La sociedad del cansancio, como llama Byung a la sociedad actual, al promover la vida positiva, también promueve la desconexión con el ser. Desde hace años, venimos experimentando la desconexión con el alma. Ahora, esa desconexión crece, y ya no sólo es el alma, sino también el ser los que andan sin rumbo por la existencia. La consecuencia natural de la desconexión está relacionada con tres fenómenos que nos afectan profundamente. El primero, está relacionado con el vacío. El segundo, con el déficit de atención, nos cuesta mucho vivir en el presente y, por último, la falta de sentido y el deseo de quitarnos la vida. Ambos procesos, la pérdida del contacto con el alma y con el ser tienen en común la desvinculación con el Misterio. El deseo profundo de ser autónomos nos lleva a creer que, sin Dios y sin referencia a lo sagrado, podemos llevar una mejor vida, los resultados finales terminan mostrándonos una realidad diferente. Un día, mientras paseaba a caballo por sus tierras, el Sultán vio un molino de viento cuyas aspas no giraban. Furioso llamó al molinero y le dijo: ¿Por qué no gira este molino? Porque no hay viento - le contestó el molinero. ¡Un molino de viento está hecho para girar! ¡Exijo que gire! ¡Apáñatelas como puedas! ¡Mañana volveré y pobre de ti si no me has obedecido! El Sultán regresó al día siguiente. El molino seguía sin girar. Entonces le gritó al molinero: ¡No entendiste lo que te dije ayer! Sí, Excelencia, claro que entendí. ¿Y? Y le di la orden al molino. ¿Y entonces? Entonces el molino me escuchó y me contestó. Me dijo: Estoy listo para obedecer. Pero ve a decirle al Sultán, que es más poderoso, que le ordene al viento que sople. Justo ahora iba a ponerme en camino para pedírselo.
Anselm Grun, cuando hace referencia a la peregrinación, nos dice: “Para muchos, peregrinar es una forma de autorrealización humana. La peregrinación es un símbolo arquetípico para todo ser humano. El peregrino es el arquetipo del cambio, la figura que aparece en la psique cuando es tiempo de partir otra vez a buscar un mundo nuevo (Arnold, p. 125). El peregrino confiesa que no conoce la respuesta a los interrogantes más profundos de su vida. Va a correr mundo para encontrar la respuesta a sus preguntas. De vez en cuando se apodera de nosotros el arquetipo del peregrino. Entonces, como Abrahán, tenemos que dejar todo lo conocido y familiar para seguir nuestro anhelo interior. Peregrinar significa seguir el camino del anhelo. El anhelo, sin embargo, nos lleva más allá de este mundo. Nos muestra que en nosotros hay algo que sobrepasa este mundo. Al peregrinar entramos en contacto con nuestro anhelo. El anhelo es la huella que Dios ha impreso en nuestro corazón. Para sentirlo, debemos seguir las huellas que otros peregrinos han dejado en este mundo”. Sin la añoranza de Dios es imposible comprender la vida como una peregrinación. Sin Dios, la vida es un viaje heroico donde el principal protagonista es el Ego quien desplaza al ser y al alma. En su viaje, el joven a quien el evangelio llama “hijo prodigo” parte animado por la creencia de que, para ser el mismo, para gestionar su vida, no necesita ni de la orientación de los demás ni de la disciplina. Ambas cosas, son percibidas como amenazantes y coercitivas. Si la tarea es ser uno mismo, no se necesita sino de uno mismo, enseña la cultura actual. El problema está en que, desligados de los demás, poco sabemos de nosotros mismos y de nuestros instintos. Sin un mapa de lo que ocurre en nuestro interior, la vida se vuelve algo más difícil de lo acostumbrado. Anselm Grun señala: “En casi en todas las religiones hay rutas de peregrinación. Los griegos acudían a los lugares donde había oráculos, en los que esperaban recibir las instrucciones de Dios. Los judíos acudían al Templo de Jerusalén. Los salmos de peregrinación describen la fascinación que los peregrinos sentían al acercarse a Jerusalén. Su corazón latía entonces con más fuerza, porque