La comprensión de nosotros mismos no depende de la opinión de otras personas. En muchas ocasiones, lo que los demás dicen de nosotros está permeado por sus propios complejos, temores o falsas expectativas. El amor se manifiesta en el esfuerzo por ver al otro como es, por descubrir la presencia de Dios en su vida y, de manera especial, por honrar su historia. En los talleres de Constelaciones Familiares he visto a hombres y mujeres valerse de la historia vivida de sus parejas para humillarlos e intentar destruirlos. Aquello que albergamos en nuestro corazón se convierte en la guía no sólo de lo que sentimos o pensamos, también de lo que somos capaces de decir y hacer. Hacernos cargo de nuestro dolor, es la manera más honesta de amar. El maestro carpintero Cheu, en su viaje en el país de Tsí pasó junto al roble que daba sombra al cerro del Genio del lugar, en Koiu-yuan. Era tan grande que en el tronco de este árbol podía esconderse un buey. Se elevaba a ochenta pies de altura y su copa la formaban unas tan gruesas que en cada una de ella hubiera podido tallarse una barca. La gente acudía por decenas para admirarlo. El carpintero pasó junto a él sin echarle ninguna mirada. Asombrado, su aprendiz le dijo: Pero, ¡mirad!, desde que manejo el hacha jamás he visto una pieza de madera tan hermosa. ¡Y vos ni os dignáis mirarla! La he visto, dijo el maestro, inadecuada para hacer una barca, un ataúd, un mueble, una puerta, una columna. Madera sin utilidad práctica. Vivirá mucho tiempo. Cuando el maestro carpintero Cheu volvió de Tsí, pernoctó en Koiu-yuan. El árbol se le apareció en sueños y le dijo: Es cierto, los árboles de madera hermosa son talados jóvenes. A los árboles frutales se les rompen las ramas con el frenesí de robarles los frutos. A todos ellos, su utilidad les resulta fatal. Así, yo soy feliz de ser inútil. A los árboles, nos ocurre lo mismo que a los hombres. Si eres un hombre útil, no llegarás a viejo.
En la Cruz el amor es desnudado. Allí, no queda nada de la imagen propia, solo el dolor está presente. El miedo sale a la luz y los que lo habían cultivado, huyen. Los que habían aprendido a amar, permanecen. Los que no habían aprendido a callar y a hacer silencio en su interior, niegan. La vulnerabilidad está presente y clama junto a la Madre, al discípulo amado y las otras mujeres por ser transformada, llevada a la eternidad, a ese espacio del corazón donde todo es transfigurado, amasado y convertido en pan de vida. La desnudez de la Cruz no entró en el olvido perecedero; al contrario, entró en el espacio del amor auténtico, el que asume, perdona, sana, integra y trae luz. Por encima del amor crucificado y, después, resucitado, dice el Maestro Eckhart: “no hay grado más alto, ni mayor paz ni bienaventuranza” Dos imágenes nos acompañan durante este tiempo. La primera el amor crucificado y traspasado. La segunda, el amor resucitado que nos dice, una y otra vez, ¡No tengan miedo! Porque yo estoy en medio de ustedes no como el que murió sino como el Señor de la Vida. Escribe el Maestro Eckhart: “Cuando un Maestro hace una imagen, bien sea de madera o de piedra, no introduce la imagen en la madera o en la piedra, sino que va cortando o tallando aquellas piezas que mantienen oculta o recubierta la imagen. El Maestro no añade nada a la madera o a la piedra, sino que golpea o esculpe, saca la escoria y entonces resplandece lo que estaba oculto debajo. Este es el tesoro que estaba oculto en el campo”. Este es nuestro tesoro: “El que muere en Cristo, resucita en Él y tiene vida eterna”. El que ama y muere en el amor, permanece en el amor que vivió. Junto a la Cruz de Jesús, acompañando su paso de este mundo hacia el Padre están acompañando los que han comprendido que la vida es, ante todo, un viaje al interior. Los bravucones como Pedro y Santiago huyen. A Jesús lo abandonan, los que aún no han comprendido que, sólo volviéndonos hacia nuestro interior es donde podemos encontrar la luz que, al aceptar el llamado de Jesús, anhelamos encontrar. El seguimiento de Jesús implica la transformación interior; ahí, es donde reside nuestra identidad y, también nuestro destino verdadero. En el interior estamos liberados de culpa, conectados con la raíz de nuestra esencia, somos acogidos y amados por Dios tal como somos. Ese es nuestro verdadero tesoro. Entre los que están junto a la Cruz destaca la figura de Juan, el discípulo amado. Juan es el amigo que conoce la intimidad del Maestro, no porque sea su amante como algunos han querido mostrarlo para hablar de la homosexualidad de Jesús, sino porque, como enseña san Agustín, el amigo da la vida por ti porque conoce lo más secreto de tu corazón. Para Juan, la cuestión de fondo no está en la imagen sino en el establecimiento de relaciones sanas donde el amor está presente porque comprende, acompaña, espera y, sobretodo, está ahí, cuando más se necesita porque la oscuridad y la sombra se vuelven amenazantes. Solo un hombre con una vida interior bien consolidada puede escribir un texto como el Evangelio de Juan. Escribe un colaborador de rezandovoy: “Juan es el amigo. El que tiene miedo, pero no deja al amigo solo, no lo quiere perder. Juan es el que desea comprender las acciones de su amigo. Juan recuesta la cabeza en el regazo del amigo en la cena. Se duerme en el huerto. Ve como toman preso a Jesús y huye. Luego vuelve, y aguanta, en pie, ante la cruz, perplejo, dolido… Y después, ¿qué? Juan no es perfecto. Como ninguno de nosotros. Pero ama. Y porque ama, busca. Es amigo, y como tal quiere al otro, aunque no siempre sepa hacer lo correcto. Es amigo, aunque no héroe. Capaz de dormirse sin percibir el dolor que acongoja a Jesús, sí, pero también capaz de desafiar el miedo, a los soldados y a lo que sea para no dejarlo morir solo, en un madero, sin ver un rostro conocido. Juan esta semana se va a ver enfrentado con el fracaso, el dolor y la pérdida ¿No es mejor amar, aunque a veces duela, que encapsularse?” A Juan, podríamos aplicarle las palabras de Franz Jalics: “Dios no exige algo de ti desde afuera. Dios es el centro de tu Ser. Está dentro de ti, a mayor profundidad de lo que tú conoces de ti mismo. Por eso dice Cristo que el reino de Dios está dentro de nosotros”. Juan es el amigo capaz de llegar ese lugar donde no hay sentimientos de culpa, donde sólo el amor que brota sin cesar de sí mismo, como un manantial. Juan está junto a la Cruz y consuela a las mujeres porque la paz reposa eternamente en él. De ahí que, sea Juan el que siempre dice: “Doy testimonio de lo que vi con mis propios ojos y experimenté en mi corazón. Por eso, mi testimonio es verdadero porque lo que digo es mi experiencia fundante, el fruto del amor que, en silencio contempla, acoge y ama. Jesús encomienda a María la formación de Juan y a Juan el cuidado de María porque solo el que contempla desde el corazón puede amar profundamente y, ambos, lo saben hacer a la perfección. Amo y al amar yo siento que existo, que tengo vida y soy mi fuga encendida en constante nacimiento. Amo y en cada momento amar, es mi muerte urgida por un amor sin medida en incesante ardimiento. Mas cuando amar ya no intente porque mi cuerpo apagado vuelva a la tierra absorbente: todo será devorado, pero no el amor ardiente de mi polvo enamorado (Elías Nandino)Francisco Carmona
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