Dice Jäger: “Según las ciencias naturales, nos encontramos en la actualidad en una crisis de percepción; no se está tan seguro de sí las cosas son realmente como las tocamos, vemos, olemos y escuchamos mediante nuestros sentidos […]nunca somos capaces de percibir la realidad entera, sino únicamente unas frecuencias determinadas dentro del ámbito de nuestros órganos de percepción”. Hoy, con la distorsión de la realidad que experimentamos, se vuelve difícil saber qué es lo correcto, lo verdadero, lo auténticamente espiritual. Mientras la percepción y la sensibilidad no se sanen, andaremos detrás del espejismo de turno. Cierto día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pradera. El animal abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas. Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, jefe de un rebaño, que viendo el espacio ya abierto hizo a su rebaño seguir por allí. Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese mismo sendero: entraban y salían, giraban a la derecha y a la izquierda, descendían, se desviaban de los obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva vía. Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en una amplia carretera donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría realizarse en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro. Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, finalmente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto intrincado era el peor de todos. Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía al ver que los hombres tienen esa ciega tendencia rutinaria a seguir la vía que ya está abierta, sin preguntarse si habría acaso una mejor opción o camino. Tal vez hubiesen descubierto otros paisajes más bellos.
La percepción está relacionada con la forma como captamos la realidad. En otras palabras, la percepción es la forma como significamos lo que captan nuestros sentidos, tanto externos como internos, lo que sucede tanto afuera como en dentro de nosotros. Willigis Jäger comenta: “en la India se entrena a los elefantes de forma que a un elefante joven se le ata mediante una cuerda verde, relativamente delgada, a un pequeño árbol, lo justo para mantenerlo en su sitio. Más adelante, cuando el elefante ya es mayor, se le ata a un árbol con cadenas y, a veces, ocurre que se marcha, llevándose el árbol con él. Pero si se le ata con una cuerda fina de color verde a un árbol pequeño, tal como se hizo cuando era pequeño, se queda junto al árbol. Esto quiere decir que nuestro Yo estructura una realidad determinada según la experiencia vivida en los primeros años de vida. Existe, por decirlo así, una mecánica de la percepción” El comentario de Willigis Jäger nos sirve de base para decir que, muchos siguen mirando la vida cómo aprendieron a hacerlo desde niños bajo la tutoría de sus padres. No se atreven a ver la vida de otra manera. Muchos piensan que, si lo hacen traicionan a sus padres y, eso, según creencias mal formadas, los haría acreedores a un terrible castigo. Hace poco, alguien comentaba que, “no me atrevo a separarme, hacerlo sería matar a mis padres de pena moral, ellos me dicen que, si han sido capaces de soportarlo todo, porque no puedo hacerlo yo, además, señalan que, si uno se ha comprometido delante de Dios en matrimonio, separase es, hacerse merecedor del castigo eterno. ¡No sé qué hacer! La relación, cada día, es más insoportable y más difícil. Para quienes se aferran a la forma de percibir la vida que aprendieron de pequeños, no siempre verán la vida coherentemente con su creencia. También ocurrirán las cosas que le confirmen su creencia. Como el elefante, no nos atreveremos a avanzar si la cinta que nos ata es de color verde, la forma de ver que nos enseñaron en la infancia. Heráclito enseñaba: “el mundo forma una unidad por sí mismo y no ha sido creado por ningún dios ni por ningún hombre, sino que ha sido, es y será un fuego vivo que se enciende y se apaga con arreglo a leyes”. Pues bien, según este autor, el fuego es la Realidad Originaria de las cosas que, además tiene la capacidad de transformarse permanentemente para dar origen a los otros elementos que hacen parte de la vida: agua, aire y tierra. Ese fuego está