“Contó otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les contestó: Algún enemigo ha hecho esto. Dícenle los siervos: ¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla? Díceles: No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero” (Mateo 13, 24-30) Nasrudín va sentado en la parte trasera de una piragua que cruzaba, mal que bien, un brazo de mar. Los dos hombres que se encuentran delante reman con fuerza. Nasrudín no hace nada. De repente estalla una violenta tempestad. Las olas sacuden peligrosamente la piragua. Los dos remeros luchan con todas sus fuerzas contra el mar, que a cada instante amenaza con hundir el frágil esquife. Se dan vuelta para echar un vistazo a Nasrudín y ven que éste, en actitud muy extraña, coge agua del mar y la vierte en la piragua. Sorprendidos gritan: Pero, ¿qué haces? ¡Estás loco? ¡Es justo lo contrario de lo que hay que hacer! ¿Por qué echas agua en la piragua? ¡ Mi madre - contesta Nasrudín siempre me ha dicho que hay que estar del lado del más fuerte!
Cuando busco el significado de la palabra cizaña en el diccionario encuentro lo siguiente: “aquello que obstaculiza el crecimiento”. En términos bíblicos, la palabra cizaña significa: “Aquel obstáculo que impide nuestro crecimiento interior y nuestra relación con Dios”. Entendiéndola así, podemos decir que, la lujuria fue la cizaña que acompaño la vida de Sansón y, cuando pudo, lo desvío de Dios. El afán de riqueza desvío el corazón de Salomón. Las habladurías de la gente intentaron, sin ningún éxito, apartar a Jesús de su vocación y misión. La cizaña se personifica en aquella persona que, estando junto a nosotros intenta, por diferentes medios, quitarnos fuerza para crecer, destacarnos o, simplemente, vivir y realizar nuestra vocación. Cada uno de nosotros tiene la tarea de dar fruto a pesar de la cizaña que encuentra en su vida. La tarea principal que tenemos, desde la fe, es impedir que, el desorden que puede instalarse en nuestro corazón termine alejándonos de Dios, de nuestro centro vital y de la vocación a la que fuimos llamados. Fácilmente, podemos sucumbir ante la tentación de creernos libres porque nos sentimos con el poder suficiente para construir una vida en total independencia de los demás. La autoexplotación puede convertirse en una trampa mortal para el alma y, sobretodo, para la autoconsciencia. El afán de alcanzar las metas que nos proponemos, cuando perdemos la conexión interior, movidos por la arrogancia y la vanidad pueden conducirnos al déficit de atención, a la hiperactividad y a la desconexión neuronal. La hiperactividad nos convierte en seres, como dice Byung, agitados, sobresaturados e impulsivos. La falta de tiempo para contemplar, reflexionar e interiorizar nos puede pasar una factura muy alta. En medio del desespero, que trae cada día, las personas pueden terminar tomando decisiones que, en lugar de paz, desatan una buena y fuerte tormenta en el alma. Anna Arendt señala que, la hiperactividad termina convirtiéndose en hiperpasividad. Sin darnos cuenta, llegamos a un estado, donde a cualquier propuesta, terminamos reaccionando desde la resistencia, el pesimismo y el desencanto. Es curioso que, mientras vivimos en la ilusión de ser más libres, mientras más activos nos mantenemos, terminemos aplazando las cosas, resistiéndonos a la vida y, poco a poco, cayendo en la procrastinación. Es una engaño de la mente creer que, si estamos muy ocupados nuestra vida es sumamente valiosa e importante. La sensación de no alcanzar a cumplir con todas las tareas termina convirtiéndose en negatividad, algo que la sociedad del positivismo intenta eliminar a toda costa. Cuando normalizamos el activismo como un patrón de conducta, terminamos creyendo que nos podemos inmunizar contra el negativismo a través del pensamiento. Empezamos a decretar bienestar, prosperidad y éxito sin darnos cuenta que, un alma cansada y un corazón desordenado, a lo que menos atención prestan, es al afán de hacerlos sentir bien con placebos. El alma y el corazón se nutren cuando se les da espacio al silencio, a la contemplación, a la meditación y a la interiorización. El pensamiento, aunque creamos lo contrario, no tiene la capacidad de generar anticuerpos para la desconexión del ser. Escribe Thomas Merton: “Hay un momento para la acción, un momento para el compromiso, pero nunca un momento para la participación plena en las complejidades de un movimiento. Hay un momento para la inocencia y para el Kairós, cuando la acción tiene sentido. ¿Pero quién puede reconocer esos momentos? No podrá hacerlo aquel que se entrega a una serie de programas. Y cuando la acción se ha tornado absurda, ¿debemos continuar actuando simplemente porque alguna vez, hace mucho tiempo, tenía sentido? Hay un momento para escuchar, en la vida activa como en cualquier otra parte, y la mejor parte de la acción es esperar, sin saber qué ocurrirá y sin tener una respuesta clara”. No es obedeciendo a la cizaña como logramos una conexión profunda con la vida, con el destino o con nuestra vocación. Al contrario, la cizaña está ahí, nos puede obstaculizar o ayudarnos a dar un buen fruto. Jesús, a pesar de la habladurías de la gente, nunca perdió el contacto con la Fuente. Cada mañana, al despertarse, Jesús se retiraba a un lugar aparatado y, allí oraba. También al finalizar la jornada, hacía lo mismo, entraba en comunión con “Aquel que sabemos que nos sostiene y consuela en medio de nuestras tribulaciones y angustias”. No es la cizaña, sino la disposición del corazón, el verdadero obstáculo para ir hacia la plenitud. Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista. ¡Qué atrevido pensar que tengo yo mi llave! ¡Si no sé de mí mismo! Si nadie como Tú puede decirme lo que llevo en mi dentro. Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos que no son como los tuyos. Sigue curvado sobre mí, tallándome, aunque a veces de dolor te grite. Soy pura debilidad, Tú bien lo sabes. Tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias. Lábrame los ojos y las manos, la mente y la memoria, y el corazón, que es mi sagrario, al que no Te dejo entrar cuando me llamas. Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso. Tú tienes otra llave, además de la mía, que en mi día primero Tú me diste, y que empleo, pueril, para cerrarme. Que sienta sobre mí tu ‘conversión’ y se encienda la mía del fuego de la Tuya, que arde siempre, allá en mi dentro. Y empiece a ser hermano, a ser humano, a ser persona. ¡Qué paciencia, Señor, sobre Tu mundo, que nosotros tratamos, mal-tratamos, como si fuera nuestro, del primero que llegue, el más astuto, o el más ladino, o de aquel o de aquella, a quien no duele pisar a los demás, cómo se pisa la uva en el lagar, o una hormiga, o un escarabajo. Sigue vuelto, Señor con Tu sol y Tu lluvia para todos, para buenos y malos, pacientes y violentos, víctimas y verdugos, lloviendo y calentando esta tierra que somos. Sigue haciendo germinar en todos la semilla que eres ¡Que la hagamos crecer, sin desmayarnos, entre tanta cizaña! Y que dé de comer a mucha gente pan Tuyo y pan nuestro el que de Ti hemos aprendido a ser multiplicándonos (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|