertido en un objeto que sirve para destruir, romper y herir.
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Joseph Campbell señala que, en algún momento de la vida, descubrimos que hemos estado viviendo un mito. Descubrir nuestro mito equivale, según la psicología profunda, a encontrar nuestra pasión, el fundamento de la vida y ser conscientes del estadio de vida en el que nos encontramos. La consciencia, sobre el mito que vivimos, permite que alcancemos la sabiduría. Actuamos con sabiduría cuando tenemos acceso a nuestro verdadero potencial. Una de las preguntas más importantes que el ser humano puede hacerse en la vida es: ¿Qué estoy buscando? La búsqueda mayor del ser humano consiste en encontrar su morada; es decir, el lugar donde el alma encuentra su plenitud y se expande. Jesús va caminando, se da la vuelta y ve que, dos discípulos de Juan, lo siguen, les pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos responden: Maestro, ¿dónde tienes tu morada? Poco a poco, Jesús ira mostrándonos que su morada está en la unión con Dios. “El Padre y Yo somos Uno”, nos dirá en varias ocasiones.
Lo que más une a una familia es la similitud, entre sus miembros, de ciertos patrones de conducta. Así, por ejemplo una familia puede estar unida por la religión, el trabajo, el afán por el dinero, la enfermedad. Hace poco, en un taller de constelaciones familiares, una familia conformada por la madre y sus dos hijos, quiso trabajar la soledad, la escasez de dinero e insatisfacción con el trabajo que los acompaña a los tres. A medida, que la constelación fue transcurriendo, fueron apareciendo las causas de la insatisfacción que habita en el alma familiar. También se hicieron visibles los esfuerzos que los tres hacen para llenar el vacío. Todo el grupo familiar está volcado afanosamente a la búsqueda de dinero. Cuando buscamos calmar la insatisfacción con bienes o dinero, el alma está dominada por el sentimiento de inseguridad. La falta de confianza en la vida, se ve reflejada en el afán por conseguir y acumular dinero. Lo que está en la raíz de toda la dinámica no es otra cosa que, el dolor que provocó el divorcio y separación de los padres.
Cuando Jung termina de escribir el libro símbolos y sueños dice: “aprendí lo que significa vivir con un mito y vivir sin él”. El mito nos dice cómo entendemos la vida y, también como la experimentamos. Una persona entregada de lleno y de corazón a su vocación está viviendo su mito. El mito evoca imágenes, patrones de conducta, arquetipos y narrativas que indican el significado hacia el que estamos apuntando en la vida. Gracias al mito podemos conectar con la Trascendencia. El mito tiene como intención contarnos lo que experimenta nuestra consciencia en un momento particular. Joseph Campbell enseña que nuestra historia personal es el reflejo de un mito de carácter universal.
Muchas familias gastan una suma importante de su presupuesto familiar en tratar de curar a un hijo pequeño enfermo. Ocurre también que, ese presupuesto está dirigido a tratar de aliviar o curar a uno de los padres o a ambos. No hay que desconocer que, la enfermedad también tiene un componente sistémico. Es decir que, en algunas ocasiones, la enfermedad revela que algo no funciona adecuadamente dentro de la pareja o de la familia. He visto enfermar a muchos para intentar poner fin a un conflicto familiar que está escalando peligrosamente. En un taller de constelaciones, una joven consultó porque tiene problemas en tres vertebras. Cada vez que intenta hacerse un tratamiento, aparecen nuevas enfermedades, que impiden prestar la atención a la columna. Mediante la constelación supimos, por boca de la misma consultante que, su madre trabajaba como empleada doméstica, tenía una carga laboral muy estresante y había enfermado de tres vertebras. Una incapacidad representaba una situación económica bastante difícil. La consultante, cuando era niña, al ver el sufrimiento de la mamá, va a la Iglesia y pide para ella la enfermedad y la curación de la madre. La niña creyó que podía sustituir a la mamá en la enfermedad. Ocuparse de un tratamiento para curarse, en el inconsciente de la consultante, representa ser desleal a su promesa ante Dios; de ahí, el saboteo a los tratamientos con otras enfermedades. Los niños están dispuestos, por la fuerza del amor ciego, a hacerse cargo de los asuntos de sus padres.
