Quien se conoce a sí mismo, también termina conociendo a su Dios. En la medida que, nos vamos conociendo, también vamos conociendo aquello que sustenta, dirige y da sentido a nuestra vida. El proceso de conocimiento implica tres cosas: la primera, una ascesis, sin renuncia al Ego, es difícil progresar. La segunda, es necesario renunciar al afán de ser alguien y dejar de empeñar el alma en ese propósito, la tercera, es importante abandonarnos. Sin confianza en Algo más grande que nosotros mismos, en Dios, la tarea de saber quiénes somos y que nos habita, se complica. Dios es aquello que le da sentido a nuestra vida. Teológicamente, somos monoteístas; psicológicamente somos politeístas, por un lado, decimos creer en Dios y seguir su precepto de amor y, por otro lado, vivimos según el orgullo, la vanidad, el deseo de consumir y aparentar, albergamos y alimentamos la venganza, el rencor y la mentira. Este politeísmo interior es el que tenemos que enfrentar, si queremos avanzar espiritualmente. Para la psicología profunda, el alma encuentra el camino hacia Dios cuando supera la escisión psíquica en la que está sumergida a causa del pecado. Hoy, iniciamos un tiempo de preparación para el advenimiento en nuestro corazón de Jesús, el Cristo. Recordemos que, para la alquimia, la vocación de los metales es el oro y, para la humanidad, el arquetipo del ser humano es Cristo. La vigilancia es un paso importante en la preparación para que el encuentro entre Dios y nosotros se realice plenamente. El viaje al interior, al corazón, para saber que hay dentro de él, es fundamental para que, realmente, Cristo habite en nosotros y nosotros en Él. En el corazón habita el bien y el mal. Muchos, ignoran que, ambos están presentes y actuando en nuestra vida. Mientras más luminosa aparenta ser una persona, más grande es su sombra. Quien se considera un ser de Luz; en realidad, está viendo la confusión creada por sus propias tinieblas.
Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche harapiento. El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás. El derviche contestó: Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes: dinero, poder, posición social. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si tengo dos esclavos que son tus señores? La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera ¿Qué quieres decir? – gritó. Mis dos esclavos, que son tus maestros, son la ira y la codicia - dijo el derviche tranquilamente. Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche. La vigilancia del corazón permite que el ser humano sea capaz de diluir, lentamente, las resistencias que, desde su mente y su corazón, pone a la realización del destino. Un corazón limpio supera más fácilmente la neurosis que un corazón perturbado. La psicología profunda enseña que la neurosis es la expresión de la resistencia del ser entero al llamado que la vida le hace a ser él mismo, a conquistar su individualidad. En medio de una cultura traumatizada que, aplaude más la diversión y el espectáculo que la autenticidad, ser uno mismo resulta ser un trabajo contracultural. Para la cultura actual, aparentar vale más que mil palabras; de hecho, todo el tiempo, estamos siendo invitados a mostrar y a publicar las cosas que nos hacen felices. Muchos, de los que participan en redes de mercadeo, por ejemplo, exhiben un estilo de vida que no corresponde con el que realmente llevan. La teología cristiana parte del pecado como el dato principal de su reflexión sobre la relación entre Dios y el Hombre. Desde el principio, Dios manifiesta al ser humano su voluntad de salvarlo, de sanarlo de la herida que, en su humanidad dejó el pecado. El ser humano, continuamente, está luchando entre dejarse salvar y seguir la vida que el pecado le presenta. Esta lucha entre dejarse salvar, amar o sanar, como lo queramos llamar y, conservar la vida de pecado que para muchos es su libertad, es lo que se conoce en psicología como neurosis. Queremos ser amados y, también tenemos miedo a ese amor, porque el pecado nos hace creer que, si lo aceptamos, perdemos la libertad que con el pecado creíamos conquistar. Dios nos ofrece su amor y, nos revela su fidelidad, al presentarse como el esposo que, a pesar de los rechazos e infidelidades de su amada, Él sigue siendo fiel y amando incondicionalmente. La psicología profunda parte de la escisión de la psique como el dato principal de su reflexión. La escisión psíquica se produce cuando el ser humano se