En el libro, el cuidado del alma, Thomas Moore señala que el mal del siglo veinte es la pérdida del alma. Como consecuencia de lo anterior, el ser humano cae en el vacío, la depresión, la desilusión en las relaciones. En la medida que, el ser humano pierde el contacto con el alma se sume en la oscuridad. En estas condiciones el poder de la sombra crece y comienza a determinar la conducta, las elecciones y el modo de relacionarse. Aquello que ha estado contenido por el afán de pertenecer sale al escenario y deja ver la fuerza y potencial que está escondido en ella. El gran desafío que nace de esta situación consiste en aprender a vivir en el presente, asentir a la vida como es, darle un buen lugar a la espiritualidad aprendiendo a acercarnos a ella desde el ritual y la contemplación de la belleza. Por su parte, Byung Chul Han en el libro “La sociedad del cansancio” nos dice que el mal del siglo veintiuno está caracterizado por la guerra contra sí mismo que experimenta el aparato psíquico. Según este autor, el sujeto contemporáneo esta tiranizado por el afán de rendir, de producir. Una vivencia que bien podría considerarse una actualización del mito de Prometeo. Las manifestaciones de la enfermedad que acompaña al ser humano que transita este siglo son la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de personalidad y el síndrome de desgaste ocupacional. El gran desafío que nace en esta época consiste en aprender el silencio, la meditación y la contemplación. Estamos ante el llamado de liberar el corazón y el alma de aquello que impide vivir en la contemplación del misterio profundo desde el cual podemos ser curados del agotamiento y del exceso de positividad que están agotando la existencia cotidiana.
Lao Tsé iba viajando con sus discípulos cuando llegaron a un bosque donde cientos de leñadores estaban talando árboles. El bosque entero había sido talado excepto un enorme árbol con cientos de ramas. Era tan grande, que diez mil personas se podían sentar a su sombra. Lao Tsé pidió a sus discípulos que fueran a preguntar porque ese árbol no había sido talado. Este árbol es completamente inútil. No se puede hacer nada con él, sus ramas están llenas de nudos. Ninguna es recta y no se puede usar como leña porque produce un humo dañino para los ojos. Los discípulos informaron al maestro. Sed como este árbol, completamente inútiles y entonces creceréis grandes y miles de personas encontraran sombra bajo vosotros. Sé el último. Muévete en el mundo como si no estuvieras. No compitas, no trates de probar que eres digno, no es necesario. Sé inútil y goza Una de las mayores expresiones del cansancio que nuestra cultura actual acumula se manifiesta en el desencanto por la vida matrimonial y la paternidad. Aunque muchas personas aún desean ser padres, hay un número muy importante de personas que prefieren considerar como hijos a quienes antes tenían el lugar de mascotas. Se siente el agotamiento con respecto a la paternidad. También hay un agotamiento con respecto a las relaciones estables y permanentes. Muchos quieren conservar la libertad de irse cuando se sientan cansados o agobiados. El compromiso se experimenta no sólo como una atadura sino también como un yugo pesado, monótono y, la mayor parte del tiempo, difícil de llevar y compartir. Byung señala que hoy existe una violencia de positividad que está generando no solo cansancio sino también desesperanza. Las características de la violencia de la positividad son la disuasión, el control, la necesidad de sentirnos exitosos y capaces de alcanzar cualquier objetivo o meta, el rechazo de la infelicidad, del aburrimiento y del fracaso. Según Byung esta violencia alcanza incluso a la terapia que se ha volcado hacia la positividad, la felicidad, el prestigio y la fama. Hoy no interesa el sujeto vulnerable. Las nuevas expresiones de la violencia carecen de solidez argumentativa y están basadas en el victimismo, evadir la responsabilidad personal y en el afán de atribuirles a los demás nuestros fracasos. Señala también Byung que existe una fuerte complicidad entre la virtualidad y lo vírico, es decir, la necesidad de mantener la imagen con altos índices de popularidad. Es curioso, el positivismo desbordado lleva a defender lo propio a costa de lo que sea. Ahora, se crean más enemigos que amigos. El afán de ser exitosos hace que veamos a los demás como potenciales enemigos de aquello que deseamos alcanzar. Poco a poco, el otro como aquel en el que podemos apoyarnos y confiar, va cediendo su lugar al enemigo, al extraño, hay que está vigilante para aprovechar cualquier descuido o traspiés del otro y poder quedarse con lo que tanto se ha anhelado conquistar y para lo cual se ha trabajado y esforzado. La violencia que genera la positividad es saturativa, lleva al cansancio y al hastío por las relaciones, por la convivencia. Lo anterior hace que crezca el interés y el deseo de vivir y trabajar cada uno en su espacio. Las consecuencias de una actitud semejante es el incremento de los síntomas propios de la soledad. Byung identifica el rendimiento como la característica principal de la sociedad actual. Hoy las personas se perciben a sí mismas como sujetos emprendedores. El sujeto emprendedor, según Byung, va configurando su psique de una manera diferente a la del sujeto que vive en función de la obediencia, de lo que siempre ha funcionado, de lo institucional. El sujeto emprendedor rechaza el control, lo ve como amenazante. Lo curioso es que, mientras más se insiste en lo que somos capaces de alcanzar y lograr, más nos rodea el negativismo, la desesperanza y la depresión. Para emprender y ser exitosos, es necesario trabajar duro y, a veces, largas jornadas; es decir, más de la cuenta. Tanta actividad desconecta al sujeto de sí mismo, de su alma y, +lógicamente, de sus necesidades profundas. La sociedad del rendimiento también se concibe como una sociedad libertaria. Lo importante es la desregularización, cuanto más poder y menos límites, se considera que se puede estar mejor porque así, se puede producir más. Señala Byung: “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley”. Se cree que una sociedad normativa, disciplinada, genera locos, obsesivos y personas temerosas. El problema es que se ignora que la sociedad del rendimiento produce personas depresivas, con poca tolerancia a la frustración, individualistas, con miedo al fracaso, ansiosas, hiperactivas. Esta sociedad favorece, por la violencia que ejerce sobre la psique, el aumento de la adicción, de la enfermedad mental, la ideación suicida y el suicidio. Donde se pierde la conexión consigo mismo algo amenazante se va avecinando. Cada mañana me sumergiré en Ti, agua de la vida, antes de ser vaso, nutriente en el surco, juego en la fuente, sosiego en el lago. Cada mañana me afinaré en Ti, Palabra del Padre, antes de ser susurro al oído, discurso en el aula, anuncio en el viento, silencio en la escucha. Cada mañana me orientaré en Ti, camino del Reino, antes de ser paso en la calle, ruta en la frontera, pausa en la espera, salto en el aire. Cada mañana me reposaré en Ti, sabiduría encarnada, antes de ser vigilia en el sueño, flecha en el arco, sutura en la herida, cansancio en tu mano. Cada mañana me miraré en Ti, imagen del Padre, antes de ser alegría en el rostro, fuerza en los brazos, caricia en los ojos, luz en el barro (Benjamín González Buelta)Francisco Carmona
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