Hoy, muchas personas buscan la salida a los conflictos de su alma con manuales de autoayuda. Podemos llenar nuestra mente de afirmaciones positivas, de creencias sobre el merecimiento, de decretos sobre nuestro poder, pero si no transformamos el corazón, todo esfuerzo se vuelve estéril. Todo está al servicio de la vida. Insisto, sin entrar en contacto con el corazón y sin tocar las capas profundas de nuestra alma, sin revisar las imágenes y narrativas sobre las que construimos la vida, todo lo que hacemos y planeamos para llevar una vida diferente puede verse amenazado; de manera especial, cuando vemos que las cosas continúan siendo lo mismo, que nada cambia. Muchos, bajo la influencia de la psicología racionalista, el pensamiento cartesiano, atribuyen todo el poder al pensamiento. No es cambiando el pensamiento sino entrando en contacto con lo más profundo de nuestro ser, donde está escondido el verdadero tesoro de nuestra existencia. Es en el corazón, donde los anhelos, sueños, propósitos y búsquedas encuentran la forma de articularse y llenar la vida de pleno sentido. Para muchos, hablar de Jesús es sinónimo de hablar de religión. No es así. Hablar de Jesús, es hablar de la vida en la que todos queremos permanecer porque es la máxima expresión del amor y de la acogida de aquel que, descubriendo su vulnerabilidad, el dolor que lleva en su alma, se reconoce necesitado de reconciliación, de amor y, especialmente, de aprender a ser y vivir de otra manera. A través de Jesús aprendemos acerca del amor incondicional de Dios; un amor que, tiene la fuerza necesaria para ayudarnos a conectar con la verdad que habita en nuestro corazón y convertirla en la luz que nos guía no sólo a nosotros sino también a los que están cerca de nosotros. Cuando aprendemos a acercarnos a Jesús sin prejuicios descubrimos en él, nuestra identidad, vocación y misión. Aquello que contemplamos de Jesús, es lo que nuestra alma anhela realizar en servicio a la vida.
En el libro Decir Sí a la vida, Joan Garriga escribe: “Narramos la vida conforme a nuestra profecía, es decir, envolvemos nuestra realidad en brillantes argumentos para mantenernos en el lugar en el que estamos. Estas narrativas, estas explicaciones que nos damos sobre por qué somos como somos o por qué nuestra vida es como es, constituyen una de las áreas de intervención terapéutica para abordar los problemas que padecemos. ¿De dónde vienen? ¿Cómo fueron creadas? ¿En qué experiencias históricas de nuestra vida se insertan? Sucede que nuestra vida se apoya en ciertos argumentos sobre por qué las cosas tienen que ser como son. Si escuchas, por ejemplo, a una persona con una profecía infantil de víctima, te das cuenta de que mataría por mantener dicha posición, envolviéndola de sólidas razones y convincentes narrativas, en las cuales la vida se porta mal con ella y le hace daño. Por este motivo, me gusta decir que somos desgraciados, sí, pero con brillantes argumentos... Y somos muy buenos en perpetuar nuestros puntos de vista en lugar de cambiarlos” Existen experiencias que marcan tan hondamente nuestra vida que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, seguimos atrapadas en ellas. En constelaciones aprendí que, esta situación obedece a un desequilibrio muy profundo en las relaciones que suscita la necesidad de compensar o reparar. A través de la perpetuación del sufrimiento, las personas se niegan a tomar aquello de lo que podrían apropiarse porque realmente les pertenece. Esta reacción ciega actúa, según Bert Hellinger, como una necesidad compulsiva de compensar el desequilibrio a la que nadie puede resistirse. Detrás de este movimiento, encontramos la creencia de que, aquellos a quienes defraudamos, estarían mejor, si nosotros fracasamos, sufrimos o dejamos de vivir a gusto. Dice Bert Hellinger: “Existe una solución a un nivel superior. Podemos superar la necesidad de compensación encontrando un orden superior, un orden del amor. Es decir, no solo a través del amor- ya que la necesidad de compensación es amor-, sino a un nivel superior, través de un orden superior del amor en el que reconocemos tanto nuestro destino como el destino de aquellos a quienes amamos y, también defraudamos. La aceptación humilde del desequilibrio y de nuestro papel en él, nos sana y reconcilia”. Necesitamos tomarnos en serio lo que sucedió, aceptar la culpa y, animados por la fuerza superior, dar un paso hacia la curación. Lo anterior, supone renunciar a nuestra superioridad. Sólo el que es humilde y reconoce que no es mejor que el otro, está listo para avanzar. Aquello que nos negamos a asumir, aceptar y reconocer nos programa, de manera inconsciente, para asumir el pago de culpas que no nos corresponden. Cada uno de nosotros está librando una batalla en el interior con aquellos aspectos que nos incomodan de nosotros mismos o del sistema al que pertenecemos. Mientras más fuerte es el rechazo, más intensa es la batalla. Así, es como una persona que nunca pudo soportar que su papá tuviera hijos fuera del matrimonio, termina haciendo lo mismo. Cuando nos reconciliamos con la vida, con nosotros mismos y con Dios, nos liberamos de entrar en los bucles de repetición a los que nos somete el rechazo y la incomodidad. En ocasiones, las personas quieren hacer cosas diferentes con respecto a lo que han vivido pero fracasan. Simplemente, porque actúan desde el rechazo, el enojo y la negación. En psicología sistémica se hace referencia a la comunicación honesta y transparente de aquello que se experimenta como un desequilibrio en el sistema. Para la mirada sistémica, el síntoma no es otra cosa que, un esfuerzo por encontrar el equilibrio que los problemas originan. Se considera que, una vez que hay claridad sobre la incomodidad está desaparece. Con respecto a la comunicación, Thomas Merton nos recuerda: “El nivel más profundo de comunicación no es la comunicación misma, sino la com-unión. Sin palabras. Más allá de las palabras. Más allá del poder de las palabras, más allá de los conceptos. No es que se descubra una nueva unidad, se descubre una antigua unidad. Queridos hermanos, nosotros ya somos uno; pero imaginamos no serlo. Y lo que hemos de hacer es recobrar nuestra unidad original. Lo que tenemos que ser .. es lo que ya somos”. Sí, Señor, te esperamos. Con esperanza, con impaciencia, con inquietud e ilusión. Porque seguimos necesitando adivinar en qué rincones te escondes, cuándo te cruzas con nosotros, en qué palabras nos hablas con ternura o con urgencia. Te esperamos porque a veces la vida se nos viene encima, y vivimos acelerados, agobiados, inseguros o sordos. Anhelamos que te hagas más presente, que tu evangelio sea, al fin, buena noticia para tantos… Soñamos que te hagas, una vez más, amigo, maestro, señor en nuestras vidas. Te esperamos porque tantas veces te intuimos y otras tantas te nos escapas. Enséñanos a no desesperar, a preguntar dónde estás, a seguirte buscando, siempre (Rezandovoy) Francisco Carmona
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