En la mitología griega y romana se reconoce la existencia de fuerzas protectoras que nos acompañan desde el nacimiento hasta la muerte. Según la tradición, son fuerzas muy cercanas y, también, son lo más impersonal dentro de nosotros. Según Byung, “estas fuerzas son la personalización de aquello que nos supera y excede”. Lo anterior significa que, “estas fuerzas nos ayudan a comprender, resolver e integrar todo aquello que trasciende a la consciencia, al Yo y a la propia individualidad. Estas fuerzas actúan cuando creemos que podemos bastarnos a nosotros mismos, nos ponen frente a la presencia de Algo mayor, de Algo que nos abarca e incluye a todos. Si algo nos revela la experiencia es que, el alma busca y anhela la comunión con Algo mayor que ella, que la trascienda y la comprenda. Esta fuerza la encontramos cuando somos capaces de quitarnos la máscara que llevamos puesta en el mundo de la acción, de las relaciones, del afán por alcanzar el éxito como medida del valor de nuestra existencia. Cuando las personas no logran conectar con el genio o daimón de la creatividad, entran en estado de ansiedad y angustia. El genio viene a revelarse cuando la persona comienza a darse cuenta que, vivir detrás de una máscara nos va convirtiendo en seres mecánicos, rutinarios, vacíos y aburridores. El que vive para complacer, termina aborreciéndose a sí mismo. Dice Byung: “El genio revela, detrás de la máscara, una cara desprovista de atributos”. Sentir que no tenemos atributos, cualidades, es una señal inequívoca de que el genio le está comenzando a poner cortapisas a nuestro deseo de figurar, de destacarnos, pasando por encima de nuestra propia individualidad.
En la época que buscaba la iluminación, Marpa, que fue más tarde el maestro del gran Milarepa, se topó un día en un camino con un anciano encorvado bajo un pesado fardo. De repente tuvo la intuición de que este anciano poseía la clave de su búsqueda espiritual. Le dijo a distancia: Dime maestro ... ¿qué es la iluminación? El hombre se detuvo y, sin decir una palabra, depositó su saco en el suelo. Marpa, que miraba fija e intensamente al anciano, sacudió la cabeza: Por fin he comprendido qué es la iluminación. Gracias ¿Pero qué hay después? Por toda respuesta el anciano levantó su fardo, lo volvió a colocar sobre sus espaldas y reanudó su camino. Añadió el Maestro: vamos cargados de un saco de preocupaciones. El gran reto es deshacernos de las preocupaciones y aceptar la realidad como tal. Daniel Ulloa escribe: “Nuestra vida se encuentra condicionada por múltiples circunstancias. Algunas de estas circunstancias nos anteceden, como la genética que nos aportan nuestros padres, las expectativas de ellos hacia nosotros, el contexto socioeconómico y de socialización en el que nos desenvolvemos. También se nos van presentando circunstancias a lo largo de la vida, muchas de las cuales no nos dan posibilidad de elección, sino que se nos presentan (enfermedades, oportunidades de empleo, encuentros, accidentes). Así que vamos conviviendo entre lo que vamos eligiendo y lo que se nos va presentando. Otra forma de ver la realidad es, la que describe un joven, que busca a Dios: “Qué pena un mundo tan lleno de gente que sólo busca seguridades a toda costa. Se empieza queriendo tenerlo todo atado y bien atado, y se termina sin ser capaz de dar ningún paso. Quiero estar tan seguro de Dios, que ni siquiera creo a mi corazón que me dice que merece la pena dar la vida por el sueño del Reino. Quiero estar tan seguro de mi futuro que olvido vivir mi presente. Quiero estar tan seguro de tu amor que olvido que el amor es gratuito, frágil y uno lo cuida cada día, no lo ata. Quiero estar tan seguro de acertar, que no me permito equivocarme”. La mayoría de nosotros, vivimos arrastrados por las demandas del día a día, tenemos poco tiempo y espacio para conectar con nosotros mismos y, con esas fuerzas que, por su carácter impersonal, pasan desapercibidas todo el tiempo; de ahí que, la inactividad o contemplación sea necesaria para conectar con algo más