Desde el primer día de su ministerio, Jesús encontró opositores que comenzaron a preocuparse por lo que hacía y empezaron a juntarse para encontrar la forma de matarlo. La luz siempre nace acompañada de la oscuridad. No hay luz sin oscuridad y no hay oscuridad sin luz. Nos dice el Evangelio que, “El primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, María fue al Sepulcro y lo encontró vacío”. Aunque la oscuridad pretenda sepultar la Luz nunca lo logra por completo. Aun en medio de la mayor oscuridad siempre hay luz. Cada uno de nosotros tiene en su psique un lado luminoso y un lado oscuro que se llama sombra. El contenido de la sombra está conformado por todos aquellos aspectos de nuestra personalidad que el Yo consciente rechaza, no reconoce su existencia. Todo aquello que no admitimos que sea posible que ocurra en nuestra vida termina convirtiéndose en la sombra que cubre la luz de nuestra ser. Mientras más luminosa se presenta una persona, más grande es su sombra. Los Fariseos, Saduceos y Maestros de la Ley nunca fueron capaces de reconocer que, en su corazón existía animadversión hacia Jesús y hacia el contenido de su predicación. Para ellos, todo era herejía y su actuar era una defensa de la Ley y la Tradición.
Un sacerdote estaba a cargo del jardín dentro de un famoso templo zen. Se le había dado el trabajo porque amaba las flores, arbustos, y árboles. Junto al templo había otro templo más pequeño donde vivía un viejo maestro. Un día, cuando el sacerdote esperaba a unos invitados importantes, tuvo especial cuidado en atender el jardín. Sacó las malezas, recortó los arbustos, rastrilló el musgo, y pasó un largo tiempo juntando meticulosamente y acomodando con cuidado todas las hojas secas. Mientras trabajaba, el viejo maestro lo miraba con interés desde el otro lado del muro que separaba los templos. Cuando terminó, el sacerdote se alejó para admirar su trabajo ¿No es hermoso?, le dijo al viejo maestro. Sí... replicó el anciano, ... pero le falta algo. Ayúdame a pasar sobre este muro y lo arreglaré por ti. Luego de dudarlo, el sacerdote levantó al viejo y lo ayudó a bajar. Lentamente, el maestro caminó hacia el árbol cerca del centro del jardín, lo tomó por el tronco, y lo sacudió. Las hojas llovieron sobre todo el jardín. Ahí está... ahora puedes llevarme de vuelta. La sombra o lado oscuro de nuestra personalidad esconde nuestros miedos, frustraciones e inseguridades. La sombra surge cuando nos vemos confrontados por la consciencia familiar, los valores que profesamos a nivel espiritual y las normas sociales, entre otros. Cuando la sombra aparece lo hace generando emociones muy intensas. La sombra se manifiesta en las reacciones desproporcionados que tenemos cuando sucede algo que nos cuesta asumir que sea parte de nuestra vida. Por ejemplo, un llamado de atención de alguien cercano a nosotros. La sombra también se revela en nuestras posturas inflexibles ante comportamientos, eventos o diferentes cuestiones que nos involucran personalmente. Escribe Iñaki Kabato: “La sombra personal se va desarrollando desde la infancia a partir de nuestras experiencias y aprendizaje social, donde vamos desechando aquellas ideas o conductas que no consideramos adecuadas según las normas morales y el contexto cultural en el que nos hemos educado. Cuando un niño tiene un pensamiento o conducta que cree que es inaceptable para la sociedad en que vive, sentirá un chispazo de ansiedad tan desagradable que termina reprimiendo o adormeciendo esa parte de sí mismo que considera prohibida. Y para rellenar ese vacío el infante crea un falso Yo, cuya función es mitigar el sufrimiento por la pérdida de su integridad original, su totalidad individual. Cada cultura esconde en un rincón oscuro diferentes ideas o cuestiones, como la sexualidad en las sociedades cristianas (la masturbación, el sexo prematrimonial, la homosexualidad, las fantasías sexuales,…), el rechazo a convivir con gente de distinta etnia o religión en ideologías nacionalistas por temor al contagio de la pureza de las tradiciones o de la raza, o tener alimentos tabú en ciertas religiones (comer cualquier tipo de carne para los budistas, carne de vaca para los hinduistas o carne de cerdo para los judíos, por ejemplo). Si a un niño le enseñan que existen malos pensamientos, le estarán inculcando un miedo moral hacia su propio universo mental interior, que tratará de anestesiar y extirpar de su experiencia interna. La gran mayoría de los seres humanos cargamos desde la infancia con una gran cantidad de sufrimiento inconsciente que no hemos sabido aliviar”. Las reacciones desproporcionadas dejan ver la intensidad del sufrimiento que hay en nuestro