La cantidad de talleres que se promocionan sobre el manejo de las emociones, sobre sexualidad, familia y, sobre la relación de pareja dan cuenta de lo sintomático que resultan estas realidades del alma en la sociedad actual. El ser humano actual se proclama libre, preocupado por la felicidad y centrado en el desarrollo de su propio potencial para poder conquistar sus objetivos. Sin embargo, la sensación de frustración acompaña cada paso, la depresión e ideación suicida están en cada esquina ofreciéndonos ser la solución a nuestra frustración y vacío. Preguntado acerca de qué era un sufí, el gran maestro Hadrat Nuri dijo: Un sufí es aquél que no está encadenado y, que a su vez, es inocente de mantener atados a otros. El sufismo no puede ser descrito en términos de doctrina ni en forma de ceremonial. La doctrina necesita adiestramiento de tipo superficial, el ritual necesita práctica repetitiva. Sufismo es algo que está en la creación, no algo que es aplicado a los resultados de la creación.
Considero la imagen de Marta, la hermana de Lázaro, una buena imagen para describir la realidad interna del ser humano hoy. El evangelio de Lucas nos cuenta la siguiente escena: “Mientras iban ellos de camino, Él entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta se preocupaba con todos los preparativos; y acercándose a Él, le dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. Al respecto, escribe Byung: “El mundo ha perdido la capacidad de silencio e inactividad”. El afán de estar produciendo nos roba la capacidad de comunicarnos de alma a alma, de corazón a corazón. De escuchar a nuestro Maestro o Cristo interior. En otro pasaje del evangelio, encontramos a Marta en una actitud absolutamente diferente. San Juan nos dice: “Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a Jesús: Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el último día”. En lugar de una mujer absorbida por la actividad, ahora hay una mujer que, con sus palabras, denota que ha crecido en la vida interior. Mientras algunos corren a llenar el vacío con lo que ofrecen las tiendas cada día; otros, en cambio, se dan la oportunidad de entrar en silencio, meditar y contemplar para ser habitados por una fuerza que realmente sostiene y da sentido a la vida. Escribe Byung: “El ser humano aprendió a comercializar todos los momentos de su vida”. El valor del mercado revela la intención de transformar a la persona entera, toda su vida, en valores comerciales. Hoy, no hay ámbito o momento de la vida que no esté sometido al aprovechamiento comercial. La vida humana y su misterio quedan disueltos por las relaciones puramente comerciales”. El ser humano es despojado de su dignidad y convertido en un valor comercial; de ahí que, sean los pueblos que representan un valor comercial los que realmente interesen al mercado. Los demás pueblos están condenados a morir en la incertidumbre de su propia pobreza. Escribe Byung: En el mundo actual se ha perdido todo lo divino y lo festivo. Hoy, solo interesa el consumo colaborativo. Los grandes almacenes son presentados como los lugares donde no sólo podemos comprar sino también como lugares donde la familia puede estar reunida y compartir su vida. Los grandes almacenes se nos presentan como nuevos hogares. Llenamos el mundo de cosas con una duración y validez cada vez más breves. El mundo se asfixia en medio de las cosas. Los grandes almacenes no se diferencian esencialmente de los manicomios. Parece que lo tenemos todo, pero nos falta lo esencial: el mundo” Las cosas parece que hoy no tienen valor si no son promocionadas en las redes sociales. Si no estamos en Facebook o Instagram, parece que no existimos y, en consecuencia, que no valemos o valemos muy poco. Hoy, interesa más exhibir y hacerse vendible que elaborarse, profundizarse y ser. Lo importante no es lo que vamos construyendo y reflejar la profundidad que alcanzamos, sino mantenernos vigentes y como objeto de deseo para el mercado. Así, es como muchos renuncian a sus valores más profundos para mantenerse vigentes en el mercado. Es curioso que, la fiesta de Navidad llene más los centros comerciales que los templos. En la medida que, el sentimiento religioso o la conexión con el Misterio se diluye, la sensación de vacío crece en el alma y las posibilidades de aumentar el consumo crecen. Álvaro Lobo escribe: “No obstante, detrás de esta fiesta propia del santoral del ocio y del negocio, hay una verdad que subyace de fondo: la exaltación del consumismo como modo de estar en el mundo. Tener, comprar y consumir. Y así sucesivamente. Sin querer, a través de lo que podría ser una inocente celebración de la tecnología y del comercio, como sociedad y como cultura nos deslizamos en una pendiente que nos devalúa como personas, porque aceptamos la bandera del consumo como modo de estar en el mundo. Aunque lo digamos en inglés, sigue siendo un viernes negro, pues las trampas vienen acompañadas de un buen argumento y el consumismo, como referente cultural, hoy también vuelve a ganar. No podemos olvidar que las compras compulsivas, más allá de la dopamina inicial, nos suelen dejar un cierto vacío existencial –y suelen generar miseria en otras latitudes del mundo, dicho sea de paso–. La felicidad no llega por acumular más y más o por convertirnos en auténticos depredadores. El consumismo no nos hace más humanos, ni mucho menos, por mucho que podamos comprar, o por bien que nos trate el sistema. El ocio y el negocio no pueden marcar los latidos de nuestra sociedad, pues valemos mucho más que una atractiva sobredosis de ofertas. Al fin y al cabo, lo más importante en la vida no se puede comprar”. La esperanza de Dios no habla de utopías ni de realidades que no existen ni de mundos paralelos. La esperanza de Dios no habita en el optimismo vacío, ni en las frases hechas que no nos llevan a nada. La esperanza de Dios no la traen los mesías que anuncian catástrofes ni las ideologías que gritan y dividen el mundo en bandos. La esperanza de Dios viene a través del mensajero humilde, y del sabio que sabe mirar al cielo y al mañana, con fe en Dios y en el hombre, y con grandes dosis de amor. La esperanza auténtica la trae el Salvador. La esperanza auténtica la trae un niño llamado Dios (Álvaro Lobo sj)Francisco Carmona
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