Me llamó profundamente la atención leer testimonio del actor de porno Nacho Vidal publicado en rezando voy. “Yo he sido más años Nacho Vidal que Ignacio Jordà. Nacho Vidal es un personaje, un negocio”. Al respecto, comenta Dani Cuesta, jesuita: “De este modo afirmaba, por un lado, que todo aquello que había realizado en sus películas era algo artificial e irreal, pero, al mismo tiempo dejaba entrever que el personaje de ficción había traspasado su propia identidad. De hecho, daba la impresión de que su deseo era que la terapia para el manejo de la depresión y la ansiedad, le ayudara a volver a ser Ignacio Jordà, a sabiendas de que para la mayoría de la gente seguiría siendo Nacho Vidal”. Continua comentando Dani: “En un momento dado de la entrevista, Nacho relataba cómo había sentido miedo al constatar cómo no sólo era él quien empezaba a no distinguir entre el personaje y la realidad. Sino que los jóvenes estaban traspasando a sus relaciones aquello que veían en sus películas. Es decir, estaban construyendo la realidad a través de una ficción que, en muchos casos, además de falsa era vejatoria hacia las mujeres y peligrosa”. La entrevista no está dirigida al actor de porno sino al ser humano que asiste a terapia para encontrar una salida a la depresión y a la ansiedad. En terapia, tiene un lugar el ser humano, no el personaje. Cuando el terapeuta acoge al personaje, en lugar del ser humano, todo esfuerzo de escucha y ayuda terminan en fracaso. Una de las cosas más difíciles en terapia se presentan cuando el personaje quiere aprovechar la oportunidad para tratar de convencer, en este caso, al terapeuta, de que en su vida, todo esta bien. Sin embargo, hay espacios de tiempo en la conversación, donde el ser verdadero sale a la luz y, logra reconocer su verdad. Detrás del personaje siempre hay un ser humano que busca, anhela ser él mismo y, muchas veces no encuentra el camino porque el personaje se terminó convirtiendo en la identidad real. Aun así, el alma, que no ignora la verdad sobre nosotros mismos, provoca la crisis de ansiedad, angustia, depresión, pánico y, en algunos casos, el trastorno bipolar afectivo. Muchas personas comienzan a mostrar la lucha que llevan dentro a través de la adicción o anhedonia.
Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella. Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapar juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo. Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huida y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así que se reunió con su mujer y los ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. Con frecuencia, llegan a constelaciones, personas pidiendo que nadie se entere de que ellas van a terapia o buscan ayuda espiritual. Después, estas mismas personas, aparecen promocionando experiencias y viajes espirituales sorprendentes. Escribe Hernando Bernal, psicoanalista: “Últimamente, me he dado cuenta que muchas personas parecen estar bien, hasta que finalmente, tienes una conversación seria con ellas. En ese momento, empiezo a darme cuenta de que, estamos ante un grupo de personas triste, aferrado a la imagen, y luchando por sobrevivir a través de fotos lindas donde se muestran caras sonrientes, reflejando paz y un bienestar que no conocen”. Para muchos, es más importante cuidar la vida del personaje que, al alma. Una vez que, entregamos nuestra alma al personaje que nos compramos, entramos en una espiral interminable de sufrimiento, quien lo creyera: el personaje tiene la capacidad de convertirnos en sus esclavos y tiranizarnos de tal forma que, sin él, parece que no tuviéramos vida propia. En el evangelio de San Juan (Juan 1, 6-8. 19-28) encontramos la siguiente expresión: “Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz”. Cuando la gente, le pregunta a Juan: ¿Quién eres tú? Juan da una respuesta negativa: “¡No soy el Mesías!” Las crisis de identidad comienzan cuando para darle un lugar preponderante en nuestra vida a la misión que nos fue confiada, perdemos nuestro lugar. Cuando dejamos de ser para vivir según la imagen, el personaje que nos compramos, estamos forzando al alma a transitar por caminos que no son los suyos. Lo hacemos porque creemos que, obrando de esta forma vamos a ser vistos y a tener un buen lugar en la opinión de los demás. Cuando una persona se escinde, para proteger su imagen o el personaje que representa, termina siendo esclava no sólo de la parte que quiere mantener viva sino también de aquella que, desea alejar de su psique. La mayoría de las veces, los fracasos y los síntomas provendrán de la parte exilada que no soporta estar en un lugar que no le pertenece. Para el psicoanálisis, la persona dividida tiene mayores dificultades en lograr sus objetivos que la persona integrada. La máscara o personaje tienes algunos rasgos de nuestro ser auténtico, pero no representan la totalidad de nuestro ser y, por esa razón, crea conflicto en el interior de aquel que la quiere convertir en lo único que tiene. Recuperar el contacto con el alma, con la totalidad que somos, nos hace seres plenos y más dispuestos a servir a la vida. La mayor cantidad de ruido en una persona, muchas veces, no proviene del mundo exterior, sino de su mundo interior. Nos habitan muchas voces, algunas de ellas, por no decir la mayoría, son de todo aquello que rechazamos de nosotros mismos y de la vida. Una persona atormentada por recuerdos intrusivos, en términos generales, sostiene una lucha en su interior con aquello que, en un momento determinado, percibió que podía ser malo para la relación con sus padres y con los demás adultos. Ante esta realidad, conviene tener presente la invitación del Maestro Eckhart: es necesario permanecer en contacto con nuestra esencia, con nuestro fondo, y vivir desde allí, pues ahí, es donde Dios nos toca “con su simple esencia, sin que haya ninguna imagen intermediaria” (Pr. 101; p 83). El encuentro personal con Dios libera al alma de toda esclavitud. Estamos en tiempo de adviento, preparándonos para la Navidad, el nacimiento del Salvador. La dimensión escatológica de estas festividades se convierte en una invitación para que dejemos a Dios encarnarse en nuestra existencia y, al Verbo de Dios, ser el guía de nuestros pasos hacia el Destino. Este milagro es posible, si buscamos nuestra paz en la serenidad, el reposo y el silencio. En los Evangelios, María encarna el alma que no sólo está enamorada de Dios sino que también está dispuesta a servirlo con toda la generosidad posible. Ella en el silencio que la habita, no hay escisión interior y tampoco preocupación por el mundo externo, es capaz de responder generosamente a Dios, sabiendo las consecuencias de su respuesta, para que la Presencia de Jesús, el Hijo de Dios, no sea sólo una realidad en nuestra alma, sino también el mundo que, caminando en la oscuridad, espera la Luz que la lleve a la plenitud. La esperanza de Dios no habla de utopías ni de realidades que no existen ni de mundos paralelos. La esperanza de Dios no habita en el optimismo vacío, ni en las frases hechas que no nos llevan a nada. La esperanza de Dios no la traen los mesías que anuncian catástrofes ni las ideologías que gritan y dividen el mundo en bandos. La esperanza de Dios viene a través del mensajero humilde, y del sabio que sabe mirar al cielo y al mañana, con fe en Dios y en el hombre, y con grandes dosis de amor. La esperanza auténtica la trae el Salvador. La esperanza auténtica, la trae un niño llamado Dios (Álvaro Lobo sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|