profundo y trascendente que nosotros mismos o nuestro ego. La experiencia espiritual, aquella que nos permite vernos de manera diferente, invita al olvido de nosotros mismos para poder conectar con lo que nos trasciende o nos permite reconocer la autenticidad y fuerza divina que nos habita, que tiene su morada en nuestro interior. En la psicología arquetipal, el genio, ángel o fuerza impersonal empieza a actuar cuando la máscara, el afán de agradar, empiezan ahogar los atributos del alma. El genio, como lo llama Hillman, nos conduce a la región del no-saber, de la no-consciencia donde podemos hacernos responsables del temor a ser nosotros mismos y a entregar a la vida aquello con lo que ella nos dotó, a través de nuestros padres, cuando fuimos engendrados. Daniel Ulloa, psicólogo, describe la relación con el genio o daimón en los siguientes términos: “el genio era considerado como un elemento de vinculación entre los dioses y los mortales, con atributos tanto benéficos como destructores. En una jerarquía celestial, podrían ser catalogados como semidioses. En el cristianismo, según la connotación luminosa u oscura que se le atribuya, puede corresponder a los ángeles o a los demonios. Dichas imágenes pueden estar relacionadas a lo que actualmente nos referimos cuando expresamos la necesidad de escuchar nuestro corazón, sentimiento, intuición, alma, y desde una perspectiva más racional, conciencia”. Byung dice: “El trato con el genio es, más bien, una mística clara en la que el Yo asiste pacíficamente a su propia disolución. Poseídos por el genio, es decir, inspirados, dejamos de ser un alguien y nos encerramos en el Yo. En el estado de entusiasmo nos desprendemos de nosotros mismos. Lo genial es estar junto a uno mismo. Esto es una fórmula de felicidad”. En la actualidad, desde que nacemos somos arrastrados por el afán de hacer, poco a poco, nos vamos dando cuenta que, el hacer se convierte en una fórmula de infelicidad. De ahí, el deseo de encontrar espacios para estar inactivos, descansando, recreándonos, dándonos la posibilidad de ser más allá del hacer. El alma sabe que la felicidad está en la inactividad, en la contemplación. Los arcángeles, como los llama la tradición cristiana, son representaciones del genio mitológico, de las fuerzas impersonales que, acompañan nuestra existencia, cuando las expectativas sociales se convierten en una amenaza para la realización de nuestro destino. El arcángel tiene la misión de mostrarnos los diferentes derroteros por los que estamos invitados a atravesar si queremos ganar nuestra alma aunque eso represente perder el mundo. Aquello que no se hace consciente, se vive en el inconsciente como destino, señala Jung. Quien no se deja guiar por la fuerza del arcángel puede terminar, sin que sea su deseo real, esclavo de la máscara y, en consecuencia, del trastorno de ansiedad y de pánico. Ambos trastornos, son imágenes del terror que siente el alma al enfrentarse a quienes han puesto todas sus expectativas en nosotros para decirles que nuestro anhelo más profundo no coincide con lo que ellos esperan. Enseña la psicología profunda: “Vivir determinadas tipo de circunstancias, son un intento de la psique para conducirnos hacia la realización de nuestro ser más profundo, hacia la expresión singular de nuestra alma, de nuestros potencialidades”. Soñamos días de mañana que nunca llegan. Soñamos una gloria que no deseamos. Soñamos un nuevo día cuando ese día ya ha llegado. Huimos de una batalla en la que deberíamos pelear. Y sin embargo dormimos. Esperamos la llamada sin adelantarnos a ella. Basamos nuestras esperanzas en el futuro cuando el futuro no es más que vanos proyectos. Soñamos con una sabiduría que evitamos cada día. Llamamos con nuestras plegarias a un salvador cuando la salvación está en nuestras manos. Y sin embargo, dormimos. Y sin embargo, dormimos. Y sin embargo, rezamos. Y sin embargo, tenemos miedo (N. Kleinbaum -El club de los poetas muertos)Francisco Javier Carmona
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