relaciona simbióticamente con otro, perdiendo de vista la consciencia de su propia individualidad y destino. En constelaciones afirmamos que, una experiencia vivida en la infancia hace que, el niño abandone su lugar de hijo y se identifique o tome el lugar de un miembro del sistema familiar que se considera débil, excluido o vulnerable. Aquello que nos impactó profundamente, termina convirtiéndose en la dinámica principal de las relaciones que establecemos en la vida adulta. Cuando nos salimos de nuestra constelación, podemos sentir que, tenemos el camino despejado para ir hacia nuestro destino. De nuevo, dice Javier Lema Suárez: “El proceso de individuación supone la posibilidad de devolver al hombre a la unidad perdida, la integración en un todo único y coherente de las instancias que constituyen su estructura psicológica” Para evitar equivocaciones, digamos que hablar de individuación es, hacer referencia a la conquista de una unidad, una consciencia de totalidad antes que, a la conquista o adquisición de una diferencia con respecto a los demás. Individuarse significa llegar a ser lo que somos. Los Evangelios, especialmente el de San Juan, nos recuerdan una verdad fundamental: “El hombre nace ciego y, poco a poco, va adquiriendo la plena visión”. Cuando conocemos a Jesús y, lo dejamos entrar en nuestra vida, podemos decir, a ciencia cierta que, vemos. La ceguera es la inconsciencia que el ser humano tiene con respecto a sí mismo. Mientras ignoramos nuestra verdadera identidad, vamos por la vida, identificándonos con todo lo que nos llama la atención y nos ofrece plenitud. Así, es como terminamos imitando a otros, creyendo que así construimos nuestro camino. La realización de lo que el sujeto es, no es otra cosa que, el proceso de actualización de las potencialidades que habitan en cada individuo. Según Jung: “el principio de individuación viene a señalar el conjunto de cualidades que constituyen al individuo por oposición a la especie”. Cuando el individuo entra en contacto con Jesús aprende a descubrir cuáles son las potencialidades que, como ser humano, está invitado a desarrollar para alcanzar la completud de su alma y de su ser. Alcanzamos la plenitud del ser mirando hacia adentro, en lugar de hacerlo hacia fuera. No es luchando por ser diferente o iguales a los demás, sino trabajando para ser nosotros mismos, lo que define que estamos comprendiendo el mensaje tanto del Evangelio, como del alma, de que nacimos para ser lo que la vida nos destinó a ser, no para realizar y cumplir las expectativas ajenas. La individuación, ser nosotros mismos, dejar que Dios se encarne en nosotros, no entraña una promesa de felicidad o una garantía de bienestar. El objetivo es una vida completa, vivida por cada uno con la consciencia de estar completos y unidos a Dios, que es la fuente de nuestra existencia y de nuestra alegría. Ser uno significa superar la división interna, sentirnos a gusto con nosotros y dejar a un lado la sensación de estar siendo otros o viviendo la vida que no nos corresponde. La vigilancia del corazón, el primer paso del adviento, implica reconocer que, en cada uno de nosotros existe el anhelo de conocer la verdad, esa que al entrar en contacto con ella, nos ayuda a disolver las fuerzas contrarias a la vida y a la plenitud que se alcanza cuando vivimos la vida con sentido. ¿Cuál será la huella que me lleve hasta tu encuentro? No quiero vivir errante y vacío quedándome sólo en tus huellas. ¿Se llamará salud, o enfermedad? ¿Se presentará con el rostro del éxito o con el cansancio golpeado del fracaso? ¿Será seca como el desierto o rebosante de vida como el oasis? ¿Brillará con la transparencia del místico o se apagará en el despojo del oprimido? ¿Caerá sobre mí como golpe de látigo o se acercará como caricia de ternura? ¿Brotará en comunión con un pueblo festivo o en mi indecible soledad original? ¿Será la historia brillante de los libros o el revés oprimido de la trama? No importa cuál sea el camino que me conduzca hasta tu encuentro. No quiero apoderarme de tus huellas cuando son reflejo fascinante de tu gloria, ni quiero evadirlas fugitivo cuando son golpe y angustia. No importa lo que tarde en abrirse el misterio que te esconde, y toda huella tuya me anuncia. Todo mi viaje llega al silencio y a la espera de mí no saber más hondo. Pero yo sé que ya estoy en ti cuando aguardo ante tu puerta (Benjamín G. Buelta, sj)Francisco Carmona
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