Byung pone el dedo en la llaga cuando señala que, el ser humano actualmente vive dentro de la constelación del éxito y la felicidad que lo convierten en una nueva versión del viejo mito de Prometeo. El fuego que representa la esencia divina es robado por Prometeo y entregado a los hombres. Así, el ser humano ya no necesita de ningún Dios porque él puede darse a sí mismo aquello que anhela. Si el ser humano puede alcanzarlo todo, ¿para qué necesita de Dios? Según la mitología, Prometeo es condenado porque los dioses se sienten no sólo celosos sino también preocupados porque ahora el ser humano puede vivir sin ninguna necesidad de ellos. Al desprenderse de Dios, de todo sentido de trascendencia, el ser humano tiene que esforzarse para darse a sí mismo aquello que necesita para llevar una existencia realizada. Individuarse de Dios es una tarea necesaria para el crecimiento del ser humano. El libro de Job es un claro ejemplo de la necesidad que tiene el ser humano de realizar su existencia liberándose de las falsas imágenes que nos formamos de Dios y, que en la mayoría de los casos, nos mantienen más en la esclavitud, que en lugar de ayudarnos a ser realmente nosotros mismos. La falta de claridad en la relación con Dios es la fuente de la neurosis en la segunda mitad de la vida. Durante un tiempo podemos vivir con imágenes infantiles y distorsionadas de Dios; de esta forma, el Ego puede desarrollarse y ayudarnos a conquistar un lugar en el mundo, tarea de la primera mitad de la vida pero, para madurar, crecer y vivir auténticamente, la imágenes alienadas de Dios tienen que desaparecer.
En la corte del Khan de Paghman un noble le preguntó a un hombre humilde, a quien envidiaba porque el Khan lo había honrado: ¿Es acaso tradicional en vuestra familia el servir a soberanos ilustres, o eres tú el primero de tu línea en gozar de esta distinción? El hombre replicó: Mis antepasados eran hombres de honor; ellos no tenían aspiraciones tan bajas como el desear la compañía de monarcas. El noble insistió: Nuestros Khans son descendientes del Profeta y sufís. ¿Acaso vuestra gente no se siente honrada, como nosotros nos sentimos, por la mera oportunidad de servir a los elegidos? El hombre humilde dijo: Nuestra familia no ha tenido hasta ahora tan altas aspiraciones. Yo soy el primero de mi línea que tiene la temeridad de aspirar a servir a tal gente. Los siglos precedentes al nuestro revelaron un Yo sumido en la culpa y en la angustia. Un Yo neurótico por el afán de cumplir un conjunto de normas que, según la institución, le garantizaban la salvación de su alma y el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios. Cualquier duda sobre la vida o sobre sí mismo era fácilmente resuelta por la doctrina. El mayor esfuerzo del renacimiento consistió en reconocer el alma del mundo. Marsino Ficino nos reveló que el amor nos conecta con la mente de Dios y, en esa conexión encontramos el camino de la realización más auténtica de nuestra humanidad. En una de sus cartas (115) Ficino escribe: “La razón por la cual el amor une a la mente con Dios más rápida, íntima y firmemente que la cognición, es porque el poder de la cognición radica sobre todo en el hacer distinciones, pero el poder del amor radica en la unión”. El camino emprendido por Ficino entró en crisis en el siglo XX cuando el ser humano perdió contacto con el alma y dio paso al desencanto por las relaciones, especialmente, de pareja y al vacío existencial. El ser humano se aferró a la razón como la vía a seguir para conquistar su individuación. La mente tomó el lugar del corazón y comenzó a ejercer su dominio hasta que, llego el desencanto por las brutalidades que a nombre de la razón y del buen juicio podían llegar a cometerse. Aferrado al pensamiento, el ser humano endureció su corazón y lo que no cabía dentro de su forma de pensar terminaba siendo excluido. El mal del mundo, según el Evangelio, proviene de un corazón endurecido, ciego, ante la fragilidad propia de la condición humana. Sumergidos en la constelación del éxito y la felicidad, convertidos en los nuevos prometeos de la historia, comenzamos a llevar una existencia que se convierte en cansancio, vacío, desconexión e histeria. Al abandonar a Dios, la salud y el afán de producir toman su lugar. ¿De qué otra manera, nos podemos sentir exitosos, si no es produciendo y convenciéndonos a nosotros mismos de que, mientras más produzcamos, mas felicidad podemos proporcionarnos? Para mantenernos firmes en el propósito tenemos que cultivar y mantener una actitud positiva y alejar de la mente y del entorno cualquier signo de negatividad. Sin darnos cuenta, nos dirigimos hacia el agotamiento extremo. Es curioso, mientras más nos alejamos de Dios, más capacidad tiene el Ego de tiranizarnos. El Ego nos condena a la autoexplotación en aras de alcanzar la felicidad enfocándonos en el desarrollo de nuestro máximo potencial. En redes sociales, circula una publicidad que dice: “si aún no has logrado tus sueños, es porque no has despertado todo tu potencial interior”. En este tipo de pensamiento, la trascendencia, la conexión con Dios, es una distracción y alineación. Ahora, para alcanzar el máximo potencial también se ofrece el dopaje. Sólo si rendimos al máximo, nuestros sueños se convierten en realidad. En una sociedad que piensa así, no hay espacio para la contemplación, el encuentro consigo mismo y, menos aún, para interiorizar que, sólo la vida con sentido es auténtica. El yo esta colapsado. Llama profundamente la atención que, en los dos primeros meses de este año, se registren en una sola ciudad 745 casos de personas que han intentado quitarse la vida. Lo anterior, sólo es comprensible señalando el sobrecalentamiento que el Yo experimenta por exceso de positividad que la sociedad del rendimiento ofrece cada día a las personas. El ser humano está invitado en la sociedad del rendimiento a superar sus propias resistencias y a dar al máximo, incluso por encima de su límite. Señala Byung: “La autoexplotación es la sensación de estar a punto de terminarlo, pero no porque empieza otro, lo que lo vincula a la adicción propia del juego. Ese estar cerca es un estímulo para quien trabaja y para quien juega. La idea de que el ser humano se ha liberado de las ataduras, genera una falsa conciencia de que es dueño de sí mismo, por lo que al asumir el imperativo del poder hacer como una máxima que guía permanentemente su accionar, se convierte en el mecanismo de la auto-explotación”. Mientras sigamos convencidos de que el esfuerzo es el camino de la felicidad estaremos a merced de quienes nos dicen que, si no somos felices es porque no nos hemos esforzado lo suficiente. En estas condiciones, el camino del dopaje nos espera y la infelicidad, en lugar de la plenitud, seguirá reinando en nuestros corazones destruyendo nuestras vidas y disponiéndolas, sino hacemos algo, para la muerte. Parece que la pobreza más profunda la descubramos en el amor más auténtico. El agradecimiento y la impotencia que nos nace al contemplar los rostros de aquellos por quienes nos descubrimos más amados nos desvelan que el Reino es pobre y humilde. Ese algo hacia donde parece converger todo el deseo de lo infinito, ese algo que desata la sed más profunda y apunta hacia la fuente verdadera, paradójicamente es pobre y humilde. Las personas en las que se descubre un camino más auténtico hacia la luz y la verdad del amor, son por dentro errantes, pequeñas, frágiles y fuertemente heridas. Ellas muestran abiertamente algo de impotencia, debilidad, ignorancia, incoherencia en su caminar. Y Tú has elegido esa pobreza, Tú has elegido ese modo de ser para mostrar lo más divino de tu amor. Gracias por elegir la pobreza (Fran Delgado sj)Francisco Carmona
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