En el proceso evolutivo de la persona, la renuncia tiene una importancia vital. Los que no son capaces de aceptar la renuncia terminan encerrándose en sí mismos y, negándose el derecho a vivir plenamente. Sin renuncia, por ejemplo, a los vínculos infantiles y mágicos, difícilmente, logramos vivir una relación afectiva desde el lugar del adulto. Allí, donde se pierde la autenticidad de la relación esta se convierte en otra cosa, menos en un espacio de crecimiento y un lugar donde podamos ser nosotros mismos y crecer. Sin renuncia al dolor vivido en algún momento de la vida, fluir resulta una tarea que requiere mucho esfuerzo. Renunciar es mucho más que soltar, dejar ir, darse por vencido o dejarse llevar. No somos nuestro cuerpo, ni las posesiones que tenemos, no somos nuestras obras ni el instinto animal, no somos nuestras ideas ni las palabras que pronunciamos, no somos nuestros sentimientos ni el amor que nos mueve, somos un alma, que quiere realizarse y cumplir su propósito. Somos todas las creaciones animales, plantas, rocas, otras formas ilimitadas, somos un punto de luz y de energía, una parte minúscula de la esencia, que ha venido aquí
para observarse a sí misma. En su proceso evolutivo, cada ser humano debe aprender a distinguir entre lo esencial y lo secundario. Los vínculos que tenemos con las personas y las cosas necesitan irse transformando en la medida que, el crecimiento integral que vamos realizado, así lo exige. En la Biblia, se cuenta que, los hombres que poblaban la tierra se reunieron y tomaron la decisión de construir una torre que llegará hasta la cima del cielo. Las dificultades surgieron cuando, para alcanzar el sueño, cada uno se aferró a lo suyo, a lo más propio. Entonces, el miedo a la renuncia terminó confundiendo el corazón, la mente y la voluntad. En este miedo a la renuncia, el corazón llevó la peor parte; pues, terminó sumamente confundido. Un corazón abrumado termina conduciendo a la psique hacia la disociación y/o fragmentación. En un artículo llamado “no somos dioses”, publicado en rezandovoy, el autor escribe: “El sueño inútil es querer tenerlo todo. Como Eva y Adán, como aquellos insensatos de Babel… El espejismo de la omnipotencia nos ha acompañado siempre. Alcanzar las estrellas, descifrar los secretos del universo, comprender el corazón humano, acertar siempre… Pero no somos así. Somos solo fragmentos en un todo abigarrado. Tú solo no vas a cambiar el mundo, ni a vencer al mal, ni a parar las guerras, ni a curar al universo. Tú tienes que aspirar a ser lo mejor posible, no lo mejor imposible. Puedes aspirar a mucho, pero no a todo. Debes luchar por alcanzar muchas metas, no conformarte con la mediocridad, y, sin embargo, abrazar la parte de renuncia y límite en ese camino. A veces se llamará enfermedad, otras fracaso, otras tristeza… En ocasiones, lo vivirás como rechazo, otras como apatía. Tal vez en ti los límites estén en tu mal genio o tu orgullo, en tu flaqueza o en tu falta de detalles. No quieras cambiar lo que no puede cambiar. Pero, tal y como eres, vive el evangelio con todo tu corazón. Procura no hacer daño ni dejar víctimas a tus pies”. Martín Heidegger señala que la renuncia antes que, un dejar es un aprender a tomar. Cuando rompemos el equilibrio entre lo que tomamos y lo que entregamos, el alma enferma y lo que deseamos construir, muere. Al respecto, Byung escribe: “Renunciar significa cualquier cosa menos darse por vencido o dejarse llevar. Al igual que otras figuras de la inactividad, establece una relación constructiva con aquella esfera del ser que permanece cerrada a la actividad controlada por la voluntad. La renuncia es una pasión por lo indisponible. Justo en la renuncia, nos volvemos receptivos al don: la renuncia no quita, la renuncia da el ser como lo indisponible se da en la renuncia. Así la renuncia se transforma en agradecimiento” Cada vez que, surge algo que no está disponible para nosotros; es necesario emprender el camino de la renuncia. En la medida que, dejamos lo que impide alcanzar el deseo, tenemos la posibilidad de alcanzar lo que aún no estaba presente en nuestra vida. Quien desea algo más grande, tiene que tomar consciencia de que, su vida estaba sustentada sobre algo mucho más pequeño; sin renuncia, lo pequeño se muere y lo más grande se vuelve inalcanzable, obsesionante o frustrante. Es un signo de un inmadurez humana y espiritual desear algo y, no estar dispuesto a comprometerse para alcanzarlo. Lo que realmente amamos, termina transformándonos, si sabemos renunciar, a lo que nos impide crecer. La renuncia es de suma importancia cuando tenemos como objetivo formarnos como personas completas y armónicamente desarrolladas, como dice Merton, o incluso santas. Señala la espiritualidad: “La renuncia es la determinación de estar libres no sólo del sufrimiento sino también de las causas del sufrimiento. Implica la determinación de dejar el sufrimiento y sus causas, lo que requiere de gran valor” Podemos distinguir dos tipos de renuncia. La primera es la renuncia correcta y, la segunda, es la renuncia exaltada. Al respecto escribe un autor espiritual: “La renuncia correcta no es lo mismo que la renuncia exaltada de corta duración: la entusiasta y fanática renuncia a todo, basada en la fe ciega de que alguna fuente externa nos va a salvar. La renuncia correcta conlleva una actitud realista hacia el arduo trabajo que involucra. Podemos obtener de otros una gran inspiración pero el trabajo arduo lo tenemos que hacer nosotros mismos”. El contemplativo sabe que, para alcanzar lo que se desea, es necesario dejar, el lugar o el estado en el que nos encontramos. Toda renuncia tiene dos etapas: la primera, nos desprendemos de la visión inicial que tenemos de las cosas y las asentimos como son. La segunda, entendemos que, lo más importante no es nuestro beneficio personal sino, entrar en sintonía con aquella fuerza de la que proviene todo lo que sustenta la vida. Sólo está dispuesto a la renuncia, el corazón que comprende que, para vivir en armonía y santidad, necesita abrirse al amor compasivo de Dios, un amor donde el ser humano encuentra todo aquello que le permite alcanzar la verdadera santidad; es decir, una vida centrada única y exclusivamente en el amor. La renuncia se parece a aquel hombre que, subiendo lenta y fatigosamente en dirección a la cima de la montaña, cuando la ve, suelta el morral y el bastón que lleva, y sale corriendo, en el último tramo que queda, para alcanzar la meta. Quien mira hacia la meta que desea alcanzar comprende que, en un tramo determinado, si quiere llegar a salvo, necesita renunciar a lo que le impide gozar lo que tanto ha anhelado. En la contemplación sólo está presente el amor que nos lleva. Lo demás, se vuelve innecesario. La renuncia hace alcanzable lo que para la razón parece inalcanzable. El que retiene no está dispuesto a encontrar la libertad necesaria para darse completa y totalmente a la tarea de amar y dejarse amar por Dios. Si me quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz o sombra... sí me quieres, quiéreme negra y blanca. Y gris, y verde, y rubia, quiéreme día, quiéreme noche... ¡Y madrugada en la ventana abierta! sí me quieres, no me recortes: ¡quiéreme toda.... o no me quieras! (Dulce María Loynaz) Francisco Javier Carmona
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