Cada uno de nosotros ha ido elaborando, con las experiencias vividas, un concepto de sí mismo. Así, es como muchos dicen: “he sufrido mucho en la vida, merezco tener tranquilidad, sí no es así, mejor me quedo solo. No tengo tiempo para perder inutilmente”. Otros, también han dicho: “El que me venga a limitar la vida o a fregarmela, se puede largar, no tengo por qué dejarme de ningún desgraciado”. También están los que han dicho: “Soy un ser amoroso y quiero encontrar con quien compartir y vivir ese amor”. Finalmente están, los que se han dicho: “He sufrido mucho y hasta aquí llegó ese sufrimiento; de ahora en adelante, haré lo posible por llevar una vida diferente”. Anselm Grun dice: “según sea la percepción y el concepto que tengamos de nosotros mismos; así será también, la forma como asumiremos el fracaso, el conflicto y las relaciones”.
En su viaje hacia la plenitud, el alma tiene varias travesías que realizar. Las travesías más dificiles del alma comienzan en la infancia. Los traumas son aquellas experiencias que, por su intensidad emocional nos debsordan e impiden una respuesta asertiva de parte nuestra. Como niños carecemos de muchos recursos para hacer frente a los comportamientos agresivos, abusadores y descalificadores de los adultos. Digamos que, los traumas psicologicos son todas aquellas experiencias que marcan negativamente la vida de una persona. En un taller de Constelaciones Familiares Sistémicas vimos el sufrimiento de un niño cuando su mamá para ir a trabajar lo dejaba en un lugar donde abusaban sexualmente de él y lo ponían a vender droga. La mamá trabajaba como interna en una casa, ignoraba lo que pasaba con su hijo, los adultos le decían que lo iban a matar a él y a su mamá si contaba lo que sucedía.
En Constelaciones Familiares Sistémicas afirmamos que, todos nacemos siendo hijos y, cuando el vínculo familiar comienza a enfermar, los hijos empezamos a tomar lugares que no son los nuestros y tampoco son nuestra responsabilidad y obligación. Al suceder esto, abandonamos nuestra vida, nuestro destino y asumimos el mito familiar. Las sustituciones pueden darse de la siguiente forma: el hombre sustituye a la esposa por la hija, por otra mujer, por el alcohol, por el trabajo, por el grupo, por la política. La mujer sustituye al esposo por los hijos, por la familia de origen, por la religión, por el club de amigas que, al parecer, tienen mejores esposos que ella. Los hijos toman el lugar de los padres en la pareja, de los excluidos del sistema familiar, de las parejas anteriores de los padres.
Dice José Dunker: “Cada familia debe aprender a negociar relaciones equilibradas en las que cada miembro pueda desarrollar todo su potencial y en las que los roles y los méritos se repartan equitativamente. Cuando esto se hace, el resultado es, el crecimiento personal de cada miembro”. La principal tarea de la familia es el cuidado del crecimiento y desarrollo de cada uno de sus miembros. Cuando el interés por este cuidado se pierde, el amor familiar entra en cuidados intensivos. El alma familiar enferma cuando se deja de tener el corazón en la familia y éste se lleva al éxito profesional, a los negocios, al afán desmedido de disfrute, etc. La máxima expresión de enfermedad del alma familiar es el conflicto intenso entre hermanos.
La forma como una persona se vincula con sus padres determinará la estabilidad o inestabilidad de sus relaciones. En la vida adulta, se actualiza la forma como nos vinculamos con nuestros padres cuando éramos niños. En esta dinámica tiene un lugar especial el vínculo con la madre. Del vínculo materno surgirá la salud o enfermedad mental en la vida adulta. El hijo enganchado con la madre, enredado en el vínculo con ella, tendrá dificultades para tomar al Padre, para actuar coherentemente según un principio de autoridad claro, firme y transparente. Recordemos que, el enganche del hijo con la madre, según señala Bert Hellinger, tendrá su origen en la forma como los padres se relacionan entre ellos. Sin darnos cuenta, los hijos actuamos aquello que los padres silenciaron u ocultaron de la relación entre ellos como pareja.
