Una canción de Teresa Larraín dice: “Si estamos aquí, es para traer al Cristo que nos hace crecer”. El campo que está más allá de lo correcto e incorrecto está habitado por la compasión y la misericordia. El alma anhela alcanzar la morada donde Cristo habita para arder y consumirse en el amor. Todos andamos buscando la morada interior del amor. Sabemos que, si encontramos ese lugar, donde Dios se deleita, dentro de nosotros, nuestra vida se llena de sentido y, el vacío que la acompaña, desaparece. Se dice que, en el mundo existen dos tipos de personas: las conscientes y las inconscientes. Las primeras procuran aportar misericordia y compasión. Las segundas, están cargadas de juicios y prejuicios, sólo saben descalificar y desvalorizar al otro. A través de las constelaciones, mucho más que en otro tipo de experiencias, he podido experimentar que, Cristo habita y Dios se recrea, allí donde a través de la reconciliación, todo vuelve al orden. “Pues en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, sabemos que tú diriges los ánimos para que se dispongan a la reconciliación. Por tu Espíritu mueves los corazones de los hombres para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano, y los pueblos busquen la concordia. Con tu acción eficaz puedes conseguir, Señor, que el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia, y la discordia se convierta en amor mutuo” (Plegaria Eucarística II sobre la reconciliación).
En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos: Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,15-20) Durante muchos años, nos hemos faltado al respeto y, como suele suceder, nos acostumbramos a hacerlo. Pasamos por alto el bienestar del otro con tal de conquistar el nuestro. Hoy, muchos tienen un afán enorme de conquistar un estado de paz, felicidad y armonía donde la ausencia del dolor sea una constante. Al parecer, muchos creen que, pueden alcanzar un estado ideal y natural de vida donde el dolor deje de existir y, donde sin ningún esfuerzo, podamos entrar en el mundo de lo divino; sobre todo, sin asumir el compromiso más básico de todos: poner orden en las emociones que gobiernan nuestro corazón. La inconsciencia crea mundos extraños. Hoy, un feto no es un ser humano, pero un perro, sí es un hijo. La inconsciencia nos hace creer que, podemos descalificar a los demás, desvalorizar su vida y sus acciones, simplemente, porque no coinciden con nuestra visión del mundo que, muchas veces es estrecha y basada en experiencias alteradas de consciencia. Alterar la consciencia para lograr una conexión con la divinidad, con el inconsciente, con las profundidades del alma termina convenciéndonos de que la información recibida, que es igualmente alterada porque es producto de la consciencia que la produce, es la verdad definitiva que debemos abrazar y seguir incuestionablemente. Procediendo de esta forma, creemos que avanzamos por el camino de la sabiduría; en realidad, vamos por el camino de la confusión. Al final, no sabemos, si la verdad son las cosas como son o si la verdad es lo que logramos imaginar y fantasear. Jesús nos revela lo siguiente: un corazón sensible está abierto a acoger la debilidad y fragilidad humana para acompañarla en un proceso de transformación. Un corazón insensible expone al otro, lo acusa y, en lugar de ayudarlo, busca la forma de hundirlo. El corazón insensible cree que insultar, denigrar y desvalorizar al otro, es decir la verdad. Un corazón insensible odia creyendo que así se actúa justamente. Nos dice la teoría del trauma que, la pérdida de sensibilidad frente al sufrimiento propio y ajeno es la expresión de la desconexión emocional que vive el ser humano. Creer que la vida es sólo placer y, que negar el dolor es alcanzar la iluminación, es propio del estado infantil del alma. La canción de Teresa Larraín “Voy a escoger” invita a vivir la experiencia de Cristo como aquella fuerza que nos hace crecer, que nos saca de la ilusión de una vida realizada sin esfuerzo y sin compromiso. El crecimiento espiritual auténtico es aquel que nos enseña que la vida es suma de éxitos y frustraciones; la alegría verdadera es el resultado de la transformación de la herida profunda que, llego a desgarrar el alma y dejarla hecha girones, pero que, al conectar con el amor, fue capaz de recomponerse y reconectarse nuevamente con lo fundamental, con aquello que es verdaderamente la esencia de las cosas: el amor que transforma el barro y la arcilla en vasija, en cántaro de amor donde el agua de la vida puede ser fielmente transportada. El alma encuentra la morada donde Dios habita y se recrea, cuando el amor acierta a ver que, en la reconciliación todo encuentra un nuevo punto de partida. En constelaciones sabemos que, después del conflicto viene la paz. También sabemos que, donde hay conflicto, hay un alma que no logra encontrar el orden que le permita al amor tomar su verdadera identidad. El crecimiento humano, espiritual, sólo es posible cuando le damos un buen lugar a todo aquello que, en algún momento de la vida, para ganar aprobación y sentir que pertenecemos, decidimos excluir e ignorar. La reconciliación no sólo nos lleva a la paz, sino que nos permite entrar en la morada de Dios que, a todos, incluidos los pecadores y los que han hecho bien, los acoge en su Presencia para sentarse con ellos al calor de su Amor. Si el amor te escogiera y se dignara llegar hasta tu puerta y ser tu huésped ¡Cuidado con abrirle e invitarle, si quieres ser feliz como eras antes! Pues no entra solo: tras él vienen los ángeles de la niebla; tu huésped solitario sueña con los fracasados y los desposeídos, con los tristes y con el dolor infinito de la vida. Despertará en ti deseos que nunca podrás olvidar, te mostrará estrellas que nunca viste antes; te hará compartir, en adelante, el peso de su tristeza divina sobre el mundo. ¡Listo fuiste al no abrirle! y, sin embargo, ¡qué pobre, si lo echaste de un portazo! (Sidney Rosey Lysagth) Francisco Carmona
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