Para vivir existen muchos caminos, para ser nosotros mismos y realizar auténticamente la vida solo existe un camino: el del encuentro consigo mismo. En las tentaciones, que Jesús experimentó mientras estuvo en el Desierto, vemos un claro ejemplo de la cantidad de caminos que el ser humano puede elegir y, también como uno solo es el que conduce a la verdad sobre nosotros mismos y sobre el Misterio que hace fecunda y plena la vida. Podemos aferrarnos al poder, al prestigio, al buen nombre, a la creencia de una vida donde el éxito se alcanza sin dificultades y sin grandes esfuerzos. Como dice el Texto bíblico, todas estas formas provienen de la fuerza que mantiene la escisión interior, impidiéndonos ver con claridad quienes somos realmente. Ante una encrucijada de la vida, los caminos que se abren son muchos. Podemos aferrarnos al dolor, a la ira, a la competencia, a la desvalorización o a la reconciliación. Solo uno de esos caminos nos conducirá a la meta: la realización de nuestra humanidad en el amor. Somos llamados por la vida no solo a vivir sino a hacerlo auténticamente; es decir, a llenar de sentido nuestra vida y ponerla al servicio de los demás para que la vida sea abundante. Al respecto, Gema Salgado, psicóloga, escribe: “Cuando una persona se adentra en la exploración de sí misma y decide trazar su propio camino, le sobrevienen una paz y una serenidad desconocidas u olvidadas y una visión de la vida más optimista y luminosa, con menos temores. No se siente tan vulnerable, sino más confiada y alegre, más conectada con el fluir de la vida, más intuitiva y también más creativa, algo que hará posible que surjan nuevos proyectos y posibilidades. Puede que tenga problemas parecidos a los que tenía antes de decidir ejercer su libertad interior, pero los aborda de diferente manera, de modo que lo que le ocurre constituye para ella una oportunidad para el crecimiento. Conectada con la parte más sensible y espiritual de sí misma, deja de tener una visión egocéntrica y comienza a dar importancia a cosas que antes apenas consideraba”.
Un hombre se dirigió a Zainulabidin diciéndole: Te reconozco como mi guía y maestro, y te suplico que me permitas aprender de ti ¿Por qué crees que soy guía y maestro? El recién llegado respondió: He buscado durante toda mi vida y nunca he encontrado a nadie con tal reputación de bondad, afecto y excelente apariencia. Zainulabidin lloró y le dijo: ¡Querido amigo, qué cosa tan frágil es el hombre, y en qué peligro está! La reputación y las acciones que me atribuyes las comparto con algunas de las peores personas en el mundo. Si todos los hombres juzgan sólo por las apariencias, todo diablo será considerado un santo, y todo hombre superior podría ser visto como un enemigo de la humanidad. María de Nazareth se encuentra en una encrucijada. Esta embarazada antes de casarse con José, según la Biblia por obra del Espíritu Santo; es decir, el niño no es de José. Ella puede abortar el niño. También puede decirle a José una mentira. Puede huir a otro país e iniciar una nueva vida. Finalmente, podría suicidarse como una forma de maldecir la vida por lo que le ha sucedido. Lo que está ocurriendo no es nada fácil para ella. La tradición nos dice que, desde pequeña, María fue consagrada al templo por sus padres. Una razón de más para tomar una decisión desesperada. María nos muestra con su decisión de ser madre, pese a todas las adversidades y posibilidades, porque ese es el camino que coincide con lo que ella es y, en consecuencia, con la Gloria de Dios. A través de la aceptación incondicional de la maternidad, María peregrina hacia su destino. Eligió el camino verdadero; por esa razón, la recordamos con inmenso cariño y la tomamos como ejemplo de mujer, esposa y madre. El Evangelio, por no decir la Biblia, está llena de imágenes de hombres y mujeres que han tomado el camino que los lleva a su destino. También están imágenes de hombres