El descuido de la parte espiritual lleva a la persona al desequilibrio. Un niño que es descuidado por su cuidadores principales termina albergando en su corazón un sentimiento de abandono. La herida de abandono es definida por la psicología de la siguiente forma: “La herida del abandono se crea a medida que el niño siente falta de amor, de cuidado, de protección y de atención, lo que acaba causando miedo a la soledad. Las personas con esta herida suelen ser dependientes emocionales en las relaciones sociales y afectivas”. Una persona con la herida de abandono rechaza la idea de vivir según su propio interés y querer. Le parece inadmisible que una persona; sobre todo su pareja, no la considere su centro de interés. Enfermamos porque hacemos a un lado la espiritualidad. Mientras actuamos irresponsablemente frente a nosotros mismos; es decir, no nos preocupamos por nuestro bienestar emocional y espiritual, estamos deseando que, sean los demás quienes se hagan cargo de lo que nosotros, por inmadurez, deseamos evitar. Una relación éticamente sana pide a cada uno de sus miembros responsabilizarse del cuidado de su alma. Aquello que no estamos dispuestos a hacer por nosotros mismos, no podemos exigírselo a los demás. Eso sería algo así, como pedirles que abandonen su propia vida, para hacerse cargo de la nuestra. A cada uno le corresponde asumir su propio destino. Las relaciones sanas exigen que sus miembros sean adultos; es decir, capaces de hacerse cargo de sus necesidades, de la satisfacción de las mismas y del equilibrio emocional y espiritual de su alma.
El evangelio identifica como insensatas a la personas que, habiendo escuchado la Palabra de Dios, la sabiduría, deciden construir su casa, existencia, sobre arena, en lugar de hacerlo sobre sólidos fundamentos. En el cuento de los tres cerditos, de los hermanos Grimm, encontramos lo siguiente: la clave para alcanzar una vida lograda está en el compromiso que cada uno pone en construir su existencia, su casa. El lobo representa aquella fuerza que, especializada en destruir y derrumbar casas, intenta hacer añicos la existencia. Aquí podemos ver representadas a las pasiones desordenadas, las heridas sin curar, los patrones destructivos de conducta y el descuido espiritual; es decir, el desinterés por nuestra vida interior que, entre otras cosas, da lugar a la desconexión con las necesidades profundas del alma y los valores que dan sentido a la vida. Sin esfuerzo, constancia, trabajo y responsabilidad es difícil construir una existencia capaz de mantenerse firme, sólida, en el momento de la dificultad, de la prueba. El primer cerdito es llamado lochón, el patrón de vida que guía su existencia es la pereza. De ahí que, construye sin el menor esfuerzo. Su interés no está puesto en la casa sino en jugar y divertirse. Mientras menos se ocupe de sí mismo, más tiempo tendrá para aquello que representa el verdadero interés de su alma. La diversión, disfrutar de la vida. El segundo cerdito se llama chachito, construye la casa de madera porque quiere dar la impresión de estar conectado con la naturaleza, en comunión con el medio ambiente; su verdadero interés está en seducir a los demás, especialmente, a las cerditas. Representa a la persona centrada en sí misma, en sus logros y en su afán de tener una posición destacada en el medio. Finalmente, está pilochín. Este cerdito representa a quien dedica tiempo a diseñar, buscar el material, construir y cuidar su casa. Su casa se convierte en el espacio donde los que, han sido heridos por su propio descuido encuentran un lugar donde curarse y transformarse; es decir, todos saben que, sólo una casa bien construida termina siendo la mejor protección contra el lobo. Sin espiritualidad nadie es capaz de construir una casa o existencia sólida. En la tradición espiritual y religiosa cristiana tenemos la celebración del corazón de Jesús. El corazón de Jesús es el símbolo de lo que alberga un corazón dispuesto a amar, a entregarse, a vivir según el interés