Creo que, ninguna familia goza de inmunidad frente a la crisis y el conflicto. Bert Hellinger señala que, los hijos actúan, de manera inconsciente, los conflictos no resueltos de los padres y sus secretos. Todo lo que se ha construido, amenaza con venirse abajo, cuando aparece en la consciencia, la situación que actualiza los asuntos no resueltos y los secretos de los padres en su relación de pareja. +Ni siquiera la fe es capaz de contener el caudal, la fuerza y la rabia contenido que se libera, cuando surge el conflicto en la familia. Ni siquiera el grupo de amigos de Jesús escapo a una situación dolorosa. No podemos cerrar los ojos ante nuestra humanidad, cuando lo hacemos, abrimos la posibilidad para que el conflicto, cuando aparezca, sea mucho más doloroso.
El capítulo 12 del evangelio de Lucas comienza con una advertencia de Jesús a sus discípulos: “Guárdense de la hipocresía que es la levadura de los fariseos”. Después de una serie de enseñanzas sobre lo que debemos hacer para evitar la hipocresía en la vida, se levanta uno entre la gente y le dice a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. Él le respondió: ¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre ustedes? Y les dijo: Miren y guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes. Les dijo una parábola: Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha? Y dijo: Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios”
El corazón se cierra y no quiere comunicarse cuando la crisis y el conflicto familiar se agudizan. El silencio pone en evidencia que algo nos molesta y no queremos entrar en conflicto y, menos aún, ahondar las diferencias que ya existen. Un corazón que se cierra evidencia que la desesperanza se está instalando en la relación familiar. No tiene sentido seguir luchando, es la expresión que más se escucha, en los momentos más cruciales y difíciles del conflicto. Las crisis nos pueden llegar a convencer de que, aquello que sucede es tan grande y complejo, que no tiene sentido hacer algo concreto para salir del laberinto en el que nos encontramos. De la mano del Señor, podemos transformar la oscuridad en luz y el silencio en palabra habitada por el amor.
Nos podemos ver envueltos por los asuntos no resueltos o sueños frustrados de alguno de nuestros padres, por las dinámicas que marcaron la relación de pareja de nuestros padres o por los acontecimientos dolorosos que cambiaron el rumbo de la familia apartándola del proyecto original o sumergiéndola en la más profunda desconexión o disociación. Con razón la psicología profunda y, las Constelaciones Familiares sistémicas, nos invitan a individuarnos, a ser nosotros mismos, a salir del sistema, a hacernos cargo de nuestro destino. Si nos descuidamos, el suelo donde la vida nos plantó puede terminar ahogándonos. Cuando leo la parábola del sembrador, pienso en la vida de cada, como si fuera la semilla que cayó al pie del camino, la que fue ahogada por otros árboles y, finalmente, los que asumieron la tarea de dar fruto. Dice Bert Hellinger: "La familia tiene una memoria. Lo que de ella sale a la luz es un regalo para nosotros".
En los momentos de mayor intensidad de la crisis familiar, es necesario tomar decisiones radicales. Es muy fácil dejarse engañar con falsos criterios psicológicos morales y hasta religiosos. Ninguna situación difícil creada por la dureza de nuestro corazón y por la incapacidad de sanarnos interiormente proviene de Dios. Tampoco son una cruz que Dios nos pide abrazar. Recordemos que, el mal cabalga sobre nuestras heridas afectivas. Cuando miro las dificultades por las que atraviesan las familias que conozco, incluida la mía, veo que detrás del conflicto está el resentimiento, el deseo de estar por encima de los demás. También he podido ver que, muchos creen estar obrando en nombre de Dios. Nunca olvidemos que, existen falsos dioses.
