Nos dice el Evangelio: “Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos” (Mt 26, 57). Jesús está frente a los hombres piadosos de la sociedad. Entre ellos, se destaca Caifás, el sumo sacerdote. Escribe un autor anónimo: “Caifás es piadoso, cumplidor, tan perfecto… ¿Por qué Jesús era tan peligroso para él? Tipos extraños con pretensiones mesiánicas había muchos. De vez en cuando surgía alguno de esos personajes pintorescos que pronto pasaban al olvido. Pero Jesús era distinto. Amenazante porque cuando hablaba la gente se sentía tocada en lo más hondo. Amenazante porque el Dios que proponía no exigía una ley, no distinguía puros e impuros, hablaba de perdón y no de castigo. Caifás tuvo miedo. Miedo del cambio. Miedo de una verdad que haría tambalearse demasiadas cosas. Miedo de tener que mirar a la gente de igual a igual, y no desde arriba. Miedo de un Dios que no cupiese en los límites cómodos de un libro. Tal vez miedo de VIVIR… Y ante esa verdad desnuda y nueva, se rasgó las vestiduras escandalizado”. Un tallista de madera llamado Ching acaba de terminar un yugo de campana, y todo el que lo veía se maravillaba porque parecía obra de espíritus. Cuando el Duque de Lu lo vio le preguntó: ¿Qué clase de genio es el tuyo que eres capaz de hacer algo así? Y el tallista respondió: Señor, no soy más que un simple trabajador. No soy ningún genio. Pero le diré una cosa: cuando voy a hacer un yugo de campana, paso antes tres días meditando para tranquilizar mi mente. Cuando he estado meditando durante tres días, ya no pienso en recompensas ni emolumentos. Cuando he meditado durante cinco días, ya no me preocupan los elogios ni las críticas, la destreza ni la torpeza. Cuando he meditado durante siete días, de pronto me olvido de mis miembros, de mi cuerpo y hasta de mi propio yo, y pierdo la conciencia de cuanto me rodea. Como resultado solo queda más que mi pericia. Entonces voy al bosque y examino cada árbol hasta que encuentro uno en el que veo en toda su perfección el yugo de campana. Luego, mis manos empiezan a trabajar. Como he dejado mi yo a un lado, la naturaleza se encuentra con la naturaleza en la obra que se realiza a través de mí. Esta es, indudablemente, la razón por la que todos dicen que el producto final es obra de espíritus.
La vida me ha ido mostrando que, las personas que se aferran a la religión, como si se tratara de un asunto de estímulo y respuesta, voy a misa porque es domingo no porque me hace falta el encuentro con Cristo, tienen un miedo muy profundo a vivir, a hacerse cargo de sí mismos. Parafraseo las palabras de Federico Nietzsche en así hablo Zaratustra: “Muchas cosas de la gente buena me producen nauseas, y, en verdad, no su mal ¡Pues yo quisiera que tuvieran una demencia, de esta forma, me resultaría más comprensible su comportamiento. También me resultaría comprensible si me dijeran que están muriendo. En verdad, yo quisiera que encontrar una explicación a la hipocresía de la gente buena. Ojalá viniera alguien y me dijeran que, éstas personas caminan detrás de la verdad y la justicia. No es así. Las personas buenas utilizan su hipocresía para creer que tienen una vida llena de sentido, en lugar de reconocer que, convirtieron la miseria interior en su bienestar”. ¿Qué pasa, Caifás? ¿Por qué estás tan enfadado con Jesús? ¿Por qué perseguirle a muerte? ¿Por qué vas a forzar a Pilatos para que le condene? ¿Por qué te sientes tan amenazado? ¿De dónde proviene el sentirnos amenazados por el deseo de otros, bien sea de vivir auténticamente como inauténticamente? ¿No bastaría con saber qué, cada uno hace lo que está a su alcance procurándose la felicidad? El que con su boca confiesa a Dios y con sus actos lo niega y, el que cultiva la vida interior y el que se esfuerza porque su vida tenga sentido amando tienen en el corazón la misma meta aunque los caminos que toman nos confundan tanto a los unos como a los otros. Caifás es el sumo sacerdote y Jesús un hombre campesino que, sólo intenta realizar la voz interior que le dice: “Tú eres mi Hijo amado”. Caifás busca a Dios ostentando el poder; Jesús predicando, sanando, poniéndose una toalla para lavar los pies, perdonando y confiándose a Dios. Mientras que Caifás se convierte en el intocable, en su excelencia, en el más respetado entre todos. Jesús termina rechazado y burlado por una multitud que, imaginamos fue muy grande. ¿No nos convendría quizás contemplar, en su desnudez, la verdad que tanto Caifás como Jesús abrazan? ¿Acaso, no se sienten ambos hijos amados de una manera muy especial por Dios? De no ser así, seguramente Caifás no se abría aferrado a su poder y Cristo a su entrega. A su manera, ambos se definen y consideran perfectos