y mujeres que han tomado el camino que lleva a la meta y, después, han caído en el desorden afectivo y se extraviaron. Un ejemplo claro de lo anterior es Salomón. Cuando fue elegido Rey, Dios se dirige a Salomón y le dice: “Pídeme lo que quieras”. El joven Rey dice: “Dame un corazón lleno de sabiduría para gobernar con justicia y rectitud”. Su sabiduría es tanta que, la Reina de Saba está dispuesta a entregarle su riqueza con tal de llegar a ser tan sabia como él; sin embargo, su corazón se desvía y, Salomón termina embriagado por el afán de riqueza y poder. Sin vigilancia sobre el corazón, éste puede elegir caminos contrarios a los que nos llevan al destino. Anselm Grün nos recuerda: “Jesús mismo habla del camino estrecho y del ancho: Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. En cambio, es estrecha la entrada y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran (Mateo 7,1314). El camino ancho es el camino que siguen todos. No es necesariamente el camino del pecado, sino el camino que todos siguen inconscientemente. El camino estrecho es el camino que sólo está destinado a mí. Y la puerta estrecha es la puerta por la que únicamente yo he de pasar. Cada persona es única. Debemos encontrar el camino en el cual desarrollemos los dones que Dios nos ha dado. No hemos de limitarnos a regirnos por los demás, yendo detrás de ellos, sino seguir nuestro propio camino. Sólo entonces llega a ser fecunda y auténtica nuestra vida”. Franz Kafka contó la hermosa parábola del castillo. Un hombre va al castillo para penetrar en su interior a través de la puerta. Pero la puerta tiene un guardián. Éste impide al hombre entrar. El hombre espera y espera ante la puerta. Los años pasan. Finalmente, el hombre enferma y está a punto de morir. Entonces el portero cierra la puerta y le dice: al que esperaba: Esta puerta estaba destinada sólo a ti. Ahora, dado que te estás muriendo, puedo cerrarla. Santa Teresa, nos habla de la importancia de entrar en el castillo para poder alcanzar la meta final de nuestra peregrinación: la unión con Dios como si se tratara de una unión nupcial. Algunos recorren el camino y, al llegar al final, desisten, se sienten sin fuerzas o, simplemente, creen que ya llegaron y se conforman con la contemplación de la puerta renunciando a todo lo que pueden hallar en el interior del castillo. Para mantener el ánimo firme mientras vamos caminando y no claudicar es necesaria la fe. Dice, bellamente, Khalil Gibran: “La fe es un oasis al que jamás llegará la caravana del pensamiento”. Aunque nos intenten convencer de lo contrario, lo único efectivo es lo afectivo, lo que viene del corazón. Del corazón viene una fuerza que nos conduce hacia el destino que, difícilmente, podemos tomar del pensamiento. El pensamiento nunca alcanza las fronteras del alma. A través del pensamiento nunca encontraremos el castillo interior donde se realiza nuestro destino porque su esencia no es profunda. Solo el corazón que ama alcanza la verdad y la plenitud. No hay caminos en mi vida, Señor; apenas senderos que hoy abro y mañana desaparecen. Yo estoy en la edad de los caminos: caminos cruzados, caminos paralelos. Yo vivo en encrucijada y mi brújula, Señor, no marca el norte. Yo corro cansado hacia la meta y el polvo del camino se me agarra a cada paso, como la oscuridad a la noche. Yo voy a galope caminando, y a tientas busco un rastro, y sigo unas pisadas. Y me digo: ¿Dónde me lleva el camino? ¿Eres quien ha extendido a lo largo de mi vida un camino?¿Cuál es el mío? Si Tú me lo has dado me pertenece ¿Dónde me lleva? Si Tú lo has trazado quiero saber la meta. Señor, yo busco tu camino (sólo uno), y me fío de tu Palabra. Dame fuerza, tesón a cada paso para caminar contigo. Yo busco ahora un camino, Señor. Tú, que eres Camino, da luz verde a mi vida pues a abrir camino Tú me llamas (Rezandovoy)Francisco Carmona
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