Cuando la familia se divide y los hermanos dedican sus esfuerzos a pelearse, difamarse, hacerse daño es inevitable que, haya algunos miembros que quedan en la mitad del conflicto sin saber qué hacer, qué postura tomar, cómo ayudar para que la oscuridad se disipe y la luz vuelva a iluminar el alma familiar. Escribe Inés Ordoñez: “Aunque la crisis nos coloque al borde de nuestras fuerzas o situaciones impredecibles y su espesura nos impida transitarla con facilidad, la decisión de amar, será como un faro en medio de la oscuridad”. Por fidelidad al Señor, es importante que, no dejemos al dolor instalarse en nuestro corazón porque, cuando menos lo pensamos, estamos sirviendo al mal y apartándonos de Dios. El mismo amor con el que los padres iniciaron su camino hacia la construcción de la familia debe servir como faro para resolver cualquier conflicto en la pareja y en la familia. Se elige un compañero para juntos mirar hacia Dios, no para hacernos daño y terminar alejados de Dios y con el corazón lleno de odio y resentimiento.
A veces, el alma familiar se ve profunda y seriamente afectada por eventos que amenazan la estabilidad, el amor y la relación entre sus miembros. Ante el dolor, podemos asumir muchas posturas. Algunos, lo transitan. Otros, lo ignoran. Éstos últimos terminan creando sombra, sin ser su proposito, en su alma. Para custodiar aquello que el sistema familiar no se atreve a mirar y, para que no salga a la luz la verdad de lo acontecido, aparece el dragón, una figura mítica que, según la psicología profunda, se encarga de custodiar el tesoro escondido en el alma, aquella cualidad del alma que, junto al dolor fue sepultada para evitar, como lo dijimos antes, que se sepa la verdad de lo ocurrido.
El amor es una fuerza tan grande que, si no se contiene u ordena puede destruir y confundir el corazón de tal forma que, en lugar de practicar el bien podemos vernos arrastrados hacia la injusticia. La letra de la canción: decimos amar, de Fernando Leiva, nos recuerda: “Esta claro, que solo el camino del amor, nos llenara del luz, nos dara esperanza y el sol del alba hará del dia un nuevo día; esta claro que, solo el camino del amor nos hara comprender el sufrimiento, la indiferencia de nuestras vidas por otras vidas. Y algunos dicen que aman y no quieren perdonar y, otros dicen, que aman y no saben escuchar y yo digo te amo y la caridad se me olvido ¿por que decimos que amamos si no es amor? Esta claro, que sabemos poco del amor, de este amor real que enciende todo, que envuelve el alma, que dio su vida por nuestras vidas. Y algunos dicen que aman y, en su corazon no hay compasión. Y otros dicen que aman y aún en su corazón hay rencor. Y yo que digo te amo y la caridad se me olvido ¿por qué decimos que amos si no es amor?… ¿Por qué decimos que amamos? si no es amor, si no es amor”
Los conflictos arrasan con la memoria. Los conflictos en la familia se agudizan cuando las personas, en lugar de agradecer, se dedican a reclamar, a reprochar y, en alguna medida, a buscar una justicia que nunca va a llegar. Muchos, se vuelven hacia los padres para reclamarles aquello que éstos no pudieron darles por limitación, por ignorancia o simplemente, porque no sabían cómo hacerlo. Llega un momento, en la vida de todo ser humano, donde se hace necesario desprenderse de los padres que llevamos en la mente para poder tomar, amar y aceptar a los padres que conviven con nosotros, que han pasado la vida haciendo lo posible por brindarnos protección y cuidado.
Escribe Inés Ordoñez: “Hay familias que prefieren mantenerse en la negación de las crisis, adaptándose a una forma de vivir donde subyacen los problemas sin resolver, antes que animarse a atravesarlas. Sus miembros suelen hacerse expertos exponentes de un estilo de vida que dice: acá no pasa nada, mientras todo lo que pasa va deteriorando los vínculos, instalando el aislamiento, la incomunicación y estancando el crecimiento en el amor y la intimidad”. ¿Es conveniente, para la salud del alma familia hacerse el de la vista gorda cuando las dificultades, el conflicto y el desorden emocional van corroyendo el alma y las relaciones familiares?