y querer de Dios. Además, el Evangelio nos recuerda que, como la casa de Pilochín, el corazón de Jesús tiene la capacidad de acogernos y defendernos del lobo feroz; esa fuerza que está entrenada para soplar sobre nuestra vida y derrumbarla sino la encuentra bien cimentada. Así, como la casa de Pilochín resistió la fuerza del lobo también el corazón de Jesús resistió al mal, al deseo de destrucción, al odio. Quien atiende el llamado de Jesús para venir a descansar en su corazón termina encontrando lo que necesita para curarse, transformarse y hacerse cargo de la propia existencia. Sergio Rosa escribe: “El Corazón de Jesús nos habla de iniciativa y de libertad, de entrega sin reservas y amor profundo; nos recuerda como Dios, por pura iniciativa suya, comprometido con los hombres y mujeres de ayer, de hoy y mañana sale de sí para encarnarse en medio del mundo, acampando en medio de nuestra realidad histórica y cotidiana. La vida de Jesús, su muerte y su Resurrección implican un movimiento de salida – Dios sale en busca del hombre- que provoca un encuentro personal, que transforma la vida del creyente, abriéndole nuevos horizontes, ensanchando miras y descentrando de la propia lógica a la que estamos acostumbrados. Dios nos sale al encuentro para que, llevados de la mano con nuestra propia historia, invitarnos a encontrarnos con Él, a entrar en Él”. Jesús nos invita a salir de nosotros mismos para entrar en su corazón, en su amor y, vivir allí en comunión de amor con Él y con el Padre. Nadie está exento de encontrar dificultades en la vida. Todos, en algún momento, podemos elegir como continuar viviendo. Willigis Jäger, basándose en la tradición taoísta, identifica cinco actitudes que podemos asumir para actuar ante una injusticia. “La primera, al darnos cuenta de los cambios que se están produciendo y advirtiendo las consecuencias nefastas que tienen para nuestra vida y bienestar podemos apartarnos asumiendo las críticas y lo que implica distanciarse. Está bien salvaguardar nuestra identidad. La segunda, asumir una actitud crítica y, aunque nos ataquen, denigre e intenten destruir como respuesta, mantener la integridad y actuar coherentemente con el fuero interno. La tercera, retirarse al exterior; es decir, marcharse definitivamente para no contemplar el horror. La cuarta es hacerse el loco, fingir que no estamos enterados de lo que sucede. La quinta asumir la confrontación con valentía y fortaleza reconociendo que, el que atemoriza, en su corazón, está gobernado por un miedo profundo”. En cualquiera de estas actitudes que, según el taoísmo son fuente de sabiduría, el objetivo es salvaguardar el corazón. En Jesús, encontramos, como señala Sergio Rosa, a “un Dios, que por amor se nos hace presente, se nos hace realidad, se nos hace verdadera vida y no se cansa de invitarnos a estar junto a Él, a adentrarnos en el misterio de su amor, en el misterio de su corazón”. Lo importante, no es la tradición que sigamos, sino el mantener la atención en cuidar el alma y salvaguardar el corazón. Agotado ya de mis manías, mis torpezas y mis miedos, mis complicaciones y mis discursos… agotado de ponerme al centro. Agotado de que antes de intentar levantar el vuelo ya me haya tropezado y enredado en mis cosas de siempre. Agotado vengo hoy a Ti. Esta vez rendido. Ya ni queriendo volar, sino como dejándome caer hacia ese vacío del que sé que sólo Tú me recogerás. Ciego como Bartimeo, con la garganta que me arde, exhausto de gritar. Te grito a Ti. Pocas certezas me has regalado en esta vida. Una es que mi grito sordo entrelazado con mi propio amor, querer e interés espera volver a Ti. Vengo y grito con el eco de todos los que han hecho de mí el que soy y ojalá que con la estela de quienes hayan escuchado Tu Nombre desde los agujeros de mis corazas. Agotado, hoy llego rendido a Ti y noto que quien pone casa para juntarnos a todos a la mesa vuelves a ser Tú (Fran Delgado sj) Francisco Javier Carmona
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