A constelaciones vino una joven diagnosticada con psicosis. Pusimos un representante para la enfermedad y otro para el consultante. Le pedí al representante del consultante decirle amorosamente a la enfermedad: prefiero desaparecer yo, antes que tú. Al principio, todo permaneció tranquilo. Después de un tercer intento, la representante cae al suelo. Preguntó: ¿qué paso en la vida familiar? La consultante contestó: ¡saque a mi papá de la casa para salvar a mi mamá del cáncer y de la muerte! En el momento, en el que la consultante habló, se apoderó de ella un temblor y la representante se incorporó del suelo. Le pido a la consultante decirle a la enfermedad: ¡prefiero desaparecer yo, antes que tú! La consultante dijo: ¡Mamá, prefiero morirme primero yo antes que, permitir que mueras tú! En ese instante, la enfermedad la tomo del brazo con fuerza. En este caso particular, la enfermedad es la expresión de un intento de reparación de una injusticia. Cuando alguien desea salvar a otro de su destino, la psique se ve obligada a disociase para poder soportar el acto que se está intentando llevar a cabo. Cuando se percibe algo como una injusticia, alguien del sistema se ofrece para repararla. Para la consultante, es injusto que la mamá tenga cáncer, atribuye la enfermedad a su padre y, cree que, si el papá se marcha de la casa, todo va a estar bien y el cáncer desaparecerá. Pues bien, entramos a la constelación tres representantes uno para el papá, otro para la mamá y, el tercero, para el cáncer. El cáncer tenía abrazada a la mamá, mientras tanto ella tenía empuñadas las manos con mucha fuerza. Le preguntó: ¿Qué sucede? La representante de la madre responde: tengo mucha ira, quiero matar. Le pido a la mamá que diga al cáncer: ¡Prefiero morir yo antes que tú! La representante de la mamá dice: ¡Amor, prefiero morir yo antes que tú! En ese momento, el representante del papá se acerca a la mamá, se abrazan y el cáncer hace lo mismo. Preguntó: ¿Qué paso? La respuesta fue: “mi papá tuvo un accidente muy grave y estuvo a punto de morir”. El deseo de reparar algo percibido como injusticia es la dinámica que impacta el sistema familiar y se convierta en la fuerza que guía la consciencia, en este caso, de la hija.
Un día al sur del Himalaya el gran Rey de esas tierras fue visitado por un embajador de Persia que le obsequió con una hermosa espada labrada a mano. Mientras admiraba todo el trabajo hecho en el sable, el Rey se cortó accidentalmente el extremo de su dedo pequeño. Como el Rey estaba sufriendo esta pérdida, su ministro dio un paso hacia el trono y le dijo: Vuestra real alteza no se lamente por la pérdida de la punta de su dedo, pues siempre todo está dispuesto por Dios. Al escuchar estas palabras de su ministro, el Rey se sintió muy enojado y dijo: No puedes apreciar la pérdida de mi dedo porque es mi dedo el que se ha perdido y no el tuyo. Mejor sería que retiraras lo que has dicho no sea que pierdas algo más que la punta de un dedo. Su majestad, le hablo con la verdad de mi corazón, - le contestó el ministro - y en consecuencia no puedo retirar lo que he dicho, pues ciertamente todo está dispuesto por Dios, y por su parte mi señor actúe como le dicte su conciencia. El Rey fuera de sí, lleno de ira por semejante irreverencia llamó a sus soldados para que le detuvieran y le encarcelaran. Poco después llegó el día de la caza, momento que habitualmente el Rey era acompaño por su ministro. Como éste estaba en prisión el Rey marchó solo. Sucedió que, una vez adentrado en las selvas, el Rey fue atacado y capturado por una banda de caníbales salvajes. Luchando por su vida el Rey fue arrastrado hasta el lugar donde se hacían los preparativos y rituales para los sacrificios humanos. Fue desnudado y bañado en aceites sagrados y conducido al altar de los sacrificios. Momentos antes de ser inmolado, el alto sacerdote advirtió que le faltaba la punta de un dedo. Este hombre no es apto para ser sacrificado - dijo el sacerdote - le falta la punta de su dedo y por tanto no es completo, así que es inaceptable. De esta forma, fue llevado a lo profundo del bosque y se le dejó marchar. El Rey recordó emocionado las palabras de su ministro y cuando pudo llegar, con todo su esfuerzo al palacio, fue directamente a los calabozos a liberar a su ministro. - Tu dijiste la verdad - dijo el Rey - si no hubiera tenido cortada la punta de mi dedo hubiera sido sacrificado y devorado por esos caníbales. Seguramente Dios dispuso salvar mi vida. Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué Dios dispuso que te pusiera en prisión de manera injusta? ¿También esto venía de Dios? Sí - contestó el ministro - si no me hubieras puesto en prisión yo te hubiera acompañado en la cacería como siempre hacíamos y me habrían capturado contigo. Puesto que mi cuerpo está completo y sano yo hubiera sido sacrificado en tu lugar, ya que a ti se te consideró no apto. Escribe Bert Hellinger: “Toda buena descripción de un problema siempre contiene ya su solución, y ésta obra ya a través de la misma descripción. La solución comienza en el momento en el que se descubre la frase nociva y el paciente la pronuncia y la afirma ante la persona amada, con toda la fuerza del amor que le impulsa: ¡Prefiero desaparecer yo antes que tú! En este punto es importante que la frase se repita hasta que la persona amada aparezca realmente como