Las crisis ponen en evidencia el desorden emocional que llevamos en el corazón y, también el grado de madurez que hemos alcanzado. Por desorden emocional entendemos la incapacidad que una persona experimenta en su corazón para manejar las demandas de la vida diaria. Cuando el desorden emocional se apodera del corazón de una persona, ésta permanece enredada en sus pensamientos, en sus sentimientos, en sus conductas disfuncionales y en relaciones que, en lugar de paz, la enredan cada vez más. El desorden emocional se cura entrando en contacto con nosotros mismos, reconociendo y aceptando nuestras necesidades más profundas y dejando que el ser superior comience a dirigir nuestra vida hacia lo que realmente nos llena de sentido.
En la vida familiar ocurren cosas que llevan el amor hasta el límite. Hay hijos que maltratan a sus padres ancianos. Otros, los abandonan y no quieren saber de ellos. Algunos más, crean barreras infranqueables en las relaciones con sus hermanos. Otros, creyéndose mejor que los demás, dedican muchos esfuerzos a denigrar de sus hermanos y a descalificarlos. Siempre existen motivos para dejarnos arrastrar por lo que nuestra condición humana experimenta como frustración, dolor, desesperanza, amargura. Todas estas cosas, sin que sea nuestro propósito, terminan convirtiéndose en la razón y sentido de nuestra existencia. Nada más doloroso que caminar con las heridas abiertas del amor que no pudimos tomar. Según la fe, todo puede estar al servicio del encuentro entre lo humano y lo divino.
Las crisis familiares, cuando son profundamente dolorosas, corren el riesgo de instalarse en el corazón y hacer que vivamos con la incertidumbre sobre el amor y sobre el valor de las relaciones entre hermanos. ¿Será posible la reconciliación familiar después de una grave crisis donde el rencor, el deseo de destrucción y la soberbia son los sentimientos que han dirigido las acciones de unos hermanos contra otros? Hay quienes ponen el corazón e intentan resolver las crisis. Otros, deciden apartarse y esperar a que la tormenta se calme. Algunos más, deciden irse y no regresar nunca más al seno de la familia. La decisión que se tome será acertada, siempre y cuando, sea el resultado de un ejercicio libre de discernimiento. De lo contrario, el dolor aumentará, la herida crecerá y el mal estará a la puerta, acechando y esperando la oportunidad de actuar.
Escribe Inés Ordoñez: “En los primeros años, nuestros padres eran como Dios para nosotros. El pensamiento mágico y animista propio del niño hizo que los viéramos como todopoderosos. A medida que fuimos creciendo, la misma vida nos hizo experimentar sucesivas frustraciones en las que constatamos, con dolor y desilusión, que no eran todo para nosotros. No pudieron darnos todo lo que esperábamos que nos dieran; no pudieron prever un situación que nos dolió, no pudieron estar todo el tiempo que hubiéramos querido, no satisficieron todos nuestros gustos y hasta se equivocaron, porque sencillamente eran humanos. Así, aparecen nuestras primeras críticas y reclamos por lo que no nos dieron, no nos hicieron, no nos cuidaron o fantasías acerca de una familia diferente, otros padres, otra historia”.
Creo que, la gran mayoría de nosotros ha vivido, por lo menos durante un tiempo, con la ilusión de encontrar una persona que sea exactamente la que andábamos buscando para vivir el amor que soñamos. Con el paso del tiempo, las crisis y los sucesos inesperados nos vamos dándonos de cuenta que, no existe el amor perfecto, que tampoco somos los seres perfectos y que el anhelo de amor y totalidad que habita en nuestros corazones no se encuentra en otras personas. Descubrir que, el amor que andamos buscando no se encuentra en la pareja ni en la familia resulta frustrante. Con el tiempo, descubrimos que, la persona que nos acompaña como esposo (a) puede llegar a lastimarnos y, en alguna ocasión, dañarnos. Esa consciencia invita a comprender que la vida en pareja y familiar no sólo es un gran desafío sino también un gran misterio.
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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