en un constante devenir, todo cambia, todo fluye. También este autor habla de los contrarios que luchan entre sí imprimiendo dinamismo a la vida. Un contrario condiciona la existencia del otro; entre ambos, también hay identidad. Todo sucede de acuerdo a las leyes inherentes de la naturaleza que, según este autor, se llama el Logos. Tenemos pues que, el Logos dirige la vida porque Él es quien establece el orden de las cosas y su sucesión. Permanecemos atados a la cinta verde, cuando en lugar de contemplar la naturaleza, de abrirnos al misterio de la vida, dedicamos nuestros esfuerzos a defender y comportarnos según las enseñanzas recibidas cuando éramos niños. El miedo a convertirnos en adultos, construir nuestra propia cosmovisión, llena el alma de miedo. Al dejar que este miedo nos inunde nos paralizamos ante cualquier intento de caminar hacia la Verdad en la libertad que nos confiere descubrir que la consciencia sobre nosotros mismos trasciende todos los aprendizajes recibidos del sistema familiar al que, por nacimiento, pertenecemos. El Logos que da orden a todas las cosas que existen no es otra cosa que un campo de consciencia en el que, al adentrarnos en él, descubrimos que una Realidad Superior nos envuelve e invita a danzar junto a ella. La Realidad Primera, el fuego según Heráclito, no nos convierte en algo. Desde el principio somos. Lo que sucede es que, al aferrarnos a las experiencias del pasado; especialmente, las que han sido dolorosas para nosotros, terminamos por creer que, la cinta verde delgada es superior a nuestras fuerzas, a nuestro ser. Permanecer anclados en el pasado doloroso, en el sistema de creencias limitantes, en lugar de ayudarnos a ascender, a evolucionar, nos mantiene en una actitud permanente de descenso, de engreimiento y empobrecimiento. Lo que nos ancla es, por un momento, un elemento de contención; después, para ser nosotros mismos, necesitamos trascenderlo y atrevernos a ir más allá para poder volver a ser nosotros mismos. La alienación del niño, en cierto modo es necesaria, así se ocupa de su ego y de alcanzar un lugar en el mundo. El adulto alienado es un niño, que no se atrevió a tomar la vida en sus manos, explorarla y, tomar consciencia de su misterio y de su grandeza. Cuando reconocemos la Realidad Primera; es decir, aceptamos su existencia, nos damos cuenta que ella y nosotros somos Uno. Esa consciencia despierta en nosotros la energía de los deseos que, según Jäger, se convierte en neuroproteínas, en algo así como las llaves que buscan una cerradura. Esta energía es la que, al dedicarnos a la contemplación, ordena y armoniza nuestras células modificando nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra psique. De nuevo, Jäger señala: “Si las personas viven a partir de esta convicción, desaparecerán muchos problemas y miedos. Todas las bagatelas de la vida estarán incorporadas en una dimensión mucho mayor. Todo existe en la memoria, cuando ésta es transformada, todo es transformado. Esto significa que, si hacemos experiencia de la Realidad Originaria, todo lo que vino después, desaparece y lo único que permanece es la consciencia de ser Uno con el Todo y con el Logos que lo ordena y dirige”. Hay días en que siento una desgana de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse y me hallo solidariamente cretino apto para que en mí vacilen los rencores y nada me parezca un aceptable augurio. Días en que abro el diario con el corazón en la boca como si aguardara de veras que mi nombre fuera a aparecer en los avisos fúnebres seguido de la nómina de parientes y amigos y de todo el indócil personal a mis órdenes. Hay días que ni siquiera son oscuros días en que pierdo el rastro de mi pena y resuelvo las palabras cruzadas con una rabia hecha para otra ocasión digamos, por ejemplo, para noches de insomnio. Días en que uno sabe qué hace mucho era bueno ¡bah!.... tal vez no hace tanto que salía la luna limpia como después de un jabón perfumado y aquello sí era auténtica melancolía y no este malsano, dulce aburrimiento. Bueno, esta balada sólo es para avisarte que en esos pocos días no me tomes en cuenta (Mario Benedetti) Francisco Javier Carmona
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