ante Dios. ¿Será que, Caifás por ser sumo sacerdote sentía que el título de Hijo de Dios era para él y, ver que la gente llamaba a Jesús con este titulo, despertaba celos en él? El P. Franz Jalics escribe: “La comprensión de ti mismo no debe depender de otras personas. Si diriges la atención hacia tu interior descubrirás el sentimiento de tu propia dignidad. Y si profundizas aún más hallarás el Ser en tu centro esencial. Allí sientes que existes. Descubres que está bien todo así como es. Allí ya no hay sentimientos de culpa. Vuélvete hacia adentro, hacia la raíz de tu esencia. Allí no dependes de nadie, reposas en ti mismo. Y cuando vuelvas a estar entre la gente, la imagen que te harás de ti mismo será independiente de ella y podrás establecer relaciones sanas”. Al leer el texto me surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo se percibe a sí mismo Caifás? ¿Cómo se percibe a sí mismo Jesús? ¿Cuál es la experiencia fundante, numinosa, de Caifás? ¿Cuál es la experiencia fundante, numinosa, de Jesús? Cada uno actúa desde la imagen que se ha hecho de sí mismo en relación con Dios. Caifás y Jesús representan las dos polaridades del amor y del servicio a Dios. La labor del sumo sacerdote consiste en servir al pueblo ayudándole a deshacerse del pesar, del dolor y de la culpa. Al ofrecer sacrificios en nombre de todo el pueblo también los alentaba a saber lidiar con sus pecados y a aceptar el perdón de Dios. Caifás fue quien profetizó: “Conviene que muera uno solo por el pueblo, y no que perezca la nación entera" (Jn 11,50). Como miembro de la comunidad de los saduceos no creía en la resurrección de los muertos. Cuando escucha la noticia de la resurrección de Lázaro, su preocupación entorno a Jesús crece hasta el punto que reúne el consejo para determinar que van a hacer con la vida de este hombre. Para Caifás, lo que hacía Jesús era herético, contradecía el sistema de creencias imperante. Caifás vigilaba el sistema de creencias. Jesús es llamado, después de la resurrección, sumo sacerdote. Nos liberó del pecado, de la culpa y de la necesidad de ofrecer víctimas para obtener el perdón, el consuelo y superar el dolor. La acción de Jesús fue la entrega de sí mismo por Amor. Con Jesús aprendemos que, la verdadera esclavitud del ser humano proviene de su corazón nunca del cumplimiento o incumplimiento de normas externas. Jesús nos enseñó que, el mayor dolor que un ser humano puede experimentar consiste en permitir que su corazón se resista o niegue a abrirse al amor. En la Cruz, Jesús nos invita a confiar. Aquello que parece destruirnos, no es otro que el camino hacia la verdadera vida, sólo tenemos que abandonarnos en las manos del Padre que, sabe muy bien, cual es nuestro verdadero destino. Lo que está en manos de Dios nunca se pierde. Caifás y Jesús buscan a Dios. Muchos de nosotros buscamos también a Dios. Hay diferentes caminos. Unos más apegados a la tradición y a la norma. Otros, más apegados al espíritu o al despertar de la consciencia. No hay mejores ni peores caminos. Nadie puede juzgar la intención de Caifás, tampoco la intención de Jesús. Ambos servían a Dios, a su manera. Anselm Grün, como otros especialistas en espiritualidad y en psicología profunda, nos enseña: “Buscar a Dios es indagar una y otra vez, desde diferentes ángulos, las imágenes de Dios que nos hemos formado. Y buscar a Dios detrás de todas las imágenes y todos los conceptos que podemos hacernos de Él”. La imagen que tenemos de Dios es lo que nos pone en un camino o en otro. Sabemos de la autenticidad del camino si nuestro amor consiste en crecer y dejar crecer, en ser y dejar ser. ¿Duermes, alma mía? ¿Te has acostado ya? Llueve y estoy solo y aburrido. No quise molestarte. Te había visto leyendo a la luz de la lámpara y no me di cuenta cuándo cerraste la ventana que da hacia el jardín, la ventana abigarrada por las sombras y por la luz. Golpeé suavemente el vidrio, volví a golpear más fuerte y luego entré en tu habitación. ¡Qué limpieza y disciplina! El libro estaba abierto por una página blanca ¿Qué estabas leyendo en un libro sin palabras? La cama la encontré arreglada. La sábana nueva, la almohada fresca. ¿Adónde te habías ido? ¿Dónde andas de noche solitaria? El calzado también es nuevo y aquí no hay nada que limpiar. Usas una camisa de piedra y ciñes tu cintura una soga de plata. No tienes sudor, ni polvo, ni saliva. Un alfiler pincha mi corazón vencido, ¿acaso eres un médico sin remordimientos, tal vez un clavo del Crucificado o una espina de su corona? ¡Ven a casa, alma mía! ¡Tráeme hierbas curativas, alma mía! ¡Cúrame, alma mía! (Tudor Arghezi)Francisco Carmona
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