esperaban la gloriosa cercanía de Dios. Los budistas peregrinaban a los lugares donde Buda realizó su actividad. Tanto en el Tíbet como en China hubo tradiciones de peregrinación ya antes del budismo. En todas las religiones, la gente se ponía en camino hacia determinados lugares en los que se podía experimentar de manera especial la cercanía de Dios. Al mismo tiempo se pretendía escapar del entorno habitual”. Todos los caminos espirituales consideran la existencia desde dos polos. El primer polo está compuesto por la peregrinación. El ser humano se siente llamado por la divinidad a salir de su casa, de su tierra, de su país para ir donde la divinidad le invita a ir. Cuando la persona acepta el llamado a salir encuentra una nueva identidad, una nueva misión y, también un nuevo lugar; es decir, un nuevo circulo de relaciones. La peregrinación es el símbolo de la búsqueda de sí mismo, algo sumamente importante para alcanzar la sabiduría. Quien es capaz de peregrinar también es capaz de conquistar aquella fuerza que llena su vida de un saber diferente al que obtiene si rechaza la invitación divina. El otro polo es el sedentarismo o el permanecer en casa, en el lugar donde se ha construido una casa. Todos los seres humanos experimentamos, en algún momento, la necesidad de tener o construir una casa, un lugar donde siempre habitar. El rey David decidió construir una casa para el Señor. El tema de la casa está ligado al terreno y a los fundamentos. En el Evangelio encontramos la parábola del hombre que construye sobre arena y el que construye sobre roca firme. La casa es la imagen de la propia vida. Es curioso, en la medida que las personas avanzan en el proceso de crecimiento interior también aparece en ellos la necesidad de tener una casa propia y habitarla. La casa es el llamado a ser responsables con nuestra vida. Además de la casa, el evangelio también habla del campo para cultivar y del lagar para hacer buen vino. Dos tareas que el hombre siempre debe tener presente: cultivarse y celebrar la vida. De esta forma, el alma se mantiene en equilibrio, sana y conectada con la divinidad, con el fuego que arde en su interior. La espiritualidad nos recuerda que, nunca dejamos de peregrinar y que siempre estamos invitados a salir de nuestra casa. Lo anterior, nos recuerda el carácter itinerante de la existencia. La vida siempre es movimiento. El arquetipo del peregrino nos recuerda que el cambio es uno de los anhelos más profundos del alma. Siempre estamos invitados a transformarnos. La figura del peregrino aparece en la psique invitándonos a dejar a un lado todo aquello que nos impide seguir creciendo, manteniendo la fidelidad a nuestra vida y a la vocación a la que fuimos llamados. La instalación o conformismo es también una de las mayores tentaciones del alma. Para que el alma no se anquilose, se debilite y muera aparece el peregrino recordándonos que, fluir es la ley fundamental de la existencia humana. El estancamiento nos recuerda que el desorden afectivo se instaló y se apoderó de nuestro corazón. El arquetipo del peregrino nos invita a confesar que no conocemos la respuesta a los misterios más profundos de la vida y de la muerte. El peregrino va siempre en busca de la respuesta a aquello que lo anima a seguir viviendo y transformándose. Cuando peregrinamos satisfacemos el anhelo profundo del alma de vivir en conexión consigo misma, con el ser y con Dios. ¡Fuera la inquina, los desprecios, la venganza! Los vanos sueños, las inútiles quimeras, ¡fuera! ¡Fuera las distancias insalvables entre hermanos! Dentro el amor, eterno, posible, a tu modo. Quién fuera echando demonios y bendiciendo historias con el verbo, con el beso, con la vida. Quién fuera dejándose sanar por dentro de tantos dolores que nos aquejan, y sanando, a tu modo, a otros que fuera esperan un roce, un gesto una respuesta…(José María R. Olaizola, sj)Francisco Carmona
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