persona y, a pesar de todo el amor, se perciba y se reconozca como separada del propio yo. De lo contrario, se mantienen la simbiosis y la identificación, malográndose la distinción y la separación fundamentales para una solución”. Cuando creemos que podemos cambiar el destino de alguien a quien amamos mucho es porque el corazón ha permitido que la arrogancia se apodere de él. Creer que podemos estar por encima de las fuerzas de la vida es el principio del caos y del desorden que, son las fuerzas creadoras del sufrimiento, la enfermedad, la neurosis y, en algunos casos, de la tragedia en nuestra vida. La humildad es la luz que nos guía para ir del desorden al orden, a lo que nos permite vivir en armonía con todo lo que nos rodea tal como es. En lugar de excluir, porque nos genera incomodidad, el alma necesita incluir y aprender a amar porque ella anhela la unidad antes que, la separación. La arrogancia tiene su origen en el amor que se desborda. Para Constelaciones familiares el amor que se desordena termina generando caos porque pierde su verdadero sentido. El amor ciego o inconsciente tiene mucha fuerza en la psique de los miembros de un sistema que, de manera inconsciente, se implican en el destino de otros. Cuando se pide a los consultantes, cuya enfermedad es la expresión de un deseo de tomar el lugar de otro en la muerte, para que el sistema conserve su equilibrio, que digan: “honro tu destino, no puedo hacer nada por ti aunque el amor me pida hacerlo, decido quedarme en la vida y asentir a tu destino tal como se está manifestando, el sistema recupera no solo el equilibrio sino también la dignidad. Nadie puede usurpar el destino de otro en la muerte. Conviene recordar que, lo que sucede es parte de nuestra destino. En la constelación pasaron muchas cosas interesantes. Una de ellas fue cuando la enfermedad dice: “nada puede detener mi destino. A pesar del dolor y del sufrimiento todo no ha sido más que una manifestación de la vida. Una vida que continuará incluso después de la muerte”. En ese momento, recordé las siguientes palabras de Thomas Merton: “La vida es un don del que yo me alegro... Por lo que se refiere a los sufrimientos que yo haya podido padecer, son algo intrascendente y en realidad forman parte del gran bien que ha sido, y espero continuará siendo, la vida”. Todo lo que ocurre es parte de la vida y contribuye a nuestro destino. Juzgar que es lo bueno o lo malo proviene de nuestro interior. La humildad frente a la dificultad que presenta la vida es fundamental para fluir y, sobre todo, para permanecer en la vida. De ahí, la importancia que tiene, para ir hacia el orden, la capacidad de decirle al padre, a la madre o al hermano que enferma o está muriendo: “aunque te vayas, yo decido quedarme, irme detrás de ti puede ser un gesto de amor, pero es contrario al destino y a la verdad que me permite ser, crecer y expandirme. Dice Hellinger: “A veces, sobre todo si la frase se dirige al padre o a la madre, el paciente aún añade: Querido padre, querida madre, bendíceme, aunque tú te vayas y yo aún me quede. Contaré un ejemplo: El padre de una mujer tenía dos hermanos disminuidos, el uno sordo, el otro psicótico. Él mismo sentía la necesidad de unirse a sus hermanos para compartir su suerte y mostrar su lealtad con ellos, ya que no podía soportar su propia felicidad al lado de la desdicha de ellos. Su hija, sin embargo, notó el peligro y saltó a la brecha: en lugar de su padre, se puso ella al lado de los hermanos, y en su corazón le decía al padre: Querido Papá, prefiero irme yo con tus hermanos antes que tú. Y: Querido Papá, prefiero compartir yo su desgracia antes que tú. La hija desarrolló una anorexia. ¿Pero cuál sería la solución para ella? Tendría que pedirles a los hermanos del padre, aunque sólo fuera en su interior: Por favor, bendecid a mi padre si se queda con nosotros, y bendecidme a mí si me quedo con mi padre” Es curioso, muchos eligen renunciar a su alma, a su individualidad, a su propia vida con tal de pertenecer. La mayor enfermedad de nuestro tiempo es la arrogancia. Creer que podemos alterar el orden de la vida y de las relaciones, en lugar de crear armonía, nos conduce al conflicto. Para constelaciones familiares, el conflicto es la manifestación de la arrogancia. El arrogante para conservar su lugar necesita crear división entornos suyo. La reconciliación es el camino que nos permite comprender que, nadie está autorizado para tomar el lugar del otro en la realización de su destino. Creer que, podemos compensar, expiar o reparar lo que otros ha vivido o hecho, nos acerca más a la enfermedad que, a la vida misma. No sé qué hacer, Señor, con estas ansias de vida, que me van devorando cada día! Si pretendo frenarlas, ya no vivo. Si las dejo correr, ¿dónde me llevan? Tú eres la vida. Yo sólo un hilo de tu fuente. Manar, correr, verterme… Sin mirar dónde, cómo y a quiénes, derramarme. Y a los pies de mi hermano, de cualquiera, estrellar mi alabastro y dejar que la casa se empape toda del perfume barato, que te traigo ¿Eso es vivir? Pues eso ansío el morir a mi muerte, el no acabarme con algo tuyo, por dar, entre mis dedos. Y, cuando haya partido, continuaré, manando de tu fuente, lo aprendido: Muero, siempre que vivo; Vivo, siempre que muero (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
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