interior. Ese sufrimiento tiene su origen en la resistencia, el temor o el miedo a reconocer algunos aspectos de la propia personalidad que contradicen la percepción que tenemos sobre nosotros mismos. Esa es la razón de ser de nuestras reacciones desproporcionadas. Cuando no hay un trabajo interior serio o suficiente, terminamos proyectando sobre los demás aquello que rechazamos en nosotros mismos. También podemos atacar en los demás aquello que deseamos para nosotros y, por alguna razón, no podemos tener o alcanzar. Quien asume que, junto a la luz que hay en su vida también hay oscuridad, no teme mostrarse como es; al contrario, se acoge compasivamente y, se esfuerza cada día, por integrar el lado oscuro a su vida iluminándolo desde el amor por sí mismo y el autocuidado. Al respecto, nos dice Thomas Merton: “Me he convencido de que las reales contradicciones de mi vida son en cierto sentido signos de la gracia de Dios para conmigo… Paradójicamente, he encontrado paz porque siempre he estado insatisfecho. Mis momentos de depresión y desánimo se han transformado en renovaciones, nuevos comienzos. Toda vida tiende a crecer así, en el misterio envuelto en paradoja y contradicción, bien centrado, en lo más íntimo del corazón, en la divina misericordia”. El místico sufí Rumi cuando reflexiona sobre el origen de la ansiedad y el estrés identifica el afán de obtener lo que no pertenece a nuestra alma, andar detrás de las cosas que, realmente no queremos que estén presentes en nuestra vida. El dolor crece cada vez que, deseando ser nosotros mismos, nos ocultamos para estar bien con nuestro entorno, con aquellos que esperan mucho de nosotros porque estamos convencidos de que, lo que ellos creen que es la felicidad es lo más conveniente para nosotros. En medio de esa incertidumbre, dice Rumi, nos sentamos llenos de dolor a contemplar como la vida, en lugar de fluir, se paraliza, llenando todos nuestros espacios de un dolor que, cuando no nos desgarra, nos abruma. En esos momentos, es necesario entender que aquello que me atrae, que expande mi alma, proviene de una Fuente que permanece oculta para la razón pero no para el corazón que día y noche la busca. La vida está de nuestro lado, dice Thomas Merton. El silencio y la Cruz suelen ser rechazadas por aquellos que creen que las dificultades de la vida no les pertenecen a ellos, sino a los demás. Para ser honestos, nadie puede negar la Cruz, el sufrimiento, la lucha interna, la deshonestidad y, menos aún, el desamor que, a veces, acompañan nuestros actos, nuestros relatos y nuestras relaciones. A mayor oscuridad, también es mayor la victoria. A través de la oscuridad siempre encontramos a Cristo que nos guía. Él nos conduce a través del sufrimiento, de la Cruz, de la soledad, de la deshonestidad, de todo aquello que amenaza la buena imagen de nosotros mismos a una luz que no conocemos; es más, no alcanzamos a sospechar siquiera que pueda existir. En la noche de Pascua, cuando todo esta oscuro y en el más completo silencio, surge el fuego. Un fuego que nos recuerda que, Cristo es el principio y el fin de toda existencia y, lo más importante: en sus heridas todos fuimos sanados y reconciliados. En el fuego, el alma se acrisola y el amor se purifica encontrando su verdadera razón de ser. En el fuego, las lealtades son puestas a prueba, las implicaciones son desnudadas y, el amor ciego encuentra la visión clara. El fuego nos recuerda que, antes de ser Luz, muchas cosas nuestras tienen que morir, incluso, lo que aparentemente, es lo mejor que hay en nosotros mismos. El fuego nos recuerda que la victoria siempre es cierta porque él destruye, purifica y crea todo lo nuevo. Cristo es pues el fuego con el que la vida que anda a oscuras encuentra su Luz, su plenitud y la verdad que la libera. ¡En la Luz, nunca hay error! Dice Thomas Merton. ¡Ser un instante luz, sólo un instante! Sopla y enciéndeme, Señor, cual árbol resplandeciente entre la noche oscura. Mira mis verdes que se extienden largos, mira mis ramas de quejidos: crecen en la noche, tu fresca luz buscando. Baja, Señor, y sopla entre mis frondas. Tóquete yo con mi pequeña mano, con mi pequeña sombra triste. Soy un niño sin descanso. Mi corazón golpea contra el tuyo. Un débil junco puede ilusionado golpear un gran sol, un mar de tierras. ¡Heme aquí golpeando! ¿Y no responderás a un niño? Mira cómo hasta Ti levanto mis dos brazos queriendo reposar sobre la hierba de luz de tu regazo. Baja, Señor, y posa tu caricia en mis cabellos, de la tierra, amargos, y deja un surco luminoso en ellos, un reguero de cielo dulce y largo (Carlos Bousoño)Francisco Carmona
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